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Del Golpe blando a la elección “democrática” del fascismo

Written by Debate Plural

Nils Castro (Pagina 12, 15-3-19)

No hace falta repetir que Jair Messias Bolsonaro es apologista de la dictadura, ultra neoliberal y fascista, ni que, tras su prematuro retiro como capitán, por 25 años fue apenas un diputado mediocre. Eso lo sabíamos, y la cuestión de fondo ya es otra: la de por qué en la primera vuelta los electores brasileños le regalaron casi 50 millones de votos y lo tuvieron a menos de 4 décimas de ser electo. Hasta le posibilitaron jalar consigo a varios allegados igualmente oscuros, volviéndolos senadores, gobernadores y alcaldes.

Fernando Haddad, la opción democrática y progresista, quedó atrás en una pesada proporción de 46 a 29. Si bien en veinte días se realizará la segunda vuelta, para poder cambiar el sentido de las cosas hace falta empezar por comprenderlas. Se necesita entender qué hicieron Bolsonaro y su grupo para arrollar así en el primer turno, y qué lastres le minaron el camino a su principal contrincante.

La primera derrota la sufrió la derecha liberal, que por décadas homogenizó la representación electoral de toda la derecha. Extrema derecha siempre hubo, aunque sometida a apoyar las candidaturas que durante los últimos períodos eran decididas en el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Pero al cabo el descrédito acumulado por la ineficacia y corrupción de la democracia representativa de las oligarquías-agraria y financiera- hundió el barco. Luego de tres derrotas ante el PT y el fiasco de Michael Temer, el PSDB dejó de asegurarles a esas oligarquías la conservación de sus privilegios.

Ante un pueblo castigado por la crisis y decepcionado por el sistema político, faltaba el actor oportuno para asumir el papel de “macho” anti-sistema, anti-corruptos, anti-políticos y anti-PT, y de duro y expedito represor de los delincuentes.El exhibicionismo verbal de Bolsonaro, cargado de los valores en blanco y negro de los capos urbanos y los capataces rurales -racismo, homofobia, xenofobia y repudio a las minorías-, fue oportuno en medio del desaliento ideológico y la incertidumbre cultivados por los medios de comunicación hegemónicos.

El sentimiento anti-PT fue producto de una operación de laboratorio que despegó desde las protestas contra la inauguración de estadios en vísperas del Mundial de futbol, con la adjudicación al PT de la vieja corrupción de los gobiernos oligárquicos, y todo el proceso de defenestración de Dilma Rousseff, instrumentados para destruir la alternativa progresista en la cultura política popular.

En medio de esa estrategia, como apunta Breno Altman, el bloque de centro-derecha imaginaba tener bajo control a la ultra derecha, pero fue excedido por ella. Creyendo poder controlar a Bolsonaro pero no al PT, radicalizaron la confrontación contra el petismo y ahora no saben cómo arreglárselas con el monstruo que prohijaron.

Considerando las circunstancias, pese a la notoria desventaja de sus resultados en el primer turno, lo logrado por el PT es una proeza. Consistentemente combatido por la gran prensa y el sistema judicial, y hostigado por las autoridades electorales, enfrentó el colmo de que su líder y candidato fue aprehendido y condenado sin pruebas objetivas, y privado del derecho a postularse.

El 11 de septiembre, tras una larga batalla legal, cuando Lula firmó la carta en que desistió de postularse y propuso a Haddad, ya pasaba del 47 por ciento de las preferencias. Pero la autoridad electoral aún prohibió difundir que Lula apoya a Haddad y asociar sus imágenes. Una campaña cortísima empezó con dificultades para informar esa decisión a millones de ciudadanos.

Por añadidura, el absurdo acuchillamiento de Bolsonaro le facilitó a este eludir el riesgo de los debates por televisión junto a los demás candidatos. Su ausencia fue copada por las noticias de su aflicciones y restablecimiento. Así, mientras en el último de esos debates los demás contrincantes enfrentaban sus proyectos, el presunto convaleciente explayaba una larga y amigable entrevista por el mayor canal de la televisión evangélica.

