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La BBC se despoja de su careta de imparcialidad

Written by Debate Plural

Jonathan Cook (Counterpunch, 17-12-19)

 

Estas elecciones han puesto de manifiesto el poder de dos grandes ilusiones.

La primera contribuyó a persuadir a gran parte del público británico a votar la semana pasada por alguien que es la personificación absoluta de un ricachón de Eton*, alguien que no solo ha mostrado un completo desdén por la mayoría de quienes le votaron, sino que se ha pasado toda la vida sin molestarse en ocultar dicho desdén. Para este individuo, la política es un regodeo ególatra, un juego en el que siempre son los otros quienes pagan el precio y sufren, un empleo que le corresponde por derecho de nacimiento y por su superior educación.

El increíble comentario realizado por un operario del mercado de pescado de Grimsby dos días antes de las elecciones pone de manifiesto el grado en que dichas ilusiones dominan actualmente nuestra vida política. Este pescadero declaró que por primera vez en su vida iba a votar a los conservadores porque “Boris parece un tipo normal de clase trabajadora”.

Precisamente, Johnson es tan de clase trabajadora y tan “normal” como el multimillonario dueño del Sun o el multimillonario dueño del Daily Mail. El Sun no lo escriben un puñado de tipos de clase obrera en el pub de la esquina mientras se echan unas risas, ni el Mail es producto de unos ejecutivos concienzudos de nivel intermedio deseosos de mantener los “valores británicos”, el juego limpio y la decencia. Como el resto de los medios de comunicación británicos, estos periódicos son una maquinaria propiedad de corporaciones globales que venden –cuidadosamente empaquetadas y comercializadas según nuestros intereses sectoriales– las ilusiones imprescindibles para asegurar que nada se interponga en la capacidad de estas corporaciones mundiales para obtener enormes beneficios a costa nuestra y del planeta.

El Sun, el Daily MailThe Guardian y la BBC han trabajado a conciencia para forjarse “personalidades”. Se presentan como diferentes (como amigos que nosotros, el público, invitaría o no a nuestra casa) para poder acceder a la mayor cuota posible de la audiencia británica, captando a cada facción del público de nuevos consumidores, mientras nos suministran una versión distorsionada y de cuento de la realidad, que resulta óptima para sus negocios. En ese aspecto, no se diferencian en nada de otras corporaciones.

Han ganado los medios de comunicación

De la misma manera, los supermercados británicos, como Tesco, Sainsbury, Lidl y Waitrose se publicitan como diferentes con el fin de atraer a diferentes sectores del público. Pero todos ellos se mueven por la patológica necesidad de obtener beneficios a toda costa. Si Sainsbury vende té de comercio justo junto a otro de producción y comercialización convencional no es porque le preocupe más que a Lidl el trato a los productores o los daños al medio ambiente, sino porque sabe que una sección de sus consumidores se preocupa por esos temas. Y, mientras obtenga beneficios del té bueno y del malo, ¿por qué no proveer a esa cuota de mercado en nombre de la libertad de elección?

No obstante, los medios de comunicación se diferencia de los supermercados en una cosa: no les mueve solo el beneficio. En realidad, muchos tienen que esforzarse para ganar dinero. Los medios serían algo así como los artículos de oferta de los supermercados o como una inversión empresarial deducible de impuestos.

La función de los medios es servir de brazo propagandísticos de las grandes empresas. Aunque el Sun tenga pérdidas económicas, cumple su función si consigue que salga elegido el candidato de las empresas, el candidato que mantenga el impuesto sobre sociedades, el impuesto sobre ganancias de capital y todos los otros impuestos que afectan a los beneficios empresariales tan bajos como sea posible sin provocar una insurrección popular.

Los medios de comunicación están para apoyar al candidato o candidatos dispuestos a seguir vendiendo los servicios públicos en pro de un beneficio a corto plazo, y a permitir que las empresas buitre picoteen hambrientas sus carcasas. La función de los medios de comunicación es respaldar al candidato que dé prioridad a los intereses de las corporaciones frente a los del público, a los beneficios inmediatos sobre el futuro del Sistema Nacional de Salud, a la lógica autodestructiva del capitalismo frente a la idea –socialista o no– de lo público, del bien común. Las corporaciones que están detrás del Sun o del Guardian pueden permitirse tener pérdidas siempre que sus otros negocios prosperen.

En esta ocasión, no es el Sun el que ganó**, sino todo el sector de los medios de comunicación al completo.

El rol de la BBC desenmascarado

Sin embargo, la verdadera revelación de estas elecciones, ha sido la caída de careta de la BBC, la más escondida de todas esas maquinarias generadoras de ilusión. La BBC es una cadena estatal que hace tiempo que utiliza su división de entretenimiento –que produce desde dramas históricos a documentales de naturaleza– para cautivarnos y conseguir que la inmensa mayoría del público esté más que encantado de dejarles entrar en sus casas. La falta de anuncios publicitarios, la aparente ausencia de un sórdido imperativo comercial fue fundamental a la hora de convencernos de que a la British Broadcasting Corporation la motiva un interés superior, de que es un tesoro nacional y que está de nuestro lado.

