Cultura Nacionales

¡Américo Lugo al Panteón de la Patria! (1979)

Written by Debate Plural

Carta que escribió el historiador Juan Daniel Balcácer al presidente de la República Dominicana, Antonio Guzmán Fernández, el 7 de junio de 1979, planteando que los restos del intelectual Américo Lugo debían reposar en el Panteón de la Patria. El digital Debateplural, reproduce el presente documento con el deso de que llegue a conocimiento de la juventud dominicana. 

Santo Domingo, junio 7, 1979

Excelentísimo señor

Don Antonio Guzmán Fernández

Honorable Presidente Constitucional

de la República Dominicana

Honorable Señor Presidente:

Me permitido distraer su ocupada persona para plantearle un caso que estimo de interés nacional: se trata de que la administración que usted actualmente se honra presidir disponga el traslado al Panteón Nacional de los retos mortales del doctor Américo Lugo. De inmediato paso a explicarle brevemente el porqué de mi proposición.

Don Américo Lugo y Herrera nació en Santo Domingo en 1870, a los 19 años recibió su licenciatura en Derecho en el Instituto Profesional y escribió una tesis que intituló “Es Arreglada al Derecho Nacional la Prohibición de la Investigación de la Paternidad”, la cual mereció el elogio del egregio maestro don Eugenio María de Hostos.

Luego en el 1915, don Américo Lugo se recibió como Doctor en Derecho y fue entonces cuando publicó su tesis doctoral que tituló “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, enjundioso ensayo cuyos máximos postulados aún no han sido estudiados científicamente y el cual,  según Manuel Arturo Peña Batlle debe leerse y releerse varias veces para gustarlo hasta sus esencias.

Don Américo Lugo, sin embargo, no se limitó al campo del derecho. Trascendió los linderos de la nación con una fama de escritor y hasta de poeta que entonces ni después nadie le disputó. Gastón F. Deligne consideró al doctor Lugo como el príncipe de las letras nacionales; Manuel de Jesús Galván decía que le había prestado su pluma a don Américo; y Pellerano Castro, nuestro Byron, afirmó que era incapaz de poner en sus versos toda la poesía que había en la prosa de don Américo. Más aún; nuestro Pedro Henríquez Ureña lo llamó “el primer pensador de la juventud antillana, estilista fino, intenso en el decir…”

Pero no precisamente por ser gran pensador y jurista es que don Américo Lugo merece que los dominicanos veneremos sus restos y los preservemos con amor en el templo de los héroes nacionales sino, además, porque durante el interregno de 1916-1924, cuando las ballonetas de los soldados norteamericanos opacaron todos  los destellos de luz que emanaban del seno de nuestra patria, Américo Lugo desde el mismo instante en que se instauró el régimen militar norteamericano, fue el campeón de la gesta nacionalista que abogó por la desocupación pura y simple de Santo Domingo.

Desde 1910, cuando representó al gobierno de Ramón Cáceres en la Cuarta Conferencia Internacional Americana celebrada en Buenos Aires, donde denunció la política expansionista de los Estados Unidos de América entonces escudados en la Doctrina de Monroe, ya don Américo Lugo revelaba poseer una sólida formación nacionalista que luego le convirtió, según el decir del maestro Hostos, en uno de los mejores hijos del pueblo dominicano.

En 1921 el doctor Lugo fue llevado ante un tribunal militar por haber criticado duramente la intervención y cuando se le pidió que se defendiese rehusó hacerlo  porque no le reconocía jurisdicción a un tribunal que descansaba en el poder del fusil, señalándole a sus acusadores que si había acudido al banquillo de los acusados lo había hecho únicamente compelido por la fuerza. Y cuando las circunstancias históricas fueron propicias para que se gestara un movimiento integrado por cientos de dominicanos que pactaron con el gobierno interventor redactando lo que entonces se llamó el Plan Hughes-Peynado, el doctor Lugo fue el más ardiente opositor que tuvo ese grupo poniendo de manifiesto que lo único que en realidad se lograba con la actitud de negociación que demostraban esos dominicanos era imprimirle validez a la ocupación que se había materializado por la fuerza.

Transcurrió el tiempo. Los norteamericanos abandonaron el país en 1924. Advino la administración de don Horacio Vásquez y el doctor Lugo permaneció alejado, como lo hizo siempre de la política militante ufanándose incluso de que como nunca había sido siquiera alcalde pedáneo, no podía aceptarle posiciones en el tren administrativo al general Vásquez. Cuando se instauró la dictadura de Trujillo, el sátrapa anunció en cierta ocasión, que había designado a don Américo Lugo para que escribiera una historia de Santo Domingo desde la colonia hasta el momento histórico que se vivía. El doctor Lugo de inmediato le contestó a Trujillo que él no podía escribir la historia de Santo Domingo hasta el momento que se vivía porque no lo consideraba objeto de ésta, y además porque no iba a aceptar dinero para escribir, ya que eso implicaba vender su pluma y ésta, le recalcó al dictador, no tenia precio. Desde entonces nadie visitó al doctor Lugo pues había “caído en desgracia” y según sus propias palabras al doctor Vetilio Alfau Durán, nadie le pagó siquiera cinco pesos por una consulta. Vivió hasta 1952 cuando se arropó con el manto del sepulcro; pero fuerza consignar que jamás abdicó a su férrea formación patriótica y pudo superar los obstáculos económicos que se presentaron como producto del bloqueo que le practicó el régimen de Trujillo. No transigió. Ni nunca vendió su honor ni su pluma, como hicieron muchos.

El doctor Lugo fue un eminente jurista: escritor de prosa galana e inimitable; poeta natural; conocedor profundo de nuestra historia colonial; civilista; patriota ejemplar; campeón del nacionalismo durante la ocupación norteamericana; uno de los pocos dominicanos en contribuir desinteresadamente al bienestar del país sin exigir a cambio de su trabajo posiciones políticas; y uno de los primeros en negar su colaboración al sátrapa Trujillo. Es en base a esta abreviada hoja de servicios que le planteo a su excelencia la necesidad de trasladar los restos mortales de don Américo Lugo a ese partenón de las glorias patrias que es el Panteón Nacional. No cabe dudas, Señor Presidente, que con esa acción de ese tipo usted contribuiría a despejar un poco el dolor que creó en el seno del pueblo el doctor Joaquín Balaguer cuando, poco antes de que culminará su fatídica administración, dispuso el traslado de los restos del primer déspota, desconocedor de leyes, y verdugo de héroes que tuvo el pueblo dominicano como Estado, el general Pedro Santana y Familia. Si no es posible, por el momento, extraer sus restos y enviarlos a donde pertenecen, por lo menos que se lleven al Panteón Nacional héroes verdaderos para que la limpia hoja de servicios de éstos, juntas con la de los que desde hace tiempo dormían tranquilamente en ese sagrado templo, sepulten bajo el peso del honor y el patriotismo, la infausta memoria de ese bárbaro discípulo de Maquiavelo.

Además, Señor Presidente, con el traslado de los restos de don Américo Lugo al Panteón Nacional, podría usted iniciar una época de verdadera reparaciones históricas cuyo objetivo único seria reconocer los méritos de aquellos prohombres, que después de creada la República lo sacrificaron todo por mantenerla viva y por encauzarla por los senderos del progreso y de la libertad, tal y como lo soñó el fundador de la nacionalidad, el general don Juan Pablo Duarte.

Con sentimientos de alta consideración y estima, le saluda

Deferentemente,

Juan Daniel Balcácer.

 

 

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