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¿Qué augura la política israelí para los palestinos después de Netanyahu? (2)

Written by Debate Plural

¿Quién es el siguiente?

A pesar de las inminentes acusaciones penales, que podrían llevar meses o años hasta llegar -en todo caso- a una condena, no está claro si Netanyahu será obligado a renunciar o si sus cargos afectarán gravemente el apoyo electoral al Likud. Varias encuestas sugieren que el Likud podría perder algunos escaños en las próximas elecciones (programadas para 2019), pero seguirá siendo el partido líder. Esto se atribuye en parte al fracaso de las otras facciones para establecerse como alternativas distintas al Likud. Desde que rompió la hegemonía del Partido Laborista en 1977, el Likud no solo ha obligado a la izquierda israelí a cortejar a los votantes de derecha, sino que es el generador de los líderes israelíes actuales en todo el espectro político. Naftali Bennett (Habayt Hayehudi), Avigdor Liberman (Yisrael Beiteinu), Moshe Kahlon (Kulanu), Tzipi Livni (Hatnuah) y Avi Gabbay (Labor), entre otros, son todos antiguos miembros o seguidores del partido.

Por ahora, el Likud ha empujado a los colegas del partido a respaldar a Netanyahu en contra de sus acusaciones, e incluso ha alentado una nueva ley que protegería a los primeros ministros de las investigaciones policiales de presuntos delitos de corrupción. Esto no ha detenido las maniobras políticas dentro del partido para prepararse para un futuro «post-Bibi». El ministro de Inteligencia, Yisrael Katz, el ministro de Seguridad Pública, Gilad Erdan, y la ministra de Cultura, Miri Regev, han sido mencionados como posibles contendientes para el liderazgo. Pero el sucesor más probable según los analistas es Gideon Sa’ar, exministro de Educación e Interior y rival de Netanyahu desde hace mucho tiempo, que volvió a la vida pública el año pasado después de una breve interrupción. Las encuestas públicas muestran que Sa’ar es el político más favorecido para liderar el bloque de derecha.

Es poco probable que otras figuras de la derecha ganen la posición de primer ministro, pero seguirán desempeñando un papel crítico en la composición de cualquier gobierno futuro. El ministro de Educación Naftali Bennett, junto con la ministra de Justicia Ayelet Shaked, son personas prominentes, pero hasta ahora tienen un apoyo electoral limitado; su partido nacionalista-religioso consiguió solo ocho escaños en la Knesset en 2015, frente a los doce de 2013. El ministro de Finanzas Moshe Kahlon, que a veces actuó como contrapeso centrista de los miembros más extremistas del Gobierno, actualmente tiene diez escaños pero aún no se ha destacado como contendiente para el liderazgo popular. Aunque el partido de Avigdor Liberman se redujo a cinco escaños en 2015, fue exitoso en la obtención de puestos gubernamentales importantes como condiciones para unirse a las coaliciones de Netanyahu (los ministerios de Asuntos Exteriores y de Defensa en 2009 y 2016, respectivamente). El exministro de Defensa Moshe Ya’alon, que se separó de Netanyahu y el Likud en 2016, ha provocado especulaciones sobre un posible retorno a la política, aunque no está claro a qué facción se uniría.

La oposición también se está reorganizando en un esfuerzo por desafiar el dominio del bloque derechista. En julio de 2017, el Partido Laborista eligió al empresario Avi Gabbay, exintegrante de Kulanu, para reemplazar a Isaac Herzog como su nuevo líder; a pesar de un aumento inicial en la popularidad, las encuestas indicaron posteriormente una caída en el apoyo al partido. Se predice que Yair Lapid de Yesh Atidad tiene las posibilidades de grandes ganancias electorales y presentar una apuesta seria para el puesto del primer ministro; las encuestas muestran que su partido está a la altura del Likud. Es improbable que Tzipi Livni sea una candidata real para el cargo de primer ministro (su partido óbtuvo solo cinco escaños en 2015) pero puede preservar su asociación con los laboristas como parte de la «Unión Sionista». Meretz, el partido judío más izquierdista, apenas ocupó cinco escaños en 2015 y en febrero de 2018 su presidenta Zehava Galon renunció con la esperanza de «inyectar sangre nueva a la izquierda». El exprimer ministro Ehud Barak, que fue ministro de Defensa de Netanyahu durante tres años antes de retirarse, también ha mostrado fuertes señales de que podría postularse nuevamente para el cargo, citando encuestas que sugerían que podría derrotar a Netanyahu.

