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Imperialismo y dependencia: semejanzas y diferencias con la época de Marini (1)

Written by Debate Plural

Claudio Katz (Rebelion.org, 8-2-18)

En los últimos trabajos de su intensa trayectoria, Ruy Mauro Marini – el principal teórico de la dependencia – indagó la dinámica de la mundialización. Observó el inicio de un nuevo periodo asentado en el funcionamiento internacionalizado del capitalismo (Marini, 1996: 231-252). Algunos intérpretes estiman que esa investigación coronó su obra previa e inauguró el estudio de la economía política de la globalización (Martins, 2013: 31-54).

Ese desplazamiento analítico confirmó la enorme capacidad de Marini para abordar los procesos más relevantes de cada coyuntura. Sus señalamientos anticiparon varias características de la etapa que sucedió a su fallecimiento. Evaluar esas observaciones a la luz de lo ocurrido es un buen camino para actualizar su teoría.

GLOBALIZACIÓN PRODUCTIVA

A fines de los 80 Marini notó que el capital se internacionalizaba para incrementar la plusvalía extraída a los trabajadores. Analizó con ese fundamento el abaratamiento del transporte, la irrupción de nuevas tecnologías y la concentración de las empresas ( Marini, 1993) . Evaluó especialmente el nuevo modelo manufacturero-exportador de la periferia gestionado por las firmas multinacionales.

Esas empresas afianzaban espacios comunes entre sus casas matrices y sucursales para desdoblar el proceso de fabricación. Separaban las actividades calificadas del trabajo en serie y lucraban con las diferencias nacionales de productividades y salarios. Marini comprendió que esa operatoria a escala global era un movimiento estructural y no cíclico de la acumulación.

Ese alcance salta a la vista en la actualidad. La globalización introduce un cambio cualitativo en el funcionamiento del capitalismo. Potencia la liberalización del comercio y la adaptación de las finanzas a la instantaneidad de la información. El pensador brasileño situó acertadamente el epicentro de este viraje en la fabricación globalizada. Registró la estrecha conexión de la internacionalización con el patrón de producción flexible que sustituye al fordismo.

Las empresas transnacionales son protagonistas visibles del escenario económico actual. Fragmentan su producción en un tejido de insumos intermedios y bienes finales destinados a la exportación. Ese entramado opera con principios de alta competencia, abaratamiento de costos y baratura de la fuerza de trabajo. La consiguiente deslocalización (off shoring) ha convertido a varias economías asiáticas en el nuevo taller del planeta.

Las compañías transnacionales complementan sus inversiones directas con modalidades de subcontratación y terciarización laboral. Descargan sobre sus proveedores el control de los trabajadores y la gestión de la incierta demanda. De esa forma distribuyen riesgos y aumentan ganancias .

Marini sólo vivió el debut de ese proceso y destacó sus contradicciones en términos muy genéricos. No llegó a notar los desbalances comerciales, las burbujas financieras y los excedentes de mercancías que irrumpieron con la crisis del 2008.

Esa conmoción desestabilizó al sistema sin revertir la globalización productiva. Puso transitoriamente en entredicho la desregulación financiera, que fue preservada sin ningún cambio relevante. El reciente cuestionamiento de la liberalización comercial (Trump, Brexit) ilustra la reacción de las potencias que pierden terreno. Intentan recuperar espacios restaurando cierto unilateralismo, pero no propician el retorno a los viejos bloques proteccionistas. La economía política de la globalización -que entrevió Marini- persiste como un acertado abordaje del capitalismo contemporáneo.

 

EXPLOTACIÓN Y REMODELACIÓN INDUSTRIAL

 

La gravitación que el teórico brasileño asignó al incremento de las tasas de plusvalía ha quedado confirmada en las últimas décadas. La ofensiva patronal dispersó las remuneraciones, eliminó las reglas salariales definidas y segmentó e l trabajo. Esta reorganización mantiene la estabilidad requerida para la continuidad de la acumulación en el sector formal y generaliza la precarización en el universo informal.

El principal cimiento de la globalización es la reducción de los costos laborales. Por eso los ingresos populares se estancan en la prosperidad y decaen en las crisis. Las firmas transnacionales se enriquecen con los bajos salarios de la periferia y con el abaratamiento de los bienes consumidos por los trabajadores de las metrópolis. Utilizan la deslocalización para debilitar a los sindicatos y achatar los sueldos de todas las regiones.

Las firmas lucran especialmente con las diferencias de salarios resultantes de los desniveles estructurales de sobrepoblación. Esas brechas se estabilizan por la ausencia de movilidad internacional de los trabajadores. Mientras que en el periodo inicial de la globalización (1980-1998) la inversión extranjera se triplicó, el total de migrantes apenas varió ( Smith, 2010: 88-89). La fuerza de trabajo es marginada de todos los movimientos que sacuden al tablero de la mundialización .

