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Chile como Ecuador, retumban las cacerolas y tambores para la salida de Piñera y Moreno

Written by Debate Plural

Emiro Vera Suárez (Kaosenlared, 28-10-19)

 

*El fracaso de Bachelet en Chile es puntual. La izquierda latina como la derecha neonazi fracasaron. Ahora es el pueblo que retoma la calle exigiendo un nuevo liderazgo político y no religioso.

Esos movimientos populares espontáneos que mencionábamos más arriba, definitivamente tienen una gran potencialidad. En Argentina, por ejemplo, en diciembre del 2001, al grito de «¡Que se vayan todos!«, en dos semanas sacaron a cinco presidentes. Y en Ecuador, los movimientos indígenas, liderados en parte por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), en parte actuando espontáneamente, ya tienen una larga tradición de lucha y movilización, pues en estos últimos años expulsaron del gobierno a tres presidentes por corruptos, antipopulares y represores: Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez. Y en estos pasados días, con una valiente acción de calle incendiando la ciudad capital, Quito, lograron que el claudicante presidente Lenin Moreno diera marcha atrás con un acuerdo fijado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) que contenía un «paquetazo» de medidas de ajuste económico antipopular.

Ejemplos de movimientos populares espontáneos hay muchos, heroicos en todos los casos, valerosos, que se enfrentaron en numerosas ocasiones a las fuerzas represoras, y triunfaron: la reacción espontánea de la población venezolana ante un aumento desmedido de tarifas en lo que se conoció como Caracazo, en 1989, lo que posibilitó la aparición de Hugo Chávez años después. O la salida espontánea de cientos de miles de seguidores de Hugo Chávez ya presidente, cuando fue derrocado por un golpe de Estado de extrema derecha en 1992, logrando su restitución casi inmediata.

En la historia reciente hay cuantiosos ejemplos de estallidos populares, de movimientos sin propuestas partidarias, pero de gran energía política, que influyen en las dinámicas sociales, a veces de forma profundísima: Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, movimientos Okupa en diversas partes del mundo tomando tierras y construcciones abandonadas para habitar, movimientos por la diversidad sexual, estallidos espontáneos como la Primavera Árabe (luego manipulada y tergiversada). Aclárese rápida y muy enfáticamente que no hacemos entrar aquí lo que se conoce como «Revoluciones de colores», por ser ellas manipulaciones arteras hechas desde centros de poder con fines bien delimitados, utilizando descontentos populares que son vilmente manejados (recuérdese Goebbels y Brzezinsky).

Ahora bien, la pregunta fundamental ante todo esto: ¿constituyen estos movimientos -desde la reivindicación anti industria extractiva a los desfiles gay, desde las protestas estudiantiles con toma de universidad ante los «cacerolazos» que aparecen espontáneamente cada tanto- un verdadero fermento revolucionario, una verdadera chispa que puede encender el fuego del cambio profundo?, La observación serena de los resultados de todos ellos muestra que sí, efectivamente, como acaba de suceder en Ecuador, tienen una enorme fuerza política (le torcieron el brazo a uno de los más poderosos organismos del capital global en este caso), pero no alcanzan para colapsar al sistema, para producir una revolución victoriosa. Como alguna vez expresó un mural callejero durante la Guerra Civil Española: «Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios«. ¿Qué se necesita para que esa chispa, ese enorme descontento popular que anida en la gente se pueda transformar en un verdadero cambio de estructuras? Una vanguardia, un grupo organizado y con claridad política que pueda conducir esa fuerza contestataria encausándola en un auténtico proyecto transformador.

Este breve opúsculo no hace sino poner al debate este espinoso, dificultoso y controversial tema de la vanguardia (o como quiera llamársele). ¿Pueden estas insurrecciones populares espontáneas dirigirse solas a un cambio revolucionario, o es necesaria la presencia de una organización política articulada que oriente el camino? Vieja y trascendental discusión. Entiendo que la experiencia enseña que el espontaneísmo solo no alcanza. Pero ¿cómo se construye esa fuerza de vanguardia?

Acá, no cuenta Venezuela. Es un movimiento popular originario. Todos sabemos, en Venezuela no habrá revolución sino hay conciencia política, ideología. El aspecto religioso suma voluntades encriptadas en ese mundo político, lo cierto es que Piñera y Moreno se equivocaron y deben renunciar. Dije que Venezuela no cuenta porque el presidente Maduro no cuenta con una base política de trabajo combativo, porque muchos jefes de calles del CLAP se han infiltrado y son miembros activos de Primero Justicia y Voluntad Popular. Son contradicciones inherentes al capitalismo en tanto sistema, si bien algunas existían antes de él. Aquella sentencia de Karl Marx de que «Con el capital el mundo se hizo redondo» plantea ya con toda claridad que una de las características fundamentales del modo de producción capitalista desde sus inicios, es su desarrollo a escala global. Por ello puede decirse que la preconizada y a la moda «globalización» actual empezó prácticamente con el capitalismo mismo, con la llegada del hombre blanco a tierra americana.

