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Libros: El libro de Manolito y Francis, 3. La crisis de 1929

Written by Debate Plural

Mu-Kien Adriana Sang (El Caribe, 28-4-18)

 

En 1920 se produjo la caída internacional de los precios del azúcar cuando –tras un incremento del mercado azucarero en los últimos años de la primera Guerra Mundial (1914.1948)- los cultivos en Europa, por lo que los países europeos prescindieron del azúcar de caña y de otros productos tropicales. Esta severa contracción del mercado, aunada a una brusca disminución de los precios, causó un verdadero descalabro financiero y comercial, dada la gravitación de la industria azucarera en la actividad económica nacional.

Pese al caos producido por esas perturbaciones que frenaron de golpe el boom conocido como “la danza de los millones”, el país se fue reponiendo y registró algún avance económico a lo largo de los años 20. Pero, al final de esa década, cuando se gozaba de cierta prosperidad al haberse recuperado gradualmente en el plano internacional nuestra oferta agrícola exportable, sobrevino –el 24 de octubre de 1929- el súbito hundimiento de la Bolsa de Valores de Nueva York, considerado el mayor crack bursátil de la historia. Este desplome de la bolsa, conocido como el martes negro de Wall Street, fue el detonante de la Gran Depresión en Estados Unidos y provocó una reacción en cadena que propagó la crisis más allá de sus fronteras, ocasionando el derrumbe el nuevo orden mundial construido durante los años 20 con base en la gran prosperidad económica norteamericana.[1]

Esta es la tercera entrega de la obra de Manuel García Arévalo y Francis Pou de García, La caída de Horacio Vásquez y la irrupción de Trujillo en los informes diplomáticos españoles de 1930. Un libro ameno, bien documentado y que ofrece una visión nueva, pues aporta las importantes e interesantísimas reflexiones del diplomático español Francisco Javier Meruéndano y Fermoso, testigo de excepción en los acontecimientos dominicanos. El capítulo que se analiza hoy es acerca de la Gran Depresión de 1929, y cómo esa crisis nos afectó directamente:

Arrastrada por un declive de los mercados internacionales sin precedentes, la economía dominicana, basada en la exportación de materias primas, entró en una profunda fase recesiva. Los precios se hundieron y las ventas al exterior se redujeron, a tal punto que el precio de nuestro principal rubro de exportación, el azúcar, bajó de 5 centavos la libra a 3.8 centavos, y a finales de año siguió descendiendo hasta situarse en 2 centavos.[2]

Los autores dan cuenta de los efectos de la crisis: disminución de la producción interna, disminución de las importaciones, nula inversión extranjera, escasez del circulante, aumento del desempleo y brusco descenso de los precios de los principales productos agrícolas de exportación debido a la disminución de la demanda mundial. Como resultado de todo esto, el ingreso per cápita del país, que ascendía a 282 dólares en 1929, tardó 28 años en recuperarse.[3]

El impacto de la crisis en el erario público fue drástico. Los ingresos fiscales, basados fundamentalmente en las recaudaciones aduanales, tanto por vía de las importaciones como de las exportaciones, cayeron a niveles preocupantes. Según los informes estadísticos de la receptoría general de aduanas, las exportaciones disminuyeron de US$28,754,528 dólares en 1928 a 23,736,487 dólares en 1929, mientras las importaciones bajaron de 26,787,940 dólares a 22,729,444 durante ese mismo lapso de tiempo; tendencia que continuó a la baja cuando en 1930 las exportaciones retrocedieron a 18,551,841 dólares y las importaciones a 15,229,219.

García Arévalo y Pou señalan que la crisis no fue solo en nuestro país, sino que llegó hasta casi todos los países de América Latina, provocando que los principales productos de exportación hacia 1933 era aproximadamente la tercera parte del valor que tenían en 1929. La crisis económica trajo consigo crisis política. El golpe que se produjo en nuestro país en febrero de 1929 fue un anuncio de lo que ocurriría en el resto del continente: una estela de derrocamientos en Bolivia (junio de 1930), Perú (agosto de 1930 y marzo de 1931), Argentina (septiembre de 1930), Brasil (octubre de 1930 y julio de 1932), Panamá (enero 1931), Chile (julio de 1931 y junio y octubre de 1932), y Ecuador (agosto y octubre de 1931).[4]

Las opiniones del diplomático español, Meruéndano, son dolorosamente esclarecedoras de la situación económica que vivía el país a raíz de la crisis del 1929. Con estas palabras finalizamos la entrega:

La grave crisis que sufren todas las Antillas últimamente agudizadas con los sucesos ocurridos en la bolsa de Nueva York al producirse la tremenda baja de todos los valores, sucesos que tuvieron honda recuperación en estos países cuyos productos dependen de la cotización de aquel gran centro bursátil, tiene especiales caracteres en la República Dominicana.

Ni el azúcar, ni el café ni el cacao –que constituye la trilogía económica dominicana- han conseguido buenos precios en los mercados por la tremenda competencia que les hacen los cafés de Brasil, el cacao de África que lanza a los mercados cantidades de este producto, más considerables cada año, y la poca demanda del azúcar, artículo que no ha logrado, ni he de esperar que lo logre, reponerse del terrible golpe que sufrió en el año 1921.

Sin industrias apreciables, disminuyendo sus exportaciones (en cinco millones el último año) mermándose los ingresos aduaneros, y sin fondos de reservas para acometer obras públicas, el pueblo dominicano de por sí frugal, ya que el campesino vive con tres plátanos al día y los clásicos “frijoles” (habichuelas), siente por primera vez en la historia del país, hambre y privaciones sin cuento.

Apenas hay trabajo, el comercio ha reducido hasta los límites de lo posible sus gastos y el crédito, antes liberal, ha sido cercenado ante los apremios de la banca norteamericana que por medio de sus sucursales niega toda ayuda económica a menos que se ofrezcan muy sólidas garantías.

Las quiebras que suceden con aterradora frecuencia y se pone en juego todos los medios posibles para burlar a los acreedores. Por extraño que parezca, por parte del comercio tuvo la intención de solicitar una moratoria con respecto a los acreedores del extranjero, cosa inconcebible pues equivaldría al suicidio económico en un país como este que por no producir apenas nada, necesita para existir de la exportación. Justo es consignar que el comercio español no solo repudió semejantes medidas sino que trata en los momentos actuales de agruparse con el comercio serio dominicano para buscar una solución digna y decorosa a la crisis que amenaza el país. (…)

Y lo que es peor, no se vislumbra mejora alguna. Los cultivos decrecen porque los campesinos cansados de obtener precios bajos reducen sus plantaciones a lo estrictamente necesario y los ingenios de caña lejos de ensayar otros cultivos más fructíferos rebajan innecesariamente los jornales, reducen el número de empleados y de este modo hacen aún más crítica la situación de quienes viven de la producción azucarera.

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