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¿Por qué recordaremos a Donald Trump? (1)

Written by Debate Plural

Tom Engelhardt (Rebelion, 17-9-18)

 

Sé que no me creeréis. No en este momento, no cuando cada cosa que hace Donald Trump –cualquier tweet, cualquier insulto y cualquier berrinche– es la noticia del día, prácticamente cada día. Pero él no quiere ser recordado por ninguna de esas cosas que hoy están en nuestros titulares. Ningún ser humano, es verdad, ha recibido tanta cobertura mediática como él, por más abrumador que pueda ser eso. Las noticias sobre él y sus colegas llenan cada día las portadas de una forma en la que en otros tiempos solo algo como el asesinato de un presidente lo conseguía, y tiene a los presentadores de la televisión por cable parloteando de él como cotorras; algo que jamás había sucedido. Y ni siquiera he dicho nada sobre las redes sociales y Donald.

En cierto sentido, nos guste o no, todos sabemos que sus habilidades y poderes de transformación nada tienen de mágico. Sencillamente, mediante la anulación de la autorización de seguridad de John Brennan –quien sabía que los funcionarios del Estado podían conservar esa autorización hasta mucho tiempo después de haber dejado el gobierno– se las arregló para convertir al ex zar del contraterrorismo de Obama y director de la CIA, que alguna vez fue defensor de las “técnicas de interrogación mejoradas” y experto en drones, en un héroe liberal; mediante el recurso de atacar al ex jefe de la FBI James Comey, hizo que el primer funcionario del estado de la seguridad nacional que haya intervenido y alterado una elección presidencial estadounidense (y no en favor de Hillary Clinton) se convirtiera en un exitoso, muy estudiado y alabado autor; haciendo uso de sus despreciativas burlas y mortal enemistad, él se aseguró de que el senador John McCain tendría un obituario muy laudatorio en el New York Times, tanto que en otros tiempos solo habría sido apropiado para alguien que realmente hubiera obtenido la presidencia; con sus acusaciones e insultos, incluso se mostró capaz –milagro más que milagroso– de transformar al ministro de Justicia Jeff Sessions en un adalid de la justicia.

Donald Trump es –en el sentido más extravagante posible– una figura transformadora, por no hablar del hombre que hace que los ‘noticias falsas’ sean falsas de verdad o al menos grotescamente rimbombantes y exageradamente enfocadas. Él tiene la extraña habilidad de atraer cuanta cámara haya por ahí, toda la atención, y ahuyentar todo lo que no sea él mismo. Aun así, omnipresente como él es –o Él es–, os aseguro que no será recordado por nada de esto. Todo esto se irá por el sumidero mediático con él mismo uno de estos días. No dejéis que os engañen los periódicos o Internet. Ellos no son la historia. Por nada de esto será recordado un día.

Aun así, no imaginéis siquiera un segundo que Donald Trump no será recordado. Lo será en un lejano futuro, y probablemente de una forma que ningún otro presidente de Estados Unidos lo sea.

Una presidencia olvidable 

Pero permitidme que primero os diga por lo que no será recordado.

No será recordado por haber entrado en la contienda electoral bajando en una escalera mecánica mientras se oía a Neil Young cantando Rockin’ in the Free World; ni por esos “violadores mexicanos” denunciados por él; ni por ese “gran, grueso y hermoso” muro que él promocionaba; ni por cómo se las arreglaba con “el mentiroso de Ted”, “el debilucho Jeb” y Carly Fiorina (“¡Mirad esa cara! ¿Votaría alguien a eso?”) o el “sobrevalorado” ciclo menstrual de Megyn Kelly (“Podía verse la sangre que le salía por los ojos, por todas partes”). No será recordado por ese vídeo en el que decía que quería “cogerle el coño” a una mujer, que no determinó las elecciones de 2016; ni por el tamaño de sus manos; ni siquiera por esos cantos –todavía en boga– sobre “encerrarla con llave”. No será recordado por su vínculo afectivo y emocional con Vladimir Putin; ni por sus amargas quejas cobre una elecciones, debates y micrófonos amañados (por supuesto antes de que ganara). No será recordado por su “tormentosa” relación con una estrella porno, ni siquiera por el dinero que le pagó a ella y a otra mujer con la que tuvo un amorío para que mantuvieran la boca cerrada durante las elecciones y después, ni por sus tres esposas; ni por el libro de discursos de Hitler encontrado en la cabecera de su cama; ni por los cinco casinos que él –el “gran empresario”– llevó a la quiebra; ni por los trabajadores indocumentados que él tomó sin pagarles casi nada; ni por toda la gente que él estafó; ni por los estudiantes que él engaño con la “Universidad” Trump; ni por su avión con grifería enchapada en oro de 24 quilates en el lavabo; ni por esas enormes letras doradas que él colocaba en el tejado de sus propiedad en todo el mundo; ni por el modo en que él promocionó a sus hijos en la Casa Blanca; ni por el hotel que construyó en el edificio del Correo de la avenida Pennsylvania y, una vez instalado en el Despacho Oval, convirtió en un centro de corrupción.

