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Trump y Bolsonaro agudizan sus tendencias ultraderechistas

Written by Debate Plural

Jesús Sánchez Rodríguez (Pagina 12, 29-8-19)

 

En el artículo anterior «Avances y retrocesos de la DRPX europea en 2019» actualizamos las informaciones y análisis sobre el fenómeno de la DRPX a escala europea posteriores a la publicación del libro «Derecha radical. Auge de una ola reaccionaria mundial». En el artículo actual se actualizarán las informaciones y análisis para los otros dos focos mundiales de la ola reaccionaria, EE.UU. y Brasil.

Antes de proceder a dicha actualización debemos de clarificar las relaciones entre esta triple localización geográfica de la ola reaccionaria mundial, aunque otras expresiones menos espectaculares también se producen en otras partes del planeta, como se recogió en el libro citado. Podríamos decir que el nodo central de relación se situaría en EE.UU. Efectivamente, Trump mantiene relaciones tanto con Bolsonaro como con la DRPX europea, aunque el presidente norteamericano no pretende erigirse en un líder mundial en este sentido, sin embargo las relaciones entre Bolsonaro y la DRPX son menos estrechas. En realidad, los tres vértices principales de la ola reaccionaria no forman parte de un intento común por transformar el mundo conforme a su ideario, cada uno de los vértices actúa en su lugar geográfico de manera autónoma, aunque respondiendo de manera similar a algunos de los fenómenos contra los que se origina la ola reaccionaria, la inmigración, los retos de la globalización, la multiculturalidad, las reivindicaciones feministas y de otras minorías sexuales, etc.

Como vimos en el artículo anterior citado, la DRPX europea forma un subconjunto contradictorio, tienen reuniones comunes, se dirigen muestras de apoyo entre sus componentes, pero no son capaces de formar un único grupo en el Europarlamento, su ultranacionalismo repele la cohesión que les proporciona las respuestas similares ante los fenómenos citados. Trump ha demostrado que su principal interés en relación con Europa no es estrechar relaciones con los partidos o líderes de la DRPX, sino debilitar a la UE para los cual ha apoyado el brexit y a los distintos líderes que lo han hecho posible, especialmente a Farage. Si hay alguien que trabaja por estrecha relaciones entre ambos lados del Atlántico es Steve Bannon, pero él no es Trump, es alguien que intentó tener influencia sobre Trump y trabaja con proyectos de orden más general y extensivos. Trump, como veremos, tiene un interés más limitado, recuperar el poder imperial de EE.UU. y devolver a este país el dominio indiscutido de la cultura blanca anglosajona.

Bolsonaro responde a otros fenómenos no tan comunes con Europa y EE.UU., los fenómenos de la inmigración o la globalización no han jugado en Brasil ningún papel importante ni en la victoria electoral de Bolsonaro, ni en lo están teniendo en su presidencia. Además, Bolsonaro, no tiene influencia sobre otros movimientos o líderes de América Latina, por lo que sigue apareciendo como un fenómeno aislado por el momento en Latinoamérica.

Trump: agudización de las principales tendencias

En los últimos meses Trump ha agudizado las tres tendencias fundamentales que venían caracterizando su presidencia, la guerra comercial global, especialmente contra China; la ofensiva contra la inmigración; y la injerencia internacional, especialmente contra Irán y Venezuela. Todo ello con la vista puesta en las elecciones presidenciales a celebrar en poco más de un año, de manera que pueden ser concebidas como medidas en campaña con el objetivo de lograr su reelección en noviembre de 2020.

La guerra comercial con China no ha hecho más que agravarse, y en los últimos meses hemos visto como se despejaba el verdadero carácter de este enfrentamiento, se trata de una guerra por la hegemonía mundial, en la cual, como en otros períodos históricos, la potencia hegemónica, actualmente EE.UU., está siendo desafiada por una potencia emergente que le disputa la hegemonía, en este período histórico China.

