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El concepto de justicia social en la obra literaria de Juan Bosch (9)

Written by Debate Plural

Diogenes Cespedes (Hoy, 12-8-17)

 

45. Dos de los cuentos que le presentaron más dificultad a Vergés fueron “La Nochebuena de Encarnación Mendoza” y “Luis Pie”, clasificados una vez como “de carácter social” (Tesisdoct, 418) y otra como “del mundo de la caña” (Tesisdoct, 452, 374-75), porque no son, ambos, cuentos “rurales o cibaeños” (Tesisdoct, 353). Al calificar a “El indio Manuel Sicuri” junto con “Rumbo al puerto de origen como cuentos “de corte predominantemente psicológico”, se plantea un problema, pues si bien lo sicológico está muy presente, no es por esos rasgos que el indio aimara mata al cholo Jacinto Muñiz, sino por una afrenta y un daño que, al infringir el código de honor de los campesinos bolivianos, estos se castigan o lavan con sangre, es decir con la muerte, que es la idéntica manera en que obran los campesinos cibaeños de Bosch en condiciones similares.

El aspecto sicológico que señala Vergés es importante en cuanto se refiere a que Manuel Sicuri no mata al cholo por ira, cólera, pasión o venganza, como lo hacen los campesinos cibaeños de Bosch, sino por un asunto de justicia que los códigos de los hombres no le pueden resarcir. En Manuel Sicuri, quizá la ausencia de ira, cólera, pasión, venganza en la acción de matar al cholo peruano se deba a una diferencia cultural o a una inteligencia que no posee el campesino cibaeño de los cuentos de Bosch.

De todos modos, los antropólogos que han estudiado las civilizaciones azteca[1], maya[2] y andina[3] resaltan el carácter complejo de los códigos de esas culturas y el carácter refinado de su filosofía y su literatura, así como de su politeísmo y animismo, a los cuales hay que añadirles los códigos medievales del honor y de la religión católica incrustados en aquellas culturas indígenas a partir de la conquista y colonización española.

46. “Luis Pie”, lo sabemos, es el resultado de la polémica que enfrentó en La Habana a Bosch con Emilio Rodríguez Demorizi, Ramón Marrero Aristy y Héctor Incháustegui Cabal en 1942 a propósito del racismo anti haitiano de estos tres intelectuales trujillistas. Para los detalles de esta polémica, véase mi libro citado más arriba (pp. 342-351). En cuanto a este cuento y a “La Nochebuena…”, hay que leerlos, en el primer caso, como en el segundo, como el resultado de la emigración de braceros haitianos utilizados por el enclave[4] azucarero norteamericano del Este, cuyo asiento y feudo está en La Romana; y, en el caso de Encarnación Mendoza, como el cuantificador universal que representa a todos los agricultores de la región Este que no han sido desposeídos de sus conucos situados en los cerros, y que colindan con los cañaverales del Central Romana o con los de los colonos de dicho enclave, casos de las colonias Adela o la Gloria.

Aunque el texto no lo informa, es posible que Encarnación Mendoza sea uno de esos agricultores que, aunque no desposeído de su predio, se encuentre en la situación de trabajar para el Central en la época de tiempo muerto y vuelva después a su predio a cultivar “yuca y algún maíz” y a recoger “leña” para consumo propio una parte y vender en el batey el excedente, como hacen todas “las familias que vivían en las hondonadas” de los cerros (Cuentos más que completos. México: Santillana, 2001, p. 185. Abrevio esta obra de ahora en adelante así: Cmqc, seguido de la página).

Nina, la mujer de Encarnación Mendoza, vive al pie de los cerros y el batey donde envía a su hijo Mundito a comprar un poco de “harina, bacalao y algo de manteca” y el cuento nos informa que “tenía unos cuantos centavos que había ido guardando de lo poco que cobraba lavando ropa y revendiendo gallinas” a la gente del batey (Cmqc, 186), porque a los agricultores que viven en las hondonadas de los cerros no les va a lavar y planchar ropa, pues estos, muy pobres también, realizan por sí mismos estas labores.

Aunque el cuento no nos informa tampoco qué hacía Encarnación Mendoza aquel 24 de junio día de San Juan y en qué lugar se encontraba cuando el cabo Pomares le faltó al respeto y le propinó una bofetada y por tal razón el ahora prófugo se vio obligado a matarle para lavar la afrenta, pues Encarnación Mendoza era hombre que “estaba acostumbrado a hacer lo que deseaba; nunca deseaba nada malo y se respetaba así mismo.” Esto es lo que exige cualquier código medieval del honor. Y por respeto a sí mismo sucedió lo del día de San Juan, cuando el cabo Pomares “le faltó pegándole en la cara, a él que por no ofender no bebía y que no tenía más afán que su familia.” (Cmqc, 188).

He ahí el prototipo de personaje que cumple con el código de honor, como lo hacen los protagonistas de los cuentos cibaeños de Bosch, cuyo código moral el narrador ha trasladado al enclave azucarero del Este simbolizado por el Central Romana y los matones de la dictadura trujillista que cuidan el capital extranjero, ya con sobrenombres, apodos o hipocorísticos como los del raso del Ejército Solito Ruiz, quien nos recuerda la sangrienta dictadura de los Seis años de Báez y sus sicarios Baúl y Solito, mientras que el sargento Rey nos remite al célebre machetero Apolinar Rey, uno de los generales de “buche y pluma nomás” cooptados por el trujillismo en el desfile de lealtad en Monte Cristi.

¿Estaba Encarnación Mendoza en el batey donde el cuento ubica el destacamento militar del Central comandado por el sargento Rey (Cmqc, 187) y desde donde se dirigió el hijo de Nina a la bodega a comprar harina, bacalao y manteca para la cena de Nochebuena? Sea como fuere, el prófugo tenía seis meses escondido en las estribaciones cordilleranas de El Seibo. Huía de los sabuesos de la dictadura trujillista y de sus adyuvantes. Aquel 24 de diciembre, el narrador transfiere del Cibao al Este el mantenimiento del código de honor del campesino no cibaeño sin saber que este estaba ya implantado desde el siglo XVI en esa región, y se inventa a Encarnación Mendoza, doce años después de la consolidación del poder trujillista y en cuyo régimen matar a un guardia era castigado con la muerte, aunque en el país no había pena de muerte.

Visto desde el exilio por este cuento de Bosch, Encarnación Mendoza simboliza la imposibilidad de enfrentar la dictadura desde adentro y desde fuera. Cayo Confite, Luperón y el 14 de junio de 1959 fueron la prueba contundente, aunque hubo gente que planteó todo lo contrario a la posición del Bosch político, quien responde, con toda probabilidad, con este cuento no dirigido ni siquiera a un lector dominicano residente en su país en razón de la censura, sino a los lectores del exilio político diseminados en varios países de América Latina y en los Estados Unidos.

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