Frente a los partidos judíos se encuentra la Lista Conjunta, la unión de las cuatro principales facciones políticas árabes en Israel, que enfrenta desafíos diferenciados y complicados. A pesar de ser el tercer partido más grande en la Knesset con 13 escaños, la Lista Conjunta está siendo atacada agresivamente por la derecha y en contra de la ideología judía de centro y de la izquierda. Rutinariamente se traen leyes y mociones destinadas a paralizar los derechos políticos de los árabes, así como declaraciones hostiles contra sus representantes. La Lista también sufre enfrentamientos personales y políticos entre sus miembros y se enfrenta a una creciente desilusión sobre la utilidad de su participación parlamentaria. Si la Lista vuelve a presentarse en las próximas elecciones, no está claro si los votantes palestinos repetirán la misma participación que en 2015 (se estima que fue entre 63 y 70 por ciento) para otorgarle el mismo mandato político.

Este mapeo general de la escena política israelí podría cambiar radicalmente cuando se lance una nueva elección. Habitualmente los particos crecen y caen; los políticos pueden pasar de una facción a otra; y factores como la violencia u otras crisis pueden alterar la opinión pública (incluida una posible guerra sobre Siria). Con frecuencia, enemigos ideológicos forjan alianzas inesperadas, mientras que los partidos pequeños o marginales (como los religiosos ultraortodoxos Shas y Judaísmo de la Torá) pueden tener una influencia desproporcionada en momentos de la negociación para una mayoría de coalición. Los datos de las encuestas también han disminuido en fiabilidad: en 2015, a pesar de que la mayoría de las encuestas indicaron que la Unión Sionista ganaría las elecciones, Likud irrumpió y se alzó con una ventaja de seis escaños. La impredecibilidad, por lo tanto, sigue siendo el mejor enfoque para analizar estas contiendas.

Las consecuencias para los palestinos

Lo que parece cierto, sin embargo, es que la política post-Bibi de Israel presagia un creciente infortunio para los palestinos. Todos los dirigentes que surgen para los comicios tienen historias de apoyar criterios racistas y violentos contra los palestinos como si fueran molestias para tolerar o amenazas para ser destruidas. La experiencia también ha demostrado que, si bien puede haber matices en los partidos políticos de Israel, los efectos de sus políticas hacia los palestinos apenas difieren, tanto en Israel como en el territorio palestino ocupado (TPO).

Esto es aún más evidente cuando tanto el centro como la izquierda israelíes continúan su desplazamiento hacia la derecha. Como líder laborista en 2015, Isaac Herzog participó en una campaña electoral que alimentaba el sentimiento antiárabe, respaldó los movimientos de la derecha para descalificar a la diputada árabe de la Knesset Haneen Zoabi y rutinariamente se refirió a los palestinos como amenazas demográficas diciendo: «No quiero 61 diputados palestinos en la Knesset de Israel. No quiero un primer ministro palestino». En octubre de 2017, su sucesor Avi Gabbay renunció categóricamente a la idea de llegar con los partidos árabes para formar una coalición, declarando: «No compartiremos un gobierno con la Lista Conjunta, punto. Vean su comportamiento. No veo ninguna [conexión] entre nosotros que nos permita ser parte de un gobierno con ellos». Unas semanas más tarde, Gabbay criticó a la izquierda israelí por centrarse en ser «solo liberal» a expensas de los valores judíos, y se hizo eco de una afirmación hecha por Netanyahu de que la izquierda había «olvidado lo que significa ser judíos».

