Internacionales Politica

Notas sobre Siria y el advenimiento de la tanatocracia global (2)

Alepo, Siria
Written by Debate Plural

Jules Etjim (Rebelion, 24-7-18)

 

En un reciente y sorprendente artículo “Amor, tortura, violación… y aniquilación”, escrito en el exilio, Saleh explora la relación entre el odio, la tortura y la violación en el contexto de la experiencia siria. Saleh empieza señalando que, en general, el amor une a la humanidad, especialmente el amor erótico exclusivo de los amantes; une al separarnos de nosotros mismos y por eso nos permite encontrarnos a nosotros mismos. El amor es revelación, reconocimiento mutuo y amor a medida que la intimidad difumina los límites cuando uno se convierte en dos o en Uno de Nosotros. En contraste absoluto, la tortura aniquila los límites de forma muy diferente porque persigue a su víctima dentro de sí misma. A diferencia del amor, la tortura no es una relación sino un no vínculo de destrucción que es brutalmente invasivo y se produce con una variedad de objetivos y motivaciones por parte de un torturador o del “estado de tortura”. La exposición de Saleh es sútil y se deriva evidentemente de la experiencia de haber pasado muchos años en las cárceles baazistas. Sin embargo, el interés del análisis de Saleh es su aprehensión de ciertos argumentos globales sobre la naturaleza de nuestra época.

Saleh distingue entre tres tipos de tortura o violación. La primera, la tortura interrogatorio o de investigación persigue ampliamente crear una guerra civil dentro de la víctima individual para que se traicione a sí misma. En esta circunstancia, el instinto de supervivencia individual y su compromiso con una “obligación superior” o “ser social” se enfrentan entre sí. En Siria, con anterioridad a 2011, esos objetivos de tortura podían incluir también la destrucción de grupos de la oposición proscritos sin tener necesariamente como objetivo la destrucción física de los individuos. El segundo tipo de tortura es la tortura de represalia, que tiene como objetivo humillar a sus víctimas y conducir a la destrucción física o psicológica de los individuos. Según Saleh, la prisión de Tadmor de Hafez al-Asad y la de Saidnaya de Bashar tenían ambas como objetivo “crear una memoria inolvidable, dirigida mucho más allá de la persona torturada”, para intimidar e impedir que la población se rebelara. Así pues, el cuerpo torturado era la “valla publicitaria” para la obediencia. El tercer tipo de tortura, la exterminadora, se explica por sí misma.

La transición de la muerte bajo tortura a torturar para matar fue algo consecuente. Era un síntoma de la matanza sistemática y masiva de personas en forma regular durante un período de tiempo más o menos prolongado. En su ensayo sobre “necropolítica” (debatido más adelante), Achille Mbembe invocó la obra del historiador italiano Enzo Traverso sobre los orígenes del Holocausto, que exploró la afinidad entre los campos de exterminio nazi y los procesos industriales similares a la línea de producción característica de la modernidad de Ford. En 2013, un fotógrafo a sueldo del Estado asadista, conocido como “César”, sacó a la luz 53.000 fotos que constituían el catálogo burocrático de rutina con los cadáveres cerosos y emaciados de quienes habían muerto bajo tortura. Al hacer eso “César”, que huyó de Siria, brindó una visión tenebrosa del Estado como máquina de matar organizada, o como sostenemos, una tanatocracia. Saleh mismo señala que los tres tipos de tortura se han difuminado en la práctica en otros dos tipos, mientras que a un nivel más general apunta a una transición histórica de una forma de tortura a la adopción de otra forma. Por ejemplo, desde principios de los años setenta hasta principios de los años ochenta, puede decirse que Siria sobrepasó, con la normalización de la tortura, determinadas fronteras sociales o solidaridades establecidas desde hace tiempo. La “lección” sobre la tortura tenía como objetivo que todos la internalizaran, incluido el torturador, que se transformó en un instrumento voluntario del «estado de tortura». La transición a la tortura exterminativa -en nuestros términos, la transición a la tanatocracia- fue parte de un continuo genocida que revela que el Estado ha conseguido la “libertad absoluta” para sobrepasar los estándares y límites humanos sin ningún límite normativo o ético que no sea el límite práctico .

Una pregunta importante que se plantea a partir de la tragedia siria es cuánto de lo que se ha ido desplegando en los últimos siete años sintetiza tendencias globales más amplias del conflicto social y la guerra, y cuántos acontecimientos se derivan de las tendencias inmanentes a la sociedad siria, a la naturaleza específica o psicopatología del Estado baazista y a su singular evolución histórica. La respuesta a esta pregunta debe tener mucho que ver, de forma específica, con la naturaleza de lo que Saleh llama el “Estado neosultánico” de Asad. Sin embargo, está claro también que Siria tiene un significado global en una variedad de formas. Por ejemplo, como Saleh sostiene en un interesante párrafo:

Hay una fuerte dimensión internacional en el genocidio sirio que casi no tiene parangón en la historia y que podría vincularse, con nuevas investigaciones, a la islafomobia emergente como la forma más destacada de racismo en el mundo actual.”

