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El Mito de la Enfermedad Mental: Un análisis a partir de los criterios de Thomas Szasz (2)

Si hablamos de padecimientos más etéreos y relacionados con el ámbito social o moral -fobia social, estrés, narcisismo-, en mayor aprieto pondremos a los maniáticos de las etiquetas. Por cierto, en su querido manual de referencia –el DSM-  (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) es el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA) y contiene descripciones, síntomas y otros criterios par ( diagnosticar trastornos mentales (Desordenes Estadísticos Mentales) ya no aparece la homosexualidad; pero se suprimió en una fecha tan tardía como 1973, y sólo porque no les quedaba más remedio que adaptarse a la modernidad y ceder a  creciente influencia de los colectivos gays.

Estos criterios de diagnóstico proporcionan un lenguaje común entre los distintos profesionales (psiquiatras, psicólogos clínicos e investigadores de las ciencias de la salud) que se designa a la psicopatología, estableciendo claramente los criterios que los definen y ayudando a asegurar que el diagnóstico sea preciso y consistente.

En general, el DSM es el sistema de clasificación de trastornos mentales con mayor aceptación, tanto para el diagnóstico clínico como para la investigación y la docencia y es importante tener presente que siempre debe ser utilizado por personas con experiencia clínica, ya que se usa como una guía que debe ser acompañada de juicio clínico además de los conocimientos profesionales y criterios éticos necesarios. El DSM ha sido periódicamente revisado desde la publicación en 1952.

Particularmente en los últimos dos decenios, ha habido una gran cantidad de nueva información en la neurología, la genética y las ciencias del comportamiento que amplía enormemente nuestra comprensión de la enfermedad mental.

Además, la introducción de las tecnologías científicas, que van desde las técnicas de imagen cerebral a los sofisticados nuevos métodos para analizar datos de investigación, nos han dado nuevas herramientas para entender mejor estas enfermedades.

Particularmente en los últimos dos decenios, ha habido una gran cantidad de nueva información en la neurología, la genética y las ciencias del comportamiento que amplía enormemente nuestra comprensión de la enfermedad mental.

Es por todo ello por lo que se avanza en esta nueva edición del DSM, la cual empezará a utilizar en su nomenclatura la numeración arábiga en lugar de la romana (DSM-5).

El proceso de revisión para su próxima versión (DSM-5), pretende guiarse por una serie de principios:

La edición vigente es la quinta, conocida como DSM-5, y se publicó el 18 de mayo del 2013.1​2​

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda el uso del sistema internacional denominado CIE-10, acrónimo de la Clasificación Internacional de Enfermedades, décima versión, cuyo uso está generalizado en todo el mundo.[cita requerida]

El DSM se elaboró a partir de datos empíricos y con una metodología descriptiva, con el objetivo de mejorar la comunicación entre clínicos de variadas orientaciones, y de clínicos en general con investigadores diversos. Por esto, no tiene la pretensión de explicar las diversas patologías, ni de proponer líneas de tratamiento farmacológico o psicoterapéutico, como tampoco de adscribirse a una teoría o corriente específica dentro de la psicología o de la psiquiatría.

Los psiquiatras y psicólogos clínicos tradicionales (sacerdotes de nuestro tiempo)

Resumiendo, la mayoría de los problemas mentales no se corresponden con lesión orgánica alguna, y por tanto no pueden considerarse enfermedades, a no ser en sentido metafórico, como cuando se dice que la economía está enferma. Pero la psiquiatría oficial, el sínodo de sacerdotes de nuestra época -con su Biblia en la mano, el bendito DSM- ha pretendido solucionar el problema inventando un término menos comprometido a modo de justificación: “de acuerdo, no son enfermedades, pero sí son trastornos, conjuntos de síntomas”. No obstante, a pesar del aplacamiento verbal, tratan esas dolencias como si fueran enfermedades reales; eso es lo que transmiten a los pacientes y a la sociedad. Y entonces, ¿cómo se legitima el uso de medicamentos que modifican el funcionamiento neuronal, si en realidad no existe ningún problema a este nivel? Es cierto que algunos fármacos pueden mejorar los síntomas al producir un exceso o déficit de neurotransmisores, un desequilibrio que antes no existía, pero ese tipo de intervenciones generan alteraciones neuronales con graves efectos secundarios que los grandes recetadores intentarán tapar con otras sustancias, hasta

Al canzar un estado en que el individuo quedará fuertemente medicado y convertido en todo un señor zombi.

