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Alfonso Reyes en Max Henríquez Ureña (1)

El arribo de Max Henríquez Ureña a México a comienzos de 1907, determinó la relación entre Alfonso Reyes y nuestro autor, principalmente a través de Pedro Henríquez Ureña, quien entonces, ya era respetado como el Sócrates de aquel grupo de jóvenes escritores con grandes expectativas culturales, literarias  y hasta políticas en aquel México turbulento entre 1905 y 1914, cuando el humanismo ateneísta se pronunciaba como un humanismo democrático activo.

MHU quería insertarse como periodista en algunas revistas y periódicos mexicanos y mantener su relación con Cuba, donde vivía y donde su padre y hermana vivían, debido a los constantes incidentes de la política dominicana por aquellos tiempos. El joven Pedro Henríquez Ureña, su hermano y maestro “había decidido emprender viaje hacia México, para donde embarcó a principios de 1906”. (Ver, Op. cit. p. 37)

Según MHU:

“Al empezar el año 1907, Pedro  me invitó a pasar a México, al saber que yo había renunciado, a causa de incidentes provocados por un injustificado ataque a nuestro país, al puesto que ocupaba en La Discusión”. (Op. cit. p.XXXVII)

Max intentó ubicarse allí a través de contactos con escritores que le facilitaba PHU, y así conoció al escritor Alfonso Reyes, quien lo recomendaría más tarde a su padre para que este lo ayudara a conseguir trabajo en México. De ahí su relación de amistad con el escritor y polígrafo mexicano.

Relata MHU que:

“Apenas llegué, entré a formar parte de ese movimiento juvenil dentro del cual Pedro era calificado cariñosamente como el Sócrates del grupo.  La personalidad de Pedro se singularizaba por su temperamento de maestro. Conversar con él era aprender. Enseñaba, enseñaba siempre, con naturalidad y sin esfuerzo ni vano alarde de saber. En todo momento era, por excelencia, maestro”. (Ibídem., pp. XXXVII-XXXVIII).

MHU nos cuenta cómo comenzó a insertarse en trabajos culturales y literarios en periódicos de México:

“Entré a formar parte de la redacción de El Diario, que dirigía Juan Sánchez Azcona.  Junto con Luis Castillo Ledon y su hermano Ignacio nos instalamos Pedro y yo en un piso de la calle séptima de Soto, donde acordamos celebrar cada domingo las reuniones literarias del grupo, que de ese modo adquirió completa unidad de espíritu y de organización”. (Ver, p.38)

Un dato que es importante señalar fue la decisión de Max y Pedro quienes junto a otros intelectuales se nuclearon y crearon la Sociedad de Conferencias:

“Decidimos entonces fundar la Sociedad de Conferencias, que con creciente éxito celebró sus primeras reuniones públicas en el Casino de Santa María. Las primeras conferencias fueron dictadas por Alfonso Cravioto, Antonio Caso y Pedro.  No recuerdo ahora quienes más completaron el primer ciclo. Más adelante el nombre de la sociedad fue reemplazado por el de Ateneo de la juventud y los ciclos posteriores de conferencias se celebraron en el teatro del conservatorio”. (Vid. pp. XXXIX-XL).

Otro dato importante permite conocer también el activismo de MHU en México y al mismo tiempo saber por qué Max sería buen amigo de Alfonso Reyes, con quien mantendría comunicación hasta su muerte.  Sin embargo, un incidente a propósito de la Revista Azul y Manuel Gutiérrez Najéra, provocó divisiones, polémicas, intrigas que obligaron a los dos hermanos y amigos de ellos a dejar El Diario y El Imperial (Ver, en tal sentido, op.cit. pp.XXXVIII-XL)

Según nos relata Max,

“Ese incidente dio motivo a que nos separamos de nuevo. Pedro entró a trabajar en la compañía de seguros La Mexicana y yo partí para la capital del Estado de Jalisco, como jefe de redacción de la Gaceta de Guadalajara. De ahí pasé a dirigir la edición española de The Monterrey News, en la capital de Estado de Nuevo León, por recomendación del gobernador de aquel Estado, que era el General Bernardo Reyes, padre de nuestro íntimo amigo Alfonso”. (Ibídem.)

