El misterioso laberinto ucraniano

Written by Debate Plural

Luis Gonzalo Segura (Russia Today, 30-11-18)

 

Un nuevo capitulo de tensiones entre Rusia y Ucrania se ha abierto tras la captura de tres buques militares ucranios junto a 23 militares el pasado 25 de noviembre por parte de Moscú en aguas próximas a Crimea y la declaración del estado de guerra por parte de Kiev hasta finalizar el presente año.

Lo ocurrido: dos acorazados y un remolcador zarparon de Odessa en dirección a Mariúpol, debiendo para ello atravesar el estrecho de Kerch, controlado por los rusos, que separa el mar Negro del mar de Azov, mar vital para la seguridad de Rusia mientras continúe el conflicto en Ucrania.

El estrecho de Kerch no solo conecta el mar Negro y el mar de Azov, sino que también une marítimamente los territorios más orientales de Ucrania con el resto del país. Este paso queda regulado, para Ucrania, por el tratado bilateral firmado en 2003 entre rusos y ucranios, pero para Rusia, aunque el tratado sigue vigente, todo el estrecho es considerado aguas rusas desde la incorporación de Crimea y muy especialmente desde la inauguración en 2018 del puente de Kerch, por lo que cruzar el paso es, en la práctica, imposible para ucranianos.

Según los ucranianos, los tres barcos fueron apresados mediante «acciones agresivas» (disparos, abolladuras, daños en un motor y la pérdida de una balsa de salvamento) y, según Rusia, Ucrania violó sus aguas territoriales.

Cinco años de conflicto

Es un ejercicio obsceno, pero imprescindible, resumir brevemente los últimos cinco años: a finales de 2013 y principios de 2014 se produjeron protestas ciudadanas y disturbios en Ucrania por la suspensión de la firma de adhesión a la Unión Europea y el reforzamiento de las relaciones bilaterales del país con Rusia. A diferencia de lo ocurrido en el año 2004 en la llamada ‘Revolución Naranja’, lo que se conoció como ‘Maidán’ o ‘Euromaidán’ fue generado por manifestaciones anárquicas, paramilitares y violentas. Incluso participaron de ellas grupos de extrema derecha (Dmitri Yarosh) y contrarios a Europa. No obstante, consiguieron que el presidente elegido democráticamente, el prorruso Víktor Yanukóvich, fuera derrocado.

Lo que no sería difícil catalogar como un ‘coup d’État’ si interesara en Occidente, por mucho que se pueda discutir el presidencialismo o no (los gobiernos ucranianos de las últimas décadas han sido presidencialistas o semipresidencialistas y en general corruptos y clientelares), terminó siendo denominado de formas muy distintas. Sin ir muy lejos, El País lo catalogó recientemente con una interesada ambigüedad como «derrocar al régimen».

Una vez caído Yanukóvich, los tecnócratas propusieron ratificar la asociación comercial con la Unión Europea (aunque ello dañaba seriamente la economía ucraniana y suponía un esfuerzo económico desmesurado, unos 15.000 millones de euros), eliminaron el idioma ruso como segundo del país y, aunque restituyeron el régimen semipresidencialista, se negaron a federar el país. Estas tres medidas resultaron devastadoras y temerarias.

Devastadoras porque tanto Crimea como el Donbás contaban con fuertes vínculos con Rusia y una gran importancia del sector minero y la industria petroquímica; y temerarias porque desafiaban a los rusoparlantes y los ruso étnicos que habitaban el país a la vez que a Rusia. Pensemos que estas regiones concentran una gran cantidad de los casi ocho millones de rusos del país (un 17% de Ucrania) y que Rusia ya no es la prooccidental de Yeltsin dispuesta a todo. O mejor dicho, a nada.

Debido a lo acontecido, en marzo de 2014, tras un referéndum secesionista en el que la mayoría de los habitantes votaron a favor de separarse de Ucrania, Crimea pasó a formar parte de Rusia. Reagrupación que ha permitido a Rusia controlar el estrecho de Kerch y cuya legitimidad (incluso votaron los ucranianos y tártaros de Crimea) no puso en duda ni la propia Ucrania, la cual retiró las tropas de forma pacífica para que su lugar fuera ocupado por fuerzas rusas.

Reunida Crimea con la «Madre Rusia» después de siete décadas (se separó de Rusia en 1954), grupos prorrusos proclamaron repúblicas populares en la región oriental de Donbás (Donetsk y Lugansk). En esta ocasión, las consultas populares realizadas no fueron tan claras y, aunque así hubiera sido, su importancia era demasiada como para que Ucrania no reaccionara. Lo hizo, intervino militarmente, y consideró ‘terroristas’ a los sublevados, denominación cuanto menos confusa si tenemos en cuenta la historia de Ucrania en los últimos tiempos.

