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La fábula del liberalismo salvador del mundo (1)

Written by Debate Plural

Bruno Guigue (Red Voltaire, 12-10-18)

 

En Occidente, el liberalismo es presentado como una doctrina que no caduca. Puro producto del genio europeo, el liberalismo da presuntamente origen a las maravillosas proezas de las que tanto se jactan las sociedades desarrolladas.

Pero la ideología dominante no se limita a atribuirle todas las virtudes a domicilio. También le atribuye una influencia benéfica que no reconoce fronteras. Según sus adeptos más entusiastas, ¡las recetas liberales están salvando el mundo! Un editorialista francés afirmó, por ejemplo, en un debate y sin que nadie lo contradijera, que «el liberalismo ha erradicado la pobreza en China». La razón se tambalea ante una afirmación tan perentoria.

¿Cómo convencer a creyentes tan fanatizados de que una doctrina que predica la libre competencia y que prohíbe la intervención del Estado en la economía es algo que simplemente no existe en China? Lo que sí se ve en ese país es, por el contrario, un Estado soberano dirigido por el Partido Comunista y encargado de planificar el desarrollo nacional a largo plazo.

Se trata ciertamente de un Estado fuerte que se apoya en un sector privado floreciente. Pero también existe en China un poderoso sector público [o sea estatal] que posee el 80% de los recursos en las industrias fundamentales. Para quienes todavía no lo han notado, hay que señalar que en China el Estado controla la moneda nacional, que el sistema bancario está bajo control del Estado y que los mercados financieros están bajo estrecha vigilancia.

Es evidente que la apertura internacional que el poder comunista emprendió a partir de los años 1980 permitió captar valiosísimos recursos y obtener transferencias de tecnología. Pero no se percibe ninguna relación entre esa audaz política comercial y los dogmas liberales, como los de la autorregulación del mercado o la competencia pura y perfecta. El liberalismo no inventó el comercio, que ya existía mucho antes de que germinara en el cerebro de Adam Smith la más mínima idea liberal. «Estado fuerte», «planificación a largo plazo» son fórmulas que no huelen precisamente a liberalismo y atribuir a esta doctrina los progresos espectaculares de la economía china no tiene el más mínimo sentido.

¿Se logró vencer la pobreza gracias a las recetas liberales? Eso cabe sólo en la imaginación de los propios liberales. En la vida real, el éxito económico de China se debe más a la mano de hierro del Estado que a la mano invisible del mercado. La economía mixta piloteada por el Partido Comunista de China ha fructificado. En 30 años, el PIB se multiplicó por 17 y la economía china sacó de la pobreza a 700 millones de personas. Como la reducción de la pobreza en el mundo entero durante ese periodo se debe esencialmente a la política económica china, resulta difícil atribuir al liberalismo los progresos que la humanidad ha alcanzado recientemente.

En el plano de la relación entre liberalismo y desarrollo, resulta igualmente instructiva la comparación entre los dos gigantes asiáticos. En 1950, la India y China se hallaban en un estado de ruina y miseria extremas. La situación de China era incluso peor que la de la India, con un PIB inferior al del África subsahariana y un promedio de esperanza de vida de 42 años. Hoy en día China es la primera potencia económica mundial y su PIB es 4,5 veces el de la India. Y no es por falta de progresos en la India.

Después de haber sentado las bases de una industria, luego de alcanzar su independencia en 1947, la India ha registrado, desde hace 20 años, un desarrollo acelerado y hoy ocupa una posición de primer plano en sectores como la informática y la industria farmacéutica. Sin embargo, a pesar de sus insolentes tasas de crecimiento anual, la India sigue caracterizándose por una pobreza a nivel de masas que China sí ha logrado eliminar. Jean Dreze y Amartya Sen, autores del libro Splendeur de l’Inde? Développement, démocratie et inégalités, resumen la paradójica situación de la India de la siguiente manera: «La India subió por la escalera del ingreso por habitante al mismo tiempo que resbaló por la pendiente de los indicadores sociales.»

En efecto, a pesar de sus cifras record en materia de crecimiento, la situación de la India no es la mejor. Es mejor nacer en China que en la India, donde la tasa de mortalidad infantil es 4 veces más alta. La esperanza de vida de los indios (67 años) es sensiblemente inferior a la de los chinos (76 años). Una tercera parte de la población india vive sin electricidad ni instalaciones sanitarias, mientras que la malnutrición afecta a un 30% de los indios.

¿Cómo explicar tanta diferencia entre la India y China? Jean Dreze y Amartya Sen estiman que:

«la India es el único país de los BRICS que no ha conocido una fase de expansión importante de la ayuda pública o de redistribución económica. China alcanzó desde muy temprano enormes progresos en materia de acceso universal a la enseñanza primaria, a la atención médica y a la protección social, incluso antes de lanzarse a iniciar reformas económicas orientadas hacia el mercado, en 1979.»

Si un economista indio (Premio Nobel de Economía en 1998) ha llegado a decir que la India debería haber hecho como China –por supuesto, en el plano económico–, es porque debe tener muy buenas razones para pensar de esa manera. Y lo que dice es extremadamente claro: la India, al contrario de China, ha carecido de una inversión masiva del Estado en la educación y la salud. Lo que ha afectado a la India no es un exceso sino un déficit de Estado.

¿Pero por qué? Los dos economistas anteriormente citados presentan una explicación particularmente interesante, relacionada con la política educativa:

«Los planificadores indios eran lo contrario de sus homólogos de los países comunistas, en Moscú, Pekín y La Habana. Estos últimos prestaban mucha atención a la educación escolar universal, considerada como una exigencia fundamental del socialismo, y ninguno de ellos hubiese permitido que grandes cantidades de niños se quedaran sin ser escolarizados.»

En la India, por el contrario, «la predisposición de las clases y de las castas superiores contra la educación para las masas» frenó la generalización de la enseñanza primaria, provocando un retraso considerable en cuanto al acceso a la educación. No es una obscura fatalidad sino la orientación ideológica lo que explica la diferencia de los niveles de desarrollo entre China y la India. Aunque proclamaban ideales progresistas, las élites dirigentes de la India no apostaron por la elevación del nivel escolar de las masas indias, manteniéndose así a los «Intocables» condenados a quedar al margen de una sociedad jerarquizada, muy lejos del igualitarismo –incluso entre hombres y mujeres– predicado por la ideología maoísta de la China popular.

Subrayando ese contraste, Amartya Sen cita un comentario del escritor indio Rabindranath Tagore sobre su viaje a la Unión Soviética (en 1930):

«Al poner pie sobre el suelo de Rusia, lo primero que llamó mi atencion fue que, al menos en materia de educación, el campesinado y la clase obrera habían hecho progresos tan grandes en unos pocos años que no se ha visto nada comparable ni siquiera entre nuestras superiores en siglo y medio.»

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