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Primer ensayo de la «Operacion Libertad»: crónica desde el terreno

Written by Debate Plural

Bruno Sgarzini (Misión Verdad, 1-4-19)

En Caracas se han acabado los días de noches frescas y tardes primaverales. Desde hace unos días, en el contexto del apagón, hay una ola de calor sofocante. Caracas no es húmeda, como Buenos Aires, pero el calor se respira en el aire. Uno transpira con solo caminar cinco pasos, y el trajín diario (agarrar una buseta, ir de compras, mover tobos de agua, etc.) es difícil, cansino y si no eres de aquí, te predispone.

El caraqueño tiene una larga costumbre, una gran resiliencia para vivir los días así en contextos calurosos con escasa agua. Gabriel García Márquez incluso inmortalizó el famoso ritual del agua en una crónica de mediados de 1958, que narra los problemas que atraviesa la ciudadpara abastecerse del vital líquido en contextos de sequía. Caracas, además, queda en un valle y una inmensa parte de su población vive en cerros, por lo que el bombeo de agua se hace difícil. 

Este domingo, sin embargo, el ritual del agua se hizo aún más complejo por el último apagón del fin de semana. El segundo sabotaje de marzo llegó justo al mismo tiempo que el servicio se normalizaba en las áreas más afectadas por el primer evento registrado hace unos 17 días. La ciudad no se había normalizado del todo cuando, nuevamente, volvieron a golpear la infraestructura eléctrica del país para generar complicaciones cotidianas en efecto cascada; sin luz no hay muchas cosas, entre ellas agua.

La contingencia de una guerra que ha pasado a la dimensión íntima de millones de personas se observaba en los muchachos con franelilla que se alejaban cargando tobos de agua de los camiones cisterna de Protección Civil en el distribuidor Altamira y de los afluentes naturales del Waraira Repano. También en las señoras que en la avenida de Fuerzas Armadas esperaban, rodeadas de niños, la llegada de otro camión cisterna enviado por la alcaldía de Caracas. «Mira aquello es un dron», le decía riéndose uno de los niños a otro señalando como una bolsa de nylon era llevada por el viento en el medio de la espera.

Según María Solita, integrante de uno de los Clap de la parroquia San Pedro, en una esquina más arriba de la estación del metrobus protestaban con capuchas, piedras y palos adeptos a la oposición que al parecer no querían dejar pasar los camiones con agua. «Vamos a traer el camión e intentar pasarlo por allá, si no lo dejan entrar, los corremos de ahí», afirmó el funcionario público que organizaba el arribo del agua que iban a repartir entre los miembros de la comunidad. «Jala bolas», gritaban desde los edificios aledaños a esta escenografía caraqueña que queda a unas cinco cuadras del palacio presidencial de Miraflores.

En eso, dos camiones cisterna llegaron escoltados por la Policía Nacional Bolivariana, grupos de motorizados y otros funcionarios públicos. Inmediatamente, en el medio del tumulto propio de estas situaciones, la toma de agua fue instalada en la esquina donde rápidamente se formaba una fila para abastecerse en baldes, tobos y botellones.

El segundo camión, por su parte, se acomodó para pasar por el carril del metrobus hacia la  esquina donde la avenida era cortada con cauchos quemados y escombros. Uno de los motorizados fue a intentar abrir el paso cerrado por unos opositores que unos minutos antes protestaban por la falta de agua y luz en la parroquia.

Enardecidos, los antichavistas tiraron los escombros contra el piso y comenzaron a tirar piedras hacia donde el camión cisterna esperaba la señal para iniciar su recorrido, mientras que cercano a la protesta llegaban más señoras, más hombres, más niños, a cargar agua en la toma ya instalada. «Qué vaina, no era qué querían agua», gritaba un señor parado en el cordón de uno de los carriles del metrobus desde donde observaba mucho mejor la coreografía que ensayaban los antichavistas.

Finalmente: el camión dio marcha atrás y se ubicó junto al otro para repartir el agua para la comunidad. «Está bien que no lo dejen pasar, traen el agua y si la aceptas, te mal acostumbras a mal vivir. Es rudo pero hay que pasar por esto para salir de esta gente», se le escuchó decir a un viejo opositor que desde la esquina del agua miraba cómo, con cauchos quemados, los de su bando intentaban avanzar.

A cada piedra que se acercaba a los camiones, éstos se movían un poco más allá para continuar con su trabajo, al igual que la muchedumbre impaciente que esperaba su turno para salirse de este trámite que se hacía tortuoso por la hostilidad de los antichavistas.

En Caracas, suele pasar que cuando se está por formar un pedo, expresión coloquial para referirse a una situación problemática, las señales de que algo va a pasar se agolpan una tras otra, como el viento que aumenta rápidamente antes de una tormenta. Esta vez no fue la excepción del caso. Los encapuchados intentaron avanzar contra los camiones cisternas, pero en esta oportunidad, la policía respondió a la agresión para dispersarlos. 

