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La disputa ideológica por la hegemonía global (y 2)

Written by Debate Plural

Ricardo Orozco (Kaosenlared, 2-6-18)

 

Basta con pasar revista a los postulados de algunos de los principales ideólogos del neoliberalismo vigente para advertir que Gobiernos autoritarios, al frente de andamiajes estatales fuertes, rígidos y abarcadores, implementando políticas proteccionistas e interviniendo de manera más agresiva en el funcionamiento del mercado, han sido, desde hace mucho tiempo, el principal mecanismo de protección que las economías nacionales emplean para dotarse, mantener o apuntalar sus ventajas competitivas y su posición dentro del conjunto global. Y ello, con independencia de si su posición es central, semiperiférica o periférica —o en el lenguaje más políticamente correcto y velado del liberalismo: desarrolladasen desarrollo y en vías de desarrollo/subdesarrolladas, respectivamente.

En las actas del Coloquio Lippmann, celebrado en París, entre el 26 y el 30 de agosto de 1938, y en donde participaron los pioneros autores intelectuales del ideario neoliberal: Walter Lippmann, José Castillejos, Friedrich A. von Hayek, Ludwig von Mises, Jaques Rueff, Raymond Aron, Ernest Mercier, Alexander Rüstow, Wilhelm Röpke, etc.; por ejemplo, se concluye que para hacer frente a la decadencia del orden liberal hasta entonces imperante era preciso reconocer que ese mismo orden no es autónomo ni espontáneo: es producto de un andamiaje legal que lo precede y que presupone la intervención directa, deliberada, del Estado-Nación en su funcionamiento. Y es que, en tanto hecho histórico, el mercado se reproduce a partir de los sistemas de normas, los conjuntos de leyes y los conglomerados de instituciones que garantizan, entre otras cosas, los derechos de propiedad, los contratos, las patentes, el cumplimiento de las deudas, la circulación monetaria, las directrices laborales, las facilidades de producción, el abaratamiento de costos, etcétera.

En lo individual, a principios del siglo XX, Mises afirma que el mercado debe funcionar en el marco de operación de un régimen democrático: hasta cierto punto, homologarse. En los años cuarenta, Joseph Schumpeter invierte la ecuación y postula la necesaria mercantilización de la política; es decir, su operación a partir de la misma lógica y racionalidad que se despliega en el funcionamiento del mercado. Una década después que Schumpeter, Anthony Downs desarrolla un modelo para hacer funcionar a la política que dirige el funcionamiento del Estado a partir de la operación puramente microeconómica de la sociedad.

En los años sesenta, George J. Stigler formula un modelo propio, siguiendo a los precedentes, para aplicarlo al funcionamiento de los partidos políticos. Por esos mismos años, Hayek refina su explicación respecto de lo necesario que son no cualquier Estado y cualquier conjunto de leyes e instituciones, sino un tipo de Estado y de leyes en particular para hacer funcionar al mercado. Bruno Leoni, además, suma a esta perspectiva la noción de que es el derecho consuetudinario el elemento sobre el cual se erige todo mercado.

A mediados de los años setenta, James Buchanan fundamenta la existencia del Estado a partir de la función de éste como garante de la propiedad privada y de la limitación de la libertad que le sea benéfica a esa propiedad. En paralelo, Milton Friedman desarrolla su programa de choque para lograr la instauración del neoliberalismo en Chile y reafirma la necesidad de un régimen militar en el país para garantizar la prohibición de los sindicatos y para controlar la organización política de la sociedad. Hayek, por su parte, terminó declarando a la prensa chilena, en el marco de la reunión de 1981 de la Mont Pélerin Society, en Viña del Mar, que «una dictadura […] si se autolimita, puede ser más liberal en sus políticas que una asamblea democrática».Y a finales del siglo, Mancur Olson desarrolla un esquema en el que fundamenta la idea de que la riqueza y la pobreza de las naciones se deben al diseño y operación de los andamiajes estatales, y no al mercado.

Tener presentes estos posicionamientos, y en especial la importancia vital que en ellos se concede al Estado y a la autoridad gubernamental para la plena operatividad del ideario liberal, en general; neoliberal, en particular; permite observar que la actual administración estadounidense, a pesar de toda la retórica y la demagogia conservadora de la persona al frente de su primera magistratura, no debe leerse como un retroceso, un golpe de timón retrograda y hostil frente a los valores occidentales y su ideología dominante.

