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El partido de la Revolución (3)

Written by Debate Plural

Leo Panitch (Sin permiso, 6-3-18)

 

Aquí el énfasis era similar al de Luxemburgo en términos del papel clave que juega el partido en “la preparación de la clase trabajadora para la conquista proletaria del poder”. Pero Lenin le dio mucho menos peso que ella a las luchas sindicales y parlamentarias a través de las cuales “la conciencia del proletariado se vuelve socialista, y es organizado como clase”. Esto solo era esperable dado cuán restringidas estaban todas esas actividades en Rusia. Una muestra significativa de cuán limitadas se habían vuelto las actividades sindicales y parlamentarias en la misma Alemania en términos del desarrollo de las capacidades de clase fue que Luxemburgo acabara viendo las huelgas masivas de 1905 en Rusia como evidencias espontáneas de que el propio SPD necesitaba ponerse en sintonía con ellos. El argumento central de su famoso panfleto de 1906 al respecto fue que “la huelga masiva en Rusia no representa el producto artificial de premeditadas tácticas fruto de los socialdemócratas sino un fenómeno histórico natural”.

El desarrollo en la Rusia absolutista de “la industria a gran escala con todas sus consecuencias de división moderna de clases, agudos contrastes sociales, vida moderna en grandes ciudades y moderno proletariado” ha llegado en una época en la que “el ciclo completo de desarrollo capitalista había llegado a su fin” en los países capitalistas más avanzados. El resultado de esto, afirmaba, era que las burguesías –no solo en Rusia, sino en todos lados– eran “en parte directamente contrarrevolucionarias, en parte y débilmente, liberales”. Y eso a su vez significaba que Rusia, lejos de ser la excepción en las que habrían de ser las consideraciones estratégicas de la Segunda Internacional, se había convertido en la vanguardia. Como Luxemburgo escribió en Huelga de masas, partido y sindicatos:

La presente revolución hace realidad, para el caso particular de la Rusia absolutista, los resultados generales del desarrollo internacional capitalista y se muestra, no tanto como la última sucesora de las viejas revoluciones burguesas sino como precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias en Occidente. El país más atrasado de todos, solo porque ha llegado imperdonablemente tarde a su revolución burguesa, muestra nuevos caminos y métodos de lucha de clases al proletariado alemán y al de los países capitalistas más avanzados.

Si esto era, en sustancia, similar a la teoría del “desarrollo desigual y combinado”, fue más allá de lo que incluso Trotsky, no digamos Lenin, podrían afirmar, al menos en términos de las implicaciones estratégicas que se deducen de ello. Lo que aquí estaba en juego fue señalado por Luxemburgo cuando se dirigió al quinto congreso del POSDR en 1907, condenando “la muy negativa actitud hacia la huelga general que se impuso entre las filas del Partido Socialdemócrata Alemán; fue pensada como una puramente anárquica, lo cual significaba una consigna reaccionaria, una dañina utopía”. Pudo haber sido más ilusorio que certero cuando fue a contarles que el mismísimo proletariado alemán “vio en la huelga general del proletariado ruso una nueva forma de lucha (…) y se dieron prisa por cambiar fundamentalmente su actitud hacia la huelga general, reconociendo su posible aplicación en Alemania bajo ciertas condiciones”. Pero lo que está claro que ocurrió es que tanto el sindicato como los líderes del partido estaban determinados a que sus afiliados no percibieran las cosas de esta manera; de ahí las sucesivas polémicas de Luxemburgo contra la tozuda insistencia de Kautsky en que la huelga masiva mostraba en realidad el atraso de Rusia y que emularla en Alemania sería una metedura de pata estratégica. La lucha interna del SPD entre revolucionarios y reformistas fue así llevada a otro nivel, vaticinando la ruptura histórica que pronto iba a llegar.

Sin embargo, Luxemburgo también andaba preocupada con lo que la huelga masiva reveló sobre el partido Ruso, al cual criticó tan pronto como en 1904 y también sucesivamente, por la letal combinación de centralismo extremo con faccionalismo vanguardista. También ocurría con los “partidos que tratan de ganar tiempo (…) en Alemania y en cualquier lado”, Luxemburg discutió que no podía aceptar “el rol insignificante de una minoría consciente en la determinación de tácticas (…) frente a grandes actos creativos, frecuentemente espontáneos, lucha de clases”.

