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Cabalgando con Máximo Gómez

Written by Debate Plural

Haroldo Dilla Alfonso (Hoy, 24-6-08)

 

Hace unos días se cumplieron 103 años de la muerte en La Habana de un dominicano insigne: Máximo Gómez.

Aunque los cubanos aprendemos desde niños a querer a Gómez, no siempre lo conocemos bien. Por mi parte, confieso que cuando por primera vez entré a la sala dedicada a Máximo Gómez en un museo habanero, sufrí desilusión al constatar que los zapatos y la levita del guerrero eran tan pequeños que hoy no hubieran servido a un adolescente medianamente fornido. Fue hace muchos años, y yo era muy joven, acostumbrado a imaginar a los héroes según Hollywood y sin darme cuenta que la verdadera estatura de los hombres y mujeres se mide de la cabeza al cielo, no de los pies a la cabeza.

En este sentido Gómez era descomunal.

Pero además de grande, Gómez fue complicado. En esos contrasentidos de la vida, Gómez abandonó República Dominicana en 1865, tras haber luchado de parte de la derrotada España, para encabezar en Cuba la más cruenta guerra de independencia librada jamás en el continente, contra esa misma España que había defendido antes. El cambio no fue gratuito: en Cuba pudo conocer lo que ya no existía en República Dominicana gracias a la Revolución Haitiana: la esclavitud. Y fue el rechazo a ese terrible modo de explotación lo que le llevó a presentarse ante un grupo de insurgentes cubanos que habían tomado la ciudad de Bayamo en 1868, habían proclamado al mundo la independencia, habían compuesto un himno, enarbolado una bandera y otros rituales venerables, pero que no tenían la menor idea de cómo hacer una guerra.

Gómez la hizo, junto a otros emigrados dominicanos que perecieron en combates por la libertad cubana, y obtuvo así la primera victoria militar de una guerra anticolonial que duraría, con algunas treguas, treinta años.

Aunque luchó junto a otros militares cubanos de primer orden –pensemos en Antonio Maceo y en Calixto García- Gómez ha sido recordado como “el generalísimo”, es decir el número uno entre los guerreros, el jefe de los jefes, título difícil de conservar cuando se revalida día a día en una guerra de tantos años. Su historial militar es impresionante: libró los combates más cruentos y decisivos de la guerra, fue el diseñador y ejecutor de campañas inolvidables, donde sometió al ejército español a un desgaste total que terminó consumiendo hasta la última peseta del desvencijado y tozudo imperio.

Pero no es por eso que quiero recordarlo hoy.

Prefiero enfocar en su inmensa capacidad humana para el sacrificio y el decoro, para entender que todas las glorias individuales son nimiedades en relación con el bien común. Cuando en los 80 José Martí comenzó a organizar una nueva guerra, Gómez, el generalísimo respetado por todos con un historial sin tachas, fue el primero en poner su espada a las órdenes de un advenedizo, 17 años más joven que él y sin ninguna experiencia militar. Sin Gómez, Martí difícilmente hubiera podido lidiar con los jefes mambises curtidos y celosos de sus autoridades.

En una carta incomparable, Martí le ofreció la conducción de una guerra casi mística, con un puñado de soldados con machetes contra un ejército colonial de muchas decenas de miles de soldados entrenados en las guerras africanas. Y a cambio le ofreció la ingratitud probable de los hombres.

Y Gómez aceptó, y ganó, y cuando España se fue y muchos le aclamaron como el presidente de la nueva república, declinó el ofrecimiento y se retiró a su vida privada. Algo insólito en estos tiempos en que las presidencias parecen ser prendas vitalicias, en que los valores han sido sustituidos por las prebendas y en que la política es un gran mercado a donde concurren por igual grandes empresarios y pobres buhoneros, cada cual por su botín. Por eso, cuando viajo a Dajabón y paso por su última morada dominicana en Montecristi, o cuando lo hago por el sur y paso por delante del espacio donde nació en Baní, imagino al Generalísimo Gómez sobre su corcel invitándonos a cabalgar de nuevo. Vale la pena que el Generalísimo Gómez vuelva a cabalgar.

Acompañémoslo.

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