En el período de la acumulación originaria en los países europeos dominantes, la sobre explotación de la fuerza de trabajo esclava traída a América desde el África y la fuerza de trabajo indígena de este continente jugaron un papel determinante. Eso no puede explicarse sin entender el racismo que acompañó el desarrollo capitalista, racismo que sirvió para justificar la inmisericorde explotación («civilizados» –hombre blanco– versus «salvajes» –esclavos africanos negros, población originaria de América–). El racismo, o discriminación étnica, para ser «políticamente correctos» al día de hoy, no ha desaparecido. Es más: se ha incorporado cotidianamente, por eso en Guatemala, por ejemplo, un pobre que no se auto reconoce como indígena puede decir campante: «seré pobre pero no indio«. Como se ve, las contradicciones se articulan, se anudan todas entre sí: para el caso, la económica con la étnica.

Lo mismo puede decirse de los bienes y recursos naturales que se extrajeron de África y América con destino a Europa: oro, plata, piedras preciosas, maderas preciosas, entre otros (sangría que nunca terminó, y que ahora se reaviva, dado el espíritu depredador del actual capitalismo extractivista). Estos recursos, y los de Europa, fueron determinantes en el período de la acumulación originaria. También alimentaron el inicio y desarrollo de la revolución industrial. El extractivismo fue clave en la acumulación originaria de capital y en el posterior desarrollo del capitalismo. En otros términos: la contradicción del modo de producción industrial-capitalista con la naturaleza está en la base del sistema. El mundo, para esta visión, es considerado «gran cantera» de donde extraer materia prima para su posterior industrialización. El «progreso» se abre paso contra el medio ambiente, lo cual abre un interrogante fundamental: ¿eso es el progreso? Evidentemente, con la catástrofe medioambiental que vivimos hoy, está clara la respuesta. La misma derecha entra en gran confusión, muchos de sus integrantes lograron filtrarse en la izquierda venezolana y latinoamericana y, hoy destabilizan el sistema productivo a toda escala y nivel comprometiendo a un pueblo inocente que es subyugado y colonizado desde una sola fuente, el mundo de la corrupción.

Por otro lado, en este sistema, desde sus orígenes hasta su fase actual, el patriarcado ha constituido un sistema de dominación, opresión y explotación de los varones hacia las mujeres. Si bien existió en los modos de producción anteriores, Federico Engels señala que «es con el capitalismo industrial, el desarrollo de la propiedad privada y del modelo de la familia monogámica moderna, que la opresión patriarcal de las mujeres adquiere un nuevo giro, instaurándose la esclavitud doméstica de las mujeres«. El trabajo doméstico es fundamental para mantener viva a la población; alguien debe reproducir la vida –biológicamente– y asegurar su estabilidad (preparar los alimentos, mantener el aseo de la casa, de la ropa). Eso, habitualmente, lo hacen las mujeres, las «amas de casa». Para el capitalismo ese trabajo es vital… ¡pero no se paga! Por tanto, el trabajo esclavo de las mujeres como amas de casa (la mitad de la población mundial) es imprescindible. Pero nunca se registra como robo, como explotación. La contradicción brota por todos lados. Sin embargo, como efecto de la cultura-ideología dominante, esa mujer no trabaja: «¿Tu mamá trabaja? No, es ama de casa«. Inadmisible, absolutamente… ¡pero es así! Una contradicción alimenta la otra. Con todo lo anterior queremos afirmar que con el surgimiento y desarrollo del capitalismo han surgido, por lo menos, cuatro contradicciones fundamentales: capital-trabajo, capital-naturaleza, varones-mujeres (patriarcado) y étnica-racial (racismo). Cada una de estas contradicciones constituye un sistema de dominación en sí mismo; el primero, el tercero y el cuarto son, además, sistemas de opresión y explotación de la fuerza de trabajo, de las mujeres y de la población indígena, originaria y afrodescendiente. Estas contradicciones se reproducen además en un contexto de capitalismo imperialista, en tanto el capitalismo más desarrollado (el europeo en un inicio, el estadounidense luego, o el japonés) arrasa con los llamados «subdesarrollados», manteniendo todas esas contradicciones. Hoy día podría anotarse otra contradicción como Norte-Sur (lo que en algún momento se llamó Primer Mundo-Tercer Mundo).

Definitivamente, todas las contradicciones se entrelazan y todas son igualmente importantes. De todos modos, siguiendo a Néstor Kohan, no puede olvidarse que «El capitalismo puede permear cierto pluralismo e ir integrando la política de las diferencias [léase: incluir las contradicciones que algunos llamarán «secundarias»: género, etnia, ecología]. Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir existiendo o dejar de reproducirse, es abolir la explotación de clase. Precisamente por esto, dentro de la alianza hegemónica de fuerzas potencialmente anticapitalistas, aunque todas las rebeldías contra la opresión tienen su lugar y su trinchera, el sujeto social colectivo que lucha contra la dominación de clase debe jugar un papel convocante y aglutinador de la única lucha que posee la propiedad de ser totalmente generalizable.» De ese modo, puede concebirse un capitalismo donde las mujeres toman el poder contra los varones, o los pueblos originarios contra los blancos, pero la contradicción de base: la explotación del trabajo, se mantiene. Por tanto, si bien todas las contradicciones marchan juntas y se retroalimentan, la contradicción capital-trabajo asalariado tiene un estatuto especial. Significativo al respecto es que hoy día el capitalismo se permite hablar (pero no cambiar mucho en lo sustancial) de estas contradicciones paralelas (la étnica, la de género, el llamado cambio climático). Sin embargo, de la lucha de clases no menciona una palabra.

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