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La fábula del liberalismo salvador del mundo (y 2)

Written by Debate Plural

Bruno Guigue (Red Voltaire, 12-10-18)

 

Cada cual podrá decir lo que quiera sobre los regímenes comunistas pero es indiscutible que apostaron por la educación universal, por la salud para todos y por la emancipación de la mujer. Como las continuidades históricas son a veces sorprendentes, podemos por cierto vincular ese comentario desconocido de Tagore sobre la URSS de los años 1930 con otro documento: el resultado del estudio internacional sobre la lectura que realiza la Asociación Internacional para la Evaluacion del Rendimiento Educativo (IEA, siglas en inglés). Aplicado en 2016 a 319 000 alumnos de la enseñanza primaria en 50 países, este estudio compara las capacidades de los alumnos en lectura y en compresión de un texto escrito. Rusia quedó en primer lugar (en un empate con Singapur).

La realidad es que en China, al igual que en la URSS, la enseñanza pública –principalmente la enseñanza primaria, o sea el aprendizaje de la lectura y la escritura y del cálculo– era una prioridad. Si China ha sido capaz de resolver problemas que hoy siguen existiendo en la India (el analfabetismo, la insalubridad y la alta mortalidad infantil), seguramente no es porque sea más adepta al «liberalismo».

En realidad es exactamente lo contrario. Al dotar al país de sólidas infraestructuras públicas, el socialismo chino –a pesar de sus errores– creó las condiciones de un desarrollo a largo plazo. A pesar de todos sus elogios al libre comercio, los dirigentes del Partido Comunista saben bien que la cohesión de la sociedad chino no se basa en el comercio internacional. Antes de abrir su economía, China se dotó de un sistema educativo y de salud que le permite hacer frente a la competencia económica mundial. Es evidente que hoy está recogiendo los frutos de sus esfuerzos.

Por supuesto, no fue tampoco el liberalismo lo que llevó a Deng Xiaoping a imponer la política del hijo único. Con esa injerencia en la vida privada, Pekín ganó la apuesta de un control de la natalidad indispensable para el desarrollo. Todo el mundo está hoy de acuerdo en que valía la pena. ¡Pero es difícil atribuir al liberalismo el éxito de una drástica regulación de los nacimientos impuesta por el Partido Comunista! Bajo un régimen pluralista, esa política sería simplemente inconcebible. No siendo pluralista ni liberal, el régimen chino podía planificar el desarrollo del país sacrificando los intereses privados al interés general. Mientras tanto, los resultados hablan por sí mismos y es probable que los chinos comprendan mejor la decisión en la medida en que se ha suavizado esa política. En la India, los intentos de Indira Gandhi no tuvieron el mismo éxito y el desarrollo del país sigue hipotecado por la demografía.

Pero el ejemplo de la demografía demuestra precisamente que la cuestión del desarrollo puede verse de otra manera si se reexamina más cuidadosamente la situación de la India. Jean Dreze y Amartya Sen plantean que:

«Los Estados indios con éxito son los que crearon las sólidas bases de un desarrollo participativo y de una ayuda social y promovieron activamente la extensión de las capacidades humanas, particularmente en los sectores de la educación y la salud.»

Con un índice de desarrollo humano que clasifica ampliamente como el más alto del país, el Estado indio de Kerala (en el suroeste) es considerado la vitrina social del subcontinente. Es también el Estado indio que ha tenido la mejor transición demográfica, lo cual favorece la evolución positiva de la condición femenina. La disminución de la natalidad está en correspondencia directa con la elevación del nivel de educación. Muy pobre en el momento de la independencia (1947), el Estado de Kerala emprendió un ambicioso programa de desarrollo en los sectores de la educación y la salud, creando las condiciones de un desarrollo económico cuyos frutos recoge actualmente. Con el ingreso promedio por habitante más elevado de toda la India (70% superior a la media nacional), un 98% de escolarización, una tasa de mortalidad infantil 5 veces más baja que la tasa media de los Estados indios, el Estado de Kerala –que a pesar de contar 34 millones de habitantes nunca se menciona en la prensa occidental– también se caracteriza por favorecer el papel político y social de la mujer.

