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Del fin del comienzo al comienzo del fin (3)

Written by Debate Plural

Jorge Beinstein (Rebelion, 25-6-14)

No se trata solo de superioridad técnica sino de la extrema crueldad en su “forma de hacer la guerra” lo que lleva al autor (pese a su admiración hacia Occidente) a señalar que: “algunos estudiosos equiparan a Alejandro Magno con Cesar… o Napoleón con quienes compartía su voluntad de hierro, su genio militar innato y la búsqueda de un imperio más poderoso de lo que los recursos naturales de su tierra nativa les permitían. Alejandro en efecto guarda afinidades con ellos, pero a nadie se parece más que a Adolf Hitler”. El paralelo inevitable entre las falanges griegas, las legiones romanas, los cruzados, las tropas coloniales españolas, inglesas, francesas y los ejércitos hitlerianos establece el hilo conductor “occidental” de una larga sucesión de guerras, conquistas y matanzas.

La acumulación originaria del capitalismo se basó, fue exitosa gracias al saqueo desmesurado de una periferia y de recursos naturales gigantescos, relativamente “infinitos” dado el nivel técnico y la capacidad de rapiña de los imperialistas europeos de ese entonces. Pero esa desmesura es imposible actualmente, el planeta es demasiado pequeño para las necesidades de lo que sería un nuevo proceso de acumulación capaz de potenciar el parasitismo occidental hasta generar una suerte de supercapitalismo global.

Las potencias centrales son lo suficientemente grandes como para destruir al planeta (lo que significaría su autodestrucción) y es por ello, a causa de su gigantismo que no pueden salvarse, iniciar un nuevo ciclo ascendente devorando recursos humanos y naturales aunque para sobrevivir como imperio necesitan alimentarse de sus víctimas. Esto marca una diferencia cualitativa esencial con lo ocurrido hace cinco siglos, ahora la violencia imperialista no es la de un monstruo vigoroso, en su infancia o juventud sino la de un monstruo viejo y obeso.

Occidente

Es necesario asociar conceptos artificialmente disociados como “civilización occidental”, “civilización burguesa”, “Imperio” (occidental) y “capitalismo”. El capitalismo aparece como un fenómeno histórico con raíces geográficas occidentales bien delimitadas cargando una pesada herencia cultural específica. Occidente emergió como una empresa imperialista colectiva, agrupando a varios estados expandiéndose globalmente y al mismo tiempo enfrascados en feroces disputas intestinas, la unificación llegó luego de un largo recorrido plurisecular al final de la Segunda Guerra Mundial bajo el mando de una superpotencia neo europea: los Estados Unidos.

El estallido de la guerra en 1914 pero especialmente la ruptura rusa de 1917 marcó el inicio del declive occidental aunque la tendencia pareció revertirse desde los años 1990 con el desplome de la URSS y en cierto sentido antes a partir de la reconversión capitalista de China. Pero no fue así, de la desintegración soviética luego de una década de desastres apareció Rusia como potencia militar-energética crecientemente autónoma aunque manteniendo estrechos lazos comerciales y financieros con Occidente y del aburguesamiento chino no nació un país subdesarrollado dócil a los intereses norteamericanos como India o México sino una potencia periférica también con importantes márgenes de autonomía.

El deterioro general de la dominación occidental, de su jerarquía imperialista, es decir del capitalismo como sistema mundial ha engendrado el fenómeno de despolarización, de descontrol periférico, China y Rusia pero también Irán, y los juegos más o menos independientes de algunos estados “progresistas” de América Latina ilustran el proceso. Los “bárbaros” del siglo XXI se organizan sin tutela romana o negociando con la Roma moderna ya no como simples vasallos, pero esa Roma no puede reproducirse como tal, su parasitismo no puede sobrevivir sin los tributos crecientes de sus súbditos periféricos, necesita cada vez más sangre de sus víctimas (petroleo barato, litio, oro, cobre, salarios miserables, mayores ventajas comerciales, mega-transferencias financieras, etc.) mientras las víctimas van encontrando los caminos para reducir el pillaje gracias precisamente al debilitamiento del parásito (lo que no impide en ciertos casos que los bárbaros se pillen entre ellos).

Algunas precisiones nos pueden ayudar a entender mejor lo que está ocurriendo.

