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Cómo el capitalismo del just-in-time propagó el COVID-19

Written by Debate Plural

Kim Moody (Spectre Journal, 23-4-20)

 

El capitalismo ha acelerado la transmisión de enfermedades. Históricamente la mayoría de las epidemias se han propagado geográficamente mediante dos formas de desplazamiento a larga distancia de la gente: el comercio y la guerra. El mecanismo, sin embargo, ha cambiado drásticamente con el auge del capitalismo.

En la Edad Media se necesitó más o menos una década para que la peste negra (la peste bubónica) se propagara desde China, a través de las rutas de la seda y las conquistas mongólicas, hasta Europa. Luego, años para moverse desde Sicilia a Gran Bretaña y más allá, a través de rutas comerciales establecidas y el movimiento de ejércitos durante la Guerra de los Cien Años. Con el capitalismo bien establecido, la “gripe española” de 1918 se propagó en meses desde España, a través de Francia a Gran Bretaña a mediados de junio, y luego a los EE. UU. y Canadá en septiembre. En gran medida, siguió el curso de las líneas de batalla, los movimientos de tropas y la logística militar durante la Primera Guerra Mundial.

En la era de la logística “justo a tiempo”, el coronavirus tardó apenas unos días en propagarse desde Wuhan a otras ciudades chinas a cientos de kilómetros de distancia. Tardó solo dos semanas en salir de China, simultáneamente a lo largo de las principales cadenas de suministro, comercio y rutas de viaje aéreas a los enclaves industriales y comerciales de Asia oriental, el Oriente Medio, devastado por la guerra y productor de petróleo, y la Europa industrial, Norteamérica y Brasil.

Para el 3 de marzo, había golpeado a 72 países. Siguiendo las principales rutas de la cadena de suministro, inicialmente pasó por alto la mayor parte de África y gran parte de América Latina, aunque ahora también se ha desplazado a esos continentes, con un riesgo potencial aún mayor para la vida.

La pandemia viaja a través de los circuitos del capital

Como señaló el gurú de la logística del MIT, Yossi Sheffi, en The Power of Resilience, “la creciente interconexión de la economía mundial la hace cada vez más propensa al contagio. Los acontecimientos contagiosos, incluidos los problemas médicos y financieros, pueden propagarse a través de redes humanas que a menudo se correlacionan fuertemente con las redes de la cadena de suministro”.

De hecho, Dun & Bradstreet estima que 51.000 empresas de todo el mundo tienen uno o más proveedores directos en Wuhan, mientras que 938 de las empresas de la lista de las 1000 principales de Fortune tienen proveedores de nivel uno o dos en esa región. El énfasis que se ha puesto en las últimas dos o tres décadas en la producción lean, la entrega just-in-time y, más recientemente, en la “competencia basada en el tiempo”, junto con la actualización de la infraestructura de transporte y distribución, ha acelerado la velocidad de transmisión.

Un experto de Johns Hopkins en Italia dijo: “Pensando en nuestras cadenas de valor —o en la forma en que las industrias producen bienes— los europeos están mucho más integrados entre sí de lo que suelen pensar. Si un país europeo se ve gravemente afectado, entonces el problema se transfiere muy rápidamente a todos los demás”.

Eso explica por qué el mapa de rastreo del Centro de Recursos del Coronavirus de Johns Hopkins, que muestra las concentraciones de infección en los EE. UU., refleja mapas similares de los estudios de la Institución Brookings sobre las concentraciones fabriles, centros de transporte y almacenamiento. Esta es otra indicación de que este virus se ha movido a través de los circuitos del capital y de los humanos que trabajan en ellos, y no solo por una transmisión aleatoria “comunitaria”.

Cortocircuitos en las cadenas de suministros

La escasez de equipos de protección personal (EPP) en muchos países, en particular de mascarillas para respirar N95, esenciales para un trabajo seguro en el sector de la salud, es en sí misma el resultado de décadas de subcontratación de la producción. Firmas como 3M, Honeywell y Kimberley-Clark trasladaron la producción a China y otros países de bajos ingresos en busca de mayores beneficios.

El Washington Post documenta que “hasta el 95 por ciento de las mascarillas quirúrgicas se fabrican fuera de Estados Unidos, en lugares como China y México”. Como resultado, uno de los principales distribuidores de insumos médicos señaló en marzo, “la disponibilidad de las mascarillas N95 se estima para abril-mayo. Muchos se fabrican en China y podría haber retrasos adicionales”.