Así, la guerra comercial amplió sus contornos, añadiéndose una guerra por el dominio de la hegemonía tecnológica, expresado en el caso Huawei y el 5G, y un conato de guerra de divisas cuando, tras la amenaza de Trump de imponer aranceles a partir del uno de septiembre al resto de las importaciones chinas que aún no están gravadas, China respondió con un movimiento que dejaba entrever la amenaza de dejar devaluar su moneda, es decir, de entrar en una guerra de divisas. Los efectos mundiales de esta guerra económica ya empiezan a ser visibles, con una amenaza cada día más cercana de hacer entrar en recesión a la economía mundial. La utilización del arma arancelaria por parte de Trump le ha dado resultado, como luego veremos, cuando la ha utilizado contra países mucho más débiles que EE.UU., pero China es un caso diferente por el tamaño de su economía y su capacidad de respuesta. La pregunta pertinente a poco más de un año de las elecciones presidenciales norteamericanas es la de si Trump impulsará a fondo la guerra comercial con China hasta convertirla en una guerra de divisas y hacer caer la economía mundial en recesión, de la que EE.UU. no se libraría o, si después de las amenazas, accederá a concluir un acuerdo comercial con China. De momento, la guerra comercial está golpeando seriamente a los agricultores norteamericanos, lo que ha forzado a que el gobierno de EE.UU. esté desembolsando grandes ayudas económicas a este sector para evitar las protestas. La amenaza de una recesión en EE.UU. arruinaría las posibilidades electorales de Trump, y esto puede hacer que la guerra comercial no se agrave seriamente. Pero tampoco Trump es un actor guiado precisamente por cálculos racionales.

En la vertiente xenófoba y anti-inmigración es dónde se han producido algunos hechos graves que demuestran la intensificación de estas políticas por Trump, tanto a nivel internacional como interior a los EE.UU. En la vertiente exterior, y ante los escasos avances logrados por Trump por construir el muro con México, el presidente norteamericano ha descubierto el poder de los aranceles y, en este sentido, los ha empleado para chantajear tanto a México como a Guatemala para que estos dos países actuasen de muro de contención de la emigración hacia EE.UU., consiguiendo que ese muro virtual formado por los dos Estados no le costase ningún desembolso a los EE.UU. Trump ha conseguido su objetivo de frenar la llegada de emigrantes por su frontera sur sin hacerse cargo ni del costo de construir el muro, ni del costo de la vigilancia-represión necesaria, este último costo se ha trasladado a México y Guatemala.

Primero fue México, en mayo, cuando Trump amenazó al país vecino con imponer aranceles a sus productos del 5% a partir del 10 de junio para proseguir incrementándoles paulatinamente hasta el 25% si López Obrador no bloqueaba a los inmigrantes irregulares. México no resistió la presión y en ocho días aceptó las exigencias de Trump y se convirtió en su policía de fronteras exterior, otorgando a Trump una victoria política esencial. El conflicto se produce en un contexto de tensión, de un lado la llegada de migrantes irregulares se había incrementado de manera importante en 2019, de otro lado, López Obrador había triplicado el número de deportaciones en los primeros tres meses del año, pero tras el acurdo con Trump las deportaciones volvieron a aumentar un 33% en un mes.

A México le siguió Guatemala, en julio, con la misma amenaza arancelaria por parte de Trump, y el país centroamericano terminó aceptando medidas aún más drásticas que México, pues se convertía en tercer país seguro. Esto significa que aquellas personas que soliciten refugio o asilo en Estados Unidos pero previamente hayan pasado por Guatemala – hondureños y salvadoreños sobre todo – deberán hacerlo y esperar en este último país en tanto se resuelven las solicitudes. En la práctica esto implica que un Estado que no es capaz de garantizar un mínimo de bienestar a sus ciudadanos ahora también se hará cargo de todos los solicitantes de asilo a EE.UU. de los países vecinos. Un despropósito y una imposición obscena. Este acuerdo ha sido negociado en secreto y el gobierno guatemalteco saliente se negó a hacer público sus contenidos. En agosto, las elecciones en Guatemala dieron la victoria al derechista Gimmattei que había criticado el pacto, pero seguramente ahora en el gobierno no haga ningún gesto de oposición hacia él.

