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La Guerra de la Restauración: triunfo del pueblo dominicano en armas (4)

Written by Juan de la Cruz

La táctica de guerra de guerrillas, diseñada por el patricio Ramón Matías Mella y dada a conocer en una circular del 26 de enero de 1864 a todos los miembros del Ejército Libertador del Pueblo Dominicano, consistía en lo siguiente:

En la lucha actual y en las acciones militares emprendidas, se necesita usar de la mayor prudencia, observando siempre la mayor precaución y astucia para no dejarse sorprender, igualando así la superioridad del enemigo en número, disciplina y recursos.

Nuestras operaciones deberán limitarse a no arriesgar jamás un encuentro general, ni exponer tampoco a la fortuna caprichosa de un combate la suerte de la República; tirar pronto, mucho y bien, hostilizar al enemigo día y noche, y cortarles el agua cada vez que se pueda, son puntos cardinales que deben tenerse presentes como el Credo. 

Agobiarlo con guerrillas ambulantes, racionadas por dos, tres o más días, que tengan unidad de acción a su frente, por su flanco y a retaguardia, no dejándoles descansar ni de día ni de noche, para que no sean dueños más que del terreno que pisan, no dejándolos jamás sorprender ni envolver por mangas, y sorprendiéndolos siempre que se pueda, son reglas de las que jamás deberá usted apartarse.

Nuestra tropa deberá, siempre que se pueda, pelear abrigada por los montes y por el terreno y hacer uso del arma blanca, toda vez que vea la seguridad de abrirle al enemigo un boquete para meterse dentro y acabar con él; no deberemos por ningún concepto presentarle un frente por pequeño que sea, en razón de que, siendo las tropas españolas disciplinadas y generalmente superiores en número, cada vez que se trate de que la victoria dependa de evoluciones militares, nos llevarían la ventaja y seríamos derrotados.   

No debemos nunca dejarnos sorprender y sorprenderlos siempre que se pueda y aunque sea a un solo hombre.

No dejarlos dormir ni de día ni de noche, para que las enfermedades hagan en ellos más estragos que nuestras armas; este servicio lo deben hacer solo los pequeños grupos de los nuestros, y que el resto descanse y duerma.

Si el enemigo se repliega, averígüese bien si es una retirada falsa, que es una estratagema muy común en la guerra; si no lo es, sígasele en la retirada y destaquen guerrillas ambulantes que le hostilicen por todos lados; si avanzan hágaseles caer en emboscadas y acribíllese a todo trance con guerrillas, como se ha dicho arriba; en una palabra, hágasele a todo trance y en toda extensión de la palabra la guerra de manigua, y de un enemigo invisible.

Cumplidas estas reglas con escrupulosidad, mientras más separe el enemigo de su base de operaciones, peor será para él; y si intentase internarse en el país, más perdido estará.

Organice usted dondequiera que esté situado, un servicio lo más eficaz posible de espionaje, para saber horas del día y de la noche, el estado, la situación, la fuerza, los movimientos e intenciones del enemigo” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1963a: 110-111).

Como se puede apreciar, el uso de la táctica de guerra de guerrillas fue fundamental para el triunfo de las fuerzas restauradoras frente a las tropas realistas españolas. En el Manual de guerra de guerrillas se les invitaba a tener suma precaución y a actuar con astucia y sabiduría frente al adversario, para no dejarse sorprender y, de esa manera, tratar de igualar la superioridad de las tropas enemigas en cantidad, disciplina y recursos logísticos.

De igual modo, se les solicitaba que hicieran el mayor esfuerzo posible para evitar batirse con el enemigo en un encuentro parcial o general y no exponer la suerte de la República Dominicana en una acción militar caprichosa. También para desconcertar y desmoralizar al contrario se les pedía tirar rápido, mucho y con buena puntería, hostilizando día y noche, así como cortar o envenenar el agua para provocar enfermedades o muertes, sin que ello implicara riesgo alguno para la población o las tropas revolucionarias y patrióticas.