No es sorprendente que el ex asesor de Trump y analista de la derecha Steve Bannon aprovechara esta oportunidad para promover su agenda xenófoba. Sin embargo, el fracaso de los EE.UU., o de cualquier país para producir equipos de emergencia médica dentro de un alcance razonable para que empresas como 3M puedan aumentar los beneficios es claramente inmoral y temerario.

El impacto del virus, a su vez, pronto se vengó de las mismas rutas por las que se propagó, interrumpiendo las cadenas de producción y suministro de manera compleja. A principios de marzo, el 9 por ciento de las flotas de contenedores del mundo estaba inactivo, y este porcentaje ciertamente ha aumentado. La producción manufacturera china bajó un 22 por ciento en febrero, según un informe de la UNCTAD de marzo.

En el mismo informe se demuestra que los países o regiones más afectados económicamente por las alteraciones de las cadenas de valor mundiales originadas en China fueron (en orden de magnitud): la UE, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Taiwán y Singapur, todos ellos entre los más afectados por el virus en las primeras etapas. Las exportaciones chinas disminuyeron en un 17 % en enero y febrero. A mediados de marzo, el puerto de Los Ángeles operaba al 50% y Long Beach al 25-50 %, principalmente debido al cierre de plantas en China, según el Financial Times.

Exprimiendo a los trabajadores esenciales

Las respuestas del gobierno de los Estados Unidos, en particular, fueron diseñadas para impulsar la economía de la única manera que tanto los políticos neoliberales como los “expertos” de la administración Trump saben: subvencionando los negocios y reduciendo sus costos. Además del conocido sesgo pro-empresa del paquete de “estímulo” de 2 billones de dólares de Trump, la reacción del gobierno en apoyo del capital en los EE. UU. ha incluido una orden para que los trabajadores permanezcan en el trabajo, combinada con un tsunami de desregulación para las empresas.

La determinación del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) (no del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades) de quién debe continuar trabajando como mano de obra “esencial” es tan amplia que incluye virtualmente toda la maquinaria laboral de la ganancia capitalista. Inadvertidamente, por supuesto, el DHS nos ha recordado lo esencial que es toda la clase trabajadora para el funcionamiento de la sociedad en las buenas o en las malas.

Esto vale también para las principales empresas de alta tecnología como Amazon donde, nos dicen constantemente, los robots hacen todo. Mientras algunos trabajadores de Amazon protestan y cerca del 30 por ciento se queda en casa, la compañía trata de contratar a miles de personas para llenar el vacío. Como informa The New York Times, “a pesar de toda su sofisticación de alta tecnología, el vasto negocio de comercio electrónico de Amazon depende de un ejército de trabajadores que operan en almacenes que ahora temen que estén contaminados con el coronavirus”.

Para aliviar aún más la “carga” (es decir, el costo) de la reglamentación para las empresas, la Agencia de Protección Ambiental ha suspendido toda aplicación de la reglamentación ambiental (a pesar de la actual crisis climática), mientras que la Administración Federal de Ferrocarriles ha emitido una exención de emergencia de numerosas reglamentaciones de seguridad. La Junta Nacional de Reglamentación de los Ferrocarriles ha suspendido todas las elecciones de representación sindical, incluidas las realizadas por correo.

La Administración Federal de Seguridad de Autotransportes [FMCSA, por sus siglas en inglés] concedió “horas de servicio de ayuda regulatoria a los conductores de vehículos comerciales que transportan ayuda de emergencia…”. Esto, por supuesto, significa más horas en la carretera. La lista de artículos cubiertos por la FMCSA como ayuda de “emergencia” es muy completa, incluyendo materias primas, combustible, papel y productos plásticos, así como suministros médicos directos. A los camioneros que entraban y salían de la ciudad de Nueva York, el epicentro del virus en los EE. UU., se les dijo que continuaran como de costumbre, pero que se aseguraran de “distanciarse socialmente” y de lavarse las manos.

