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Sobre el Manifiesto comunista (III)

Written by Debate Plural

Salvador López Arnal (Rebelion.org, 8-3-18)

 

Francisco Fernández Buey [FFB], el autor de Marx (sin ismos) y de Marx a contracorriente, se aproximó en numerosas ocasiones al Manifiesto comunista. Estaba en sus memes y en su inmensa cultura marxista-engelsiana. Siempre, por supuesto, pensando con cabeza propia, una cabeza que se alimentaba, sin sectarismos, de otra cabezas. De hecho, una cita de Isaiah Berlin estaba guardada en uno de sus archivos (junto a otra de Heiner Müller y una tercera de Rafael Sánchez Ferlosio). La siguiente cita

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El Manifiesto es el más grande de todos los folletos socialistas. Ningún otro movimiento político moderno ni ninguna otra causa moderna puede pretender haber producido algo que le sea comparable en elocuencia o fuerza. Trátase de un documento de prodigioso valor dramático; su forma es la de un edificio de intrépidas y sorprendentes generalizaciones históricas que rematan en la denuncia del orden existente, en nombre de las vengadoras fuerzas del futuro; en su mayor parte está escrito en una prosa que exhibe la calidad lírica de un gran himno revolucionario, cuyo efecto, poderoso aún hoy, fue probablemente mayor en su tiempo

“El Manifiesto es el más grande de todos los folletos socialistas”. Seguramente fue también esa la opinión del autor de Leyendo a Gramsci

Ejemplos de esas aproximaciones al MC. En un texto de 1994 y de título “Karl Marx”, dedicado a su esposa, Neus Porta, y a su hijo, Eloy Fernández Porta, señalaba:

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En noviembre de 1847 Marx y Engels recibieron de la Liga de los comunistas (antes llamada de “los justos”), de la que formaban parte, el encargo de redactar el Manifiesto. En 26 páginas escribieron una memorable síntesis crítica de lo que representaba el capitalismo en el marco de la historia de la humanidad. Los autores del Manifiesto veían la historia de la humanidad como una lucha ininterrumpida, oculta unas veces, abierta otras, que terminó cada vez o con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la ruina común de las clases en lucha. Bajo el capitalismo se produce un enorme crecimiento de las fuerzas productivas y de la riqueza, pero al mismo tiempo una considerable destrucción de los lazos personales, cualitativos e individualizados de las personas: /La burguesía/ ha ahogado en el agua helada del cálculo egoísta el santo escalofrío de la mística piadosa, del entusiasmo caballeresco, de la melancolía de los ciudadanos medievales. Ha disuelto la dignidad personal en el valor de cambio./…/ Ha colocado en el lugar de la explotación envuelta en ilusiones religiosas y políticas, la explotación abierta, desvergonzada, directa, a secas.

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La historia de la industria y del comercio hasta 1840 aparecía en el MC como historia de la contraposición entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción modernas. Un factor destacaba sobre todos los demás al poner en tela de juicio la continuidad pacífica y sin sobresaltos de la existencia de la sociedad burguesa: las crisis comerciales periódicas.

Los autores del Manifiesto subrayaban allí algo que todavía en la actualidad sigue viéndose como un escándalo, a saber: que en las crisis comerciales se destruye regularmente no sólo una gran parte de los productos conseguidos con esfuerzo (ayer, casi siempre, productos de la tierra; hoy, productos de la tierra y de la industria, a veces con obsolescencia ya incorporada al ser producidos) sino incluso una parte de las fuerzas productivas ya creadas (empezando por la fuerza productiva altamente cualificada llamada hombre). Marx denominaba a esto “la epidemia de la sobreproducción”. Pero los autores del Manifiesto ponían el acento en las consecuencias culturales de tales crisis: “La sociedad -escribieron- se ve retrotraída repentinamente a un estadio de barbarie momentánea; parece como si la miseria o una guerra mundial de exterminio la hubieran privado de todos los víveres; la industria y el comercio parecen destruidos. Y por qué. Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio”.

Interesante era también la caracterización que en el Manifiesto se hacía de la forma en que la clase dirigente solía dominar las crisis:

Imponiendo, por una parte, como se ha dicho, la aniquilación de una gran masa de fuerzas productivas, lo que da lugar a la creación de un amplio “ejército de trabajadores de reserva” para el nuevo ciclo; conquistando, por otra, nuevos mercados y explotando más profundamente los antiguos. En opinión de Marx, es precisamente este conflicto interno (o sea, esta contraposición de tendencias simultáneas entre la producción y la destrucción que hace del capitalismo una “plétora miserable”, una comunidad rota por la desigualdad) lo que acabará creando las condiciones materiales y espirituales de posibilidad para abolir y superar el sistema. Así se entiende que los autores del Manifiesto pudieran escribir una frase tan lapidaria como ésta: “La burguesía ha engendrado a los hombres que empuñarán las armas que la darán muerte, los trabajadores modernos, los proletarios”. Que tal cosa llegara realmente a ocurrir depende para Marx y Engels todavía de otro factor: que los proletarios tomaran consciencia de tal posibilidad combatiendo unidos contra el mal que les oprimía. De ahí la divisa célebre: “Proletarios de todos los países, uníos”.

