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Trump Gobierno, política exterior y geoestrategia mundial (1)

Written by Debate Plural

Wim Dierckxsens, Walter Formento, Julián Bilmes (Alainet, 18-12-18)

Un gabinete heterodoxo

Luego de imponerse en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, Donald Trump inició las negociaciones para definir las figuras que postularía para conformar el nuevo gabinete presidencial. Según la Constitución estadounidense, gran parte de éstos debían ser aprobados por el Parlamento, mientras que los consejeros presidenciales se encontraban exentos de ese requisito.

Si bien Trump había mantenido un fuerte enfrentamiento con el establishment del Partido Republicano a lo largo de las internas electorales, el cual promovía en un primer momento las candidaturas de Marco Rubio y de Ted Cruz como expresiones orgánicas de esos intereses, éstos debieron aceptar la victoria de Trump ante la Convención partidaria que definiría el candidato republicano, y llegaron a un acuerdo. Se había definido ya en aquel entonces que Mike Pence, gobernador de Indiana y miembro del establishment, acompañaría a Trump como vicepresidente. Una vez consumada la victoria de la fórmula Trump/Pence en las elecciones generales de noviembre, este campo de intereses obtuvo un lugar importante en el gabinete de lo que sería la nueva administración.

Como nuevo Jefe de Gabinete se seleccionó pues a Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano (CNR) y oriundo de Wisconsin (estado del “cinturón industrial” en que Trump se impuso “sorpresivamente”), una figura que podría alinear al Congreso para viabilizar las principales medidas, ámbito de predominio republicano. A la par, se definió como nuevo secretario de prensa a Sean Spicer, quien se desempeñaba como director de comunicaciones del CNR que dirigía Priebus, y como consejera presidencial a Kellyanne Conway, quien había sido jefa de campaña de Trump luego de la declinación de la candidatura de Ted Cruz, a quien asesoraba hasta entonces. Las tres figuras, de conjunto, eran cercanos a los líderes republicanos del Senado, Mitch McConnell, y de la Cámara de Representantes (Diputados), Paul Ryan. A la par, el nuevo Director de Inteligencia Nacional, el republicano Dan Coats, tenía un vínculo íntimo con el vicepresidente Pence, por ser también oriundo del Estado de Indiana.

En una línea similar, a pesar de las fuertes críticas que le había dirigido durante la campaña electoral, Trump le asignó un espacio importante en el gabinete a Goldman Sachs, gran banca financiera norteamericana, baluarte del campo de fuerzas que conforma el esquema de poder continentalista norteamericano, enfrentado al globalismo. Puso al frente de la Secretaría del Tesoro a Steven Mnuchin, su jefe financiero de campaña, quien había trabajado 17 años en la compañía y es hijo de uno de los viejos socios de ella. A la par, Gary Cohn, presidente y número 2 de esa banca, era ubicado como principal asesor económico, a cargo del Consejo Económico Nacional, mientras que se seleccionaba como asesora económica a Dina Powell, presidenta de la fundación Goldman Sachs.

Por otro lado, el muy relevante puesto de Secretario de Estado (símil a canciller, a cargo de las relaciones internacionales), fue para Rex Tillerson, quien se desempeñaba hasta entonces como CEO de ExxonMobil, la enorme petrolera norteamericana de la ´Casa´ Rockefeller. En su anterior función, Tillerson había realizado una asociación con las grandes empresas hidrocarburíferas rusas, lo que le valió una relación cercana a Vladimir Putin y su hombre de confianza Igor Sechin, CEO de la petrolera Rosneft, en base a lo cual le fue otorgada la Medalla de la Amistad por parte del mismo Putini. Ello parecía obedecer a la estrategia de constituir un “G-2” junto a Rusia contra China, buscando romper la alianza estratégica entre ambas potencias asiáticas (impulsoras del esquema de poder multipolar BRICS), en base a la teoría de “balance de poder” de Henry Kissinger, señalado por el analista William Engdahl como el cerebro geoestratégico en las sombras bajo la nueva administraciónii.