A pesar de la crisis económica, que comenzó incluso antes de la epidemia, y del hecho de que los primeros diecisiete casos en los EE.UU. se contabilizaron oficialmente en enero, la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS) informó que, desde febrero, el empleo de la nómina no agrícola había aumentado y el desempleo era estable. El cuidado de la salud, el gobierno, los servicios alimentarios, la construcción y, por supuesto, los servicios financieros aumentaron, mientras que “el empleo en otras industrias importantes, incluyendo la minería, la manufactura, el comercio al por mayor, el comercio al por menor, el transporte y el almacenamiento, y la información, cambió poco durante el mes”. El promedio de horas por semana aumentó un 0,3 por ciento en febrero.

Transport Topics, la revista de los gerentes de camiones, escribió: “Mientras Estados Unidos lucha contra el coronavirus y la vida diaria se ve alterada, los camioneros de la nación se encuentran entre los que están arriesgando su salud personal y haciendo el trabajo duro para mantener los productos en movimiento en las tiendas, hospitales y otros lugares”. La Asociación Americana de Camiones (ATA, por sus siglas en inglés) informa que el tonelaje de los camiones aumentó un 1,05 por ciento en enero y un 1,8 por ciento en febrero, lo que significa que, de hecho, los camioneros están “arriesgando su salud personal”.

Si bien el tráfico de mercancías por ferrocarril ha disminuido en los últimos dos años, la Asociación de Ferrocarriles Estadounidenses [AAR, por sus siglas en inglés] señala que en 2020 aumentaron tres categorías de mercancías (productos químicos, alimentos y cargas diversas) y “los volúmenes intermodales de los ferrocarriles que prestan servicio a los puertos de la costa occidental que reciben el grueso de las importaciones de China parecen haberse estabilizado en las últimas cuatro semanas, lo que indica que es posible que hayamos visto lo peor de los impactos de Covid-19 en el comercio de Asia”.

Esto es muy poco probable. De hecho, para marzo los trabajadores de las líneas de carga de Union Pacific y Canadian Pacific habían contraído el virus. El servicio postal de los Estados Unidos informó de 111 casos de Covid-19, mientras que más de 300 trabajadores del sistema de tránsito de la ciudad de Nueva York tenían el virus en abril. Una nueva economía de “directos” se está volviendo viral, ya que empresas de reparto a domicilio como Instacart, Amazon y Walmart contratan por miles y acumulan grandes sumas de dinero de quienes están asustados y aislados en sus casas.

Despidos masivos, desempleo en la era de la depresión y desigualdad viral

Sin duda, este panorama cambiará rápidamente a medida que el comercio mundial se desacelere y cada vez más actividades se vean obligadas a frenar o detenerse debido a enfermedades, “distanciamiento social”, cierres y autoaislamiento. Por un lado, millones de trabajadores no tendrán más remedio que trabajar más horas arriesgándose a contraer una infección, mientras que otros millones se enfrentan al desempleo y la pobreza. Incluso más que de costumbre, los trabajadores están condenados si lo hacen y condenados si no lo hacen.

Con una caída repentina del empleo mayor que la de 2008, el Economic Policy Institute estima que para julio se habrán perdido unos 20 millones de puestos de trabajo. Ya hay 10 millones de trabajadores que han solicitado el seguro de desempleo a principios de abril. The New York Times estima que la tasa de desempleo ya es del 13 por ciento, la tasa oficial más alta desde la gran depresión de los años 1930. Además, como sostiene el economista Michael Roberts, lo más probable es que esto sea solo la apertura de una recesión mundial más profunda.

No obstante, el hecho de que tantos tengan que seguir trabajando para empleadores privados durante la epidemia nos recuerda a la vez que el deseo del capital de seguir obteniendo ganancias depende de estos trabajadores, mientras que la “compulsión silenciosa de las relaciones económicas” a la que se enfrenta la mayoría de los trabajadores que se ven obligados a vivir “de sueldo en sueldo”, está viva y en buen estado en esta crisis sanitaria mortal.

Además, aunque a algunos les gusta decir que el coronavirus no discrimina -después de todo, el Primer Ministro británico Boris Johnson está en la unidad de cuidados intensivos en el momento de escribir este informe- su impacto es muy desigual. En la Nueva York devastada por el virus, The New York Times informa: “diecinueve de los 20 vecindarios con el menor porcentaje de pruebas positivas han estado en códigos postales ricos”.

