¿Venezuela impactará en EEUU tanto como la guerra en Vietnam?

Written by Debate Plural

Bruno Sgarzini (Misión Verdad, 24-4-19)

 

En el medio de los apagones, y las amenazas de intervención, pasó bastante desapercibido el vídeo que la hija del tiburón financiero Ricardo Hausmann, Joanna, publicó en el New York Times para criticar lo que denominó como el «movimiento Manos Fuera de Venezuela de la izquierda estadounidense».

Con sorna y burla, acorde a los nuevos formatos de vídeos personales de stand up, Hausmann explicó que, en realidad, no había que preocuparse por una intervención en el país, sino en la crisis humanitaria que atraviesa luego que en repetidas ocasiones su padre pidiera una invasión en sendos artículos. El vídeo rápidamente fue absorbido por la neurosis de las redes sociales donde las noticias de Venezuela son sustituidas unas a otras, básicamente, por ser las de una nación que desde hace tiempo está en guerra.

El objetivo de emitirlo por parte de New York Times, sin embargo, habla bastante sobre el impacto de Hand off Venezuela (como es su nombre en inglés) en la opinión pública estadounidense, que en cierto sentido funciona como la de una aldea cerrada del mundo que se entera de lo que sucede fuera cuando hay un hecho de conmoción que le importa a una parte importante de su elite 1%.

«El movimiento está agarrando cada vez más tracción con figuras que lo respaldan como Noam Chomsky, Roger Waters y la congresista Ilha Omar», caracteriza una Hausmann alertada porque según ella promueve la inacción contra un «brutal dictador como Maduro que ha cooptado el slogan de este movimiento. En este contexto, Venezuela, como lo fue Vietnam, lentamente se ha convertido en uno de los tópicos más importantes del movimiento anti guerra en Estados Unidos que en el último tiempo ha entrado nuevamente en auge.

LA GUERRA EN EL DEBATE POLÍTICO DE ESTADOS UNIDOS

Según Patrick Buchanan, autor del libro de Las guerras de la Casa Blanca de Nixon, el centro de gravedad de la política estadounidense se está desplazando hacia la posición anti intervencionista y bélica que sostuvo Donald Trump en 2016 como candidato presidencial.

«El ala anti intervencionista de los partidos demócratas y republicanos está creciendo y juntas pueden producir una mayoría bipartidista en el Congreso, como la que aprobó un proyecto de ley para que Estados Unidos saliese de la guerra en Yemen realizada por encargo de Arabia Saudí. En las primarias de 2020 la política exterior estará en el centro y el partido demócrata podrá capturar el terreno político de no «más guerras» que ocupó Trump en 2016″, sostiene Buchanan.

El candidato que más representa esta visión en contra de las «guerras preventivas» es Bernie Sanders, aunque esté rodeado de asesores en política exterior, como Robert Malley, director para Medio Oriente del Consejo de Seguridad durante Obama. Gracias a este asesoría, Sanders plantea dividir el mundo entre líderes democráticos y autoritarios, espacio donde ubica a Donald Trump, junto al presidente Maduro, a quien le atribuye haber ganado con «fraude».

Más allá de la tibieza, común en los políticos progresistas de Europa y Estados Unidos, hay un proceso mucho más profundo sucediendo puertas adentro del imperio.

Según Greg Grandin, profesor de la New York University, «la capacidad que tiene Estados Unidos de organizar su política doméstica a través de la promesa del crecimiento ilimitado se ha terminado». Lo que lo atribuye a puntos de inflexión como la «catástrofe en Irak», el colapso financiero de 2008 después del que no se ha reducido la tendencia hacia la desigualdad, y por ende el cuestionamiento al modelo económico neoliberal.

De acuerdo Grandin, además, «Estados Unidos se fundó como tal sobre la idea de que la expansión es necesaria para conseguir y proteger el progreso social. Y durante siglos, la idea se ha hecho realidad, una y otra vez, a través de la guerra». Tanto es así que desde 1779 hasta la fecha, Washington ha estado en paz solo 21 años, y en guerra, el 93% de su existencia.

LA CUESTIÓN VENEZOLANA EN LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL

El siete de febrero, en el clímax de la operación Guaidó, los representantes demócratas, liderados por Bob Menéndez, rechazaron aprobar un proyecto de ley presentando por el senador Marco Rubio que autorizara el uso de la fuerza en Venezuela por parte de la Casa Blanca. Según escribió William Serafino, la oposición del partido demócrata a una intervención militar forma parte de una estrategia por descarrillar la política exterior de Trump, que en Venezuela pretende enviar un mensaje de autoridad a China y Rusia.

