Cultura Nacionales

La otredad feudal de la cultura dominicana (y 2)

Si hay un ministro de piel clara, su conducta consiste en cebarse contra otro arquetipo de ultramar incapaz de renunciar porque la cultura diaspórica es otro reparto feudal sin memoria. No somos blancos. No somos obedientes, excepto aquellos que vendieron su alma al diablo por dormir en La Casa Verde de aquí o en la de allá. Hay un túnel metafísico que une estas dos capillas ardientes, sordas y mudas. El Chapo por lo menos vende camisetas para resistir el olvido. Nuestro sistema no es oficialmente fallido ni hay un Sicariato amoroso en el poder corporativo. Somos una democracia limpia, pura y obediente. La carne seca del 4% para la Educación tuvo la suya. Hoy es otra miel al servicio del proselitismo.

Todos los ministros, a excepción de uno, haitianizaron la cultura en el exterior. Nos tienen miedo porque descubrimos que somos negros o mulatos aunque la confusión histórica entre las dos fragmentos de la isla indivisible floten sobre el silencio. No nos duele ser negros. Nuestra mirada es soberbia. Es una lucha social, política y racial. Convirtieron a los nacionales en víctimas de sus ambiciones.

Solo durante el reinado extraordinario y abundante del mercadólogo, Dr. Rafael Lantigua, la diáspora tuvo una carpa en la Plaza de la cultura que nos legó el Dr. Joaquín Balaguer. Su lugar en el histórico Frente patriótico nacional lo protege de los negros y le abre un nicho en el panteón nacional de los héroes. ¡Cuánto júbilo por una batalla simbólica! Unos cuantos libros colgaron de una soga de cabuya. Hubo una cena sin apóstoles y sin un Cristo inútil. El feudo del Cabildo del 2005, que nació bajo el desamparo de la televisión, nos entregó las llaves falsas de una ciudad vacía que nunca nos ha visto leer ni escribir. Ni siquiera somos extranjeros de verdad, aunque ya estamos listos para un regreso utópico y triunfal al reino de la nada.

El Comisionado, que fue aliado del magnánimo y sonriente, Dr. Rafael Lantigua, luchó con denuedo por esa carpa, aquel menú, aquel hotelito limpio y sabroso que sumergió la literatura del exterior en una melancolía azarosa y puta. No nos avergonzamos por tanta mediocridad dulcificante. No teníamos derechos reservados para ilusionarnos con la igualdad de un orgasmo culto. Esa reducción de nuestra importancia tuvo como propósito ocultar que traíamos algo nuevo: Una literatura que se expresa de otro modo y que no respeta altares. El legado de esa extraña dictadura tiene como objetivo desaparecernos después de haber atentado contra nuestra supervivencia en el exilio interior.

Si pudiera reconocer a alguien por sus méritos profesionales y su  humanidad, pondría en esa balanza al filósofo Alejandro Arvelo y al legendario poeta, maestro y gestor cultural, Mateo Morrison, este último porque su pasado, su color, su apellido y su historia beligerante, siguen siendo un referente obligado para rechazarlo a la hora de imaginar otro paisaje. Mateo debió haber sido ministro de cultura hace 20 o 30 años. El maestro Alejandro sigue siendo un estandarte de la cultura que no toman en cuenta los mismos porque la politiquería ha destruido nuestra imaginación.

About the author

Tomás Modesto Galán

Escritor dominicano que reside en Nueva York desde 1986. Fue profesor en la UASD antes del 86. Enseña en York College (recinto de Cuny, desde mediados de los 90). Gano el premio de poesía Letras de Ultramar 2014 con su obra poética: Amor en bicicleta y otros poemas.También obtuvo el premio Poeta del año 2015, otorgado por el América 's Poetry Festival de Nueva York. Es el autor de la novela Los Cuentos de Mount Hope, publicada en el 1995. Presidente de la Asociación de Escritores Dominicanos en Los Estados Unidos, (ASEDEU)

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