A las tropas restauradoras se les pedía agobiar al enemigo con guerrillas ambulantes, integradas por pequeños grupos de combatientes que los atacaran por todos lados, sin dejarlos descansar ni siquiera un minuto, para que no se sintieran dueños del suelo que pisaban. Igualmente, se les orientaba a que fueran cautos y no se dejaran sorprender por el contrario, ni envolver por sus mangas, torbellinos o remolinos, pero sí debían plantearse sorprenderlo siempre.

Se les instaba a pelear al amparo de los montes y de los terrenos accidentados y cenagosos, siempre que fuera posible, al tiempo que se les encarecía utilizaran el arma blanca, en cuyo uso eran sumamente expertos los campesinos, que, sin lugar a dudas, eran el mayor componente del Ejército Restaurador.

También se les instruía a no dejar dormir al enemigo ni de noche ni de día, para que el insomnio y las enfermedades se convirtieran en sus principales aliados e hicieran más estragos que las propias armas de fuego, para lo cual recomendaban especializar a pequeños grupos de hombres móviles, mientras el resto del ejército descansaba y dormía, con el objetivo de recuperar fuerzas y energías para las jornadas agotadoras que les esperaban.

A las fuerzas restauradoras se las alertaba sobre la estratagema que acostumbraba a usar el enemigo de simular retiradas del terreno de combate para sorprenderlos, por cuya razón se les pedía se cercioraran muy bien para evitar caer en esa trampa. En cambio, si confirmaban que se habían retirado de verdad, se les recomendaba seguirlo en la retirada y hostigarlo por todos los medios con guerrillas ambulantes para desmoralizarlos y obligarlos a abandonar sus pertrechos y sus heridos.

Al mismo tiempo, a los restauradores se los orientaba a hacer caer al enemigo en emboscadas, hostilizarlo con guerrillas; en fin, a hacer en todo momento y en todo lugar, por todos los medios a su alcance, la guerra de manigua, auspiciada por un contrario a todas luces invisible o intangible.

A los oficiales restauradores se les recomendaba instalar sus bases de operaciones lo más distante posible de las bases de operaciones de los españoles y sus aliados, porque así los obligaban a perseguirlos a grandes distancias, de forma que se alejaran de la suya y sintieran que estaban pisando en un terreno totalmente extraño o en arena movediza, lo que sería fatal para ellos, bajo la premisa de que mientras más se internaran en el centro del país, más perdidos estarían.

Por último, se les sugería organizar un servicio especializado de espionaje lo más eficaz y activo posible con personas que parecieran lo más inofensivas y leales posibles a la causa contraria, con miras a averiguar con precisión el estado, la situación, la fuerza, los movimientos y las intenciones de las fuerzas realistas españolas, en cada momento y en cada lugar, para sorprenderlas y causarles siempre las mayores bajas posibles, de manera que sintieran temor y claudicasen en sus operaciones y acciones.

El general y último gobernador español en Santo Domingo, De la Gándara (1975, tomo II: 187-188), describe con gran colorido el tipo de guerra que puso en práctica el ejército restaurador contra las tropas españolas a lo largo y ancho del territorio de la República Dominicana:

El principio dominante en el modo de guerrear dominicano es atender sobre todo (como dice nuestra Ordenanza) a la libertad por la espalda, a mantener expedita la fuerza por flancos y retaguardia. La sumisión constante a este principio es posible entre aquellas gentes, por su increíble agilidad y robustez corporal, por su conocimiento práctico del terreno, por sus escasas necesidades de alimento y abrigo, por su misma soltura guerrillera y su ignorancia de toda táctica ordenada y compacta. Esto le permite extender a larga distancia su cordón avanzado, y cierto tino en la distribución de grandes guardias y escuchas, facilita con poca gente al grueso de la tropa reposo absoluto y seguridad perfecta.

