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El almacén de almas de Alberto Cortez

Written by Debate Plural

Jose Rafael Lantigua, ex Ministro de Cultura de República Dominicana (D. Libre, 18-5-19)

 

Alberto Cortez se le ocurrió pensar alguna vez que las almas de los muertos se guardan en un almacén. Creía en la inmortalidad, en el pase a una nueva forma de vida, pero no al estilo religioso ni mucho menos en la forma como plantea la parasicología. “La búsqueda de la verdad sobre el alma siempre ha sido un gigantesco signo de interrogación, que generalmente suele cerrarse con un poco de imaginación y fantasía”, escribió.

¿Adónde van las almas cuando el cuerpo cede y el espíritu se espanta y sale presuroso hacia la superficie? Ha sido la gran interrogante de los siglos, que los creyentes –cristianos, musulmanes o taoístas- tienen resuelto claramente, para la cual los agnósticos no tienen respuesta, y algunos segmentos humanos tal vez numerosos siguen buscando una explicación sin permitir que entre en ellos ningún atisbo de religiosidad.

Hay pocos vocablos en el diccionario con tan extensas y variadas acepciones como “alma”. “Principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida”. Esa es una. “En algunas religiones y culturas, sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos”. Es otra. Tal vez la que más nos interesa. El diccionario de la RAE modificó la anterior definición, tal vez para ofrecer una explicación más aséptica. Anteriormente decía así, y como tal lo recordaba Alberto Cortez: “Sustancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del hombre”. ¿Energía cósmica? Algunos prefieren llamarle de este modo, y los que creen en la reencarnación la han de aceptar para dar fuerza a su postulado de que esa es la energía que no desaparece y que, al concluir la vitalidad humana, se reinstala en otro ser vivo, obedeciendo –lo afirmaba así Cortez sin quitarse lo Cabral, pues Facundo otras ideas formulaba- el orden establecido en lo que se ha llamado “el gran libro del destino”.

De todos modos, la introducción de Alberto, cuya alma espero haya ascendido al paraíso, buscaba explicar su “teoría” de que “en el tránsito hacia una nueva residencia carnal (aquí creo que se equivocaba porque lo carnal desaparece y la residencia es, por tanto, espiritual) las almas deben permanecer en alguna parte. ¿En el paraíso? ¿En el limbo, si han sido carnalidades bellacas o brujeras? ¿Hacia el valle maldito de la gehena? Cortez cree que van a un almacén, un “peculiar almacén que tiene el aspecto de una calle o de un pueblo o de un país o de un continente o del planeta entero”. Un almacén que él cree microscópico o macroscópico, igual da, porque se establece en la imaginación o en otra dimensión cuyas características no conocemos o, vaya usted a saber, en cualquier otra parte, tal vez a la vera misma de las carnalidades que continúan existiendo. Cortez poetiza su “teoría” y dice que, en caso de que nadie quede satisfecho con su fórmula, él ofrece a las almas un lugar en su corazón. Al partir, en días pasados, se habrá llevado consigo a muchas “almas” errantes que se abandonaron siempre a sus cuitas, a las primaveras de Mariana, a sus antorchas.

Pero, hay más. En el almacén de Cortez no sólo se alojan los seres ya desaparecidos, sino “también las almas que habitan aún en los entes vivos de este relativo espacio que llamamos presente”. Al final, Alberto (“Alma mía, cualquier día te irás yendo despacito;/ ya no mía, tu energía liberada al infinito,/ con tus velas portadoras de la luz a todas horas,/ sin estelas que te duelan como duelen las de ahora”), ha de afirmar que su “teoría” no era más que un disparate, que “nadie tiene el privilegio de escoger previamente el grado de inteligencia que necesita para atravesar su tiempo de vida”, que lo único que buscaba era aferrarse a la vida, y realizar un ejercicio más “de mi derecho a la libertad de escribir lo que me da la gana”. Y entonces, escribió, debería decir describió, las almas de muchos de sus amigos, de sus escritores favoritos, de todos los que él alcanzó a ver en sus imágenes asentados en el almacén de almas de su vida. Y se encontró con el alma de Neruda, de Sabina, de Miguel Hernández, de Joan Manuel Serrat (un alma que se quedó persiguiendo utopías), la de César Vallejo (que nació un día que Dios estuvo enfermo), la de Facundo Cabral, la de Yupanqui, la de Jesús (que es la única alma que lleva corona y es una corona de espinas), la de García Márquez, Gómez de la Serna, Lorca, Jacques Brel, la Mistral, Ghandi, Buñuel, Sor Juana, Almafuerte, y entre otros y otras, me sorprende encontrar en sus haberes de almacenista de almas, la de un poeta dominicano, León David, que “tiene cíngulo y cordón” y que “con ellos sujeta el alma para que no abandone su cuerpo cuando quiere salir en estampida detrás de algún poema”.

