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Lágrimas de cocodrilo por Venezuela: De los últimos holocaustos victorianos al imperialismo del siglo XXI

Written by Debate Plural

Colin Todhunter (Counterpunch, 6-3-19)

El 26 de febrero, el coordinador político británico en la ONU, Stephen Hickey, intervino en la reunión del Consejo de Seguridad sobre Venezuela culpando al gobierno por la situación en que se encuentra dicho país. Afirmó que los años de mal gobierno y corrupción han hundido la economía venezolana y que las acciones del “régimen” de Maduro habían provocado el colapso económico.

Continuó explicando las últimas iniciativas para prestar “ayuda” al país:

“…el uso de violencia letal [de Maduro] contra su propio pueblo y otros actos de agresión para bloquear el suministro de la ayuda humanitaria que se necesita con urgencia son sencillamente repugnantes […] las políticas opresivas del régimen de Maduro afectan […] a civiles inocentes, incluyendo mujeres y niños, que carecen de acceso a productos médicos esenciales y otros suministros básicos”.

Luego siguió hablando sobre el periodista Jorge Ramos, supuestamente detenido, que posteriormente sería liberado y deportado:

“Al igual que la falta de libertad a la que se somete a los periodistas, otras libertades esenciales, como las democráticas, simplemente están ausentes en Venezuela […] Estamos con Juan Guaidó […] y compartimos su objetivo de llevar paz y estabilidad a Venezuela”.

No podemos sino preguntarnos qué piensa Hickey de la detención ilegal y arbitraria y el sufrimiento innecesario de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres durante buena parte de esta década, por cortesía de su propio gobierno.

Hickey defendía que la única manera de alcanzar paz y estabilidad es logrando una transición democrática mediante elecciones libres e imparciales, tal y como demandan “el presidente interino Guaidó” y la Asamblea Nacional, en línea con la constitución venezolana:

“Hasta que esto se consiga, la actual crisis humanitaria provocada por el régimen de Maduro continuará […] a menos que se celebren elecciones presidenciales libres”

Mientras tanto, Hickey solicitó nuevas sanciones contra determinados miembros del gobierno venezolano que, según él, se habían beneficiado de las políticas corruptas. A modo de conclusión, afirmó que “el pueblo venezolano se merece un futuro mejor. Ya han sufrido bastante a manos del régimen de Maduro”.

Algo que Hickey debería considerar

Estos son algunos datos que Hickey debería tener en cuenta. En 2018 Maduro fue reelegido presidente. Una parte de la oposición boicoteó la elección, pero la maniobra no tuvo mucho éxito: votaron 9.389.056 personas; participaron 16 partidos y se presentaron 6 candidatos para la presidencia. Maduro consiguió 6.248.864 votos, el 68%. El conocido periodista John Pilger afirma que el día de la votación habló con uno de los 150 observadores internacionales, que declaró que el proceso había sido totalmente limpio. No hubo indicios de fraude y ninguna de las reclamaciones sensacionalistas de los medios de comunicación se sostuvo.

Entonces, ¿qué hay del no electo Juan Guaidó, a quien Hickey llama “presidente interino”?

Pilger señala que es una creación de la CIA y la Fundación Nacional para la Democracia*. El 81% de los venezolanos no habían oído hablar de él anteriormente y nadie le ha votado. Y, ¿quiénes están detrás de él (no entre el pueblo venezolano, sino en Washington)? Pilger afirma a ese respecto:

“Trump ha nombrado como ‘enviado especial en Venezuela´ (artífice del golpe) a un criminal convicto, Elliot Abrams, cuyas intrigas al servicio de los presidentes Reagan y George W. Bush están en la base del escándalo Irán-Contra en los ochenta y que sumergió a América Central en años de sangrienta miseria”.

En referencia al sesgo y parcialidad de las informaciones que producen los medios occidentales sobre Venezuela, Pilger menciona que ni el historial democrático del país, ni su legislación sobre derechos humanos, ni sus programas de alimentación, ni sus iniciativas en sanidad y en la reducción de la pobreza aparecen nunca en ellas.