Según Szasz, lo que los modernos sacerdotes llaman “enfermedades mentales” son en realidad ciertos comportamientos que perturban nuestros esquemas. Se clasifican como locura las conductas distintas a lo normal, a lo aceptado; y los mecanismos de control social las categorizan de este modo para legitimar el acto de eliminar o tapar los síntomas perturbadores con fármacos, o mediante la reclusión de esos individuos “diferentes”.

La esencia de la locura es el disturbio social, y el tratamiento aplicado a quienes la padecen es el propio de los disidentes. La psiquiatría es –junto a la religión, los espectáculos de masas y las drogas bendecidas por el sistema- uno de los mecanismos de control utilizados por el moderno estado terapéutico, en el que la industria farmacéutica es una de las más rentables y maneja a sus marionetas mediante los hilos del poder.

La legitimidad de las terapias

Szazs (1974), aclara que con este discurso no pretende negar la existencia de los problemas psíquicos ni la necesidad de tratarlos. Lo que se pone en cuestión es la legitimidad científica de considerarlos enfermedades y la legitimidad moral de tratarlos como tales (con medicamentos). Por eso, en un magistral ejemplo de honradez, la psiquiatría –su especialidad- le parece una actividad pseudo-médica que trata sobre falsas enfermedades, pero que puede llegar a constituir una verdadera ciencia si sus practicantes deciden sentar las bases de lo que él llama “una teoría sistemática de la conducta personal”.

Evidentemente, el proceso de cambio implicará acabar con gran parte de las bases del pensamiento psiquiátrico, por muy doloroso que resulte, y “sentar los cimientos para una comprensión de la conducta en términos de proceso”.

Lo que llevamos dicho conlleva consecuencias a otros niveles. Como los psiquiatras y los psicólogos clínicos -en términos generales- no tratan enfermedades en sus clientes, sino problemas éticos, sociales y personales, no deben fomentar en ellos la dependencia a fármacos, a terapias, ni a su autoridad (la conocida “transferencia” entre el terapeuta y el paciente), sino la responsabilidad y la autoconfianza. Para librarse de los problemas mentales hay que tener “el deseo sincero de cambiar”, lo cual implica mantener una posición escéptica ante todo tipo de maestros espirituales (sacerdotes antiguos o modernos) y “aprender a aprender”, para lo cual el individuo debe tener el don de la flexibilidad, que el terapeuta puede y debe inculcarle.

Repercusión del  mito de la enfermedad mental

Como era de suponer, el libro generó un acalorado debate entre partidarios y detractores de sus tesis. Los primeros consideraron que era la obra de un genio; los segundos se limitaron a defender sus intereses y afirmar que se trataba de un ataque perjudicial para una prestigiosa rama de la medicina.

En cualquier caso -y aunque nos duela reconocerlo-, la influencia de esta obra de Szasz ha tenido lugar en sectores científicos considerados poco ortodoxos y nunca reconocidos por la “ciencia oficial” (la antipsiquiatría), en el ámbito de la lucha contra el prohibicionismo en materia de drogas Escohotado (1999), le cita en numerosas ocasiones en su Historia general de las drogas, además de haber dedicado el libro a él y a Albert Hofmann; además, ha traducido al castellano Nuestro derecho a las drogas, La teología de la medicina, Drogas y ritual, y ha prologado el mencionado El mito de la enfermedad mental) y en algunas obras de filosofía, junto a Michael Foucault, cuando se aborda la historia de la locura y del internamiento forzado. Como bien dice un feroz crítico suyo, la enfermedad mental como tema legítimamente médico forma parte tan fundamental de la medicina y la cultura norteamericanas, que la respuesta más común a sus argumentos es: “Mire a su alrededor: niños distraídos, adolescentes angustiados, adultos deprimidos.

About the author

Frank A. Peña Valdes

Profesor adjunto Escuela de Psicología, Facultad de Humanidades y Escuela de Orientación Educativa, Facultad de Ciencias de la Educación Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD. Licenciatura en Psicología, Maestría en Metodología de la Investigación Científica. Especialidad en Psicología del Desarrollo, Maestría en Desarrollo Humano, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Postgrado en Educación Superior, Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Estudios Doctorales en Psicología Social, Universidad Central de Madrid (UCM).

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