Como explican los expertos del Centro de Recursos del Coronavirus de Johns Hopkins, “aunque es frustrante, pero manejable para muchas personas, las consecuencias económicas del distanciamiento social son brutales para los miembros más pobres, vulnerables y marginados de nuestra sociedad”.

Entre los más afectados se encuentran aquellos que están en o cerca del fondo de las cadenas de suministro de alimentos de la nación, los trabajadores agrícolas y los que están en los almacenes de todo el país que recogen y trasladan los cultivos, en su mayoría de temporada. La mayoría de estos trabajadores son inmigrantes indocumentados. Irónica o cínicamente, han sido declarados trabajadores esenciales, lo que indica que la economía depende de ellos para permanecer en el lugar de trabajo, donde son vulnerables al virus.

Al mismo tiempo, todavía están sujetos a la deportación. A veces, se les entregan cartas de los empleadores declarándolos esenciales para que puedan viajar al trabajo, pero estas no protegen contra la deportación, especialmente una vez que dejan de ser esenciales a los ojos del gobierno o cuando termina la temporada. Es un escándalo que Estados Unidos no les hayan concedido la residencia legal a ellos y a otros en esta posición, como lo ha hecho el gobierno de Portugal..

Lucha de clases en tiempo de pandemia y recesión

En la gran mayoría de las protestas de los trabajadores en todo el mundo se destacan dos temas: las licencias pagas (LP) y el equipo de protección personal (EEP), las dos “siglas” de la lucha de clases en la época de la plaga. El paquete de medidas del Congreso sobre el coronavirus exige dos semanas de licencia pagadas para los que tienen el virus, pero solo para los empleados de empresas con menos de 500 empleados. Esto excluye a casi la mitad de la fuerza de trabajo del sector privado, y no hay mandato para el EEP.

Los trabajadores de los call centers, servicios de delivery, UPS, hospitales, ferrocarriles y otros lugares exigen tanto las LP como el EPP necesarios a los empleadores que hablan de seguridad pero no entregan lo que los trabajadores necesitan inmediatamente.

La Unión de Trabajadores Ferroviarios, con sindicatos de base, ha hecho circular una resolución que exige estos elementos esenciales. Una petición hecha por los Camioneros por un Sindicato Democrático logró dos semanas de licencia paga para los trabajadores de UPS si ellos, o un miembro de su familia, se contagian con el virus. Los trabajadores de Starbucks pidieron que no se les declare “esenciales” y que se les pagara la licencia.

Los trabajadores de delivery, venta al por menor y depósitos llevaron la lucha por las dos “siglas” un paso más allá. Los miembros de la UFCW en huelga en las tiendas de Ohio exigieron licencia pagada por enfermedad. Los camioneros de un almacén de Kroger en Memphis se rebelaron después de que un compañero de trabajo fuera diagnosticado con COVID-19. Los trabajadores de Instacart que reparten comida a domicilio se declararon en huelga en todo EE. UU. para obtener equipo de seguridad y LP para aquellos con condiciones médicas.

Acciones similares ocurrieron en los locales de McDonald’s en Tampa, St. Louis, Memphis, Los Ángeles y San José, mientras que los trabajadores de Amazon en Staten Island abandonaron tareas el lunes 30 de marzo. Amazon finalmente concedió a los trabajadores de su depósito licencias pagas después de que los trabajadores de las instalaciones de Chicago solicitaron e hicieron abandono de tareas por LP.

Los trabajadores de la industria manufacturera también tomaron medidas. 50 trabajadores avícolas no sindicalizados de una planta de Perdue Farms en Georgia hicieron abandono de tareas, declarando que estaban cansados de “arriesgar nuestras vidas por el pollo”. La mitad de los trabajadores de los astilleros de Bath de General Dynamics también hicieron abandono de tareas cuando un trabajador se contagió con el virus.

Trabajadores de Fiat-Chrysler en Sterling Heights, Michigan y Windsor, Ontario exigieron el cierre de sus plantas. Los fabricantes de autopartes de American Axle también dejaron de trabajar para exigir LP. Los locales de IUE-CWA han exigido no solo EPP, sino que General Electric cambie la producción normal y use plantas ociosas para producir los tan necesitados respiradores para las víctimas de coronavirus.

Naturalmente, los combativos trabajadores de la educación de Estados Unidos tuvieron un papel protagónico en la lucha por la protección. El Sindicato de Profesores de Chicago y los trabajadores del SEIU Healthcare de esa ciudad unieron sus fuerzas para exigir quince días de permiso remunerado y la entrega de comida a domicilio.