“No se habla del más extenso programa de alfabetización de la historia humana, como tampoco de los millones de personas que se manifiestan en apoyo de Maduro y en memoria de Chávez. Nada de eso existe”.

Tampoco ha ocurrido nada de eso en el mundo distorsionado de Stephen Hickey. Este individuo dibuja un cuadro completamente deformado de la situación en Venezuela, que carga toda la culpa de los problemas económicos y sus consecuencias a Maduro y su “régimen corrupto”. Pero esta es una estrategia de probada eficacia: poner de rodillas a un país y asignar la culpa a los líderes políticos de ese país.

Los países como Venezuela se han visto atrapados hasta cierto punto por su legado colonial y con mucha frecuencia se han convertido en productores de una sola materia (en este caso el petróleo), y tienen dificultad para expandirse hacia otros sectores. Lo cierto es que son extremadamente vulnerables. Estados Unidos puede exprimir al máximo el precio de esa materia prima que constituye la base económica del país, al tiempo que aplica sanciones y corta el acceso a mecanismos financieros de rescate. Entonces resulta mucho más sencillo culpar de las consecuencias a “un régimen corrupto”.

El profesor Michael Hudson ha resumido de qué manera la deuda y el sistema monetario internacional controlado por E.UU. ha arrinconado a Maduro. Sostiene que Venezuela se ha convertido en un monocultivo de petróleo, cuyas rentas se han estado destinando en gran medida a la importación de alimentos y otros productos básicos que podría haber producido ella misma. En el caso de los alimentos, muchos países del Sur global se han visto negativamente afectados por la “globalización de la agricultura” y han visto debilitados su sector indígena como resultado de las políticas y directivas de la Organización Mundial de Comercio y de las estrategias geopolíticas de préstamos estadounidenses.

Pero todo esto no es sino una verdad incómoda para los medios de comunicación occidentales, Hickey y quienes son como él. Al hablar sobre la BBC, John Pilger señala que es “demasiado complicado” para ese medio incluir este tipo de datos en sus reportajes:

“Es demasiado complicado informar de que el colapso de los precios del petróleo desde 2014 es en gran medida el resultado de las maquinaciones criminales de Wall Street. Es demasiado complicado denunciar como sabotaje el bloqueo del acceso de Venezuela al sistema financiero internacional dominado por Estados Unidos. Es demasiado complicado informar de que las «sanciones» de Washington contra Venezuela –que ya han causado al país la pérdida de al menos 6 billones de dólares desde 2017, incluidos 2 billones en medicamentos importados– son ilegales o de la negativa del Banco de Inglaterra a devolver las reservas de oro de Venezuela, todo un acto de piratería”.

Ninguna de estas acciones es materia de debate para la BBC o Hickey. Este individuo se sienta en la ONU para hablar sobre libertad, democracia y los derechos y el sufrimiento de las personas corrientes, pero es incapaz de reconocer el papel que desempeñan Estados Unidos o la propia Gran Bretaña en la negación de libertad y la perpetuación del sufrimiento en el mundo.

La “eliminación de la vida”, desde Siria hasta Irak

Según el antiguo ministro de asuntos exteriores francés, Roland Dumas, Gran Bretaña llevaba planeando acciones encubiertas en Siria desde 2009. Y ya en 2013, Nafeez Ahmed analizaba la correspondencia filtrada de la compañía privada de inteligencia Stratfor, entre la que se encontraban notas de una reunión con oficiales del Pentágono, en las que se confirmaba que EE.UU. y Reino Unido estaban entrenando a fuerzas sirias de oposición desde 2011, con la intención de provocar la “caída” del régimen de Assad “desde dentro”.

Esta es la auténtica preocupación de británicos y occidentales: facilitar las maquinaciones geopolíticas de las instituciones financieras, las compañías petroleras, los fabricantes de armas y los especuladores. Y exactamente lo mismo es lo que pasa ahora con Venezuela. La gente ordinaria no son más que “daños colaterales” que mueren o que escapan de las zonas de combate que Occidente y sus aliados han creado. Las brutales guerras por el petróleo y el gas de Occidente se tergiversan y disfrazan de intervenciones “humanitarias” para el consumo público.

