Economia Internacionales

Capitalismo, consumo y riqueza

Written by Debate Plural

Antonio Lorca Siero (Kaosenlared, 23-5-18)

 

La doctrina del capitalismo gira en torno al culto al capital. Su finalidad es multiplicarlo permanentemente, de manera que se expanda sin limitaciones desde los hombres y entre los hombres hasta llegar a dominar el mundo. Se ha representado en un ídolo de naturaleza material, que es el dinero. Este no se trata de un objeto convencional producto de la creencia que impone guardar las distancias con la persona para reforzarse como poder, se puede tocar e incluso poseer. Resulta tan cercano que llega a ser humanizable como un objeto más con el que se comparte la existencia, dispuesto para hacer con él lo que se quiera. Pese a su conexión con el mundo material a través del dinero, el capitalismo no pierde su componente místico y exige devoción a sus seguidores. Podría hablarse de cierta predisposición ética en sus seguidores, como en el caso del burgués, tal como aprecia Weber. Incluso se ha encontrado cierta similitud, salvando las distancias, con la idea de religión, como apuntaba Benjamin. En todo caso, parece claro que si no se cumple con los preceptos que rigen el capital, ya sea como oficiante del culto o como creyente, se es acreedor de una pena espiritual, con trascendencia material, que va implícita en la falta de tenencia de su elemento material.

A efectos de los creyentes, es decir, prácticamente todos los seres humanos, la finalidad del dinero es colaborar en la tarea de existir para tratar de hacer la vida mejor. Mientras que para los oficiantes del culto capitalista el dinero permite mantener el espíritu del capital, que no es sino un valor convencionalmente asumido de forma mayoritaria por las personas. Su presencia a través de la representación del dinero da cuenta de su existencia en la mente colectiva. La base de su poder, a diferencia de las creencias tradicionales, no reside en conexiones con un mundo superior con la promesa de obtener el premio en el más allá; en definitiva, se trata de seguir una vía aquí mismo y ahora para tomar posesión de un estado de felicidad imaginaria a tenor de ciertos preceptos que conforman la manera de vivir. El capital viene a decir que estando en posesión de su materialidad, el dinero, ya se se obtiene cierta retribución en términos de felicidad, simplemente basta con intercambiarlo con el objeto material que la representa directamente. En él, lo escatológico cede ante la inmediatez del presente. Desde este planteamiento, no resulta desproporcionada su universalidad y seguimiento colectivo, porque nadie es capaz de renunciar a la felicidad, según su manera personal de entenderla, a la que es posible acceder a través del dinero. La expectativa de felicidad que se ofrece en la doctrina capitalista es simplemente de naturaleza material. Un sucedáneo de la misma se sirve con el nombre de bienestar, que puede hacerse efectivo con el uso del dinero dedicándolo al consumo. Desde la posesión y utilización del dinero, la persona tiene la posibilidad de obtener su cuota de bienestar, ya sea real o imaginario. El consumo es el mandato para los creyentes, que está implícito en el capitalismo como creencia; de tal manera que a mayor consumo se dice alcanzar mayor nivel teórico de bienestar.

Atendiendo a una perspectiva de masas, el atractivo de esta creencia es evidente, ya que la retribución al seguimiento del culto resulta ser inmediata y tangible. Su cercanía la hace más creíble y entrañable para las personas, porque la palpa con sus manos. Además, deja libertad para hacerla compatible con cualquier otra que permita atender a completar la naturaleza espiritual del ser humano. De ahí que la idea del capitalismo haya pasado ser clave de la vida cotidiana en un plano universal sin caer en el hedonismo radical, simplemente inclinándose por el utilitarismo.

No basta disponer de una masa de seguidores a los que ofrecer bien estar a cambio de producción dirigida al consumo. Si los destinatarios de la producción del capital hacen posible la realidad del capitalismo a través del culto al dinero, la doctrina precisa de una dirección. Admitida la idea del valor representado a través del dinero, el capital para no perder su identidad se construye como tal. Retornar a su condición originaria, que en su continua recreación se manifiesta externamente aumentando el tamaño del ídolo, recreándose a sí mismo para crecer en dimensión y en tamaño. Hay que encomendar a alguien esta función material que determina el capitalismo. Se trata de un proceso dinámico de creación y destrucción del dinero determinante de la producción y el consumo que permite mantener activa la existencia del capital mediante su sentido dinámico: creándose, destruyéndose y renovándose. Los oficiantes del culto, es decir, los encargados de mantener activo el capital desde el cumplimiento de las exigencias del dogma son los capitalistas. Aunque herederos del espíritu burgués, con el paso del tiempo han ido perdiendo aquel supuesto sentido ético de su actividad. Si en el caso de la masa seguidora del capitalismo, el consumo derivado hacia el consumismo es la clave que hace posible su funcionamiento, en lo que se refiere a los llamados oficiantes del culto la pieza clave es el instinto de acumular riqueza, al que se encuentra asociado el atractivo del bienestar, pero en este caso con un complemento adicional que es el poder social.

Para que el capital mantenga su proyección dinámica, tal y como sostenía Schumpeter, es imprescindible el proceso de destrucción creativa. En él juega cierto papel el atractivo de la riqueza. Los empresarios crean empresas para explotarlas y finalmente para vaciarlas, desviando hacia su propio patrimonio los beneficios, destinando solamente una parte de ellos a incrementar el capital, que progresivamente se reduce, acompañado de falta de innovación y menor desarrollo. Frente al proyecto de crear empresas para saquearlas, desviando el capital al terreno de riqueza personal, aquel toma su metafórica venganza y agota el potencial de la empresa para animar a que surjan otras que sean fieles a sus preceptos. El proceso cabría entenderse como que el inicialmente capitalista, en cuanto invierte capital con la finalidad de crear más capital, transformado en empresario, se ha inclinado más por el sentido de la riqueza que por el del capital. Su puesto lo toma otro, para crear una nueva empresa a fin de que se mantenga vivo el espíritu del capitalismo. Si el empresario se queda con la riqueza acumulada tras el proceso de destrucción de la empresa primitiva deja de ser capitalista y pasa a ser simplemente rico, hasta que la riqueza detraída del capital se agote.

Actualmente, quien asume el papel de capitalista no es la persona, tal como sucedía con el burgués, sino la empresa, dirigida a operar conforme a las normas del capitalismo. Lo que la sitúa fuera del personalismo y de la tendencia a convertir el capital en riqueza. No tiene cabida en su actuación el culto a las simples creencias, sólo responde al principio de racionalidad capitalista y su función es crear capital para aumentar el capital empresarial.

El gestor, no es necesariamente capitalista, se trata de un empleado al servicio de la empresa comisionado por el accionariado -sus propietarios- o por el empresario -con el que puede haber coincidencia- para que la empresa cumpla con la función del capital. Capitalista no es el comisionado, sino la actividad empresarial generadora de capital, y este último subsume el principio personalista de la riqueza, incorporándolo al propio capital. Entre sus prácticas, la gestión empresarial está dirigida a no agotar la fuente de los ingresos, a actuar eficientemente y a seguir el proceso de destrucción creativa en forma de innovación permanente, apartando lo obsoleto. En un plano superior, la dirección del capitalismo es portadora de su espíritu y corresponde a la elite capitalista, conglomerado empresarial que a manera de síntesis marca las líneas de actuación del capitalismo a nivel global.

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