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La amenaza más importante que deberá enfrentar Venezuela

Written by Debate Plural

José Negrón Valera (Sputnik, 1-3-19)

Es innegable que al interior de la sociedad venezolana se agolpa un monstruo mucho más peligroso y letal que las propias armas del Pentágono. Un malestar silencioso que puede implosionar la sociedad entera, y que no puede simplemente barrerse bajo la alfombra y esperar que desaparezca mágicamente.

Luego de fracasado el plan «humanitario» de Estados Unidos para ingresar por la fuerza material logístico para generar disturbios callejeros en Venezuela, las redes sociales se vieron saturadas de mensajes que mostraban una particular etiqueta: #IntervencionMilitarYa.

La gravedad de esta solicitud, es que no era impulsada por bots y costosas estrategias de posicionamiento, sino que funcionaban por el convencimiento de un grupo de venezolanos que ante la frustración, consideraban que pedir un bombardeo sobre su país, sonaba como un buen y definitivo plan para acabar con el mal que parecía afligirlos.

¿Qué lleva a una persona a aceptar la necesidad de la violencia como única vía para solucionar los conflictos? La antropología del contraterrorismo tiene una palabra para ello: Radicalización.

El camino de la destrucción

Bill Braniff, investigador de la Universidad de Maryland, concibe la radicalización como «la aceptación de la violencia como algo necesario para el progreso de un objetivo ideológico». Una estrategia que aplican ciertos liderazgos políticos para reclutar adeptos y para encauzarlos hacia un tipo de acción particularmente agresiva.

El investigador considera que existen cuatro elementos esenciales para identificar y entender la radicalización: «resentimiento, ideología, brecha cognitiva y movilización».

Para Braniff es importante acotar que estos elementos no funcionan de manera lineal, ni son determinísticos. Sin embargo, la presencia o combinación de algunos factores son suficientes para llevar a un individuo común y corriente a radicalizarse.

Braniff resume así el proceso:

«Creo que la creencia generalizada sobre cómo se produce la radicalización es que empieza con un resentimiento. Un individuo se siente agraviado personalmente o está molesto en relación con la situación de su comunidad, creen que su comunidad está siendo perseguida. Esto les abre una brecha cognitiva, están buscando respuestas y aparece una ideología militante y proporciona todas esas respuestas. Les dice por qué ellos y su comunidad están siendo perseguidos, quién es el responsable de esa persecución y qué necesita hacer esa persona para afrontar la persecución. Y, así, esa persona socializa estas ideas con otros, que pueden estar en internet o pueden estar allí físicamente. Y se movilizan hacia la violencia».

En el caso venezolano, el resentimiento, que es un estado emocional que surge de alguna clase de desigualdad o injusticia que debe ser corregida (consideremos el deterioro de la situación económica o la prestación deficiente de algún servicio público) abre en el ciudadano una «brecha cognitiva», esto es la posibilidad de que pueda ser «influenciable por una fuerza externa a él».

Dicha Brecha, según Braniff y los estudios de contraterrorismo es llenada por una ideología que juega a modo de brújula moral y cognitiva. Le proporciona al individuo un conjunto de ideas que le permiten «definir el estado de cosas y le plantean una solución». Por último, se da un paso hacia la movilización, es decir, hacia una toma de posición material. Ya sea desde escribir un mensaje agresivo en redes sociales hasta participar en desórdenes públicos. No solo se debe pensar en las ideas sino que estas además deben concretarse.

Ideologías peligrosas

Para Braniff, resulta muy importante destacar la ideología como un factor altamente explicativo del por qué los seres humanos toman el camino de la violencia. Desde su punto de vista, la ideología como sistema bien articulado de ideas, ayuda a interpretar el descontento social y la realidaden términos amplios. 

