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Salvador Allende, un revolucionario para el siglo XXI (y 2)

Mario Amorós (Rebelion, 11-9-18)

 

Así lo expresó el 21 de mayo de 1971, en su primer Mensaje presidencial al Congreso Pleno: “ Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas – particularmente al humanismo marxista – y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno. (…) Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo doctrinario. (…) Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana”.

“Los que viven de su trabajo tienen hoy en sus manos la dirección política del Estado. Suprema responsabilidad. La construcción del nuevo régimen social encuentra en la base, en el pueblo, su actor y su juez. Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores. Tanto en lo económico como en lo político los propios trabajadores deben detentar el poder de decidir. Conseguirlo será el triunfo de la revolución. Por esta meta combate el pueblo. Con la legitimidad que da el respeto a los valores democráticos. Con la seguridad que da un programa. Con la fortaleza de ser mayoría. Con la pasión del revolucionario. Venceremos”

Salvador Allende representa ante la humanidad aquel proyecto político, aquellos años inolvidables… incluso para quienes no los vivimos. Aquel tiempo de las cerezas, similar al cantado en la bella canción de la Comuna de París, un siglo antes.

La huella dolorosa del cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 no desaparece de esta angosta y extensa franja encajada entre la cordillera andina y el imponente océano Pacífico. La reciente y vergonzante dimisión del “converso” Mauricio Rojas así lo prueba.

Hoy, 11 de septiembre de 2018, de nuevo martes, nos acompaña la memoria de aquel muchacho que conversaba y jugaba al ajedrez con el viejo Demarchi en su modesto taller de carpintería en Valparaíso, del militante del Grupo Avance, del fundador del Partido Socialista, del médico con profunda vocación social, del masón orgulloso de sus antepasados, del diputado, del ministro del Frente Popular, del senador, del candidato presidencial que unió a la izquierda y de aquel inmenso y hermoso movimiento popular que abrió con él las puertas de la Historia una noche constelada de septiembre de 1970.

El 11 de septiembre de 1973 Salvador Allende se convirtió en un mito del siglo XX. Las estremecedoras imágenes del bombardeo de La Moneda, la belleza casi poética y el dramatismo de sus últimas palabras a través de Radio Magallanes, su muerte en defensa de un siglo y medio de desarrollo democrático de Chile y del proyecto revolucionario al que consagró toda su vida y la ominosa dictadura militar que se instaló en el país otorgaron a su nombre una dimensión universal. Hoy está inscrito en avenidas, plazas, calles, colegios, hospitales, auditorios, puertos, centros culturales, asociaciones, cátedras universitarias, equipos de fútbol o comunidades indígenas de decenas de países. Es sinónimo de valores como democracia, justicia social, pluralismo, derechos humanos, libertad, socialismo.

Recordar a Allende exige ir más allá de la inmensa tragedia del 11 de septiembre de 1973 (y después), de su heroica muerte en La Moneda. Recordar a Allende es recorrer su apasionante trayectoria política, evocar la construcción de aquel gigantesco movimiento popular en Chile, reflexionar sobre la historia de la Izquierda en el siglo XX. Recordar a Salvador Allende invita a pensar y recrear el Socialismo en el siglo XXI.

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