Pero, Alberto almacenó el alma militar (que en cuanto “se desenvaina o se llena de sangre o se oxida”), las almas traviesas, el alma de poeta, las almas en pena, las almas en vilo, el amor del alma, las almas desalmadas, las de payaso (son muuuuchaaasss), la de los indiferentes, el color del alma, las piruetas del alma, el alma del bohemio, la del abuelo y la de Daniel (ay, la de Daniel, el joven soldado de las Malvinas que “se fue a la niebla en el mar del espanto”).

Más allá de cualquier ideología, más allá de lo sabio y lo profano, Alberto Cortez puso espinas en la frente para hacer polémica la duda, abrir la caja de Pandora y sobrevivir como poeta. Primero fue aquel cigarrillo, la lluvia y tú, que el Maunaloa exhibió en noches de pertinaz bohemia primeriza y que el poeta decidió luego excluir de su itinerario de sombras. El almacén era entonces bodega gitana con gorro, bochinche y silueta. Entonces, hizo girar la cuerda y se insertó en la tropa iluminada de Serrat, Patxi Andión, Yupanqui, Mercedes Sosa, Guadalupe Trigo, Víctor Jara, Chabuca Granda, Silvio, Pablo, Luis Eduardo Aute (que fue maestro), y por supuesto (¡entre argentinos te veas!), Facundo, el poeta que decía que “la palabra meditación y la palabra medicina tienen la misma raíz, porque la medicina sana lo físico y la meditación sana lo espiritual”; que “a la santidad no la trae el pertenecer a una religión (sin saber que años después lo afirmaría el papa Francisco), sino tener el interior completo, el alma plena”. Sí, señor.

Eran poetas de almas nobles, fecundas, libres, que murmuraban silencios, se desapegaban de los egos y creían que el alma evitaba el egoísmo para llegar a la pureza. Pero, sobre todo, nunca se consideraron otra cosa que seres humanos. Alguna vez coincidimos, Alberto y yo, en el aeropuerto de Rancho Boyeros, en La Habana. Él venía de chequear su salud, achaques en embrión. Vestía pantalón caqui, una camisa floreada y zapatillas de cuero. Yo, vestía un traje gris con una camisa azul, aunque sin corbata. Nos sentaron juntos en el vuelo. Fue cordial y conversador. Me tocaba la oportunidad de estar al lado de una de mis deidades cantoras. Lo atiborré de preguntas. Cuando le dije que no tenía noticias de que tuviese presentaciones en Santo Domingo y qué cuál asunto lo llevaba a mi tierra (una auténtica imprudencia de mi parte), me miró sonriente y me dijo: si te quitas ese disfraz, con el fondo azul de tu camisa me basta para yo quitarme el mío que llevo escondido en mi alma. Arrojé el saco presuroso y me dijo casi en susurros: no sólo canto, voy a Santo Domingo por las mulatas che, no hay nada mejor en la vida. Llovieron las carcajadas de ambos y no dejamos de hablar todo el trayecto. Ahora se ha ido (“La caja de los vientos está sola/ ausente de sus manos se ha quedado/ y dicen que por eso han cancelado/ sus vuelos, golondrinas y palomas”). Un bandoneón de Piazzolla suena al fondo.

  • Almacén de Almas
  • Alberto Cortez
  • Emecé Editores, 1993. 240 páginas
  • Mediante textos breves, ya en prosa, ya en poesía, Alberto Cortez pinta cada una de sus almas preferidas con trazo certero y un estilo lleno de gracia y ternura que no excluye la ironía y el humor.
  • Soy un ser humano
  • Alberto Cortez
  • Emecé Editores, 1985. 157 págs.
  • Reunión de parte de las canciones de Cortez, acompañadas de varios textos en prosa, reflexiones sobre el arte popular, homenajes a amigos entrañables y una reflexiva carta a Joan Manuel Serrat.
  • Equipaje
  • Alberto Cortez
  • Editorial Pomaire, 1981. 221 págs.
  • Fue el primer libro de Cortez: sus maletas de canciones, maletín de cosas sueltas y primeras, sus baúles de nostalgias, sus ideas sueltas y su equipaje: “Cuando llegue mi hora/ la final, la suprema/ volcaré como ahora/ porque vale la pena…”
  • Este es un nuevo día
  • Facundo Cabral
  • Bonanova, 1998. 136 págs.
  • Adquirí este libro al mismo Facundo que atendía personalmente su caseta en la Feria del Libro de Guadalajara. Fue autor de varios libros. El cantautor afirmaba que este libro tenía cientos de motivos para levantarse feliz cada mañana. Y yo le creo.
  • Cuerpo del delito. Canciones 1966-1999
  • Luis Eduardo Aute
  • Celeste Ediciones, 1999. 534 págs.
  • Aute fue el maestro de toda una gran generación de cantores. Poeta cierto, independientemente de sus canciones, este libro recopila todas las que escribió, además de las que escribió para otros. Uno de los artistas españoles más proteicos y poéticos de la vanguardia renacentista.

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