Pero la BBC siempre fue el brazo propagandístico del Estado. Hace mucho y durante un breve periodo, en los tiempos de mayor división política de mi juventud, los intereses del Estado eran discutidos. Algunos gobiernos laboristas intentaron de forma intermitente representar los intereses de los trabajadores y de los poderosos sindicatos con los que el establishment británico no se atrevía a enemistarse demasiado. En aquel entonces, los intereses populares no podían ignorarse por completo. La BBC se esforzó al máximo por parecer imparcial, aunque no lo fuera realmente. Respetaba las reglas por miedo a las consecuencias de no hacerlo.

Todo eso ha cambiado, tal y como han revelado, más claramente que nunca, las últimas elecciones.

La realidad es que la clase empresarial –el 0,001 por ciento– lleva 40 años controlando ininterrumpidamente nuestra vida política. Al igual que sucede en Estados Unidos, las grandes empresas han atrapado nuestro sistema político y nuestro sistema económico tan eficazmente que casi siempre terminamos eligiendo entre los dos partidos del capital: el Partido Conservador y el Nuevo Laborismo.

Una sociedad hueca

Las corporaciones utilizaron esa regla nunca quebrada para apuntalar su poder. Los servicios públicos fueron liquidados, las sociedades de préstamo inmobiliario se convirtieron en banca corporativa, se desregularon los sectores financieros hasta que el beneficio fue la única medida de valor y el Servicio Nacional de Salud fue lentamente desmantelado. La BBC también sufrió estos cambios. Sucesivos gobiernos amenazaron abiertamente con recortar sus ingresos procedentes del canon de licencia. La representación sindical fue socavada, como en todas partes, y se facilitó los despidos a medida que se introducía nueva tecnología. Los directivos de la BBC cada vez procedían más del mundo de los grandes negocios. Y sus nuevos editores cada vez se diferenciaron menos de los editores de la prensa propiedad de multimillonarios.

Por poner uno de muchos ejemplos, Sara Sands, editora del importante programa Today, de Radio 4 (BBC), inició su carrera profesional en los periódicos propagandísticos de Boris Johnson The Mail Daily Telegraph.

En estas elecciones, la BBC se deshizo de su piel de servicio público para revelar el autómata empresarial modelo Terminator oculto en su interior. Fue algo impactante, incluso para un veterano crítico de los medios de comunicación como yo mismo. Esta BBC remodelada, cuidadosamente edificada durante las pasadas cuatro décadas, muestra cómo el establishment británico aristocrático de mi juventud –por malo que fuera– ha desaparecido.

Actualmente, la BBC es un reflejo del nuevo aspecto de nuestra sociedad hueca. Su función ya no es mantener unida a la sociedad británica para forjar valores compartidos, encontrar los intereses comunes de empresarios y sindicatos, y crear una sensación de mutuo interés (aunque fuera falsamente) entre los ricos y los trabajadores. No, está ahí para forzar el establecimiento del capitalismo neoliberal acelerado, está ahí para desmantelar lo que queda de la sociedad británica y, en último término, como pronto averiguaremos, está ahí para generar una guerra civil.

El hundimiento de los horizontes morales

La segunda de las ilusiones era de la izquierda. Nos aferramos a un sueño, como a un salvavidas, al sueño de que aún contábamos con un espacio público; de que, por muy terrible que fuera nuestro sistema electoral, por muy sesgada que fuera la prensa amarilla, vivíamos en una democracia en la que todavía era posible un cambio real y significativo; el sueño de que el sistema no estaba amañado para evitar que alguien como Jeremy Corbyn pudiera siquiera alcanzar el poder.

Esa ilusión se basaba en un montón de supuestos falsos. Que la BBC seguía siendo la institución que era en nuestra juventud, que se mantendría razonablemente imparcial cuando llegara el momento de las elecciones y permitiría a Corbyn jugar en igualdad de condiciones frente a Johnson las últimas semanas de campaña. Que las redes sociales –a pesar de los implacables esfuerzos de esas nuevas corporaciones mediáticas por distorsionar sus algoritmos y mantenernos atrapados en nuestras pequeñas cámaras de resonancia– actuarían como un contrapeso a los medios tradicionales.

Pero lo principal es que hicimos la vista gorda a los cambios sociales que 40 años de un thatcherismo indiscutido, patrocinado por las empresas, habían infligido a nuestra imaginación, a nuestras vidas ideológicas, a nuestra capacidad de compasión.

A medida que las instituciones públicas eran desmenuzadas y vendidas al mejor postor, el ámbito público se redujo espectacularmente, al igual que nuestros horizontes morales. Dejó de importarnos una sociedad que, según Margaret Thatcher, ni siquiera existía.

Importantes segmentos de las generaciones más jóvenes nunca han conocido otra realidad. El ánimo de lucro, la gratificación instantánea y la indulgencia consumista son las únicas varas de medir que se les han ofrecido para calibrar el valor. Cada vez son más los que empiezan a comprender que esta es una ideología enferma, que vivimos en una sociedad descabellada y profundamente corrupta, pero tienen que esforzarse para imaginar otro mundo, del que no tienen ninguna experiencia.