Otros tienen un historial de poner en práctica sus opiniones discriminatorias sobre los ciudadanos palestinos de Israel. Como ministro de Educación en 2009, Gideon Sa’ar anticipó un programa para fortalecer la identidad judía y sionista en el plan de estudios de la escuela israelí y dirigió una vigorosa campaña para prohibir las referencias a la Nakba palestina en las escuelas árabes. Estos esfuerzos culminaron en la «Ley Nakba» de 2011 -promovida por el entonces ministro de Comunicaciones Moshe Kahlon- que permite al Gobierno retirar fondos estatales de instituciones que permitan la conmemoración palestina de la independencia de Israel como un «día nacional de duelo». Naftali Bennett avanzó con las políticas de Sa’ar como ministro de Educación en 2015 al aprobar un nuevo libro de texto de educación cívica que promueve el nacionalismo judío, minimiza los valores democráticos y trata a los árabes como asuntos de seguridad y demográficos.

Las ideas más extremas para lidiar con la «quinta columna» árabe también han ganado fuerza. Las propuestas de larga data de Liberman para la transferencia de población, alguna vez desestimadas por marginales, han encontrado una creciente aprobación pública: según una investigación del Centro de Investigación Pew del año 2016, casi la mitad (48 por ciento) de los judíos israelíes apoya la expulsión de los árabes del Estado. Más miembros de la Knesset piden que se despoje a los árabes de la ciudadanía israelí por «infracciones de lealtad», una medida que fue aprobada por primera vez por un tribunal de distrito contra un prisionero de seguridad en agosto de 2017. El mes anterior, tras un ataque de disparos de tres hombres de Umm al-Fahem en el complejo Al-Aqsa, según informes, Netanyahu planteó la posibilidad de transferir ciudades árabes en Israel a Cisjordania como parte de un futuro acuerdo de paz con la Organización de Liberación de Palestina.

Mientras tanto, la ocupación de 50 años de Cisjordania y Gaza se ha convertido en una parte integral, normalizada y lucrativa del Estado israelí, que ningún político local tiene razones para terminar en el futuro previsible. El statu quo asimétrico otorga a Israel ventajas estratégicas, recursos naturales, crecimiento territorial, emprendimientos económicos y lealtad religiosa y nacional. Gracias a los Acuerdos de Oslo, la Autoridad Palestina opera como un servicio de seguridad subcontratado que aplasta la resistencia palestina armada y no violenta en nombre de Israel. Envalentonados por la durabilidad de la ocupación, los defensores de un «Gran Israel» como Bennett están avanzando en la legislación para anexar cientos de colonias precarias y anexar formalmente el Área C; en diciembre de 2017, el Likud aprobó una resolución del partido instando a implementar estos planes .

Además, a pesar de que algunas partes declaran su apoyo a una solución de dos estados, hoy en día existe poca diferencia entre las visiones de derecha y de centro izquierda de esa solución. Sa’ar del partido Likud llamó repetidamente a intensificar la construcción de colonias en toda Cisjordania y particularmente en Jerusalén Este, advirtiendo que a su ritmo actual, «[Perderemos] la mayoría judía en la ciudad dentro de 15 años». Lapid de Yesh Atid, autoproclamado centrista y proponente de dos estados, declaró: «Los palestinos deben comprender que Jerusalén siempre permanecerá bajo la soberanía israelí y que no tiene sentido abrir negociaciones sobre Jerusalén». Gabbay, del laborismo, en octubre de 2017 fue más allá, elogiando a la empresa de colonias como «la bella y devota cara del sionismo» e insistiendo en que el Valle del Jordán ocupado «seguirá siendo el amortiguador de seguridad del este de Israel y la seguridad requiere colonias».

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