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Los caminos de la utopía: memoria, identidad y futuro en UNASUR (1)

Written by Debate Plural

Ricardo Melgar Bao (Rebelion, 14-7-18)

 

Discutimos el nuevo horizonte de sentido del nosotros continental que legitima su real diferenciación y escisión. Utopía y proyecto se tocan y friccionan. En ese contexto se analizan los elementos que bajo las últimas administraciones gubernamentales orientaron la definición de la política exterior mexicana como coadyuvante de la conversión nacional en alteridad de la América del Sur. México durante las dos últimas décadas orientó sus principales esfuerzos en materia económica, energética y geopolítica a acelerar su integración al bloque trilateral del norte, liderado por Estados Unidos y acompañado por Canadá. La escisión de las Américas se hizo más evidente con la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Alianza del Pacífico. Se toman en cuenta las aristas complejas de la resignificación de la soberanía nacional mexicana, así como las memorias de los agravios y riesgos en las relaciones de los países de UNASUR. Bajo tales términos presentaremos críticamente la redefinición de las fronteras geoculturales, económicas y políticas y en su interior, su real y subalternizada diversidad etnocultural.

El nosotros supranacional entre la enunciación y sus imágenes

En el horizonte cotidiano de nuestros pueblos, los modos de enunciar y representar en imágenes el nosotros supranacional no son desdeñables, en ellos hay un componente utópico en tensión crónica con su componente real. En el habla popular del último medio siglo se fueron extendiendo las formas del nosotros, que trascendieron las adscripciones nacionales. Enunciar un nosotros andino, amazónico o conosureño, gracias a su tenor polisémico, ganó mucha más presencia, mientras que el adscribirnos como suramericanos continuaba en su accidentado periplo ideológico, político y cultural. Nos dolió que España a inicios del último cuarto del siglo XX, nos rebautizase como sudacas. Cierto es que inicialmente el estigma ibérico fue dirigido hacia nuestros migrantes, pero que por derivación de sentido nos terminó incluyendo a todos. No nos solazaremos con la crisis española que también nos duele como nos lo recuerdan los migrantes latinoamericanos y africanos. Sin pretender agotar las aristas de la identidad cultural suramericana debemos precisar sus retos contemporáneos.

La construcción de la identidad cultural suramericana, en primer lugar, no puede quedar circunscrita a su territorialidad geográfica o política, ya que sus fronteras son móviles, tanto como sus flujos migratorios y lugares de tránsito o destino. En segundo lugar, la identidad cultural suramericana no puede quedar reificada a la lectura esencialista e imaginaria de lo que creemos compartir. En esa dirección debemos auscultar, debatir y evaluar el modo de enunciación del nosotros supranacional, sus mudanzas y variaciones de sentido de cara a reorientar nuestros procesos de integración. Debemos ponderar si es viable y pertinente impulsar una postura inclusiva frente a esos nosotros supranacional. En tercer lugar, la identidad suramericana debe ser resignificada no sólo desde arriba, posibilitando que las voces de nuestra heterogeneidad étnica cultural brinden sus granitos de arena. Lo anterior, coadyuvará a que la identidad sudamericana depure sus alienadas ideas acerca de su inveterado atraso y subalternidad. La idea fuerza de la unidad sudamericana debe ser connotada afectivamente de manera positiva. Sostenemos que la comunidad emocional de toda identidad cumple la función de cohesionar y propulsar la voluntad colectiva. La identidad suramericana tiene que ver con la restitución de la memoria de su heterogeneidad y la de sus puentes de fraternidad. Nuestra identidad está en efervescente transición y desarrollo, y su horizonte de futuro está en juego.

Desde la perspectiva de UNASUR, la identidad suramericana tiene una dimensión social que puede ser capitalizada a su favor. Siempre y cuando se proponga una estrategia inclusiva frente a los migrantes intracontinentales. Estos actores todavía resienten su marginación en los marcos ciudadanos del país de su residencia, siendo más grave el caso de los indocumentados sobre los que pesan los agravios de su detención y expulsión. El trato a los indocumentados es duro, suele justificarse bajo los artilugios de su presunta “ilegalidad”, criminalizando su presencia. Migrantes formales e indocumentados han borrado las fronteras nacionales. Colombianos en el Ecuador, paraguayos, bolivianos y peruanos en la Argentina, peruanos y bolivianos en Chile, colombianos, ecuatorianos y peruanos en Venezuela.

Veamos la perspectiva del sujeto migrante emergida de su experiencia. Las comunidades migrantes sudamericanas más significativas en el Brasil, se estiman a la fecha en medio millón. La mayoría se concentra en Sao Paulo, ciudad en la que se calcula residen 200 mil bolivianos, 40 mil peruanos y 35 mil paraguayos.[2] En dicho país, la lucha por la amnistía logró en 2009 la expedición de una ley que atendió esa demanda coyuntural, pero que según los activistas de dichas comunidades, representa sólo el primer paso para conquistar sus plenos derechos con la obtención de la ciudadanía, independientemente de sus filiaciones nacionales.