Le brinda al individuo una vía rápida para asignar culpas, mostrándole qué está mal y qué debería cambiar, pero sobre todo le dicta qué puede hacer para llevar el mundo desde su estado actual hacia su deber ser. En resumen, le permite cuatro operaciones básicas: Simplificar la realidad, adquirir un sentido de urgencia, lo dota de un deseo de cambiar o resistir al cambio y por último, le permite un conocimiento que cree es «exclusivo y definitivo».

​»La ideología puede ayudar a polarizar la sociedad, a crear una mentalidad de nosotros contra ellos, o de pertenencia o exclusión del grupo. Y eso puede ayudar al reclutamiento y la radicalización. Puede también ayudar a la movilización de recursospara una organización terrorista que busque el progreso de esa ideología. Las ideologías sirven también frecuentemente para definir los parámetros de violencia que una determinada organización terrorista utilizará. Así, por ejemplo, qué clase de objetivos están justificados o son elegibles para ser atacados. Qué clase de tácticas son aceptables y cuáles no lo son. Incluso la organización de un ataque puede venir dictada por los límites de una ideología» afirma Braniff.

Un aspecto que no puede quedar de lado, es que la ideología logra permear con facilidad en las mentes de los individuos porque funciona en sí misma como una máquina de propaganda.

Las imágenes que se usan para distinguir la causa, la música, los símbolos o las palabras, todo es un vehículo para canalizar y activar emociones en quienes serán no solo los receptores de dicha ideología, sino también sus defensores más férreos y la vanguardia en las acciones que se les ordene ejecutar.

Victor Asal, académico de la Universidad de Albany, cree que si se quiere luchar contra la incubación de la semilla de la violencia, identificar y neutralizar las ideologías que inciten al odio es una de las tareas prioritarias de los Estados.

«Creemos que la razón para esto es que cuando tienes un determinado tipo de ideología, eres capaz de pensar sobre la gente de un modo diferente. Así que hay ideologías que te permiten discriminar a los demás como ‘los otros’. Si yo veo el mundo, si mi ideología me permite ver el mundo dividido entre mi lado y el tuyo. Mi lado es el bueno, el tuyo es perverso. Entonces, seguramente, lo que va a ocurrir es que si tú eres perverso, es mucho más fácil matarte».

Radicalización y búsqueda de significación

Sin embargo, la ideología no explica toda la complejidad del por qué se genera una respuesta violenta, ni tampoco cómo es posible que se capte a individuos de las más distintas edades y clases sociales para sumarlos a las filas de una organización política o social que se apoya en la discriminación y el odio como forma de conseguir sus fines.

Para ello, debemos ahondar en una fuerza motivacional muy poderosa, estudiada por Arie Kruglanski, profesor de psicología de la Universidad de Maryland, y conocida como «La búsqueda de significación«. Esta es definida como:

«una motivación humana de primer orden. Y es una motivación para ser alguien, para importar, para tener estatus, para tener reconocimiento, para destacar y despertar veneración en la gente que se respeta, en otras palabras, ser respetado. ¿Cómo se activa esta motivación? No tenemos esta motivación a todas horas. En ciertas condiciones sentimos esta motivación y este deseo de ser alguien, esta búsqueda de significación en mayor medida que en otras condiciones. Y una condición particularmente fuerte aparece cuando se pierde la autoestima, cuando se es humillado, sea por los fracasos personales o porque el propio grupo ha sido humillado y deshonrado. Ejemplos de humillación aparecen cuando una persona experimenta un estigma».

Kruglanski, llegó a esta conclusión luego de entrevistar a cientos de terroristas alrededor del mundo, y de consternarse por la pregunta de qué lleva a una persona normal, sin una patología psíquica de gravedad considerable, a anular su instinto básico de autopreservación en virtud de alcanzar los objetivos asignados, aún a costa de su propia vida. La declaración de unos de sus entrevistados es determinante:

«No había lugar para el amor. Es decir, una pasión y lealtad a ese grupo, a sus mandos, a aquellos que habían sacrificado sus vidas por el grupo. Luego alcancé una etapa en la que no sentía amor ni por mí mismo. No le daba valor a mi vida. Estaba listo para entregarme completamente, incluso para destruirme con el fin de destruir a otra persona».

