Cultura Nacionales

Decisiones de poetas y dioses

Written by Debate Plural

Marcio Veloz Maggiolo (Listin, 9-2-18)

Mi padre, quien era lector de todo, fue quien me dijo cierto día  que las iglesias cristianas habían borrado de la historia a la primera mujer de Adán, y que el considerado irresponsablemente como  “padre de la humanidad” cargaba con las primeras mentiras y las primeras culpas del mundo pre-mosaico.  Que Adán era un mal de muchos que todavía creían  en él como si hubiese sido un santo.

Estas afirmaciones las hacía en su “calidad” de librepensador, lo que se veía confirmado por su devoción al Nazareno, y sus visitas esporádicas a la  de la iglesia del Carmen donde rezaba un “padre nuestro” por el reposo de familiares, amigos y espíritus amables que nos protegían

Muchas veces Panchito, como le llamaban sus familiares y amigos, criticó entre camaradas el silencio de las iglesias y el miedo de sus miembros a decir verdades que se consideraban peligrosas. Decía que aquellos que se protegen  de la verdad porque la temen, estaban  pecando si la verdad podía ser un arma para vencer el mal. Mi padre era hostosiano, y admiraba profundamente a José Martí, y desde el punto de vista bélico a José de San Martín, quien, según él, le cediera a Bolívar vencer cuando el mismo pareció negarse a que el héroe argentino participara en la última batalla para la liberación de América.

Mi padre era un verdadero contendor en discusiones de moral y de   textos. Lector hostosiano, pensador que admiraba los clásicos, sobrio poeta del que aprendí la métrica alejandrina y el endecasílabo heredado de los versos “correctos”  de Francisco R. Mejía, (creo que apodado Noelito), versos  que yo leía en obras que el poeta, Director de la Biblioteca  del Palacio Nacional, publicó frecuentemente y  en uno de cuyos libros titulado Matices,  editado en Buenos Aires, (donde  la poesía dominicana,  como la de Cunito del Cabral, nuestro admirado Manuel,  poeta nacional, encontró asiento).

Hubo siempre poetas que blandieron la poesía como un arma para la defensa propia, y me imaginaba siempre que el paraguas de don Noelito, era eso,  un arma contra el mal tiempo,  porque su paso, ya directriz  de una corva, era el compañero de una metáfora solitaria en un palacio donde la puerta de  su despacho, cundida a veces de mariposas fonéticas, era caoba brillosamente centenaria  como si el cumpliera su horario cazando de claridades  con decisión castrense con paraguas casi condecorado.

Fue llegado mi adolescencia cuando escuché, en la pequeña galería de la calle Ravelo 57, la propuesta de mi padre al poeta. Mi padre pensaba escribir un poema llamado Lilith, la primera mujer de Adán. Percibí la palabra “peligro”. Quien la habría pronunciado era un vecino aficionado también a la literatura.

Con Lilith enterrada en el alma, me la encontré luego en algunos textos de origen bíblico, supe que había desertado del lecho de Adán y que vivía en una caverna a orillas del Mar Rojo, y que además,  Yahveh  le había buscado  a  su siervo otra mujer, la que le  sacó de una costilla una tal  Eva, mientras que Lilith, la anterior, era de barro), para que sus seguidores  tejieran una peligrosa historia plasmada en varios libros  sagrados, dando humanismo histórico con  un gesto de liberalidad al  poder divino.

Poco después otras historias florecieron.

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