Cultura Nacionales

Galindez personajes reales y ficticios

Written by Debate Plural

Guillermo Piña Contreras (Hoy, 13-7-19)

 

Galíndez, de Manuel Vázquez Montalbán (Santo Domingo: Editora Taller, 1990, 346p.), está poblada de personajes cuyas referencias reales son fáciles de descubrir para cualquiera que conozca la historia contemporánea de la República Dominicana. Sin embargo, muchos de esos personajes son llamados por sus nombres reales. Ahora bien, resulta que son los de la ficción los que son desarrollados verdaderamente como tales. Los del mundo real no juegan un papel decisivo en tanto personajes. Figuran y actúan en el momento en que la historia los necesita, pero luego desaparecen del texto.

Para ilustrar lo que precede tomemos a Trujillo. Aparece en plena acción durante el “juicio” a Galíndez, pero no es desarrollado como personaje, porque, a mi entender, su nombre tiene una función iterativa en el lector susceptible de conocer algo de la historia reciente de la República Dominicana, en particular los años de la dictadura a que Rafael L. Trujillo sometió la República Dominicana. Son esos años de la historia dominicana que sirven de marco de referencia histórica a la novela.

En cuanto al mismo Jesús de Galíndez no se tiene una visión única del personaje. Muriel misma se da cuenta de que cada uno tiene una visión de Galíndez diferente: “y te encuentras con todos los Galíndez posibles: el duro ejecutor de la República, el zascandil de Ayala, el noble patriota de los exiliados vascos, el hombre secreto y lúcido de Emilio González, el superagente taimado del libro de Unanúe, este chevalierservant que te ha descrito Lucy Silfa y probablemente Jesús era todos estos posibles tipos y ninguno de ellos” (p.274). Lo que deja a entender, evidentemente, que el personaje que da el título a la obra se ha convertido también, precisamente a causa de la mitificación de sus coetáneos, en un personaje de ficción.

Los personajes de Galíndez, como dije antes, están en relación directa con el lector eventual del texto. Si ese lector no conoce la historia dominicana de los últimos 50 años, con excepción de Trujillo y del mismo Galíndez, los demás personajes no superan los límites de la ficción. No tienen más interés que su función en la novela. La referencia histórica detallada da otra dimensión a la lectura. Pero Vázquez Montalbán, como organizador del texto, evita de manera muy sutil que los personajes reales se apoderen de su ficción y la transformen en una crónica.

Lo que precede puede ser ilustrado por los personajes José Israel y Lourdes Cuello. Son más bien actuantes, tal y como lo entiende Vladimir Propp. Su función en la novela permite el avance del relato. Es José Israel Cuello quien proporciona a Muriel la preciosa documentación histórica sobre el caso Galíndez. Es esa pareja la que proporciona a la investigadora una idea de la nueva sociedad dominicana y del mundo intelectual y cultural del país. Son ellos quienes podrían dar todas las informaciones a Ricardo sobre la desaparición de Muriel Colbert para dejar abierta la novela. Pero, al mismo tiempo, esos personajes reales crean la ambigüedad propia de las novelas llamadas históricas: cuando se tiene la impresión de que se trata de la historía estamos sumergidos en una enorme ficción y viceversa.

Pero todos esos personajes asumen sus responsabilidades respectivas. Sus puntos de vista se distinguen muy claramente de los del narrador, sobre todo si se vislumbra un conflicto entre ellos y el que cuenta la novela.

GALINDEZ: UN TEXTO QUE EXPLICA SUS MECANISMOS

“Los grandes relatos, escribe Jean Ricardou en Problèmes du nouveauroman, se reconocen por el hecho de que la ficción que ellos proponen no es otra cosa que la dramatización de su propio funcionamiento” (Paris: Seuil, 1967, p.178). En otras palabras, toda novela o texto de ficción, tiene tendencia a explicar sus propios mecanismos sin necesidad de recurrir a referencias extraliterarias. En Galíndez, de Vázquez Montalbán (Santo Domingo: Editora Taller, 1990, 346p.), las explicaciones textuales son abundantes. Sobre todo en lo que se refiere a la novela misma.