En el ámbito doméstico también Trump ha seguido prodigándose en gestos xenófobos para mantener el apoyo de sus electores. Tres actuaciones y una tragedia son representativas de esta trayectoria. La primera actuación, en febrero de 2019, llevó a Trump a un enfrentamiento abierto con el poder legislativo y su propio partido, se produjo ante el pacto de financiación entre demócratas y republicanos que no contenía su exigencia de 5.700 millones para la construcción del muro, ante este revés Trump declaró la emergencia nacional para conseguir fondos para construirlo destinados a catástrofes naturales. En los siguientes días la Cámara de Representantes y el Senado votaron en contra de la emergencia decretada por el presidente, ante lo cual Trump respondió con la utilización por primera vez del derecho de veto sobre la legislación del Congreso, que no pudo ser superado por los demócratas al no contar con los 2/3 necesarios del Congreso. Finalmente tuvo que ser una sentencia de un tribunal de California la que rechazase la declaración de emergencia tres meses después.

La segunda actuación se compone de medidas continuas de Trump contra los inmigrantes irregulares en EE.UU., como, por ejemplo, la extensión de las deportaciones exprés de los inmigrantes sin papeles desde la frontera con México a todo el país, acompañada en julio de redadas masivas con el objetivo de generar el miedo y la inseguridad entre los inmigrantes irregulares y de demostrar a su votantes xenófobos que emplea mano dura; también la imposibilidad de que los inmigrantes que pasen por otro país antes de llegar a EE.UU. no tengan opción a asilo; o el reciente cambio de normas para que los niños inmigrantes sean detenidos indefinidamente en lugar de los 20 días máximos actuales.

La tercera actuación histriónica de Trump ha sido contra varias congresistas demócratas cuyas familias no son de origen estadounidense. En concreto contra Alexandria Ocasio-CortezIlhan Omar y Rashida Tlaib, cuyas familias proceden de Puerto Rico, Palestina y Mogadiscio, a cuyos gobiernos se refirió como catastróficos, corruptos e ineptos.

Pero la consecuencia más grave, por el momento, de la propaganda xenófoba anti-inmigración de Trump ha sido la matanza perpetrada en El Paso a principios de agosto, dónde un supremacista blanco guiado por el odio a los hispanos causo 22 muertos y 24 heridos. El martilleo continuo de Trump contra la «invasión» de los hispanos es un caldo de cultivo perfecto para los supremacistas radicales que ven justificada su actitud con el discurso del presidente. Sin embargo, pasada la conmoción de los primeros días, el discurso xenófobo de Trump continua en la misma trayectoria.

En los asuntos internacionales también se han agudizado las tendencias precedentes de agravar las condiciones de la seguridad internacional y la injerencia en los asuntos de otros Estados con el objeto de propiciar cambios de gobiernos. En el primer aspecto destacan dos asuntos, la ruptura de pactos armamentísticos anteriores que están propiciando una nueva carrera armamentística, y la elevación de las tensiones con Irán que han estado a punto de desencadenar una guerra en la región. En el segundo aspecto el agravamiento del bloqueo económico a Venezuela.

La amenaza del abandono por parte de Trump del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) fue concretada a principios de agosto, cuando EE.UU. anunció oficialmente su retirada de dicho tratado. Firmado en 1987 por Reagan y Gorbachov, su objetivo era impedir a ambos países fabricar, desplegar o realizar pruebas de misiles de corto alcance (500-1.000kilómetros) y de medio alcance (1.000-5.500 kilómetros). La excusa norteamericana ha sido la fabricación de un misil ruso que violaba el tratado (el Novator 9M729), pero Trump tardó apenas unos días después del abandono oficial del Tratado para realizar pruebas con un nuevo misil y dar inicio, de esta manera, a una nueva carrera de armamentos. También pesó en la decisión de EE.UU. el hecho de que China no estaba incluida en dicho Tratado y viene desarrollando su sistema de armamento de manera independiente. Es cierto que las tensiones por el Tratado vienen de mucho más atrás de la llegada de Trump a la presidencia, pero ha sido necesario un presidente norteamericano que rechaza las ataduras de EE.UU. a cualquier tipo de pacto internacional (comercial, climático, militar, etc.) para, como ocurrió con otros pactos comerciales, o el Tratado climático de París, se decida a romper esos compromisos y actuar libremente, en este caso para desarrollar sin cortapisas nuevas armas. Como ocurrió con el acuerdo comercial con México y Canadá, que primero fue denunciado por Washington y después renegociado en condiciones más favorables a EE.UU., ahora Trump quiere actualizar su arsenal armamentístico y luego llegar a un nuevo Tratado con China y Rusia más favorable a los intereses norteamericanos. Pero, de momento, se ha iniciado una nueva carrera armamentística de incalculables consecuencias.