En 2014, el antiguo embajador británico en Uzbekistán Craig Murray afirmó (en una conferencia celebrada en la Universidad St Andrews en Escocia) que Libia es un desastre en la actualidad y que 15.000 personas perdieron la vida en los bombardeos de la OTAN (franceses y británicos) en Sirte. De cara al público, la “intervención” se inició con la difusión de historias sobre cómo Gadafi estaba matando a su propia gente, que resultaron ser falsas. Ahora escuchamos lo mismo sobre Maduro.

En lo que se refiere a Irak, Murray afirmó tener la seguridad de que las principales autoridades británicas eran plenamente conscientes de que no existían armas de destrucción masiva. Para él era evidente que la invasión de Irak no había sido un error, sino una mentira.

Más de un millón de personas han perdido la vida a causa de los ataques dirigidos por EE.UU. o Gran Bretaña en Irak, Afganistán y Siria. Pero ese es el plan: convertir a los países en estados vasallos de Estados Unidos o, en el caso de aquellos que resisten, reconstruirlos (destruirlos) en territorios fragmentados.

Cualquier referencia a la moralidad y el humanitarismo debe contemplarse como lo que es: parte de las operaciones psicológicas destinadas a que el público considere que lo que ocurre en el mundo es una serie de acontecimientos desconectados que precisan de la intervención de Occidente. El público no debe pararse a pensar ni por un instante que son la expresión de la brutalidad planeada por el imperio y el militarismo.

Tim Anderson (autor de “La guerra sucia en Siria”) sostiene que en el caso de Siria, la cultura occidental recurrió a sus peores tradiciones: “la `prerrogativa imperial´ de intervención […] reforzada por una feroz campaña de propaganda bélica”. Ahora lo estamos viendo de nuevo en relación con Venezuela.

Igualmente podríamos preguntarnos quiénes son Donald Trump, John Bolton o, para el caso, Stephen Hickey para dictar y diseñar el futuro de Venezuela. Pero eso mismo es lo que ha estado haciendo Estados Unidos en todo el mundo durante décadas, con el apoyo de Gran Bretaña. El control del petróleo es clave para entender los acontecimientos en Venezuela. Pero también subyace la intención de destruir cualquier tendencia hacia el socialismo en América Latina (y cualquier otro lugar) así como la necesidad del capital occidental de expandirse o crear nuevos mercados: Washington seleccionó cuidadosamente al títere Juan Guaidó para facilitar el proceso y abrir paso a un programa de “privatización masiva” e “hipercapitalismo”.

En muchos aspectos, Estados Unidos ha seguido el manual de estrategia del anterior maestro colonizador, Reino Unido. En su libro “Late Victorian Holocausts” (Los últimos holocaustos victorianos), Mike Davis escribe que millones de personas morían de hambre en la India cuando Lord Lytton (delegado del gobierno británico en la India) afirmó: “Por parte del gobierno, no habrá ninguna interferencia destinada a reducir el precio de los alimentos”. Desechó cualquier idea de dar de comer a los hambrientos, considerándola “histeria humanitaria”. Había mucha comida, pero se retenía para mantener los precios y servir al mercado.

El escritor y político indio Dhashi Tharoor señala un discurso pronunciado por Winston Churchill ante la Casa de los Comunes en 1935 en el que afirmó que cualquier pequeña reducción del nivel de vida en India supondría la lenta muerte por desnutrición y la eliminación de la vida para millones de personas. Y eso después de casi 200 años de gobierno británico. Según Tharoor, esta “eliminación de la vida” a manos de Churchill provocó de seis a siete millones de muertes en la India en la hambruna que sufrió Bengala durante la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de las lágrimas de cocodrilo de Hickey, cientos de miles de personas siguen muriendo en la actualidad a causa de la misma mentalidad imperialista. El histerismo humano es para el consumo público pues la “eliminación de la vida” continúa de todas formas.

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