Muriel Colbert, en su empeño por justificar el interés de su investigación y para rechazar la proposición del profesor Norman Radcliffe —presionado por la “Compañía”— de que la abandonara, le deja a entender su identificación con el personaje que investiga y, además, da la clave de todo el texto: “Pero esta desviación ya no sería una tesis, un ensayo o un trabajo científico, sino una novela y no estoy en esa labor” (p.74). De lo que Muriel se defiende, de la desviación de su investigación hacia la ficción es lo que resulta de la historia de su trabajo. Esa es la novela.

Si se quiere, el texto de Vázquez Montalbán es el relato de la investigación de Muriel Colbert. Es ese trabajo universitario que saca a Galíndez del olvido, contrariamente a lo que dice Radcliffe en su carta, “en España y en el país vasco, Galíndez es un perfecto desconocido” (p.71). Ese es el valor revelador de la escritura. Es ella la que provoca otra investigación, la de la Compañía -como se le llama a la CIA- y hace de ellos, Muriel y Radcliffe, dos perseguidos.

Como en toda investigación pretendidamente objetiva, Galíndez es visto de diferentes ángulos. No se puede obtener una sola imagen del personaje, como explica Muriel a Ricardo: “En la película se cuenta un mismo hecho mediante distintas apreciaciones de diferentes testigos y el espectador ha de hacer el esfuerzo de elegir una de las versiones o ir reuniendo elementos de una y de otra. A mí me ocurre con Galíndez” (pp.85-86). Es exactamente lo mismo que sucede al terminar la lectura de la novela: no se tiene una opinión única, determinada del personaje. Se tiene, eso sí, una versión “histórica” de su tragedia.

Se podrían recensar aquí numerosas explicaciones textuales. En ocasiones parecen simples clinsd’oeil. La palabra novela es utilizada con frecuencia, por momentos como una defensa de Muriel a su trabajo, en otras ocasiones por el narrador que se empecina en recordar que se trata de una novela: “Estás sorprendida porque los hechos pueden resumirse, de la misma manera que el argumento de cualquier novela cabe en quince líneas y eso en las novelas que tienen argumento” (p.286). Como si la investigación fuera la novela. Ella desencadena el relato de la tragedia de Galíndez y al mismo tiempo la historia de esa investigación sobre La ética de la resistencia. Es el relato de una escritura que condena a muerte.

Las explicaciones del texto en Galíndez aparecen hasta en la lengua misma. Algunas palabras tienen necesidad de explicaciones a causa de la regionalización del vocabulario de la lengua española. Es una especie de meta-lenguaje. Las palabras dominicanas, como “chalina”, por ejemplo, son explicadas al lector, lo mismo cuando se utiliza una palabra como zascandil la cual, a juzgar por la insistencia del narrador, parecería en desuso.

Ni el vocabulario ni el ritmo del español de los personajes dominicanos, sin excepción, corresponden a los de los dominicanos. Ese es un handicap si la lectura se hace desde el punto de vista dominicano. Esa no es la lengua de Trujillo, por ejemplo. La utilización de la segunda persona del plural no es empleada ni siquiera en América Latina. La introducción de palabras locales en el vocabulario de esos personajes, a pesar del enorme esfuerzo del organizador del texto por imitar el habla dominicana, es insuficiente.

Sin embargo, el narrador, consciente de esa limitación, se preocupa por su texto y la hace manifiesta: “Le hacía falta nuestro propio vocabulario. Ello me trajo a la memoria ese maravilloso libro que escribiera don Ramón Emilio Jiménez, El Lenguaje dominicano” (p.231).
Galíndez, para el lector dominicano, tiene la particularidad de navegar entre la ficción y la historia. Los personajes ficticios y reales se frecuentan con naturalidad, como si pertenecieran al mismo mundo. Es una novela que, como dice Gérard Genette, “dice siempre menos de lo que sabe, pero a menudo hace saber más de lo que dice”.

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