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El espectáculo fascista de Israel ocupa un lugar central

Written by Debate Plural

972 mag (8-3-19)

Por primera vez en más de 30 años, un auténtico partido kahanista podría estar ingresando en la Knesset. Pero, ¿el auge de un partido que aboga por la supremacía judía, la teocracia y la «guerra total» es tan inaudito como sugiere la protesta?

La última semana ha sido memorable en los anales de las alianzas del primer ministro Benjamin Netanyahu con la extrema derecha racista. Después de haber trastornado a sus aliados antisemitas y autoritarios en Europa por no mantener adecuadamente sus recientes esfuerzos de revisionismo del Holocausto, Netanyahu ha allanado el camino para que los fascistas israelíes de su país ocupen su lugar -una vez más- en la Knesset.

En el contexto de su marco político, las propuestas del primer ministro de Poder Judío (Otzma Yehudit) no son sorprendentes. Su disposición a confiar en los supremacistas blancos y los ultranacionalistas en el extranjero para apuntalarlo proporciona una amplia evidencia de los tipos de personajes con los que hará causa común. Durante mucho tiempo, también ha quedado claro que hay muy pocos criterios que Netanyahu no sondeará cuando su posición en la cima de la política israelí esté bajo amenaza.

Y esa amenaza, con las elecciones nacionales que se avecinan en abril, se siente real. Frente al hecho de que algunos de sus socios actuales de la coalición no superaron el umbral electoral, Netanyahu presionó con éxito al partido Hogar Judío para que se uniera al Poder Judío, lo que brinda la posibilidad real de que un explícito partido kahanista ingrese a la Knesset por primera vez en más de 30 años .

El rabino Meir Kahane, quien fundó la Liga de Defensa Judía y por quien se nombra a los kahanistas, fue un fascista. Quería rehacer la sociedad israelí expulsando a los palestinos y haciendo de la ley judía la ley del país. Creía en la supremacía judía, estaba obsesionado con la pureza étnica y declaró que el antisemitismo en la diáspora era necesario para evitar la asimilación. La violencia y el militarismo fueron para Kahane instrumentos para garantizar el renacimiento nacional.

Los manifiestos de la JDL (Liga de Defensa Judía, n. de T.) que escribió Kahane en los años 60 y 70 en Nueva York contenían semillas de esta ideología fascista. La plataforma política de su partido, Kach, que se desarrolló en las elecciones israelíes de 1984 y que le permitió ser elegido, era explícitamente fascista. Es importante decir esto inequívocamente. Al referirse al «kahanismo» sin nombrar su pedigrí ideológico, es imposible tener una discusión honesta sobre esta última evolución en la política israelí.

De los márgenes a la corriente principal

Kahane, sin duda, cambió los parámetros del discurso israelí durante su turbulenta carrera parlamentaria. Entre los principios y políticas de Kach estaban los que pedían expulsiones masivas de palestinos; la anexión de Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y el Sinaí; y la prohibición del matrimonio, y todo contacto sexual, entre judíos y no judíos, pasible de ser castigado con penas de prisión de cinco a 50 años. Este último punto fue una obsesión particular para Kahane: sus mítines políticos en Israel regularmente mostraban cuentos histriónicos y entramados de decenas de niñas judías secuestradas y llevadas a aldeas palestinas; y durante una transmisión de la elección de Kach en la década de 1980 (emitida, curiosamente, en inglés), advirtió sobre «la destrucción de Israel no a través de balas sino a través de bebés árabes».

Mientras tanto, los principios de seguridad de su partido continuaron con el tema de la justa violencia judía que informaba sus escritos para el JDL: la violencia que reconvirtió tanto de un linaje bíblico (Bar Kokhba, Judah Maccabee) como para un potencial de redención (el final a la opresión judía). El lema de JDL al estilo de la Segunda Enmienda «Cada judío un arma calibre 22», hizo aliá en forma de un llamado a dar a las Fuerzas de Defensa de Israel «mano libre» para tratar con los árabes; en otras palabras, la política de disparar para matar sin cuestionamientos.