Pero esos éxitos son resultado de una política que empezó hace mucho. Como en China, el desarrollo de la India se acompaña de la preocupación por hacerlo duradero. Jean Dreze y Amartya Sen indican:

«El Estado de Kerala ha sido constantemente objeto de denuncias por parte de los comentaristas que desconfían de la intervención estatal, juzgándola insostenible y engañosa, e incluso capaz de conducir a la debacle. Sin embargo, ha resultado que el mejoramiento de las condiciones de vida en ese Estado no sólo ha continuado sino que incluso se ha acelerado con ayuda de un rápido crecimiento económico, favorecido a su vez por la atención prestada a la instrucción primaria y a las capacidades humanas.»

Este avance de Kerala en relación con los demás Estados de la India no es herencia del periodo anterior a la independencia ya que en 1947 el Estado de Kerala era extremadamente pobre. Ese progreso es fruto de un combate público cuyo momento clave se sitúa en 1957, cuando Kerala fue el primer Estado indio en elegir una coalición dirigida por los comunistas. Desde entonces, los comunistas ejercen allí el poder alternando con una coalición de centroizquierda dirigida por el Partido del Congreso. En todo caso, no parece que los comunistas del Partido Comunista de la India (Marxista) [CPI-M, según sus siglas en inglés] y sus aliados –nuevamente en el poder desde 2016 después de haber convertido el Estado de Kerala en el más desarrollado de la India– se hayan inspirado en las doctrinas liberales.

En resumen, para justificar la imagen de salvador del mundo, el liberalismo tendrá que demostrar que tiene algo nuevo que aportar a los dos países más poblados del planeta. Que la China comunista sea responsable de la parte fundamental de lo que se ha hecho por erradicar la pobreza en el mundo y que ese hecho no se dé a conocer a la opinión occidental es algo que dice mucho sobre la ceguera ideológica prevaleciente. Pudiéramos continuar este análisis mostrando que un pequeño país del Caribe sometido a un bloqueo ilegal ha sido capaz, a pesar de ese bloqueo, de construir un sistema de educacional y de salud sin equivalente entre los países en desarrollo.

Con el 100% de sus niños y adolescentes escolarizados y con un sistema de salud ampliamente reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), Cuba realizó recientemente la proeza de ofrecer a su población una esperanza de vida superior a la de Estados Unidos y una tasa de mortalidad infantil equivalente a la de los países desarrollados.

Los métodos que han permitido a Cuba alcanzar esos resultados nada tienen de liberal, pero cada cual tiene su propia concepción en materia de derechos humanos: al reducir la mortalidad infantil de 79 por mil (en 1959) a 4,3 por mil (2016), el socialismo cubano salva miles de niños cada año.

Para comprobar los maravillosos efectos del liberalismo basta con ver lo que sucede en el resto de la región. Por ejemplo, en Haití, protectorado estadounidense con una esperanza de vida de 63 años (en Cuba es de 80 años), y en la República Dominicana –un poco mejor que Haití– donde la esperanza de vida de 73 años y la mortalidad infantil es 5 veces superior a la de Cuba.

Pero esas nimiedades no interesan a los adeptos del liberalismo. Estos ven esa doctrina como una panacea –término perfecto ser por la panacea un remedio mitológico y por tanto inexistente– cuyas virtudes iluminan a todos desde este Occidente que ya lo aprendió todo y que desea extender sus beneficios a poblaciones derretidas de emoción ante tanta bondad y dispuestas a poner su fe en el homo œconomicus, la ley del mercado y la libre competencia. Tomando el fruto de sus elucubraciones por hechos del mundo real, confunden iniciativa privada –que existe en diversos grados en todos los sistemas sociales– y liberalismo, una ideología desconectada de la realidad, que sólo existe en las mentes de los liberales para justificar sus propias prácticas.

Si la sociedad fuese como los liberales dicen, funcionaría con tanta regularidad como el movimiento de los planetas. Las leyes del mercado serían tan inflexibles como las leyes de la naturaleza. Como un director de orquesta, el mercado armonizaría los intereses divergentes y distribuiría los recursos de forma equitativa. Toda intervención estatal sería nociva dado que el mercado genera espontáneamente la paz y la concordia. La fuerza del liberalismo reside en que esa creencia legitima la ley del más fuerte y presenta como algo sagrado el acto de apropiarse del bien común.

Por eso el liberalismo es la ideología espontánea de las oligarquías sedientas de dinero, de las burguesías avariciosas.

El drama del liberalismo es, en cambio, que se ve desechado por inservible cada vez que una sociedad prioriza el bienestar de todos y pone el interés común por encima de los intereses particulares.

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