Menos célebre por menos recordada, señalaba, era la afirmación con que el MC concluía la propuesta de medidas socioeconómicas alternativas a la sociedad existente en 1847: la conquista de la democracia. Hoy diríamos, comentaba “El Buey” (como le llamaban cariñosamente sus alumnos de la UPF) “la profundización, en el ámbito de lo económico y de lo social, de las libertades políticas de los ciudadanos”.

Conviene en todo caso detenerse con más detalle en el prólogo que escribió a la edición castellana del Manifiesto publicada por la editorial de El Viejo Topo en 1997, en tiempos nada favorables al marxismo. Lo tituló: “Para leer el MC” (un homenaje implícito a su amigo y maestro Manuel Sacristán que escribió un material con ese título del que ya hemos hablado en estas aproximaciones). Está fechado en marzo de 1997 y puede verse ahora en FFB, Marx a contracorriente, Vilassar de Mar (Barcelona), El Viejo Topo, 2018.

El MC era un texto de carácter excepcional señalaba de entrada FFB por su brevedad y porque inauguraba un nuevo género:

En la filosofía política al juntar consideración histórica, análisis sociológico y perspectiva política con la defensa explícita de los intereses de una clase social, el proletariado industrial, que por entonces no tenía en Europa casi nada; por lo que en su momento representó en el conjunto de la obra de Marx y Engels; por lo que ha significado para el movimiento obrero organizado en los cinco continentes; por el hecho de haber sido traducido repetidamente a todas las lenguas y en todos los países; por la gran audiencia que ha alcanzado a lo largo de siglo y medio.

Muy pocas veces en la historia de las ideas se habrá dicho tanto en favor de los de abajo, de los explotados y oprimidos, en tan poco espacio.

Si el viejo refrán dice verdad, el Manifiesto comunista es dos veces bueno: sólo veintitrés páginas (en la edición alemana original) para tratar uno de los asuntos que más permanentemente ha conmovido a aquella parte de la humanidad preocupada por el mal social en el mundo moderno: el de las causas de la desigualdad social y la lucha de clases. Pues bien: el viejo dicho debe decir con verdad, puesto que el Manifiesto comunista ha sido, con la Biblia, el escrito que más traducciones y reimpresiones ha merecido en los últimos ciento cincuenta años. El mismo año (1848) en que apareció la edición original alemana el Manifiesto se había traducido ya al francés, al polaco, al italiano, al danés, al flamenco y al sueco; en 1850 fue publicado por primera vez en inglés; en la década siguiente apareció la primera traducción en ruso, hecha por Bakunin. La primera traducción castellana se publicó en La emancipación de Madrid, en 1871. En 1930 apareció la primera traducción al catalán. Las traducciones al gallego y al euskera son más recientes.

La historia de las formas y circunstancias en que había sido leído el MC desde 1848 hasta nuestros días, “de los lugares insólitos por los que circularon sus páginas y de las biografías de algunos de sus lectores eminentes”, se entrecruza con la historia del romanticismo contemporáneo “y ella sola daría material más que suficiente para ampliar todos los géneros de la literatura, incluyendo toda transversalidad entre géneros: desde la comedia a la tragedia, desde el ensayo al drama y desde la lírica al esperpento”. Lector egregio hubo, recordaba FFB, en tiempos de entreguerras, cuando los de abajo se proponían asaltar los cielos de la igualdad, que tuvo la ocurrencia de poner el Manifiesto en verso.

La idea, explorada por Bertolt Brecht, no llegó a cuajar del todo. Pero no era descabellada. Tradicionalmente la poesía ha fijado el recuerdo de una colectividad, contribuye a reforzar la memoria de las creencias compartidas. Y hasta es posible que ésa, o la forma dramática, sean precisamente las más adecuadas para hacer llegar las ideas del Manifiesto a los jóvenes posmodernos de la cultura europea, a las gentes que sólo han conocido ya la lucha entre las clases como algo latente o como ambigua pugna en la que los antiguos luchadores decimonónicos siguen reconociéndose mutuamente como adversarios al tiempo que se atraen con cierto erotismo de viejos mientras desvían, ambos, la mirada hacia el otro mundo: hacia el mundo de la dependencia absoluta, de la esclavitud renovada y del estar-por-debajo-del-umbral-de-la-explotación del asalariado moderno.

A diferencia del Libro de los Libros (y a diferencia de otras obras de Marx y de Engels, más enrevesadas, más complicadas, más científicas si se quiere), la lectura del MC no necesitaba intérpretes, glosadores, exégetas, sacerdotes que hicieran de intermediarios entre el texto y el pueblo lector, “entre los cultos autores que lo escribieron y las gentes a quienes va dirigido el mensaje”.

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