La migración intracontinental dista de haberse cribado en las últimas décadas, tiene una larga historia por recuperar cuyo arco temporal tiende hilos de continuidad entre los primeros tiempos de la vida republicana y el presente. Los migrantes tienen en su seno un segmento frente al cual la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha impulsado algunas prevenciones y medidas de apoyo; nos referimos a los desplazados de las guerras internas, el caso colombiano sigue siendo el más emblemático de los últimos años.

Frente a todo ello, la identidad suramericana necesita cimentar una de sus bases en la reelaboración entre todas las cancillerías de la región de una política concertada en materia de migraciones intra continentales y extracontinentales. Nuestros migrantes en Estados Unidos, Europa, y demás continentes demandan una estrategia concertada de nuestros gobiernos que algunos casos sólo se preocupan por las remesas y muy poco por atender sus necesidades culturales, las cuales no deben confundirse con las ofertas que se desprenden de los calendarios patrios. UNASUR es consciente de que los flujos migratorios continuarán a la alza y crecerán mucho más con las obras de integración, como son los corredores bioceánicos, las carreteras y los nuevos corredores ferroviarios y lacustres, sin que contraigan de otro lado, los flujos migratorios extra continentales, mientras no se abran mejores horizontes en su compartido espacio continental.

Patrimonializar las bases sociales de su identidad supone atender de otro modo a sus migrantes sin distinción de nacionalidad dotándolos del derecho a la ciudadanía, implica además recuperar una historia todavía sumergida, la de los desterrados y asilados suramericanos. Este tema apareció en más de una oportunidad en la historia de los proyectos de integración pero en sentido nada tolerante, y felizmente no logró acuerdos. En el curso de los debates del segundo congreso continental de 1848, el representante del gobierno de turno en Chile, presentó una moción para ser votada en la plenaria, con la finalidad de silenciar las voces de los adversarios políticos nacionales que fueron deportados y que cuestionan a su gobierno desde los espacios públicos de sus países refugio. Asunto muy delicado además, porque desde la fundación de nuestras repúblicas, los nuevos gobiernos que dejaron atrás las prácticas represivas, muy pocas veces, promovieron políticas de retorno viables. Esos intelectuales, científicos, artistas que por razones políticas de diversa índole, echaron raíces de por vida en países refugio, muy excepcionalmente han sido recuperados por las historias nacionales. Los desterrados dejaron sus obras y sus huellas diseminadas por el territorio sudamericano, centroamericano, mexicano y antillano, dislocándolas contra su voluntad de sus patrias originarias. La historia de los exilios que no está hecha en América del Sur tiende puentes de hermandad, por su pluralidad ideológica, revelando además su heterogeneidad étnica. No todos fueron criollos ni mestizos. El hermano de Túpac Amaru recibió el asilo de la recién independizada Argentina, y dos de los principales líderes del congreso indígena boliviano, tras el derrocamiento del gobierno de Gualberto Villarroel, encontraron refugio en el Brasil a mediados de los años cuarenta del siglo XX. Los exilios de nuestros próceres de la independencia señalan esa paradoja de nuestra historia política marcada por la negación y el reconocimiento, la exclusión nacional y la hermandad de un pueblo hermano, vecino o no.

El ciclo de la independencia en América del Sur no abarcó al Brasil, aunque sí recibió su influjo. En el imaginario social de nuestros pueblos recién emancipados coexistió la idea de patria como horizonte local, la de república en tensión con la de la soberanía del pueblo y la de hermandad americana. La inserción de nuestros países en la economía mundial generó desarticulaciones regionales

Una nueva alteridad, una nueva frontera

Con el inicio del siglo XX, resentimos el influjo de la academia estadounidense de pensar la historia cultural y la identidad desde un prisma supranacional. Así se formularon las tipologías sobre las áreas culturales en nuestro continente, a partir de identificar ciertos ejes de articulación de rasgos culturales compartidos, también llamados “complejos culturales” y que inevitablemente abrieron la discusión sobre el lugar y el papel del centro en los procesos de reproducción e irradiación cultural precolombinos. Las narrativas descriptivistas sobre las áreas culturales no tardaron en ser criticadas por algunos intelectuales, políticos y militares, quienes expresaron sus desconfianzas, dudas y observaciones. Los potenciales usos geopolíticos contemporáneos del concepto de área cultural son conocidos. En el fondo, se trataba de legitimar la presunción de que en cada área el centro significaba y dominaba su hinterland cultural y algo más, por lo cual el origen cultural devino en capital simbólico en las disputas nacionales del presente.

América del Sur ha sido diferenciada por sus legados culturales prehispánicos, así como sus reconfiguraciones coloniales y republicanas bajo conducción criollo-mestiza. Del otro lado de América del Sur, México ha sido identificada como el asiento de las dos principales culturas mesoamericanas en el altiplano central y en el sureste: la azteca y la maya, mientras que las culturas del norte, quedaron bajo las adscripciones de las siguientes áreas culturales: Árido América, Oasis América o integradas al gran suroeste norteamericano.

 

 

 

 

 

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