Educacion Nacionales

El lenguaje Según Noam Chomsky: Explicación y Críticas (y 3)

noam-chomsky

El dualismo es uno de los más pesados lastres que arrastra todavía la psicología moderna en su afán de convertirse en una ciencia natural, y toda teoría de la vida mental formulada en términos puramente formales está camuflando una forma sutil de dualismo. Pero es que además los datos (que deberían ser la máxima preocupación de los psicólogos) parecen empeñarse en demostrar que el lenguaje y la sintaxis son dependientes del significado de las palabras y las oraciones (lo veremos más abajo), y también están modulados, o limitados, directamente por la forma y tamaño de nuestros cuerpos, por la manera en que interaccionamos corporalmente con la realidad material, por la manera en la que nuestros sentidos capturan cómo es esa realidad… Ejemplos a montones en ese campo que se da en llamar «embodied cognition», o «cognición encarnada»: lean por favor algo de Arthur Glenberg, George Lakoff, Mark Johnson, o Manuel De Vega.

2) Definición de qué es lenguaje y qué no lo es. Otra de las asunciones filosóficas chomskyanas es que el objeto de estudio del lingüista es «la esencia» del lenguaje. Y por «esencia» del lenguaje, Chomsky no entiende otra cosa que gramática expresada en términos formales. Cualquier acto lingüístico que no sea expresable de un modo puramente formal no es «esencialmente lingüístico», y por lo tanto no merece ser estudiado por el lingüista. Así, quedan fuera de su atención la semántica (¡grave olvido!), la funcionalidad del lenguaje (se supone que el lenguaje sirve para comunicarse)… Esta en absoluto caprichosa definición de qué es el lenguaje conlleva una divertida consecuencia: la teoría chomskyana es difícilmente falsable en la práctica, puesto que cualquier dato científico en el que se demuestre, por ejemplo, la dependencia de las reglas sintácticas con respecto al significado, será inmediatamente desechado por no hacer referencia a «la esencia» del lenguaje (esto es, la sintáctica formalizada). En los comentarios de un post anterior mencioné la hipótesis de Quine-Duhem, y sigo pensando que se aplica a este caso a la perfección. Y creo que eso no es jugar del todo limpio.

3) Aislamiento de la gramática formal. Si la gramática está expresada de una manera formalizada, entonces necesariamente es independiente de otros aspectos que, a mi entender, son inequívocamente lingüísticos, como la semántica. Pero también es autónoma con respecto a otras fuentes de limitaciones: corporales, cognitivas. Esto presenta varios problemas: el primero viene desde la neurociencia.

Cuando Chomsky, Pinker y otros hablan de un «módulo mental» del lenguaje, dan por sentado que el lenguaje «sucede» en el cerebro, igual que el software funciona en un ordenador, y por lo tanto tiene que haber un correlato neuronal del lenguaje. Pero también se apresuran a señalar que el funcionamiento de ese módulo lingüístico es autónomo con respecto a cualquier otra actividad que no sea el propio lenguaje. En otras palabras, están aludiendo a una instancia neuronal… ¡que no tiene input de ningún tipo! Cualquier neurólogo certificará la implausibilidad biológica de semejante cosa (consultad a Gerald Edelman, 1992, toda una autoridad).

Por otro lado, los lingüistas no chomskyanos, o los más interesados por los datos empíricos, han confeccionado una larga lista de ejemplos en los que el lenguaje y la sintaxis son dependientes del contexto del hablante, o más comúnmente del significado de las instancias lingüísticas (tenéis buenos ejemplos en Lakoff, 1987; 1999). Sólo por mencionar alguna evidencia, se ha comprobado cómo las transformaciones sintácticas de las frases con estructura coordinada, como por ejemplo «Pedro leyó un libro Y comió un bocadillo» pueden, al menos en inglés, estar determinadas por el contenido semántico de la oración (por ejemplo, si se refiere a una secuencia de acciones ordenadas en el tiempo, o si se quiere poner de manifiesto una relación causal entre los elementos coordinados). Si la gramática se reduce a reglas formales que generan las frases autónomamente y que sólo después son interpretadas para darles significado, este tipo de evidencia es inexplicable.