¿Cómo pueden admirar lo que la clase obrera consiguió hace décadas –que una sociedad mucho más pobre proporcionara asistencia médica para todos y creara un Sistema Nacional de Salud del que el actual es una mera sombra– si la historia, esa historia de luchas apenas se cuenta, y cuando se hace es a través del prisma distorsionado de medios de comunicación propiedad de multimillonarios?

Un sistema político amañado

Nosotros, la izquierda, no hemos perdido estas elecciones. Hemos perdido nuestras últimas ilusiones. El sistema está amañado –como siempre ha estado– para beneficiar a quienes detentan el poder. Nunca permitirá de buen grado que un socialista de verdad, o cualquier político profundamente comprometido con la salud de la sociedad y del planeta, desaloje del poder a la clase empresarial. Esa es, a fin de cuentas, la propia definición de poder. Eso es lo que los medios de comunicación corporativos quieren mantener.

No se trata de no saber perder o de estar celoso.

En el extraordinario caso de que Corbyn hubiera superado todos estos obstáculos institucionales, todas las calumnias y hubiera ganado las elecciones, pensaba escribir un artículo diferente, pero no habría sido de celebración. No me habría vanagloriado tal y como están haciendo en estos momentos los seguidores de Johnson y los adversarios de Corbyn del Partido Conservador, gran parte de los parlamentarios laboristas y los medios de comunicación liberales y derechistas.

No, habría advertido de que la verdadera batalla por el poder acababa de empezar. Que, por malos que hubieran sido los cuatro años anteriores, aún no habíamos visto nada. Que esos generales que amenazaron con amotinarse tan pronto como Corbyn fue elegido líder laborista permanecían en las sombras. Que los medios de comunicación no iban a rendirse y continuarían con la desinformación y la intensificarían. Que los servicios de seguridad que han estado intentando retratar a Corbyn como un espía ruso pasarían de la insinuación a acciones más explícitas.

El futuro está de nuestra parte

No obstante, por oscuro que sea, el futuro está de nuestra parte,. El planeta no va sanar con Johnson, Donald Trump y Bolsonaro al mando. Va a enfermar mucho más y mucho más deprisa. Nuestra economía no va a ganar en productividad o en estabilidad con el brexit. El destino económico de Gran Bretaña va a estar aún más ligado al de Estados Unidos, a medida que se acaben los recursos y aumenten las catástrofes medioambientales y climáticas (tormentas, elevación de nivel del mar, inundaciones, sequías, cosechas fallidas, desabastecimiento de energía). Las contradicciones entre el crecimiento infinito y un planeta con recursos finitos se acentuarán todavía más, las crisis económicas como la del 2008 se harán más habituales.

El júbilo empresarial desatado por la victoria de Johnson va a provocarnos, más temprano o más tarde, una resaca verdaderamente terrible.

Lo más probable es que los partidarios de Blair exploten esta derrota para arrastrar al laborismo de vuelta a los brazos del capitalismo neoliberal. Se nos volverá a pedir que “escojamos” entre el partido conservador azul y el partido conservador rojo. Si lo consiguen, la mayoría de afiliados abandonará el partido, que volverá a ser irrelevante, el cascarón hueco de un partido de los trabajadores, tan vacío ideológica y espiritualmente como lo estaba hasta que Corbyn procuró reinventarlo.

Sería bueno que este golpe de gracia llegara pronto en vez de prolongarse durante años, manteniéndonos atrapados en la ilusión de que podemos arreglar el sistema con las herramientas que la clase empresarial nos ofrece.

Tenemos que salir a la calle –como hicimos con Occupy, como hemos hecho con Extinction Rebellion o las huelgas escolares– para reclamar el espacio público, para reinventarlo y redescubrirlo. La sociedad no dejó de existir; fue Margaret Thatcher la que la apagó. Solo hemos olvidado cómo era, que somos humanos, no máquinas. Olvidamos que todos formamos parte de la sociedad, que nosotros somos precisamente lo que ella es.

Ahora es el momento de dejar a un lado los asuntos pueriles y volver a tomar el futuro en nuestras manos.

Notas del traductor:

* Eton es una de las instituciones privadas de enseñanza más elitistas del mundo (su matrícula anual está en torno a los 50.000 euros). Mantiene todo el rancio abolengo y las tradiciones del pasado y fueron alumnos suyos 19 primeros ministros británicos, además de aristócratas, académicos, diplomáticos, etc.

** “It’s The Sun Wot Won it” (“Es The Sun el que ganó”), es el titular que apareció en el diario británico The Sun el 11 de abril de 1992 tras la victoria de los conservadores en las elecciones, gracias al fuerte apoyo recibido de este periódico entre otros. La frase suele ponerse de ejemplo cuando se habla sobre la influencia de la prensa en los resultados electorales. En este caso el autor la utiliza para recalcar que fueron todos los medios los que apoyaban a Johnson.

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