El sindicato de maestros de Los Ángeles pidió “un subsidio semanal por desastre para que los padres se queden en casa con sus hijos”. Los maestros de la ciudad de Nueva York del Movimiento de Educadores de Base (MORE) de la Federación Unida de Maestros organizaron una salida de emergencia y contribuyeron a obligar a la ciudad a cerrar las escuelas.

Los trabajadores sanitarios de los camioneros en Pittsburgh dejaron de recoger basura, exigiendo EPP. Los trabajadores sanitarios canadienses de Hamilton, Ontario hicieron abandono de tareas, exigiendo EPP y que los residuos orgánicos fueran embolsados antes de recogerlos. Los conductores de autobús de Birmingham, Alabama, se negaron a conducir por las rutas regulares hasta que la dirección accedió a proporcionarles EPP, que no se controlaran más los boletos y proporcionar licencias pagas a los que tenían el virus.

Aprendiendo nuevos hábitos de lucha

La propagación del coronavirus ha ayudado a revelar que los lugares de trabajo de hoy en día están unidos por múltiples redes. Trump trata de mantener la economía en marcha haciendo que el Departamento de Seguridad Nacional redefina como “esenciales” a casi todos los trabajadores. Esto deja claro que los circuitos del capital y el trabajo conectan a los trabajadores alrededor del mundo y las ciudades.

Los fabricantes chinos de máscaras N95 se conectan con las enfermeras de la ciudad de Nueva York, con los trabajadores de Amazon en el condado de Will, Illinois, y con los conductores de UPS en Chicago. Los trabajadores del ferrocarril, camiones y correos se conectan con casi todo el mundo. Las acciones de los trabajadores, incluso las limitadas, pueden tener un impacto más allá del lugar de trabajo inmediato en el mundo del just-in-time.

No se puede producir ningún bien, ni prestar ningún servicio, si los productos que permiten estas actividades no se fabrican y si no se utiliza mano de obra. Si los circuitos del capital y el trabajo ayudaron a propagar esta enfermedad, las acciones de los trabajadores a lo largo de esta cadena también pueden contribuir a crear un nuevo orden de relaciones de fuerza entre las clases como la secuela de la epidemia.

Así como muchas personas mostraron una solidaridad desinteresada con los demás en esta crisis, también será necesaria la solidaridad a través en los ámbitos laborales, industriales, ocupacionales y nacionales para luchar por un mundo mejor en la era pospandémica.

“Nada volverá a ser igual”, dicen muchos. Habrá grandes cambios, sin duda, pero a menos que sean impulsados desde abajo por las acciones de la gran mayoría, es más probable que sean del tipo “hay que cambiar algo para que nada cambie [1]”. Las empresas serán reformuladas a medida que muchas compañías se hundan, abundarán las fusiones, se racionalizarán las cadenas de suministro, se recortará la mano de obra, los fondos del gobierno irán a parar a las arcas corporativas y las ganancias se revitalizarán.

Pero difícilmente vayan a abandonar sus prerrogativas de gestión o su visión de corto plazo. Los gobiernos conservadores y liberales gastarán como keynesianos en tiempos de guerra para reforzar las ganancias de las empresas.

Pero, ¿reemplazarán los ingresos perdidos por millones de trabajadores? ¿Permitirán la representación sindical? Además, ¿volverán a poner en vigencia las regulaciones ambientales y de seguridad desarticuladas a las que habían puesto en “moratoria”? Más aún, ¿se prepararán para una próxima epidemia o tomarán medidas reales para evitar la catástrofe climática?

A menos que se produzca un gran ascenso desde abajo, las relaciones de poder inherentes a las relaciones sociales de producción del capitalismo, y su extensión a través de la “sociedad civil” y el gobierno, se reafirmarán, como ocurrió después de 2008. A pesar de las esperanzas de muchos y de las obvias diferencias entre los candidatos, la norma en los EE. UU., que es la política al servicio de los capitalistas, se encargará de asegurar esto en mayor o menos medida, no importar quién gane las elecciones en noviembre. Dependerá de esos trabajadores “esenciales” crear un nuevo equilibrio de poder social y un mundo saludable y sostenible.

 

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