4) Innatismo. Mucho que matizar aquí. Uno corre el peligro de que lo malinterpreten, pues hay mucha tendencia a ver el debate nature-nurture como un tema de blanco o negro. Lo cierto es que todo aprendizaje se asienta sobre sistemas que en último término han venido dados por la biología. Dicho esto, la visión más extrema del innatismo tampoco se sostiene, incluso desde el punto de vista neurológico: los bebés nacen con un número inmensurable de conexiones neuronales. Tantas que impedirían un funcionamiento normal típico de un adulto. Por eso, en los primeros años, la gran mayoría de esas conexiones desaparece, en función de cuáles se activan con mayor frecuencia y cuáles no se usan apenas («poda neuronal»). El aprendizaje es un proceso selectivo, que implica la desaparición o debilitamiento de algunas conexiones neuronales. ¿Qué quedará del «paquete preinstalado» después de una poda neuronal masiva que depende sólo de la experiencia?

En segundo lugar, no sólo la neurociencia se opone a las formas radicales del innatismo, también la famosa navaja de Occam, el principio de parsimonia y elegancia al que se adscribe la ciencia en su conjunto. Y es que hay alternativas para explicar el lenguaje que no implican innatismo (ni otras asunciones chomskyanas), y que por ello son preferibles desde el punto de vista de la parsimonia. Ya mencioné en otro post las redes neuronales artificiales que diseñó Elman (1999), y que demostraban cómo una gramática sencilla podía adquirirse mediante las leyes convencionales del aprendizaje. Este trabajo, que a mí francamente me abrió los ojos, merece post aparte. Si una red neuronal artificial puede, sin reglas «innatas» ni instrucciones explícitas en el input, aprender a reconocer, aplicar y generalizar reglas gramaticales… ¿para qué complicarnos la vida añadiendo al saco contenidos innatos innecesarios?

5) «Pobreza del estímulo». Algunas investigaciones muestran que, de hecho, es habitual en la cultura occidental que los adultos empleen un lenguaje «simplificado» con los niños (lo que se llamó hace tiempo el «maternés»), y también que les corrijan y den instrucciones acerca de la gramática (ejemplos en Ornat y Gallo, 2004; también en Plum, 1996; Plum y Scholz, 2002).

6) ¿Dónde está el significado? Reconozco haberme sentido defraudado al leer acerca de una teoría tan influyente que supuestamente estudia el lenguaje, pero que no dice una palabra acerca del significado: de dónde emerge, cómo se utiliza, cómo cambia… Pinker explica que la interpretación de las oraciones (para otorgarles significado) remite a un Lexicon, un mero listado de palabras en el que, como si fuera un diccionario, se especifica qué papeles puede desempeñar cada palabra en la secuencia formalizada de símbolos.

El error de Chomsky es que, en su afán por construir una gramática formalizada, pura abstracción, ha olvidado un aspecto muy importante de todo producto cognitivo: su función. La funcionalidad debería ser la primera guía del científico. Indudablemente, el lenguaje sirve para comunicarse, y uno no puede comunicarse sin expresar significados. Chomsky elude a sabiendas el análisis funcional del lenguaje.

Cierto es que el problema del significado es uno de los nudos gordianos de la filosofía de la mente, pero personalmente encuentro muy poco satisfactoria la estrategia de soslayarlo. Y es que de hecho hay quien coge al toro por los cuernos, existen propuestas muy serias acerca de cómo emerge el significado. Mi favorita (en los últimos tiempos) es la que vienen defendiendo Lakoff y Johnson, basada en… ¡las metáforas! ¿A nadie le pica la curiosidad por saber de qué hablo? Pues acudid a Lakoff y Johnson (1980; 1999), os aseguro que es divertido.

7) El aprendizaje convencional es menos limitado de lo que parece. Cuando leo ciertos fragmentos de la durísima crítica de Chomsky a la obra «Conducta Verbal» de Skinner, quedo persuadido de que Chomsky no entendió gran cosa de la misma obra que estaba criticando.

