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Los centros de poder del imperio: divisiones, indecisiones y guerra civil (2)

Written by Debate Plural

James Petras (Rebelion. org, 1-8-17)

El presidente contraataca

El régimen de Trump tiene muchos enemigos estratégicos y pocos defensores poderosos. Sus consejeros se encuentran sometidos a un continuo ataque: algunos han sido expulsados, otros están siendo investigados y tendrán que declarar a causa de escuchas de corte macarthiano y, por último, están los incompetentes y de segundo orden cuya principal virtud es la lealtad. Los ministros de su gabinete han intentado poner en marcha el programa defendido por su presidente, incluyendo la derogación de la desastrosa ley de Cuidados Asequibles de la Salud de Obama y la reducción de los sistemas regulatorios federales, todo ello con poco éxito, a pesar de que estos programas cuentan con el firme respaldo de los banqueros de Wall Street y los grandes grupos farmacéuticos.

Las pretensiones napoleónicas del presidente han sido sistemáticamente minadas por el constante menosprecio de los medios de comunicación de masas y la ausencia de apoyo de los ciudadanos de a pie una vez pasadas las elecciones.

El presidente carece de una base mediática que le apoye y tiene que echar mano de Internet y de mensajes personales al público, los cuales son inmediatamente criticados por los medios.

Los principales aliados del presidente se encuentran dentro del Partido Republicano, en mayoría en ambas cámaras, Senado y Congreso. Pero estos legisladores no actúan como un bloque homogéneo, pues los ultramilitaristas se unen a los demócratas para intentar su destitución.

Desde una perspectiva estratégica, todo señala un debilitamiento de la autoridad del presidente, a pesar de que su tenacidad de buldog le permita retener el control de la política exterior.

Pero sus declaraciones en esta materia se ven filtradas por unos medios de comunicación hostiles, que han conseguido definir a sus aliados y a sus adversarios, así como los fallos de algunas de sus decisiones.

La hora de la verdad llegará en septiembre

La mayor prueba de poder se centrará en el aumento del techo de gasto público y la continuación del presupuesto de todo el gobierno federal. Si no logra un acuerdo se producirá una suspensión general de la actividad gubernamental –incluyendo una especie de “huelga general” que paralizará programas esenciales internos y externos– incluidas la financiación de Medicare, el pago de las pensiones de la Seguridad Social y de los salarios de millones de empleados del gobierno y de las fuerzas armadas.

Las fuerzas favorables al “cambio de régimen” (los golpistas) han decidido jugárselo todo con el fin de conseguir la capitulación programática del régimen de Trump o su destitución.

La élite presidencial que detenta el poder puede escoger la opción de gobernar por decreto, basándose en la subsiguiente crisis económica. Puede capitalizar el alboroto que supondría el colapso de Wall Street y pretender una inminente amenaza a la seguridad nacional en nuestras fronteras y nuestras bases del extranjero para declarar una emergencia militar. Si no cuenta con el apoyo de los servicios de inteligencia, su éxito es bastante dudoso.

Pero ambas partes se culparán del creciente fracaso. Los recursos temporales del Tesoro no salvarán la situación. Los medios de comunicación entrarán en una dinámica histérica que oscilará entre la crítica política y la exigencia de un cambio de régimen. En ese momento, el régimen presidencial puede asumir poderes dictatoriales para “salvar al país”.

Los congresistas moderados propondrán una solución provisional: un goteo de fondos federales semana a semana.

Pero los golpistas y los “bonapartistas” bloquearán cualquier “compromiso podrido”. Se producirá una movilización del ejército y de los aparatos de seguridad y judicial que dictará los resultados.

Las organizaciones de la sociedad civil acudirán a los poderes emergentes para que defiendan sus intereses concretos. Cuando los pensionistas y los maestros se queden sin financiación, empleados públicos y privados saldrán a las calles a manifestarse. Los representantes de los grupos de presión, desde los favorables a los intereses de las empresas petroleras y gasísticas hasta los defensores de Israel, exigirán su propio tratamiento prioritario.

La configuración del poder demostrará su fuerza y los cimientos de las instituciones del Congreso, el Senado y la Presidencia se tambalearán.

Visto por el lado positivo, el caos interno y las divisiones institucionales apaciguarán de momento la creciente amenaza de nuevas guerras en el extranjero. El mundo respirará aliviado. No así el mundo del mercado de valores: el dólar y los especuladores se desmoronarán.

La disputa y las indecisiones sobre quién gobierna el imperio permitirá que las potencias regionales efectúen reclamaciones sobre las regiones en litigio. La Unión Europea, Japón, Arabia Saudí e Israel competirán con Rusia, Irán y China. Ninguno de ellos va a esperar a que Estados Unidos decida cuál de sus centros de poder debe mandar.

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