Luego de reiterados sondeos que señalaban el rápido ascenso de Haddad y reiteraban que este superaría a Bolsonaro en la segunda vuelta, a última hora sorprendió el abrupto crecimiento del ex capitán. Pero, como señala Jefferson Miola, esto no reflejó un cambio de la opinión ciudadana. Lo cierto es que las derechas, ante el reiterado pronóstico de que al cabo serían derrotadas, concentraron su votación en Bolsonaro, procurando eliminar a Haddad en el primer turno.

Ese crecimiento final del candidato fascista coincidió con un igual vaciamiento de la votación de los demás aspirantes de derecha; el total de la votación anti-petista  no creció, sino que se concentró. El hecho es que el intento de elegir a Balsonaro en  primer turno fracasó.

Ahora, a menos de tres semanas de la segunda vuelta ¿cuál es la situación del país? La de una inminente confrontación decisoria entre el núcleo de la derecha fascista, a la cabeza de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos y progresistas del Brasil, representados por el candidato del PT.

Confrontación que no se realiza en circunstancias de normalidad institucional ni legal, sino en unas condiciones donde los jueces y los informadores más potentes están desembozadamente alineados con la parte más reaccionaria de la política brasileña. En esas circunstancias, Lula, Haddad y el liderazgo del PT llaman a formar un ancho frente multicolor del Brasil democrático para detener en las calles y en las urnas la embestida ultra reaccionaria.

Los próximos días dirán cuánto de eso podrá concretarse en esta coyuntura. Hay dos elementos alentadores. Uno, que también una porción del Brasil conservador se siente atrapada y amenazada por los excesos de Bolsonaro y su grupo, y admiten la posibilidad de sumarse al frente democrático. Por lo pronto ya Bolsonaro, a su vez, advierte que él no tiene ninguna intención de negociar nada  con quienes ahora acudan a apoyarlo; quienes piensen hacerlo no tendrán más opción que acatar lo que él determine.

El otro elemento, en los días que preceden a la segunda vuelta, al capitán retirado Jair Bolsonaro le corresponderá acudir hasta a seis debates televisivos cara a cara con el académico Fernando Haddad, master en economía y doctor en filosofía, ex ministro de educación y dirigente con reconocida experiencia en gestión administrativa. Difícil prever cuánto eso modificará opiniones en los diferentes ámbitos sociales, pero la prueba será mucho más peligrosa para el primero que para el segundo. ¿O apelará Bolsonaro a otro subterfugio para eludir toda discusión de fondo?

Con certeza, la etapa que seguirá a estas elecciones será mucho más riesgosa que cualquier período anterior, y tendrá muchos componentes aleccionadores para el próximo futuro latinoamericano. Pero, incluso en el caso de que la nación brasileña logre vencer en esta coyuntura a las fuerzas sociopolíticas que -por las buenas o por las malas- quedaron aglutinadas bajo Bolsonaro, esa historia no concluye aquí, ni mucho menos.

No es la derecha, sino el progresismo y las corrientes de izquierda, quien más deberá revisar y corregir sus anteriores comportamientos, es decir, los desaciertos y errores que los llevaron a su actual situación y a las que seguirán. Si las acusaciones de corrupción hicieron daño, ello se debió más a que sí tenían base, que al poder de los medios de comunicación.

Si las derechas y sus mentores imperiales han tenido éxito, ello se debe a esas deficiencias y errores, que reiterándose por varios años, corroyeron la confianza ciudadana, hicieron más vulnerable al progresismo y más ineficaces a las izquierdas. Adormecidas por un optimismo bobalicón, fallaron en sus responsabilidades de desarrollar la cultura política popular, así como de prever y contener la ofensiva reaccionaria con suficiente anticipación.

La segunda vuelta será más reñida de lo que los sabihondos de oficio ahora predican. No obstante, sean cuales sean los próximos cómputos electorales, es a las izquierdas a quien la etapa que siga les exigirá una incluyente y honesta autocrítica objetiva, y una enérgica renovación moral y estratégica.

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