No será recordado por el equipo de personas sin precedentes que encontraron un sitio en su administración solo para encontrarse, en más o menos un año (incluso días), fuera de ella, entre ellos Anthony Scaramucci (seis días), Michael Flynn (25 días), Mike Dubke (74 días), Sean Spicer (183 días), Reince Priebus (190 días), Sebastian Gorka (208 días), Steve Bannon (211 días), Tom Price (232 días), Dina Powell (358 días), Omarosa Manigault Newman (365 días), Rob Porter (384 días), Hope Hicks (405 días), Rex Tillerson (406 días), David Shulkin (408 días), Gary Cohn (411 días), H.R. McMaster (413 días), John McEntee (417 días) y Scott Pruitt (504 días). Y hace pocos días también el consejero en la Casa Blanca Don McGahn fue despedido por tweeter; otros les seguirán.

No será recordado por la forma en que otros adláteres suyos se encontraron enredados en un juicio en menos tiempo que con cualquier otro presidente en la historia, entre ellos Paul Manafort (condenado por fraude tributario), Michael Cohen (declarado culpable de evasión fiscal), Rick Gates (declarado culpable de fraude económico y de haber mentido a los investigadores), Alex van der Zwaan (declarado culpable de haber mentido a los investigadores), Michael Flynn (declarado culpable de haber mentido al FBI) y George Papadopoulos (ídem). Y parece que habrá unos cuantos más. Tampoco será recordado por la cantidad de estrechos colaboradores que reaccionaron violentamente con él –desde su abogado personal Michael Cohen, que juró un día que tenía una bala para él, solo para testimoniar contra él; hasta el editor de National Enquirer, David Pecker, que enterró material obsceno relacionado con él, solo para aceptar un arreglo de inmunidad de los fiscales federales para chivarse sobre él, y hasta el jefe financiero de la Organización Trump, Allen Weisselberg, que hizo lo mismo. Donald [Trump] tampoco será recordado por su lenguaje estilo mafioso (“Rata”, “lealtad” y “maldito”), sus conocidas referencias a un jefe de grupos violentos, la forma en que se aferra a su versión personal de la omertà, el código mafioso del silencio, o por ser un “presidente en conflicto con la ley”.

No será recordado por haber hecho campaña contra la “ciénaga” de Washington y, tras su llegada a la Casa Blanca haber creado una administración que desde el primer momento ha demostrado ser una ciénaga de corrupción personal –desde el jefe de la EPA*, que hizo construir una cabina telefónica insonorizada en su oficina que costó 43.000 dólares e instaló un grupo de seguridad de 20 personas a jornada completa (que cuesta una millonada, pagada por el contribuyente) y que gastó más de 105.000 dólares en viajes aéreos en primera clase (y 58.000 más en aviones charter y militares) en su primer año en el cargo; pasando por el cerca de un millón de dólares (pagados por el contribuyente) que Tom Price, al mando de la Secretaría de Salud y Servicios Humanos (HHSS, por sus siglas en inglés), gastó en vuelos de aviones charter y militares; y por Ryan Zinke, secretario del Interior, que hizo un paseo en un avión privado de un ejecutivo de la industria del petróleo a un costo de 12.000 dólares e incluso se las ingenió para gastar 53.000 dólares en viajes en helicóptero; hasta Ben Carson, a cargo de la Secretaría de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUDS, por sus siglas en inglés) quien ordenó comprar una vajilla y cubertería de 31.000 dólares para su oficina. Y esto no es más que el comienzo de una larga lista (sin siquiera haber mencionado al presidente y su familia).

Tampoco será recordado el basural y agujero hediondo de contaminación ambiental que él y su panda están dejándonos, ni por el adicional de cerca de 1.400 muertes prematuras por año estimadas y hasta 15.000 nuevos casos de problemas en las vías respiratorias superiores, el aumento de la bronquitis y las decenas de miles de días escolares perdidos gracias al relajamiento de las normas federales de control del funcionamiento de las centrales eléctricas que queman hulla propiciado por su administración. Tampoco por el “marcado crecimiento del nivel de contaminantes del aire como el mercurio, el benceno y el óxido nitroso”, gracias al relajamiento de varias normas específicas. Tampoco por la ocultación de las noticias relacionadas con la ciencia que estudia la contaminación. Tampoco por los drásticos recortes presupuestales en los fondos para la EPA, no vaya a ser que nos proteja contra algo que ese Estados Unidos corporativo quiera hacer. Tampoco por haber librado las vías navegables de EEUU a más vertidos de residuos y contaminantes, entre ellos los de la minería. Y en estos aspectos, una vez más, la lista no ha hecho más que empezar.

Sin duda, cuando él acabe, la ciénaga en que se habrán convertido Washington y la nación será incalculable pero no será por eso que la historia le recuerde. Tampoco, en el país que ya podría haber dejado atrás los niveles de desigualdad de la Era Dorada, le recordarán por la forma en que solo tres hombres –Bill Gates, Warren Buffet y Jeff Bezos– han acumulado tanta riqueza como la mitad más pobre de la sociedad estadounidense (160 millones de personas). Tampoco recordarán la forma en que Donald Trump fortaleció el racismo y dio alas a una cada vez mayor ola de supremacismo blanco (el prerrequisito para el establecimiento de una versión ‘populista’ de autoritarismo en Estados Unidos), incluyendo el “nativismo”** que le allanó al camino a la política; sus “imparciales” comentarios después de los hechos de Charlottesville*** (“personas magníficas, en ambos lados”); sus sobrentendidos comentarios raciales; su obsesión por los jugadores de fútbol negros que se arrodillaron para protestar; sus tweets sobre una teoría conspirativa supremacista blanca relacionada con Sudáfrica –después de lo cual el ex líder del Ku-Klux-Klan David Duke twiteó su agradecimiento–; y el resto de una hoy conocida letanía.

 

 

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