Escribe Max que entonces mantenía una correspondencia “casi diaria” con su hermano.

“Volvimos a vernos a mediados de 1908, pues la Sociedad de Conferencias me había reservado un turno en la nueva serie de disertaciones y Pedro me avisó que mi conferencia sería fijada en fecha próxima a la de una conmemoración importante organizada por la juventud literaria: el homenaje a la memoria de Gabino Barreda, reorganizador de la enseñanza en México”. (Ver, p. XLI)

El momento, aunque un tanto peligroso en México, se prestaba para mantener un ambiente “revolucionario” y sobre todo amistoso:

“Alfonso Reyes, que había ido de vacaciones a Monterrey, emprendió el viaje a México junto conmigo para asistir a ambos actos.  El tren que nos conducía llegó con algún retraso, apenas si momentos antes de empezar el homenaje a Barreda, que se iniciaba a las nueve de la mañana.  El primer acto era el de la Escuela Preparatoria, hacia donde nos encaminamos directamente Alfonso y yo desde la estación del ferrocarril.  Al entrar buscamos con la vista a Pedro y de súbito lo vimos aparecer en la tribuna, pues había llegado su turno”. Su oración, sólida en ideas y elegante en la forma, causó honda impresión y arrancó muchos aplausos”. (Ibídem.)

Max estuvo ligado a Reyes en aquel México turbulento, responsivo, revolucionario y por lo mismo atravesado por una vida ideológica ferviente y marcada por ideas renovadoras.

Luego de aquel momento ambos se enviaron cartas, algunas de las cuales se encuentran en los tres tomos que aparecen en Obras y Apuntes como Epistolario 1, 2 y 3 ya citados en algunos de nuestras entregas.

La apreciación de Alfonso Reyes sobre la obra de MHU se deja leer en una carta enviada por el primero al segundo desde la Embajada de México en Río de Janeiro, el 23 de julio de 1930:

“He seguido con deleite tu viaje poético, fosforecencias verdaderas porque todos esos poemas parecen concebidos bajo el impulso de la luz.  No hablemos de tu tersura y facilidad técnica, aunque no sean ya cualidades frecuentes en el tipo de poesía que tú prácticas.  Lo que todavía he admirado más es la organización cabal de tu poesía: la afinación general del libro, la adecuación de metros y estilo metafórico en cada poema, conforme al asunto, ese aire que cada página tiene de ser un paso más dado en una senda claramente trazada, y hasta esa unidad interior de un solo ideal humano, político, que ensarta en collar todas esas perlas”. (Ver, op. cit. Epistolario, Vol. 1, p. 43)

La lectura de Reyes sobre la obra poética de Max, penetra en la carne de su poesía, donde podemos sentir y pronunciar los acentos propios del recorrido metafórico proyectado como lenguaje que predomina en toda la superficie del poema leído como sentido y mensaje:

“Si he de ser sincero, no creo que tu lección poética vaya a ser tan aprovechada como debiera y mereciera serlo. ¡Tu musa va vestida todavía con la ropa talar del metro y la consonante, y eso basta para ahuyentar a tantos perezosos de ahora! Yo que promiscuo siempre, tengo en política y en poética el sagrado horror de las clasificaciones (anquilosis, pasión negativa, ignorancia o soberbia) bien puedo a plena conciencia aplaudirte”. (Ibídem.)

La amistad fraterna entre Max y Alfonso se siente en la lectura de sus cartas, que no son simples cartas, Las mismas son casi-ensayos, noticias literarias, referencias y matices de acercamiento, alegría y voluntad de saber. El lugar de enunciación y las personas enunciativas crean perspectivas literarias ubicables en la carta ilustrada europea e hispanoamericana.

Así las cosas, el intercontacto intelectual entre Max y Alfonso se sostiene sobre la base de una pasión y razón por las letras. Ambos fueron poetas, narradores, críticos, historiadores y cronistas epocales.

About the author

Odalís G. Pérez

Profesor Investigador de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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