Thierry Meyssan (Red Voltaire, 12-7-19)
4- Hacia la constitución de una Internacional yihadista
Durante los años 1980, Washington ordena a la Liga Islámica Mundial iniciar una transformación de la sociedad argelina. Durante un decenio, Riad construye gratuitamente mezquitas en poblaciones y aldeas. En cada caso, la edificación de la mezquita incluye un dispensario y una escuela. Las autoridades argelinas aceptan con regocijo esa ayuda, sobre todo porque ellas mismas ya no logran garantizar el acceso de todos a la salud y la enseñanza. Poco a poco, las clases trabajadoras argelinas van distanciándose de un Estado que ya no les aporta mucho y prefieren acercarse a las generosas mezquitas.
Cuando el príncipe Fahd se convierte en rey de Arabia Saudita, en 1982, nombra al príncipe Bandar –hijo del ministro de Defensa– embajador en Washington, puesto que ocupará durante todo el reinado de Fahd. Bandar desempeña en Washington un doble papel: se ocupa de las relaciones entre Arabia Saudita y Estados Unidos, pero también sirve de enlace entre el príncipe Turki, director de la inteligencia saudita, y la CIA. Bandar llega a establecer estrechos lazos de amistad con el entonces vicepresidente de Estados Unidos y ex director de la CIA, George H. W. Bush, quien lo considera como su “hijo adoptivo”; con el entonces secretario de Defensa Dick Cheney y con el futuro director de la CIA, George Tenet. El príncipe saudita se inserta en la vida social de las élites estadounidenses y llega incluso a integrarse tanto a la secta cristiana de los jefes de estado mayor del Pentágono –The Family– como al ultraconservador Bohemian Club de San Francisco.
Bandar dirige a los yihadistas desde la Liga Islámica Mundial. Negocia con Londres la adquisición de armamento para Arabia Saudita en la British Aerospace, a cambio de petróleo. Los contratos, designados en árabe como Al-Yamamah, costarán a Riad entre 40 000 y 83 000 millones de libras esterlinas, pero los británicos devolverán al príncipe Bandar una parte importante de esa suma.
En 1983, el presidente Ronald Reagan confía a Carl Gershman, el ex líder de Social Democrats USA, la dirección de la recién creada National Endowment for Democracy (NED), una agencia dependiente del acuerdo de los “Cinco Ojos”, pero disfrazada de ONG. La NED es la fachada legal de los servicios secretos de Australia, Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda. Gershman, quien ya había trabajado con sus camaradas trotskistas y sus amigos miembros de la Hermandad Musulmana en Líbano, Siria y Afganistán, crea una amplia red de asociaciones y fundaciones que la CIA y el MI6 utilizan para apoyar a la cofradía donde les resulta posible. Este personaje defiende la “doctrina Kirkpatrick”: cualquier alianza es válida si es de utilidad para los intereses de Estados Unidos.
En ese contexto, la CIA y el MI6, que en el momento más álgido de la guerra fría habían creado la Liga Anticomunista Mundial (WACL, por sus siglas en inglés), utilizan esta última organización para encaminar hacia Afganistán los fondos necesarios para financiar la yihad. Osama ben Laden se suma a esa organización, que cuenta entre sus miembros varios jefes de Estado.
En 1985, el Reino Unido, fiel a su tradición de experiencia académica, crea el Oxford Centre for Islamic Studies, encargado de estudiar las sociedades musulmanas y cómo puede la Hermandad Musulmana influir en ellas.
En 1989, la cofradía logra un segundo golpe de Estado exitoso, esta vez en Sudán, poniendo en el poder al coronel Omar el-Bechir, quien no tarda en poner al Guía local de la Hermandad Musulmana, Hassan el-Turabi, en la presidencia de la Asamblea Nacional. Durante una conferencia en Londres, el-Turabi anuncia que su país va a convertirse en base de retaguardia de todos los grupos islamistas del mundo.
También en 1989, aparece en Argelia el Frente Islámico de Salvación (FIS), creado en torno a Abassi Madani, mientras que el partido en el poder enfrenta una sucesión de escándalos. El FIS cuenta con el apoyo de las mezquitas que los sauditas habían “regalado” a Argelia y, por ende, de los argelinos que asisten a ellas desde hace más de un decenio. El FIS gana entonces las elecciones locales, no porque los electores estén de acuerdo con su ideología sino favorecido por el rechazo a los dirigentes que ostentan el poder. Ante el fracaso de los políticos y la imposibilidad ontológica de negociar con los islamistas, el ejército argelino toma el poder y anula las elecciones. Argelia se sume en una larga y sangrienta guerra civil, de la que no se sabrá mucho fuera del país. El movimiento armado deja más de 150 000 víctimas. Los islamistas no vacilan en aplicar tanto castigos individuales como colectivos, por ejemplo masacrando a los habitantes de Ben Talha –por haber votado a pesar de la fatwa que prohibía hacerlo– y arrasando esa aldea. Es evidente que Argelia sirve entonces de laboratorio para operaciones futuras. Corre el rumor de que es el ejército –no los islamistas– quien comete masacres contra los aldeanos. En realidad, altos responsables de los servicios secretos, entrenados en Estados Unidos, se unen a los islamistas y siembran la confusión.
En 1991, Osama ben Laden, quien al final de la guerra en Afganistán ha vuelto a Arabia Saudita con una aureola de héroe de la lucha contra el comunismo, se enemista oficialmente con el rey, mientras que los “sururistas” se sublevan contra la monarquía. Esta insurrección, conocida como el “Despertar Islámico”, dura 4 años y termina con el encarcelamiento de sus principales líderes. Pero muestra a la monarquía saudita –que creía gozar de una autoridad incuestionable– que, con su mezcolanza de religión y política, la Hermandad Musulmana ha creado las condiciones para la revuelta a través de las mezquitas.
En ese contexto, Osama ben Laden dice haber propuesto la ayuda de varios miles de veteranos de Afganistán para luchar contra los iraquíes, pero que –¡oh, sorpresa!– el rey prefirió el millón de soldados de Estados Unidos y sus aliados. Es supuestamente por eso que Ben Laden se exila en Sudán, cuando realidad parte hacia ese país con la misión de recuperar el control de los miles de islamistas que han escapado a la autoridad de la Hermandad Musulmana y se han sublevado contra la monarquía. Junto a Hassan el-Turabi, Osama ben Laden organiza conferencias populares panárabes y panislámicas, invitando a ellas a los representantes de los movimientos islamistas y nacionalistas de unos 50 países. El objetivo es hacer, al nivel de los partidos, lo mismo que Arabia Saudita ya había hecho con la Organización de la Conferencia Islámica, que reagrupa a los Estados. Los participantes ignoran que son los sauditas quienes pagan estas conferencias y que en los hoteles donde se reúnen se hallan bajo la vigilancia de la CIA. Todos, desde Yaser Arafat hasta el Hezbollah libanés, participan en esos encuentros.
En Estados Unidos, el FBI logra la condena del BCCI, un gigantesco banco musulmán que con el tiempo se había convertido en el canal preferido de la CIA para realizar sus operaciones secretas, principalmente para financiar la guerra en Afganistán, pero también para posibilitar el narcotráfico en Latinoamérica. Cuando se pronuncia la quiebra del BCCI, los clientes pequeños pierden su dinero, nadie los reembolsa, pero Osama ben Laden sí logra recuperar 1 400 millones de dólares para proseguir el trabajo de la Hermandad Musulmana al servicio de Washington. La CIA traslada entonces sus operaciones al Faysal Islamic Bank y su filial Al-Baraka.