Los enfrentamientos con Irán, tras la ruptura del pacto nuclear existente por parte de EE.UU., han llevado en los últimos meses a una escalada de tensiones que a punto estuvo de desembocar en una guerra abierta en el mes de junio. El incidente que desencadenó esta escalada fue el derribo de un dron estadounidense por parte de Irán en el estrecho de Ormuz bajo la acusación de espiar en su territorio. La respuesta visceral de Trump fue ordenar un bombardeo sobre Irán, algo que inevitablemente hubiese desencadenado una guerra en una región sometida a fuertes tensiones, para a las pocas horas retractarse y suspender dicho castigo militar ante los riesgos evidentes de una escalada bélica descontrolada. Sin embargo, que al final Washington no hubiese llevado a cabo el ataque militar no ha servido para rebajar la tensión en la región, varios petroleros han sido objeto de sabotajes y otros más han sido retenidos por las fuerzas armadas de Irán bajo la acusación de contrabando.

En agosto, igualmente, Trump dio un paso más para asfixiar económicamente al gobierno venezolano con una orden ejecutiva mediante la cual bloquea todos los activos que el gobierno de Maduro tiene en EE.UU. Estos bloqueos son una política que el gobierno norteamericano ya tiene impuestos a otros países como Corea de Norte, Irán, Siria y Cuba. Previamente, en 2019, ya había extendido las sanciones a más de 100 personas o entidades venezolanas, incluida la compañía estatal petrolera PDVSA y había impuesto restricciones a la venta de petróleo. Además del bloqueo, Trump prohibía a las empresas norteamericanas hacer negocios con Venezuela e, incluso, amenazó a las empresas extranjera de arriesgarse a sanciones en caso de mantener negocios con dicho país, una amenaza dirigida especialmente a Rusia y China para impedir su apoyo a Maduro, aunque el país asiático cesó bruscamente en 2016 de conceder préstamos (unos 54.000 millones de euros en la última década) ante el deterioro grave de la situación económica y política del país latinoamericano. Este bloqueo es un duro golpe sobre la ya desastrosa situación de la economía venezolana y tiene como objetivo declarado la caída rápida del gobierno Maduro mediante una injerencia abierta y descarada en la mejor tradición del imperialismo norteamericano.

Con ser los aspectos mencionados más arriba los de mayor impacto interno e internacional de la política de Trump en los últimos meses, sin embargo, no agotan la incesante actividad del presidente imperialista xenófobo. Solo de manera muy breve, para no desbordar los límites de este articulo, se podrían mencionar, entre otros casos, el apoyo explícito del gobierno de EE.UU. al mariscal libio Jalifa Hafter en su pretensión de deponer militarmente al gobierno libio respaldado por la ONU, porque considera que sería un mejor aliado en su lucha contra el terrorismo y en la gestión de los campos petrolíferos libios. La reactivación en abril de 2019 de la ley Helms-Burton, lo que significa que a partir de ahora las empresas estadounidenses podrán presentar reclamaciones en los tribunales por la expropiación de bienes durante la revolución castrista de 1959 en Cuba, lo que es un golpe dirigido contra Cuba y contra las empresas, sobretodo europeas, que tienen negocios en la isla. El reconocimiento por parte de EE.UU., en marzo, de la soberanía israelí sobre los altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel en 1967 en la guerra de los seis días, como un gesto más en el estrechamiento de la alianza con el Estado judío, y contraviniendo la resolución de la ONU que rechaza los derechos de Israel sobre un territorio anexionado por la fuerza. La nueva normativa medioambiental, aprobada en junio, supone un giro de 180 grados sobre la vigente del gobierno Obama, que estaba suspendida sin que llegase a entrar en vigor, fundamentalmente eliminando la capacidad de la EPA – un organismo federal hoy dirigido por un ex lobista de la industria del carbón – para imponer restricciones a las emisiones de dióxido de carbono a nivel nacional.