De hecho, en mi opinión muchas de las afirmaciones que llegan desde la perspectiva chomskyana se basan en el desconocimiento acerca de cómo funcionan las leyes del aprendizaje y de sus posibilidades. Leyendo la crítica de Chomsky a «Conducta verbal», por volver al caso más paradigmático, observo cierta «caricaturización» de la postura skinneriana acerca de la adquisición del lenguaje. Por ejemplo, se hace mucho hincapié en el carácter «generativo» del lenguaje, señalando que nuestras aportaciones lingüísticas son por lo general novedosas (recordemos aquello que mencioné de los «unicornios plateados» y de las sobrerregularizaciones)… y de ahí se concluye que por lo tanto no han podido ser aprendidas. Pero esta conclusión, un non sequitur en toda regla, parte seguramente de una mala interpretación, por simplista, de cómo ocurren los procesos de aprendizaje. Quizá en la mente de muchos chomskyanos, los partidarios de las leyes del aprendizaje son tipos que creen que las personas son robots salidos de una mala película de los años 60, y la pronunciación de cada palabra y cada frase es una respuesta motora única e indivisible, disparada de forma determinista por la exposición a un único estímulo… ¡es como si sólo pronunciáramos la palabra «silla» cuando nos ponen delante la misma silla de toda la vida, aquella ante la cual pronunciamos la palabra «silla» por vez primera! ¡Como si para nosotros no hubiese distinción entre categorías sintácticas o gramaticales!… Pero la verdad es que ni siquiera Skinner proponía tal cosa. Las leyes del aprendizaje, como deberían saber todos, aportan en realidad mucha flexibilidad y variadas posibilidades: permiten cosas como la generalización de las respuestas, el aprendizaje de reglas, la captura de patrones y pautas en el input, el trasvase de conocimientos estructurales entre dominios (analogía)… Por lo tanto, sí, es posible una facultad lingüística generativa (que produce oraciones originales) basada en el aprendizaje.

Sinceramente pienso que si de algo puede presumir la perspectiva del aprendizaje es de potencia y de elegancia (por sencillez de sus principios básicos, por parsimonia).

CONCLUSIONES

Sirva esta pequeña lista para hacerse una idea de cuál es el problema con la teoría chomskyana del lenguaje. Como puede observarse, gran parte de mis objeciones se derivan de otros investigadores  que han establecido la identificación del lenguaje con una sintaxis formalizada. A partir de esa asunción se sigue el supuesto del dualismo, la necesidad del aislamiento de la gramática, del innatismo… Por eso yo considero que la identificación del lenguaje con la «forma pura» es el mayor error en las tesis chomskyanas. Cuidado, porque la misma filosofía formalista también está presente en gran parte de la psicología cognitiva, sobre todo en campos como el estudio del razonamiento humano. Una matización: por supuesto que pueden hacerse aportaciones valiosas al conocimiento de la mente desde puntos de vista formalistas (y las ha habido), pero como modelos teóricos implican presupuestos inasumibles y son por lo tanto insatisfactorios. Ese es mi punto de vista.

En el caso de las teorías formales en la psicología cognitiva, por suerte, el mayor hincapié en la experimentación permite «amortiguar» esas bases filosóficas desviadas, de forma que el abismo no se me presente tan negro como en el caso de la lingüística. Bien mirado, tal vez esa ausencia de tradición experimental entre los lingüistas sea la clave del éxito, aún a estas alturas, de la teoría de Chomsky.

 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Elman, J. L. (1999). The emergence of language: A conspiracy theory. In B. MacWhinney (Ed.), The emergence of language. Hillsdale, NJ: Lawrence Earlbaum Associates. pp. 1-27.

Lakoff, G. & Johnson, M. (1980). Maetaphors We Live By. Chicago: University of Chicago Press, 1980.

Lakoff, G., & Johnson, M. (1999). Philosophy in the Flesh, the embodied mind and its challenge to Western Thought. New York: Basic Books

Pullum, G. K. (1996). Learnability, hyperlearning, and the poverty of the stimulus. In J. Johnson, M.L. Juge, and J.L. Moxley (Eds.) Proceedings of the 22nd Annual Meeting of the Berkley Linguistics Society: General Session and Parasession on the Role of Learnability in Grammatical Theory. Berkeley, California.

Pullum, G. K., & Scholz, B. C. (2002). Empirical assessment of stimulus poverty arguments. The Linguistic Review 19, 9–50.

About the author

Frank A. Peña Valdes

Profesor adjunto Escuela de Psicología, Facultad de Humanidades y Escuela de Orientación Educativa, Facultad de Ciencias de la Educación Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD. Licenciatura en Psicología, Maestría en Metodología de la Investigación Científica. Especialidad en Psicología del Desarrollo, Maestría en Desarrollo Humano, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Postgrado en Educación Superior, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Estudios Doctorales en Psicología Social, Universidad Central de Madrid (UCM).

Leave a Comment