En primer lugar el hecho de que la consolidación de los estados burgueses centrales ha estado (y sigue estando) estrechamente asociada a la expansión y consolidación colonial, la extracción masiva de riquezas de la periferia permitió y sigue permitiendo la integración de las sociedades centrales y la permanencia de su guardián estatal-militar, el fin o el debilitamiento grave de dicha explotación marcaría el eclipse de esos estados y de sus bases sociales.

En segundo lugar la comprobación de que el capitalismo es un sistema basado en un encadenamiento de jerarquías fuertemente autoritarias, desde la empresa ascendiendo hasta llegar al centro del poder mundial a través de una compleja articulación de estados, grupos económicos, instituciones internacionales, medios de comunicación, etc. La jerarquía imperialista del capitalismo es inherente al mismo, es su forma histórica, concreta de reproducción, nunca fue una articulación pacífica sino un ensamble violento e inestable donde la autoridad es ganada y conservada con guerras, presiones, trampas, etc. Pero hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial esa jerarquía jamás pudo estructurarse en torno de un único centro estatal, superimperialista de poder, desde los inicios de la modernización y su sombra colonial nos encontramos ante sucesivas rivalidades y guerras interimperialistas.

La fantasía de la globalización regida por una sola potencia mundial aunque insinuaba concretarse en los lejanos años 1990 se fue desvaneciendo en la década siguiente, el sometimiento de Europa y Japón a la jefatura estadounidense continúa basada en la degradación de ambos socios menores, hechos recientes como los de Libia, Siria y Ucrania son buenos ejemplos de ello. Pero ocurre que el jefe imperial también se degrada lo que plantea la incertidumbre respecto del futuro de esa convergencia central. Por su parte la periferia se va descontrolando precisamente cuando más es necesario su control (superexplotación) para la reproducción del parásito, en consecuencia el imperio se enfurece, se desespera, rescata toda su memoria racista no solo para expulsar o reducir a la esclavitud a los intrusos periféricos que se instalan en los territorios imperiales sino para convertir a sus países de origen en zonas de libre cacería.

Está última etapa ilumina toda la historia anterior del sistema, destruye sus mitos decisivos, deja al descubierto su falsedad esencial. Sobre todo el mito del capitalismo como progreso, como etapa superior en la sucesión de civilizaciones, es decir como la más potente negación de la barbarie.

Buena parte de las ideologías anticapitalistas de los siglos XIX y XX planteaban la superación del capitalismo como una suerte de continuidad a un nivel superior, de negación inicial, revolucionaria, apoyada en los logros “positivos” del viejo mundo (el proyecto de ruptura albergaba condicionamientos culturales que aseguraban la reproducción de aspectos decisivos de la civilización burguesa).

Pero la degeneración en curso de ese sistema le quita el velo ideológico a su verdadero rostro, los logros aparentemente positivos de su tecnología (donde el capítulo militar es decisivo) aparecen inscriptos en un contexto de conquistas coloniales con centenares de millones de asesinatos, con liquidaciones de creaciones culturales calificadas despectivamente como atraso o subdesarrollo, depredando hasta la extinción a una amplia variedad de recursos naturales.

Podemos incluir un pequeño agregado entre paréntesis a la célebre expresión de Voltaire para afirmar que la civilización(burguesa) no ha suprimido a la barbarie sino que la ha perfeccionado. El capitalismo no debe ser asumido como una etapa en última instancia positiva en la marcha del progreso humano sino como una desgracia, como un desastre, una degeneración cuya no existencia hubiera evitado numerosas tragedias. El balance histórico de su evolución es globalmente negativo, muchos de sus progresos científicos y tecnológicos habrían sido obtenidos siguiendo probablemente otros ritmos y caminos pero en contextos sociales menos terribles.

Hegel en sus lecciones de filosofía de la historia establecía que el desarrollo de la libertad, componente de la marcha de la Civilización entendida como encadenamiento de civilizaciones, como la evolución del progreso universal, nacía penosamente en Oriente (es decir en la periferia) para realizarse integralmente en Occidente con la victoria mundial de su civilización, de la modernidad burguesa16. La soberbia eurocéntrica le impedía a Hegel percibir que la libertad periférica (embrionaria, en desarrollo) había sido aplastada, abortada, liquidada por un Occidente parasitario y depredador concretando la mayor matanza de la historia humana y que su civilización sanguinaria solo podía afirmarse una y otra vez por medio de la fuerza bruta, de sus dispositivos militares contra los pueblos oprimidos de la periferia (y cuando fue necesario también contra sus propias poblaciones como lo demostró el fascismo europeo del siglo XX ahora en pleno renacimiento).

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