Bolsonaro. Un gobierno de extrema derecha caótico

En el gobierno de Bolsonaro se han señalado la existencia de cuatro tendencias, los militares, los evangélicos, la económica-pragmática de carácter neoliberal, y un sector ideologizado cuyo referente es un extraño personaje llamado Olavo de Carvalho y que impulsa una guerra contra el feminismo, el globalismo o el marxismo cultural. La disparidad de estas tendencias es lo que ha provocado una imagen caótica del gobierno de Bolsonaro. Por otro lado, la explicación de la existencia de estas tendencias se encuentra en la forma en que Bolsonaro llegó a la presidencia, hay que recordar que Bolsonaro no era el candidato de una partido asentado y con experiencia gubernamental sino una especie de electrón libre que tuvo que unirse a un minúsculo partido sin ningún peso real, el Partido Social Liberal, que no podía aportar cuadros preparados para hacerse cargo de la administración del Estado una vez ganadas las elecciones. Así dos grupos se van a hacer cargo de las principales resortes del Estado, los militares y los economistas neoliberales.

Las cuatro tendencias mencionadas en el gobierno de Bolsonaro tienen objetivos prioritarios la mayor parte de las veces no coincidentes. Los evangélicos, la teocratización de Brasil; los partidarios de Olavo de Carvalho, la lucha cultural anti-feminista y anti-progresista; los economistas neoliberales – con su ministro de economía Paulo Guedes a la cabeza – la implementación de medidas neoliberales; y los militares, la ley y el orden en sentido conservador.

Los neoliberales han impulsado la privatización de empresas públicas en cuyo paquete inicial se encuentra 17 empresas públicas, entre ellas Correos y el mayor puerto de América Latina; la reforma del sistema de jubilaciones, que ya pasó la votación favorable en el Congreso, y que eleva la edad de jubilación, la cual ha dado lugar a una huelga general en su contra en el mes de junio; y la reforma neoliberal de Mercosur.

En el terreno de la lucha cultural, Bolsonaro ha sufrido varios reveses, como cuando el Tribunal Supremo criminalizó en mayo la homofobia al compararla con el racismo, acusando al poder legislativo de omisión por no aprobar una ley que castigara tal tipo de conductas. Igualmente, desde el flanco de ley y orden se lanzaron dos iniciativas de carácter ultraderechista, la primera fue el proyecto de ley mediante el cual se eximirían de responsabilidades penales a policías y civiles que disparen a presuntos delincuentes. La segunda se encontró con un bloqueo inesperado cuando, en junio, el Senado rechazo un decreto de Bolsonaro tendente a flexibilizar las normas para comprar y portar armas, como parte de su política de «seguridad» para combatir la violencia, el rechazo se basó en que esta materia solo puede regularse por ley no por decreto.

También es necesario hacer referencia al aumento exponencial de la destrucción de la Amazonía con el gobierno de Bolsonaro al romper con las políticas anteriores de protección del medio ambiente y ponerse al servicio de los intereses empresariales de agricultura, minería, madereros, etc. dentro de una política que considera que la protección de la Amazonía era un obstáculo para el crecimiento económico. El problema en este sentido es que aunque Bolsonaro fuese derrotado en las próximas elecciones el daño causado en la selva tropical sea irreversible. La deforestación de la Amazonía, con los incendios descontrolados de los últimos días, se ha internacionalizado y se ha vuelto contra Bolsonaro, primero fueron Noruega y Alemania los que congelaron los fondos que de aportan internacionalmente para proteger la selva tropical, y luego fueron Macron e Irlanda los que amenazaron con impedir el reciente acuerdo logrado entre la UE y el Mercosur por la actitud de Bolsonaro en la Amazonía.