De cómo la «Operación Libertad» realizó su primer ensayo

Casi la misma escena de asedio a los camiones cisterna de la alcaldía del municipio Libertador se repitieron en La Pastora,  la avenida Baralt y San Martín, entre otros puntos de Caracas. El modus operandi también fue el mismo: pequeños grupos de opositores escoltados por encapuchados al mejor estilo de las guarimbas de 2017. La distrubución geográfica de estos focos también es por demás elocuentes: todos ellos rodean el palacio presidencial de Miraflores y se ubican en zonas aledañas a barrios populares de Caracas.

Según el propio Juan Guaidó, los seguidores de la oposición en los próximos días deben organizarse en los «Comités de Libertad y Ayuda» para la toma de Miraflores. En este contexto, el jueves llamó a que se «prenda un peo» cada vez que no haya luz, agua, transporte o alimentos en todos los rincones del país. La escenografía del centro de Caracas, antes descrita, de forma clara apunta, además, a que los focos de violencia agraven situaciones críticas, como la del acceso al agua, para dañar aún más la vida cotidiana. Los ataques a los camiones cisterna son uno más de los muchos crímenes de lesa humanidad cometidos por el antichavismo en función de su estrategia de colapso y paralización del país.

«Estamos esperando el colapso de su economía», se supo este viernes que le dijo Elliott Abrams al canciller venezolano, Jorge Arreaza, en una conversación privada revelada por la periodista canadiense, Eva Bartlett.

En este contexto, los «Comités de Libertad y Ayuda» se desarrollan según la estrategia de movimiento social ascendente con pequeños focos de «protestas» en zonas populares, de acuerdo a un informe de la Agencia para el Desarrollo Internacional del Departamento de Estado (USAID), analizado por la periodista Whitney Webb. La coreografía por repetida no deja de ser evidente: estas protestas a pequeña escala tienen entre sus miembros a elementos armados. La USAID denomina estos componentes como socios interinstitucionales e incluye fuerzas especiales, agentes de la CIA o contratistas militares, entre muchos otros.

La maniobra propagandística: protestan los barrios, reprimen los «colectivos»

La avenida de las Fuerzas Armadas por conveniencia fue un agujero negro de la industria informativa antichavista. Solo dejó de ser así cuando desde los edificios se filmaron a los «colectivos» disparando a una supuesta protesta pacífica. Difundido por las redes, esos vídeos sirvieron de insumo al antichavismo para ocultar los elementos violentos de sus protestas, y el hecho de que uno de los objetivos de dichas acciones era evitar por todas las vías el suministro de agua a través de los camiones cisterna.

Sobreexponer la respuesta chavista ante el intento de instalar la violencia cerca de Miraflores fue, de nuevo, el objetivo de esta maniobra propagandística. Como en la guarimba de 2017, en forma clara esta matriz de opinión tiende a lo mismo de siempre: criminalizar al chavismo para inhibir su capacidad de respuesta de cara al movimiento insurreccional en ascenso.

A este cronista le viene a la mente el formato de mini guarimbas en Cotiza luego del fallido intento de tomar un destacamento de la Guardia Nacional Bolivariana por parte de un reducido grupo de militares disidentes. También como en los Jardines de El Valle, Petare y sectores de Catia, bandas criminales hicieron lo mismo en las vísperas del 23 de enero conenfrentamientos abiertos con las Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana. Por más que dichos coqueteos con la violencia hayan sido pocos; se observa la tendencia de medir la capacidad de respuesta del Estado y el chavismo organizado.

Desde el 23 de enero, el manejo de la información por parte del antichavismo, además, tiene la repetida «singularidad» de promover una imagen de protesta contra el gobierno en sectores populares. La vocería de Guaidó aprovecha esta cubierta narrativa para acelerar los pasos de su «Operación Libertad», su nuevo «Día D», en un momento donde su imagen se desinfla en los medios internacionales. Si el objetivo de dicha operación es crear las condiciones para pedir una intervención militar, según Guaidó, el simulacro de la avenida Fuerzas Armadas la hace ver como una campaña publicitaria para vender la conformación de un grupo irregular hasta tanto eso suceda.

Pero en lo esencial, el hecho de que este domingo las «pequeñas protestas» confluyeran en afectar el suministro de agua a miles de personas, sin distinción política, busca establecer a la violencia como el único mecanismo para dirimir este tipo de conflictos en el terreno real: el de la calle.

Después de todo, el proceso de agresión contra Venezuela, auspiciado por Estados Unidos, terceriza en los venezolanos el nacionalicidio para satisfacer sus propios intereses. La representación dramática, quizás, esté en ese viejo opositor, que aún viendo la escena, repetía que «estaba bien no dejar que el camión cisterna diera agua para salir de esta gente».

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