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Un mundo de muros… y cañones (1)

Written by Debate Plural

Alberto Acosta y John Cajas Guijarro (Rebelion.org, 19-4-18)

 

“El liberalismo económico ha sido el principio organizador de una sociedad que se afanaba por crear un sistema de mercado. Lo que nació siendo una simple inclinación en favor de los métodos no burocráticos, se convirtió en una verdadera fe que creía en la salvación del hombre aquí abajo gracias a un mercado autorregulador. Este fanatismo fue el resultado del súbito recrudecimiento de la tarea en la que el liberalismo estaba comprometido: la enormidad de los sufrimientos que había que infringir a seres inocentes, así como el gran alcance de los cambios entrelazados que implicaba el establecimiento del nuevo orden. La fe liberal recibió su fervor evangélico como respuesta a las necesidades de una economía de mercado en pleno desarrollo”.

Karl Polanyi- “La Gran Transformación” (1944)

“¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción […] Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador […] En general, el sistema proteccionista es en nuestros días conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor”.

Karl Marx- “Discurso sobre el libre cambio” (1848)

Donald Trump sacude el tablero geopolítico mundial. En un confuso manejo de relaciones internacionales, a la par de un gobierno mediático y escandaloso casa adentro, sus actos impactan más allá de las fronteras de su país en ámbitos estrechamente vinculados, como el político, el económico y hasta el militar. Pero esta vez la acción del imperialismo norteamericano no es aislada, sino que confluye con nuevos imperialismos que se consolidan desde oriente.

En medio de ese encuentro de múltiples imperialismos, Trump abona el terreno en lo que ya parece ser la guerra fría del siglo XXI, interviniendo como sheriff global en conflictos cada vez más explosivos (y miserables), como el reciente bombardeo a Siria, sin el visto bueno de su Congreso, sin autorización de Naciones Unidas y sin antes comprobarse si fue el régimen de Damasco el que usó armas químicas (emulando la barbarie que George Bush hijo protagonizó al invadir Irak sin comprobarse –hasta ahora- la existencia de armas de destrucción masiva).

En paralelo, Trump –desplegando su cantaleta de “America First”- invoca a la construcción de grandes muros físicos en sus fronteras con México, a fin de detener el paso de miles de migrantes que huyen de la pobreza -y hasta de la violencia- que el mismo imperialismo históricamente ha provocado en Latinoamérica [1] . Muros vergonzosos que hacen recordar a la repudiable acción nazi en sus campos de concentración, o al actual aislamiento que Israel impone sobre una Palestina a ratos olvidada por el mundo (y frente al cual Trump se ha mostrado hasta cómplice).

Pero, como si los muros físicos no bastaran, Trump también apela a muros arancelarios para proteger su economía amenazada -según él- por productos y por supuestas prácticas comerciales cuestionables desde China (cuna de un nuevo imperialismo), que han alarmado a varios centros de poder que exclaman -hasta con terror- que el libre comercio estaría en peligro.

Por cierto, habrá varias lecturas que explicarían el accionar de Trump, incluyendo aquellas que encuentren en la “estupidez” del presidente norteamericano una razón principal (o la necesidad de revertir la tendencia que se está consolidando en su país con miras a las elecciones de medio período del Congreso, en otoño de este año). Igualmente cabría preguntarse cuál es el papel que juegan, sobre todo en el peligroso terreno de las agresiones bélicas, otros actores globales como los aliados menores de los EEUU -el Reino Unido y Francia-, así como la acción de Rusia, China e Irán. Dejemos por lo pronto esas elucubraciones al margen.

Las medidas arancelarias de Trump, respondidas por China en lo que ya se acepta como una “guerra económica”, van a afectar al comercio mundial. Sin minimizar el riesgo de reacciones en cadena mundiales que emergerían de expandirse esa nociva “política de empobrecer al vecino” (beggar-thy-neighbour policy), como sucedió en los años treinta del siglo pasado, tengamos presente que el libre comercio es y ha sido un cuento. Nunca ha habido una real libertad económica en el mercado internacional.

Ni siquiera Gran Bretaña, por recordar al primer capitalismo industrializado con vocación global, practicó el libre comercio. Su economía se fundamentó en altos muros arancelarios, en obras públicas impulsadas por el Estado y en un sistema financiero nacional, desde donde se expandiría como una gran sombra financiera por el mundo (como ejemplo recordemos los orígenes de la perversa deuda externa latinoamericana), todo para proteger a su industria. Y su flota fue el mejor argumento para imponer sus intereses en varios rincones del planeta: a cuenta de la presunta libertad comercial introdujo -a cañonazos- el opio en China, o abiertamente bloqueó los mercados de sus extensas colonias para mantener su monopolio textil; o impuso acuerdos comerciales ventajosos a sus intereses asegurando el ingreso de sus productos a determinados mercados, empezando con el Tratado de Methuen en 1703 con Portugal, que le abrió los mercados de las colonias lusitanas, por ejemplo.

También los alemanes, inspirados en Friedrich List, se impulsaron con medidas proteccionistas en contra del discurso librecambista entonces dominante. List, en la primera mitad del siglo XIX, entendió que el discurso librecambista de Inglaterra, “pateaba la escalera” por donde ésta ascendió para construir su poderío económico mundial, y evitar que otras naciones -sobre todo europeas- le disputen su supremacía. Si bien el punto de partida de List no fue la autarquía (pues no negaba la inserción alemana en el mercado mundial), propuso recuperar el espacio nacional para el “desarrollo” alemán desde una “disociación” selectiva -se diría actualmente- y con una estrecha vinculación del aparato productivo germano con el proteccionismo estatal.

Los estadounidenses también buscaron una senda diferente a la que predicaban los ingleses; no estaban dispuestos a caer en las redes del librecambio y de las finanzas funcionales a los intereses desplegados por Inglaterra, como sucedió con las nacientes repúblicas suramericanas. Con la guerra civil, los Estados del norte de la Unión, evitaron mantener una lógica explotadora en el sur sustentada en la esclavitud (máxima forma de explotación del ser humano), la extracción masiva de recursos naturales (una de las formas más profundas de explotación de la Naturaleza), el libre comercio y la austeridad (tan preciada por la teología neoliberal en la actualidad).

Esta posición norteamericana tiene historia: en una cita recogida por André Gunder Frank, en su clásico libro de 1969 “Capitalismo y Subdesarrollo”, Ulysses Grant, héroe de la guerra de secesión y luego presidente de EEUU entre 1868 y 1876, dijo que: “por siglos Inglaterra ha confiado en la protección, la ha llevado a extremos y ha obtenido resultados satisfactorios de ella. No hay duda que a este sistema le debe su actual fortaleza. Después de dos siglos, Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el libre comercio porque piensa que el proteccionismo no puede ofrecerle nada más. Muy bien, entonces señores, mi conocimiento de nuestra nación me lleva a creer que dentro de los próximos 200 años, cuando América haya obtenido de la protección todo lo que puede ofrecer, adoptará también el libre comercio”.  

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