La presidencia de Bolsonaro en Brasil se tejió a base de una triple alianza. La primera reforzó la relación especial entre jueces y militares que existe en Brasil desde su independencia en 1822 en torno a un ideario compartido sobre la ley y el orden que tutelase el desarrollo del país. De los 22 ministros del nuevo gobierno, siete proceden de los círculos militares, y muchos más se encuentran en escalones más bajos de la administración, y el juez Sergio Moro, responsable de la persecución judicial que terminó llevando a Lula a prisión, fue nombrado ministro de Justicia. La alianza de Bolsonaro con los militares también se intenta reforzar con las continuas muestras de referencias positivas a la última dictadura militar en Brasil.

La segunda alianza fue con la ola reaccionaria mundial, a la que pertenece Bolsonaro, y que se escenificó en la toma de posesión del nuevo presidente con la asistencia de Netanyahu, Orbán y Mike Pompeo. La alianza con Netanyahu comenzó ya anteriormente cuando Bolsonaro envió una carta de solidaridad al mandatario judío como consecuencia de la dura crítica de Rousseff a Israel por sus represalias en Gaza que causaron la muerte de 2000 palestinos. En marzo Bolsonaro devolvió el gesto de Netanyahu con su visita a Jerusalén. En esta alianza juegan un papel fundamental las iglesias evangélicas y su apoyo cerrado a Israel. Otro muestra de esta alianza con la extrema derecha mundial fue el gesto de Bolsonaro en su visita a Washington cuando en la cena de la embajada se hizo acompañar estrechamente por Olavo de Carvalho y Steve Bannon.

La tercera alianza, concretada antes de las elecciones y factor esencial en la victoria electoral de Bolsonaro, es con las iglesias evangélicas, a las que de entrada el nuevo gobierno prometió colocar a la Biblia en el centro de la enseñanza y como base de asignaturas tan alejadas como las matemáticas o la geografía. La enorme influencia de esta iglesias en la política brasileña se incrementó de manera esencial con la elección de Bolsonaro quién, alineado con sus objetivos más fundamentalistas, se orientan a cambiar la constitución de Brasil para conseguir una república regida por los preceptos de la Biblia, lo que ha llevado a que algunos intelectuales denuncien el objetivo de hacer de Brasil un régimen teocrático. Esta alianza con los evangélicos dota a Bolsonaro y su régimen de una base de masa entre los sectores más pobres del país sudamericano.

En las condiciones descritas el gobierno de Bolsonaro ha demostrado ser caótico e incoherente, ha intensificado las tendencias de odio que le ayudaron a ganar las elecciones y que han generado más violencia contra los pobres y la oposición, y ha entrado en la dinámica del trumpismo de tomar medidas escandalosas diarias, desde contradecir a sus propios ministros hasta alabar la dictadura que sufrió Brasil durante dos décadas. Esta política no podía por menos que terminar por arruinar aún más la economía. Cuando Bolsonaro había prometido poner a Brasil en la senda del crecimiento se encuentra con una grave crisis económica, en realidad se encuentra en recesión técnica, y cuando había prometido acabar con la corrupción anterior se le reproduce en su nuevo gobierno con uno de sus propios hijos investigado por la fiscalía por lavado de dinero. En estas condiciones se ha desplomado el apoyo a Bolsonaro en las encuestas y su índice de aprobación se encuentra en estos momentos en un 33%.