Así, no bien las columnas iniciaron su movimiento sobre los cuatro radios, comenzó sobre ellas el tiroteo de alarma, que al punto se convirtió, como de reglamento, en serio y nutrido fuego de combate. De conformidad con el indicado principio, rara vez el dominicano se encierra ni se defiende en un pueblo, reducto o posición donde pueda ser cercado y envuelto: se interpone audaz entre el enemigo que avanza y el objeto que quiere cubrir o conservar; pero si, como siempre le sucedía, comprende que es vana o costosa la resistencia al empuje arrollador del que se acerca, un instinto de conservación, en que seguramente no entra por nada el temor, le aconseja poner en la fuga el mismo empeño que en el ataque; y en un solo instante, el hombre tenaz, inmóvil, tan arraigado al suelo como el árbol que le oculta, se convierte en la fiera traqueada que se arrastra y esconde en la espesura del monte. Desde ese punto se rompen los flojos lazos de táctica y disciplina; la dispersión, tomada así como maniobra salvadora, debe ser completa, divergente, repentina, rápida; y el individuo, por sí solo, despliega todos los recursos con que la naturaleza dota al hombre campestre y primitivo”.

En ese texto el general De la Gándara reconoce como altamente satisfactorio el método de guerra de guerrillas utilizado por los dominicanos en su lucha contra España, del que dice que se sujeta totalmente al principio de atacar por la espalda y mantener despejada la fuerza de los lados y la retaguardia. Igualmente, sostiene que la sumisión constante a ese principio es posible entre los criollos por la gran agilidad y vitalidad que exhiben, por el conocimiento práctico que poseen sobre el territorio, por las pocas exigencias de alimento y vestido, por su amplia destreza en el manejo del arte guerrillero y por el desconocimiento de toda táctica ordenada, prescrita y bien definida. A su entender, todo esto le permite extender su avanzada a largas distancias, distribuir de forma adecuada a defensas y oyentes, al tiempo que hace posible que la mayor parte de la tropa descanse de forma segura, mientras unos pocos son los que actúan y hostilizan al enemigo.

De igual modo, el exgobernador español observa que, del tiroteo de alarma, el dominicano pasa a un serio y nutrido fuego de combate; que en muy raras ocasiones se encierra ni se defiende en un pueblo, trinchera o lugar donde pueda ser acorralado y sitiado, al tiempo de interponerse con arrojo entre el enemigo que se adelanta y el objetivo que quiere proteger o resguardar. Pero que si el dominicano percibe como innecesaria o gravosa la resistencia ante la acción osada del enemigo, el instinto de sobrevivencia, que no debe asociarse para nada al temor, le aconseja darle prioridad a la retirada con el mismo ahínco que pone en la actitud ofensiva, pasando rápidamente de ser un hombre obstinado, tan arraigado al suelo como el árbol que le esconde, a una fiera entrenada que se escurre y oculta entre el follaje del bosque y la arboleda.

En otro pasaje no menos revelador, De la Gándara (1975, tomo II: 224-225) nos da algunas pistas prácticas para comprender aún mucho mejor la táctica de guerra utilizada por los dominicanos en la lucha librada contra los españoles en la guerra de la Restauración:

Bien se sabe en España cuán penoso es dirigir las operaciones de una guerra teniendo enfrente un enemigo en constante movimiento, sin que puedan conocerse su situación, sus marchas y sus propósitos, porque no hay habitante que los denuncie; un enemigo que cuando se ve acometido huye, se fracciona, se dispersa, se evapora, y de noche y aún de día vuelve a deslizarse por los flancos, se coloca a la retaguardia de las tropas invasoras, interrumpe sus líneas de comunicación y los obliga a maniobrar a retaguardia para la conducción de sus convoyes de víveres, heridos o de enfermos, aprovechando los accidentes del terreno que les son favorables para aumentar a cada paso el número de bajas del invasor, pero la situación de las fuerzas expedicionarias de Santo Domingo, después de generalizada la insurrección, era mucho peor: la distancia de su patria, el verse obligados a recibir toda clase de auxilios por la mar, lo cual exigía el empleo de una parte de los buques de guerra; el tener que combatir contra hombres con pocas necesidades, ágiles para la guerra irregular a que por las perturbaciones de su país estaban acostumbrados; el clima, en fin, mortífero para los españoles, todo esto, que yo estaba tocando, me obligaba a una prudencia que era entonces por algunos mal interpretada”.

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Juan de la Cruz

Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Santo Domingo

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