Thierry Meyssan (Red Voltaire, 3-9-19)
Hace 2 años y medio que Estados Unidos aplica de forma paralela dos estrategias que se contradicen entre sí, además de ser de hecho incompatibles.
Por un lado, Estados Unidos trata de destruir las estructuras mismas de los Estados en los países de vastas regiones geográficas –el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente), desde 2001, y, desde 2018, en la Cuenca del Caribe– aplicando así la doctrina Rumsfeld/Cebrowski, doctrina que cuenta con el respaldo del Departamento de Defensa.
En este momento, el presidente Donald Trump parece estar a punto de imponer su visión a su propia administración, que sigue estando plagada de funcionarios y militares de las administraciones Bush hijo y Obama, y anunciaría cuáles serán las consecuencias el 19 de septiembre, en la apertura del 73º periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU: el regreso a la paz en Afganistán, en Irak, en Libia, en Siria, en Yemen, en Venezuela y en Nicaragua.
Anunciado en 2016, durante la campaña para la elección presidencial que llevó a Trump a la Casa Blanca, el paso de una lógica belicista de conquista a una lógica pacífica pero de hegemonía económica todavía no se ha decidido formalmente en Washington.
Pero incluso cuando se anuncie, ese cambio no podrá concretarse de un día para otro. Y, además, tendrá su precio.
En el caso del principal conflicto, el de Siria, se han negociado las bases de un acuerdo entre Estados Unidos, Irán, Rusia y Turquía.
El proceso preparatorio de este acuerdo sólo está comenzando. Hace 2 meses, el Ejército Árabe Sirio fue autorizado a iniciar la liberación de la gobernación de Idlib, ocupada por al-Qaeda . Estados Unidos contribuyó a la operación siria bombardeando con misiles crucero el cuartel general de al-Qaeda. Estados Unidos ordenó además a los grupos armados kurdos desmantelar sus fortificaciones en el territorio sirio que los medios de difusión occidentales se empeñan en llamar «Rojava». Pero los militares estadounidenses siguieron reforzando sus propias posiciones defensivas alrededor de sus bases militares ilegales en suelo sirio, principalmente en la región de Hassake.
Por el momento, no ha comenzado la parte económica del plan. Estados Unidos mantiene su asedio económico contra Siria desde el otoño de 2017 y ha impuesto “sanciones” a las empresas extranjeras –exceptuando las empresas emiratíes– que se atreven a participar en la Feria Internacional de Damasco (del 28 de agosto al 6 de septiembre de 2019). La reconstrucción de Siria sigue siendo imposible.
Al mismo tiempo, en la Cuenca del Caribe, en junio de 2019 se abrieron discretamente negociaciones entre Estados Unidos y el gobierno bolivariano de Venezuela. En Washington se sigue rechazando la reelección del presidente constitucional Nicolás Maduro, que tuvo lugar en mayo de 2018, pero los diplomáticos estadounidense ya no denigran el chavismo ni hablan de «juzgar al dictador» sino de abrir una puerta de salida al «presidente Maduro». Estados Unidos está dispuesto abandonar su proyecto de destrucción de las estructuras del Estado venezolano si se le invita a tomar parte en la explotación y la comercialización del petróleo de Venezuela.
La explicación cómoda es que Estados Unidos ha desarrollado todas esas campañas desestabilizadoras y guerras únicamente «para apoderarse del petróleo». Pero esa explicación no tiene en cuenta todo lo que ha sucedido durante los últimos 18 años. El Pentágono se había fijado como objetivo destruir las estructuras mismas de los Estados en los países de esas regiones. Logró hacerlo en Afganistán, en Libia y en Yemen, lo logró sólo parcialmente en Irak… no logró hacerlo en Siria, ni siquiera en parte. Sólo ahora, el petróleo vuelve a encabezar la lista de prioridades.
La estrategia Trump/Pompeo es una nueva calamidad para las regiones petroleras… pero es mucho menos dañina que la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, cuya aplicación devastó el Gran Medio Oriente a lo largo de 2 décadas con sus decenas de miles de personas torturadas y cientos de miles de asesinatos.