En otra parte del mismo artículo, Saleh señalaba la existencia en Siria de un «Estado de excepción permanente», específicamente en relación con el destino de las víctimas de la tortura. También Saleh aludía a un importante debate sobre la naturaleza contemporánea del poder soberano (el Estado) en la era globalizada, especialmente las relaciones entre el Estado, la violencia, el ciudadano, el nomos, la biopolítica, el poder y el Estado de excepción. Fue el pensador y teórico político italiano Giorgio Agamben quien impulsó este debate clave sobre la naturaleza y trayectoria del poder soberano y el Estado global de excepción en una serie de obras, particularmente en “Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life” (1995) y “Estado de excepción” (2003). Agamben hizo esto reuniendo los hilos de dos contribuciones diferentes a la teoría política en dos épocas diferentes. En primer lugar, el debate subterráneo entre el pensador jurídico conservador Carl Schmitt, que ocupó puestos importantes en el establishment jurídico alemán bajo el Tercer Reich, y Walter Benjamin sobre el “estado de excepción”. El otro hilo utilizado por Agamben fue el relato de Michel Foucault sobre biopolítica, biopoder y gubernamentalidad.

¿Necropolítica?

Tomando prestado un neologismo utilizado por Achille Mbembe en su influyente ensayo “Necropolitics” (2002), Asad ha creado “mundos de muerte”, desplegando su “maquinaria de guerra”  en espacios o “zonas de excepción” caracterizadas por una única forma de existencia social que ha proliferado en la era globalizada del capitalismo tardío, donde poblaciones enteras se convierten en objeto de la destrucción desatada por una “maquinaria de guerra” autónoma o sin freno. Las poblaciones son desperdigadas, convertidas en “apátridas”, exterminadas, sometidas de forma brutal para la extracción de recursos o riquezas, privadas de la capacidad para ganarse la vida, asediadas, sometidas a una “muerte invisible” por hambre, obligadas a convertirse en soldados de la “maquinaria bélica”, etc. Mbembe citaba un artículo de Zygmunt Bauman de 2001, en el que sugería que en la era de la guerra globalizada y asimétrica la soberanía se había vuelto borrosa.

La aparición de agentes militares no estatales desdibuja la división entre lo público y lo privado, y en algunas zonas del mundo derribó el monopolio estatal de la violencia. Este desarrollo se hizo evidente con la aparición de “maquinarias de guerra” de las que podría decirse que funcionan como organizaciones mercantiles privadas dedicadas al saqueo, de forma parecida a la Compañía de las Indias Orientales a finales del siglo XVIII. A menudo, estas “maquinarias de guerra” estaban fuera del alcance del Estado, o eran una extensión del Estado como contratista capaz de trabajar codo con codo con el Estado, aunque esto no siempre fue así, y la relación podía ser conflictiva con la “maquinaria de guerra” que luchaba para uno o más Estados. La “maquinaria de guerra” podía explotar vínculos y redes trasnacionales mientras actuaba en zonas de crisis sin ley donde la autoridad del Estado era débil o se había degradado en una nueva era de “guerras inciviles”, como John Keane las definía.

El colapso de las economías formales o la lucha por los recursos o riquezas podría reforzar el dominio de la “maquinaria de guerra” o crear las condiciones para su surgimiento, como en las “economías paramilitares” en zonas de África devastadas por la guerra civil. En algunos de estos escenarios distópicos, la “maquinaria de guerra” podría aspirar a desplazarse o apoderarse del Estado y constituirse a sí misma como el único poder soberano que ocupa un territorio demarcado, convirtiéndose efectivamente en un Estado putativo. Pero en “ New and Old Wars: Organized Violence in the Global Era” (1999), Mary Kaldor observó que en algunas de estas zonas de conflicto el Estado fomentaba la formación de grupos armados o milicias que esencialmente operarían fuera del alcance del Estado, pero en su nombre. Para Kaldor, el neoliberalismo y la globalización han remodelado la anatomía de la guerra y el conflicto desafiando el antiguo modelo westfaliano de la inviolabilidad de la soberanía e integridad territorial, haciendo hincapié en el surgimiento de nuevas fuerzas trasnacionales, de políticas de identidad potencialmente desestabilizadoras, de una economía de guerra globalizada y de la descentralización de la violencia

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