Bajo esa teoría tomada de la geopolítica británica clásica, en aras de asegurar la dominación mundial, una potencia hegemónica debía procurar entablar una alianza con el más débil de dos rivales para derrotar al más fuerte, y en ese proceso, agotar y debilitar también el poder del más débil. Una ecuación de poder extraordinariamente exitosa en la construcción del Imperio Británico hasta la Segunda Guerra Mundial. Esa doctrina fue la que había implementado el mismo Kissinger bajo el gobierno de Nixon en 1971-72, cuando se desempeñaba como Secretario de Estado, y generó el acercamiento de EUA con China, en aquel entonces el más débil de sus dos grandes adversarios, seduciendo a ese país para aliarse contra la Unión Soviética, entonces el adversario más fuerte. Jugada que le dio resultado a EUA en aquel entonces, y que Kissinger ha venido planeando reeditar, aunque invertida, en la actualidad.

Ello ha implicado una política inversa y opuesta a la que sostuvo Barack Obama durante su mandato, en especial durante el último tiempo, quien bajo la geoestrategia de Zbigniew Brzezinski​ confrontó fuertemente con Rusia, buscando detener el ascenso de las potencias emergentes euroasiáticas y su planteo de rediseño del ordenamiento mundialiii. Así, en febrero de 2014 había promovido la “revolución de color”, o golpe de Estado, del “euromaidan” en Ucrania que derrocó al presidente Yanukóvich, cercano a Rusia, lo cual desencadenó una guerra civil de grandes proporciones y relieve estratégico. Luego, ante la anexión rusa de la península ucraniana de Crimea, luego del referéndum en que más del 95% de sus ciudadanos votaron por incorporarse a la Federación Rusa, Obama impulsó una serie de sanciones por parte de “Occidente”. Por lo contrario, entre los planes de Kissinger figuraba el reconocimiento oficial por parte de EUA de Crimea como parte de Rusia y el levantamiento de las sanciones económicas.

En ese marco, Kissinger salió a apoyar en aquel entonces la designación de Tillerson como nuevo Secretario de Estado, con quien comparte espacio en una Junta de Síndicos estadounidense. Además, Kissinger se ganó el respeto de Putin a raíz de los acontecimientos de los años ’70, y se reunió con él en privado en Moscú, en febrero de 2016, en una reunión calificada como “un diálogo amistoso” entre ambos, vinculados por una relación de larga data.

Volviendo al nuevo gabinete, una figura importante de la nueva administración, opuesta ya a la cúpula del Partido Republicano, era Steve Bannon, designado como Jefe de Estrategia y miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Éste era editor del portal de noticias Breitbart, de postura “alt-right” (derecha alternativa), expresión de la radicalización de parte de la base republicana que durante el mandato de Obama se volcó a expresiones racistas y xenófobas como el Tea Party, reivindicando un nacionalismo blanco supremacista, usualmente denominado WASP (siglas en inglés de “blanco, anglosajón y protestante”). Si bien Bannon tiene un pasado en Goldman Sachs, se volvió fuertemente crítico de Wall Street, la city de Nueva York, denunciando el “globalismo” de las élites financieras y la pérdida que ello había ocasionado al poder estadounidense.

Otra de las figuras relevantes es el yerno de Trump, Jared Kushner, gran empresario inmobiliario como su suegro, quien se desempeña como consejero del presidente desde su asunción, con participación importante en la política exterior. Junto con su esposa Ivanka Trump forman parte del círculo íntimo del nuevo presidente, ocupando roles importantes en cuanto a toma de decisiones e implementación de políticas. Según el investigador Wayne Madsen, de los servicios de inteligencia de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), citado por el analista Alfredo Jalife, existen tres administraciones simultáneas en el nuevo gobierno de Trump, graficado ello en términos de círculos concéntricos, y en el primer anillo, el círculo íntimo del presidente, ubica a Kushner e Ivanka Trump, Bannon, el otro consejero superior Stephen Miller y el nuevo procurador Jeff Sessionsiv. Miller, redactor de varios discursos de Trump, había ocupado puestos importantes en la campaña presidencial, y había sido director de comunicaciones del entonces senador de Alabama, nuevo fiscal general en 2017, Jeff Sessions. Ambos desarrollaron lo que Miller describe como “populismo de Estado-nación”, una respuesta a la globalización y a la inmigración.

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