Entre las otras visiones de Kahane había un sistema educativo étnicamente segregado, que se centraría en enseñar el amor por Israel y el pueblo judío; un Gobierno pequeño con una burocracia mínima que permitiría el florecimiento de una «economía judía» y la ilegalización del partido comunista israelí.

La lista continúa. Por encima de todo, Kahane buscó el desmantelamiento de lo que formaba la democracia israelí y pidió un Estado basado en la ley religiosa judía. De hecho creía que el judaísmo y la democracia «occidental» eran fundamentalmente incompatibles, aunque no estaba en contra del uso temporal de las instituciones democráticas para promover sus otros objetivos políticos.

Por más que casi todo el espectro del oficialismo político de Israel manifestó su conmoción por la retórica y las acciones de Kahane, incluso llegando a boicotear sus discursos en la Knesset, su popularidad en Israel solo aumentó después de su elección. Al no haber alcanzado el umbral electoral en 1973, 1977 y 1981, y luego de ganar un solo escaño en las elecciones de 1984, se proyectó que Kach ganaría cuatro o más escaños en las elecciones de 1988. La Comisión Electoral de Israel impidió que Kach se postulara porque la plataforma del partido incitaba al racismo, pero para entonces Kahane ya había emitido su discurso sobre las expulsiones masivas que fue emitido por los principales partidos de la Knesset.

Librar la «guerra total» contra los enemigos de Israel

Kahane fue asesinado en Nueva York en 1990 e Israel declaró ilegal a Kach como organización terrorista en 1994 (Estados Unidos lo siguió un año después). Pero su movimiento en Israel lo sobrevivió: los miembros principales de Poder judío, Baruch Marzel, Itamar Ben-Gvir, Michael Ben-Ari y Benzi Gopstein, son todos discípulos de Kahane y antiguos activistas de Kach. Ellos han perseguido a los palestinos, a los izquierdistas, a los solicitantes de asilo africanos y a la comunidad LGBTQ.

El manifiesto electoral de Jewish Power en 2019 tiene un gran parecido con la plataforma de Kach. El partido propone implementar la ley judía como la ley del país y establecer un sistema educativo que enseñe el amor a Israel y al pueblo judío. Promete una «guerra total» contra «los enemigos de Israel» y busca la anexión de Cisjordania y Gaza. Llama a expulsar a los «enemigos de Israel» (que deben leerse como los palestinos) «de vuelta a sus países de origen». Al mismo tiempo, el partido quiere alentar a los judío de la diáspora a emigrar a Israel para evitar la asimilación.

En cuanto a la política de seguridad, el partido quiere que el ejército israelí restablezca la «disuasión» y que los militares «pasen de una política de contener al enemigo a una de eliminación y aniquilación». Quieren fomentar la procreación y luchar contra el aborto. Imaginan una «democracia judía» que «rechaza los valores universales». Y denominan a su política económica «capitalismo judío», parte de la cual propone que una vez que «los enemigos de Israel» hayan sido expulsados ​​del país, el presupuesto de seguridad se reducirá en miles de millones de shekels que podrán reinvertirse parcialmente en la industria, las pequeñas empresas y la periferia.

Guerra total, expulsiones, aniquilación, ley religiosa ortodoxa obligatoria, pronatalidad, supremacía étnica: esas eran las tarjetas de visita de Kahane y también lo son de Poder Judío. Hace treinta años esas propuestas políticas llevaron a Kach a la ilegalidad. Hoy han recibido una invitación del primer ministro, enviada a través de Jewish Home, para unirse a su coalición. ¿Entonces qué pasó?

No comenzó con Kahane

Sería fácil -y para muchos un consuelo amargo- señalar a hombres como Kahane, Netanyahu y la multitud de Poder judío como aberraciones en la política de Israel. Sin embargo, adoptar esta postura es sugerir que las ideas de Kahane y las políticas de Netanyahu no tienen precedentes en la historia de Israel. Y cuando analizamos con sinceridad los últimos 70 años, ¿podemos realmente decir que es así?