Y es que sí, es cierto que las principales directrices firmadas por Donald J. Trump al frente de la presidencia estadounidense van en la dirección opuesta a la que se orientaban políticas económicas implementadas por las dictaduras militares del Cono Sur, por los Señores de la Guerra en África o por las juntas militares en el Sudeste asiático. Sin embargo, y este es realmente el rasgo que no se debe perder de vista, la cuestión de fondo aquí, en la contrastación de éstos frente a aquel, es que en las periferias lo que se busca es su subordinación a los centros globales; mientras que en el caso actual de Estados Unidos, lo que se plantea es el sostenimiento, la permanencia, de determinadas ventajas comerciales y financieras (las mismas que le aseguraron su propia hegemonía en la economía global durante la segunda mitad del siglo XX) de cara a la disputa que le plantea China como economía sucesora en esa posición.

La competencia con China por la hegemonía (o en lenguaje políticamente correcto: liderazgo) global, por supuesto, no es algo que esté ausente de los análisis que a diario se producen en Occidente, y en específico en Estados Unidos, para hacerle frente. Sin embargo, éstos han gravitado con enorme fuerza sobre el mismo discurso que apela a más dosis de liberalismo ya como medio de contención, de disuasión o de enfrentamiento. Y la cuestión aquí, el problema que subyace a esa narrativa, es que no se alcanza a comprender que fueron justo dosis altas de liberalismo —aplicadas a la economía china por más de cuarenta años, ininterrumpidamente desde mediados de la década de los setenta—, lo que llevó a dicha sociedad a una posición en la que le fuese posible disputarle a Estados Unidos su rol en la jerarquía interestatal.

La apertura del régimen chino al capitalismo —de lleno a finales de la década de 1970— le supuso a Occidente, en general; y a Estados Unidos, en Particular; el acceso a un enorme mercado y al mismo tiempo a una maquiladora de iguales proporciones. Por supuesto las prácticas comerciales desleales del Gobierno y de los empresarios chinos fueron un factor decisivo para poder posicionar a su sociedad por encima del rango de mayor maquiladora del mundo. Sin embargo, poco importa apelar a la descalificación de tales actos cuando la historia del colonialismo, del mercenazgo y de la piratería en Occidente supone su raíz análoga en tiempos pasados. Lo realmente importante de mirar aquí es que mientras Occidente acumulaba y concentraba capital en sus arcas gracias a su comercio con China aquello no fue verdaderamente un problema.

La reacción de Estados Unidos ante esta situación debe empezar a leerse como una reacción natural —de tantas opciones disponibles— al peligro que implicaba seguir tratando con liberalismo a la economía que ya le disputa su liderazgo global. Pero también, como una reacción, agresiva, necesaria para contener a China en su avance hacía el control de las diez industrias que dominarán la actividad económica en el futuro inmediato: la robótica, la automatización de procesos, la Inteligencia Artificial, la aeronáutica y la biotecnología entre ellas.

En Octubre de 2015 el Gobierno le anunció al mundo, con su visión de largo plazo, Made in China 2025, que ya está de lleno en la carrera por conseguir ese objetivo: el control, la vanguardia, del complejo científico-tecnológico de las siguientes décadas. Que no sorprenda, entonces, que ante ello Occidente (porque Europa también está legislando para limitar las adquisiciones empresariales de China en los países de la Unión Europea) esté buscando reaccionar de manera que sea posible minar ese camino sin, paralelamente, dinamitar sus propios beneficios actuales (y futuros) obtenidos de su relación comercial con el gigante asiático. Reaccionar con conservadurismo, con proteccionismo y fortalecimiento de la autoridad Estatal frente a tal situación es, hoy, más un recurso de supervivencia que una mera ocurrencia sacada de la personalidad de un mandatario retrógrada.

No es casual que Trump esté operando bajo la lógica de la industrialización (del capitalismo) de la segunda mitad del siglo XX, si es ese mismo esquema el que permitió a Estados Unidos el sostener por más tiempo que el pronosticado su hegemonía global.

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