Pero, no obstante, el movimiento social ultraderechista que le aupó al poder sigue activo, como lo demuestra las manifestaciones que llevaron a cabo en mayo en 350 ciudades del Brasil en las que pedían el cierre del Congreso y del Tribunal Supremo. Manifestaciones que se repitieron en julio con ocasión de las revelaciones del diario The Intercept según las cuales el juez, y ahora ministro, Sergio Moro, maniobró con los fiscales para conseguir la condena de Lula, evidenciando su parcialidad en el caso, en dichas manifestaciones se apoya al ex-juez y se volvía a pedir el cierre del TS y el Congreso. Estos hechos demuestran que las tendencias dictatoriales siguen presentes en Brasil y presionan detrás de Bolsonaro.

Conclusiones

Nos encontramos con las experiencias de dos presidentes de los dos países más importantes de América, y en el caso de EE.UU. a nivel mundial, pertenecientes a la ola reaccionaria mundial, que tienen en común el enorme poder concentrado en sus manos, por tratarse de regímenes presidencialistas, pero que encuentran obstáculos y resistencias diversas en otras partes de los poderes del Estado demoliberal, como los tribunales o el poder legislativo, pero que no les impiden avanzar en sus programas ultraderechistas, e imperialista además en el caso de EE.UU.

A pesar de estos aspectos comunes, sin embargo, la situación y capacidad de influencia de ambos casos es diferente. Trump cuenta para gobernar con el aparato experimentado del partido republicano que impide que algunas de sus histriónicas y peligrosas medidas lleven a situaciones más graves – es el caso mencionado del incidente de Irán y seguramente en el caso de las negociaciones con China – y que le da más estabilidad y coherencia al gobierno a pesar de un presidente impredecible y visceral. Por otro lado, y a pesar de la guerra comercial, la economía de EE.UU. se ha comportado con éxito, hasta ahora; igualmente, y de cara a buscar apoyos internos para su reelección, Trump ha focalizado sus ataques sobre el señalado como un enemigo interno, los inmigrantes latinos, de manera que actúa como cortina de humo frente a otras medidas que han golpeado a las clases medias y populares, como la rebaja fiscal o el desmantelamiento del Obamacare en el campo de la sanidad. Trump ha desplegado una serie de tendencias en el orden interno e internacional que han cambiado profundamente la situación respecto al panorama anterior a su presidencia, y que una nueva victoria presidencial terminarían de reforzar, provocando un cambio sustancial en EE.UU. y el resto del mundo de largo alcance y graves consecuencias, como la carrera armamentística, una intensificación mayor de los problemas medioambientales, la creación de bloques comerciales enfrentados, la extensión de los valores de la intolerancia y la xenofobia, el reforzamiento de un neoliberalismo no globalista, o la intensificación del imperialismo.

Bolsonaro, por su parte, no tiene la misma capacidad de transformación histórica que Trump, su influencia se limita a Brasil, y sufre de mayores problemas de gobernabilidad que el presidente norteamericano. No cuenta con el apoyo de un partido político experimentado para controlar y gestionar la administración, y ha tenido que acudir a una mezcla heterogénea y caótica de tendencias y alianzas que han generado una actuación gubernamental errática y contradictoria. La economía brasileña ha entrado en recesión y el índice de apoyos de Bolsonaro se ha desplomado. Los enemigos internos que ha señalado son diversos y los objetivos últimos de las tendencias de su gobierno son diferentes y, a veces, enfrentados.

Si las dos notas más resaltables de la presidencia de Trump son la xenofobia y el imperialismo en sus diversas expresiones, Bolsonaro se muestra como un presidente más ultraderechista, con continuas alabanzas a la anterior dictadura y presiones por cancelar los otros poderes del Estado demoliberal por parte de sus apoyos. Si Trump tiene más capacidad de influencia y estabilidad, pudiendo desembocar en las próximas elecciones en una derrota que alivie las tensiones internas e internacionales, o en una victoria que las agrave, no hay en el horizonte un peligro grave para el régimen demoliberal norteamericano. Sin embargo, en el caso de Bolsonaro no existe ni esa capacidad de influencia ni de estabilidad, y no sería descartable un mayor nivel de degradación de los parámetros políticos, económicos y sociales y un aumento del nivel de caos que llevase a mayores enfrentamientos internos, elecciones anticipadas o salidas autoritarias.

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