Por aquellos días, Serafino hizo énfasis en la intención de los republicanos de forzar al máximo la retórica bélica para movilizar el electorado de La Florida a su favor, un distrito que será estratégico en las presidenciales de 2020. «La cuestión venezolana es vista y utilizada como una herramienta de sabotaje, desgaste y búsqueda de votos», sintetizó luego de describir la estrategia demócrata de impugnar la exportación de la crisis estadounidense hacia Venezuela.

En este contexto, Trump utilizó en la Universidad de La Florida la experiencia venezolana como el ejemplo del fracaso de socialismo, buscando establecer un clivaje en la política estadounidense entre la defensa del capitalismo, y la amenaza socialista representada por el ala progresista de Bernie Sanders y Elizabeth Warren del partido demócrata. Según la encuestadora Gallup, el clivaje puede tener sentido porque los jóvenes de entre 18 y 29 años tienen una imagen positiva del 48% respecto al socialismo, identificado en Estados Unidos con políticas sociales como educación y salud pública, frente a la valoración del capitalismo que ha descendido a un 41%.

Este 23 de abril, eso se expresó en la preocupación de los ejecutivos corporativos, consultados por Financial Times, sobre un capitalismo que califican como roto. «El capitalismo está en una coyuntura. Los estadounidenses podrían reformarlo juntos, o lo haremos en conflicto», sostuvo Ray Dalio del fondo corporativo Bridgewater, entre muchos otros que afirmaron estar preocupados por el ascenso de posiciones políticas favorables a cobrar impuestos a las corporaciones para reducir una desigualdad que hace que un ejecutivo cobre 254 veces más que un empleado medio.

«Los capitalistas deberían resguardarse a si mismos. Entre la horca y los impuestos, deberíamos elegir los impuestos», remarcó Morris Pearl, exdirector de BlackRock, uno de los diez fondos corporativos que poseen el grueso de acciones de las principales compañías del mundo

 VENEZUELA Y EL MOVIMIENTO ANTI GUERRA

En este entorno de gran confrontación sobre la realidad estadounidense, toma relevancia lo que dice Grandin acerca de que la «función ideológica de la guerra constante ha perdido su capacidad de canalizar pasiones hacia las cruzadas mesiánicas de antaño».

El fracaso en Irak y Afganistán sobrevino en la guerra encubierta en Siria, y la intervención humanitaria en Libia, pero ninguno de ellos posibilitó el progreso social que se le atribuía antes al crecimiento ilimitado de Estados Unidos, a través del expansionismo militar, precisamente porque ninguno de estos teatros le permitió a Washington oxigenar una economía que asegurara bienestar para su sociedad (sobre todo bajo el actual paradigma de desarrollo neoliberal del capitalismo).

El repudio a la guerra ha permeado hasta la clase política estadounidense a tal punto que el propio Congreso aprobó una ley que ordena retirar a Estados Unidos de la guerra en Yemén. Finalmente, Trump lo vetó argumentando que dañaba la autoridad presidencial, aunque el hecho de que fuese una ley bipartidista demuestra que si no hay réditos políticos y económicos inmediatos, el partido de la guerra cada vez se ve más cuestionado en un momento en que la posición aislacionista toma más fuerza.

El movimiento Hand off Venezuela, en este contexto,  ocurre al tiempo en el que activismo en Estados Unidos contra la guerra cobra más relevancia. En ese sentido, las marchas en contra de una intervención son protagonizadas por estudiantes, activistas, periodistas, académicos y analistas que también se oponen a las guerras en Yemén, Siria, la política de apartheid de Israel en Palestina, y la prisión de Julian Assange, entre otros temas.

Su incidencia en la opinión pública estadounidense, en su capacidad de construir consensos en contra de la intervención, recuerda a movimientos civiles como el que se opuso en la década del 60 y 70 a la guerra en Vietnam.

Si bien en contextos bastantes distintos,  el Establecimiento estadounidense luego de esta guerra tuvo que modificar radicalmente su forma de intervenir en otros países luego de las reestricciones impuestas en el Congreso por lo que se denominó el Síndrome Vietnam. De ahí derivan el formato de guerra encubierta, a través de ongs, instructores extranjeros, y socios civiles, que Ronald Reagan implementó (y aún al día de hoy todavía funciona).

La similitud estriba en que la pérdida de la guerra de «canalizar pasiones» como antaño coincide con un momento de ebullición social Estados Unidos adentro que permite convertir el tema venezolano en un frente interno de la política estadounidense, como lo fue Vietnam para las Administraciones de Lyndon Johnson y Richard Nixon.

Sin embargo,  la mayor potencialidad de este espacio que se abre es que temas como Venezuela, la prisión de Assange y la guerra en Siria, por ejemplo, permiten moldear una mirada del mundo alternativa a la guerra. Es decir; posicionar ideas políticas que permitan reelaborar el entendimiento que se tiene sobre la realidad de una especie que en lo global cada vez se ve más asediada por las consecuencias de sus propias acciones.

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