Cómo antropólogo, me veo particularmente propenso a unir esta búsqueda de significación, a la campaña brutal de sometimiento psíquico, de tortura psicológica que ha aplicado Estados Unidos contra Venezuela.

Uno de los vértices más potentes tiene que ver con la imagen de un país que es considerado una «enfermedad». La inoculación de la idea de vergüenza por hablar de la Patria, por defender la soberanía del país. La desvalorización de la identidad y los valores nacionales, a través de una brutal y continuada campaña de desarraigo dirigida a los jóvenes, especialmente, los hace vulnerables a permitir que «la brecha cognitiva» aparezca y por allí se infiltre la creencia de que solo destruyendo el país a través de una invasión militar, es la única posibilidad de salvarlo.

Pero dejemos que Kruglanski lo explique:

«La fórmula consiste en que si se une la búsqueda de significación a una ideología, a un conjunto de creencias que te dice que la forma de recuperar la autoestima es combatiendo al enemigo mediante el terrorismo, mediante la violencia, causándole daño, hiriendo a tus enemigos, de ese modo vas a equilibrar el terreno de juego. Ellos te han hecho daño, tú vas a hacerles daños a ellos».

Desactivar la bomba que amenaza a la sociedad

La necesidad de recomponer el tejido social, viene a ser una tarea de primer orden en Venezuela. Las preguntas que inevitablemente surgen son: ¿Es posible desradicalizar a las personas, ayudarlas a abandonar la ruta que los lleva a través de la violencia, la destrucción y la autodestrucción?.

En un primer momento, es necesario diferenciar dos conceptos el de «desradicalización» y la «desvinculación». El primero de ellos, parte del esfuerzo de convencer a alguien para que abandone sus creencias radicales, también de «frenar el proceso de radicalización a partir de cualquier manifestación». Por otro lado, la desvinculación, investigada por el académico de la Universidad de Massachusetts, John Horgan, parte de la idea de que «mucha gente nunca abandona en realidad las creencias o la visión del mundo que han adquirido. Pero sí deciden, por otras razones, que la violencia no es la mejor vía de actuación para ellos o para el progreso de sus objetivos declarados».

Puede que en el caso venezolano, y en un periodo más de corto y mediano plazo, la desvinculación sea un objetivo mucho más alcanzable que la des radicalización total, y ello visto el nivel de penetración que ha tenido en muchas capas sociales, especialmente de clase media y alta, el discurso de la violencia y el odio.

Según sea la mirada, es posible ir actuando sobre diferentes flancos del problema. Un modelo que bien podría servirnos es el llamado ‘contención de la amenaza extremista’, planteado por Peter Neuman del King’s College de Londres y el propio Bill Braniff.

Este puede servir para dirigir la atención de las políticas públicas, de los políticos y la sociedad en general. En palabras de Braniff:

«Si tratamos de ser exhaustivos sobre la lucha contra el extremismo violento, es lógico que debamos abordar los resentimientos, llenar las brechas cognitivas con ideas o alternativas positivas, contrarrestar las ideologías militantes y a los individuos que las promueven, y, finalmente, en el último extremo del espectro del contraterrorismo, interceptar los intentos de movilización cuando lleguen a producirse. Es realmente importante, que todas estos cuatro iniciativas contra el extremismo violento sean adoptadas en paralelo», afirma.

En cualquier caso, queda mucho debate por dar y el modelo propuesto por Neuman y Braniff, no es más que un primer paso en la búsqueda de respuestas que nos permitan luchar contra la brutal y muy perfeccionada guerra psicológica planteada por Estados Unidos a Venezuela. Una agresión cuya meta no es tanto derrocar el Gobierno de Nicolás Maduro, como sí destruir a Venezuela como sociedad.

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