La génesis

Sin embargo, la génesis no se encuentra solo en lo ocurrido en los últimos cinco años ni tan siquiera en la semántica o el relato occidental, pues antes de la aparición del cadáver ucranio ocurrieron sucesos y son esos sucesos los que pueden ayudarnos a resolver el rompecabezas en el que se ha convertido Ucrania.

Para empezar, tras la caída de la Unión Soviética se produjo un acuerdo tácito que aseguró que tanto las repúblicas Bálticas como Bielorrusia y Ucrania quedarían por siempre como un espacio entre Occidente y Rusia. No olvidemos que hablamos de un área con una importante cantidad de rusos y unas conexiones históricas, económicas y geopolíticas vitales para Rusia (desde las salidas al mar Báltico y el mar Negro hasta la minería, el sector petroquímico o la industria y la dotación militar), lo que legitima sus aspiraciones e intereses. Un ejemplo: en los países mencionados habitan más de 10 millones de rusos (Lituania —6% de rusos—, Letonia —26%—, Estonia —25%—, Bielorrusia —11%— y Ucrania —17%—; y de ellos, como ya comentamos, casi 8 millones en esta última).

Fue la voracidad occidental y la debilidad rusa de los años noventa, que también podríamos denominar filia occidental de Boris Yeltsin, lo que permitió la ruptura de este pacto tácito y la incorporación de las repúblicas Bálticas. Quizás ingenuamente, o no, Boris Yeltsin cedió gran parte del espacio postsoviético a Occidente sin otorgar la importancia que estos escenarios requerían (despreció el espacio de CEI). Por todo ello, Lituania, Letonia y Estonia se incorporaron a la Unión Europea junto al resto de Europa Oriental. Incorporación que, por otra parte, hoy empieza a ser más que indigesta en casi todos los términos para la Unión. Parafraseando al gran Frank Sinatra, quizás «mordieron más de lo que podían». Pero en lugar de asumir el error y ‘escupir’, la manera occidental de hacer las cosas ambicionó un bocado más: la incorporación de Ucrania. Incorporación, por otra parte, que no solo depende de los ucranianos: Turquía lleva solicitando la adhesión desde 1959 (con firma incluida en el Acuerdo de Ankara, 1963). Es decir, no basta con querer adherirse.

Pero esta vez Rusia rugió. Todo era demasiado contrario a sus intereses, enormemente irrespetuoso y millones de rusos y múltiples intereses geopolíticos, históricos y emocionales devinieron en guerra. En amago de guerra, porque Occidente no aceptó el envite. Y desde entonces, nada. Oscuridad. Un conflicto latente en la Europa del siglo XXI del que nadie informaba. Hasta el 25 de noviembre.

La posición Occidental

La posición occidental en estos años ha sido aumentar la retórica bélica, celebrar por dos veces las maniobras más vastas desde la Segunda Guerra Mundial, sancionar a Rusia y aumentar el gasto militar de forma insostenible (aunque muy beneficioso para la OTAN y la industria militar norteamericana). Error. No solo eso, sino que estratégicamente han pretendido abordar el conflicto surgido en Ucrania por fases: primero centrar los esfuerzos en la recuperación del Donbás y posteriormente hacer lo propio en una reclamación o intento de recuperación de Crimea.

Sin embargo, Europa debería haber caminado en sentido contrario: restablecimiento de las relaciones con Rusia y búsqueda de un acuerdo justo para todas las partes que permitiera solucionar el conflicto sin pretender la humillación de ningún actor. Ello era y es posible. Un modelo federal y un nuevo marco relacional con Rusia, una potencia que no pretende de imperialismo, sino de respeto, serían buenas soluciones para finalizar un conflicto cuya escalada puede volverse en algún momento incontrolable.

Solución al conflicto que no solo beneficia a los rusos y ucranianos, sino también a los propios europeos, los cuales podrían haberse ahorrado una gran cantidad de los presupuestos invertidos en gasto militar y haberse centrado en resolver los no pocos problemas estructurales e identitarios que les acechan.

El conflicto actual, un laberinto

Persistiendo en esta dinámica, la OTAN y la UE han solicitado en los últimos días la liberación de los tres buques y los 23 marineros ucranios detenidos por Rusia, los cuales siguen apresados, y Trump ha anunciado la cancelación de la reunión prevista con Putin en la cumbre de los G-20. Mientras tanto, Rusia ha confirmado la remisión de más madera para sus defensas: misiles antiaéreos S-400.

Medidas, todas ellas, que hay que analizar con la cautela de la existencia de un conflicto armado y una ‘mini’ Guerra Fría, pero que no sacan a Ucrania de un laberinto del que quizás no sepa, no quiera o no la dejen salir.

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