La expulsión estuvo en las manos del Primer Ministro de Israel y fue fundamental para la fundación del Estado. El matrimonio mixto nunca ha sido posible en Israel sin la amenaza de encarcelamiento (el año pasado un rabino conservador fue detenido brevemente por oficiar bodas no ortodoxas). Las campañas por un Gran Israel, respaldadas por figuras públicas de todo el espectro político, han existido desde que comenzó la ocupación e incluso antes. Aparte del estatus legal, Israel ha instrumentado el proceso de anexión de facto de Cisjordania durante años, a través de una combinación de demoliciones, desalojos, expropiaciones de tierras, construcción de colonias y planes de «transferencia». Cada discusión sobre la «amenaza demográfica» que acompaña a las propuestas supuestamente progresistas de dos estados invoca el espectro de la segregación étnica.

Durante los últimos 20 años la sociedad israelí se ha desplazado inexorablemente hacia la derecha y el proceso se está acelerando desde que Netanyahu fue elegido en 2009. Pero ni Kahane ni Netanyahu son los únicos responsables del embrutecimiento de la sociedad israelí. Las raíces de lo que estamos presenciado se remontan mucho más allá y a algo mucho más fundamental sobre el Estado. El hecho es que Israel no ha sido, por un solo día desde su fundación, un Estado para todos sus ciudadanos. Y en esto radica la materia prima de los estragos que vemos hoy.

De hecho, el impacto real de este último desarrollo político es que una vez más ha destruido el argumento de las «manzanas podridas» que se aplica a todo, desde la violencia de los colonos hasta la ocupación en sí. De hecho, los defensores progresistas del equilibrio «judío y democrático» tienden a excepcionalizar los actos de opresión social y de estado contra los palestinos, argumentando que son signos de un sistema político que se resbala bajo la presión de una ocupación militar de 50 años y que funciona peligrosamente mal, tal vez sin posibilidad de reparación. Pero tales protestas sonaron desde hace mucho, de la misma manera en que lo hicieron los gritos de «¡así no somos nosotros!» después de la elección de Trump en los Estados Unidos, como si la supremacía blanca nunca hubiera oscurecido los cimientos del país. Y como si el Estado racista y la violencia interpersonal fueran una novedad en la historia de Israel.

Estos argumentos horadaron la política actual por mucho tiempo y parece que seguirán en el futuro. En lo inmediato parece que la decisión de Netanyahu de extender la mano de su poder a los descarados proveedores del fascismo en Israel, nos muestra una faz tanto particular como universal. En primer lugar, tratando de encuadrar las características de “un Estado judío y democrático”, la democracia siempre ocupó y seguirá ocupando el segundo puesto en la ecuación. En segundo lugar, entender que un sistema democrático que sólo lo es para el grupo hegemónico puede, aún cuando funcione dentro de ese marco, llevar el fascismo al poder. Israel no está solo en este aspecto.

Es entonces algo irónico que Rafi Peretz, el nuevo jefe del partido Hogar Judío, defendiese el miércoles la fusión de Poder Judío al afirmar: «Cuando la casa se está quemando… no miro muy de cerca a quien me ayude a apagar el incendio”. Tiene razón sobre el estado de emergencia, pero está equivocado acerca de quién tiene los fósforos.

La información sobre las políticas y propuestas de Meir Kahane, tanto para la Liga de Defensa Judía como para Kach, se toma de los siguientes libros: «El Falso Profeta: Rabí Meir Kahane», de Robert I. Friedman (1990); «Heil Kahane», de Yair Kotler (1986); «La historia de la Liga de Defensa Judía», de Meir Kahane (1975); y «¡Nunca más! Un programa para la supervivencia , de Meir Kahane (1972).

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