En cualquier caso, en medio de la represión masiva del estado y del evidente debilitamiento de la ola de huelgas entre 1907 y 1911, el POSDR se desmoronó desde los más de cien mil miembros a tan solo unos miles. Mientras el ala menchevique del partido anhelaba más y más una alianza estratégica con la pequeña burguesía liberal, Lenin se aferraba, como nos cuenta Miéville, “a un lamentable optimismo, tratando de interpretar cualquier bagatela –una caída de la economía aquí, un repunte de las publicaciones radicales allá– como un ‘momento de inflexión’”. Cuando los bolcheviques fracasaron la predicción del renovado resurgimiento de los trabajadores en Rusia entre 1912-1914, se pareció confirmar la reivindicación general de Luxemburgo de que “la iniciativa y el liderazgo consciente de las organizaciones socialdemócratas jugó un papel extremadamente significativo” en tales desarrollos.

A pesar de ello, esto no previno que los bolcheviques se convirtieran desde entonces en “la fuerza política dominante en el movimiento obrero”. Después de las manifestaciones masivas del 9 de enero de 1917 –el duodécimo aniversario del “domingo sangriento” de 1905– fueron los bolcheviques quienes sintonizaron plenamente con el ritmo de las muchas oleadas de protestas y huelgas que golpearon el antiguo régimen hasta el momento de su colapso a finales de febrero. Con lo que anduvieron especialmente sintonizados fue con que durante el curso de este resurgimiento popular “ser un ‘trabajador’ cobró un importante significado social y político, incluso si uno trabajaba de camarero en un café de Petrogrado o de taxista en Piatogoirsk”, como Koerner y Robinson han indicado en un reciente volumen sobre este periodo. Como muestra su fascinante estudio sobre la prensa de la época, lo que distinguió especialmente a los reportajes bolcheviques de las huelgas fue el reconocimiento de que “el comportamiento activista de obreros generalmente ‘inactivos’ como los tenderos y las mujeres empleadas de las lavanderías, era ya por sí solo un asunto de verdadera relevancia política”. Además, no solo los editores de periódicos bolcheviques sino “editores socialistas de todas las sensibilidades parecieron retratar la lucha de clases, ilustrada por el movimiento de las huelgas, en los términos más amplios posibles, animando a diversos segmentos de la fuerza de trabajo a abandonar sus estrechos intereses y a identificarse con una clase obrera que trascendía los límites de las industrias manufactureras”. La conclusión que de esto se sacó fue especialmente importante:

La sola identificación de los tenderos con los peleteros, de las lavanderas con los trabajadores industriales, no pudo sino sugerir una amplia coincidencia de intereses y una clase obrera colectiva, legítimamente autorizada según estas razones para participar en la determinación del futuro político de Rusia. En estas circunstancias, la identidad competitiva de “ciudadano” (…) estaba seriamente comprometida (…) y los valores liberales en los que se basaba la autoridad del Gobierno Provisional se encontraban asimismo debilitados.

La monumental Historia de la Revolución rusa del propio Trotsky, escrita en los primeros años tras su exilio de la URSS forzado por Stalin, capturó la cuestión relatando dos incidentes significativos en los días inmediatamente posteriores a la Revolución de Febrero, ambos de un jaez que suele hacer que queden sin registrar en la mayoría de explicaciones. El primero describe un encuentro callejero entre obreros y cosacos que un “abogado observaba desde su ventana y lo comunicó a un diputado (…) [Esto] se les antojaba a ambos un episodio de un proceso impersonal: la masa gris de la fábrica había chocado con la masa gris del cuartel. Pero no era así como veía las cosas el cosaco que se había atrevido a guiñar el ojo al trabajador, tampoco el trabajador, que instantáneamente decidió que el cosaco ‘le había guiñado de un modo amistoso’. El proceso de intercambio molecular entre el ejército y el pueblo se efectuaba sin interrupción. Los obreros observaban la temperatura del ejército y se dieron cuenta inmediatamente de que se acercaba el momento crítico”[2].

Trotsky da cuenta del segundo incidente basándose en una cita de un informe de un senador enfurecido contra un conductor de tranvía (“No he podido olvidar el rostro del silencioso conductor: una expresión decidida y rencorosa, que tenía algo de lobo”) quien al encontrarse una manifestación callejera dijo inmediatamente a todo el mundo que se bajara. Trotsky comenta: “Aquel resolutivo conductor, en quien el funcionario liberal pudo ver en un segundo el aspecto “de lobo” debería haber estado dominado por un profundo sentido del deber como para detener en plena guerra y en una calle del Petersburgo imperial un tranvía lleno de funcionarios. El conductor del bulevar Liteina era un factor consciente de la historia, a quien alguien tenía que haber educado”. De este modo, Trotsky introduce su brillante crítica de la “espontaneidad”:

 

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