Marini registró el primer desplazamiento de la industria a Oriente. Fue testigo de la irrupción de los denominados “tigres asiáticos” (Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Singapur). Pero no vio la mutación posterior que modificó por completo el mapa manufacturero.

China es el epicentro actual de una creciente instalación de filiales en Asia. Allí se genera el grueso de la producción mundializada. Los sueldos oscilan entre el 10 y el 25% de lo remunerado en las metrópolis por trabajos equivalentes .

La magnitud del cambio se verifica en el consumo estadounidense de bienes manufacturados. Un tercio de ese total es fabricado actualmente en el exterior, lo que duplica el promedio vigente en 1980 ( Smith, 2010: 153-154, 222-227) . Es evidente el cimiento de la mundialización neoliberal en la explotación de los trabajadores. Las inversiones se desplazan a los países que ofrecen mayor baratura, disciplina y productividad de la fuerza de trabajo.

Marini también percibió cómo el modelo de sustitución de importaciones (que inspiró su análisis de la dependencia) era sustituido por un nuevo patrón de exportación manufacturera. Pero sólo llegó a notar los rasgos genéricos de un esquema, que ha sido reconfigurado por las cadenas globales de valor (CGV).

Con esa modalidad todo el proceso de fabricación queda fragmentado, en función de la rentabilidad comparada que ofrece cada actividad. Esa división incluye eslabonamientos dirigidos por el fabricante (firmas aeronáuticas, automotrices, informáticas) o comandados por el comprador (emporios comercializadores tipo Nike, Rebook o Gap) ( Gereffi, 2001) . Las empresas que lideran esas estructuras no sólo controlan el recurso más rentable (marcas, diseños, tecnologías). También dominan el 80% d el comercio mundial de esos circuitos.

Este modelo difiere radicalmente del prevaleciente en los años 60-70. En lugar de procesos integrados predomina la subdivisión de partes y la fabricación nacional es reemplazada por un ensamble de componentes importados. La proximidad y la envergadura de los mercados pierden relevancia frente a las ventajas comparativas del costo laboral. Una nueva división global del trabajo (DGT) sustituye a su precedente internacional (DIT) (Martínez Peinado, 2012: 1-26).

En la actividad de las empresas transnacionales se multiplica la gravitación de los bienes intermedios, mediante eslabonamiento y mecanismos de especialización industrial vertical (Milberg, 2014: 151-155). Estas modalidades introducen formas de gestión exportadora que eran desconocidas a fines del siglo pasado .

LA CRISIS DEL CAPITALISMO

Marini analizó la economía de la globalización estimando que el capitalismo había ingresado en un ciclo largo de crecimiento. En ese contexto situó las especializaciones productivas y el despunte de los países asiáticos de industrialización reciente (NICs). Consideró que los procesos de integración regional resurgían para ensanchar la escala de los mercados ( Marini, 1993). Su colega dependentista compartió ese razonamiento, indagando la incidencia de las nuevas tecnologías sobre las ondas largas (Dos Santos, 2011: 127-134) .

El curso posterior de la globalización no confirmó, ni desmintió la presencia de ese ciclo ascendente de largo plazo. Las controversias entre quienes postulan y objetan la vigencia de esos movimientos no desembocaron en conclusiones nítidas. Por eso hemos subrayado la conveniencia de esclarecer las transformaciones cualitativas de la etapa, sin forzar el amoldamiento de ese periodo a una onda larga (Katz, 2016: 366-368) .

Marini inscribió su evaluación en caracterizaciones marxistas que resaltaban el carácter disruptivo de la acumulación. Subrayó las traumáticas crisis potenciales que incubaba la globalización y remarcó la presencia de tensiones simultáneas en la esfera de la demanda (consumo retraído) y la valorización (insuficiencia de rentabilidad). Destacó ambos desequilibrios con más observaciones sobre el primer tipo de contradicciones.

En las últimas décadas salieron a flote esos temblores. También se verificó la explosiva retracción del empleo, potenciada por la relativa inmovilidad de la fuerza de trabajo frente al vertiginoso desplazamiento de las mercancías y los capitales.

Esa contradicción distingue a la mundialización actual de la vieja industrialización europea. Entre 1850 y 1920 más de 70 millones de emigrantes abandonaron el Viejo Continente. Ese traslado masivo desagotó la población sobrante en un polo y generó nuevos centros de acumulación en las zonas receptoras de trabajadores. Un movimiento demográfico equivalente supondría en la actualidad el ingreso de 800 millones de inmigrantes a los países centrales ( Smith, 2010: 105-110).

Pero los desamparados tienen actualmente vedado ese desplazamiento. Las economías desarrolladas construyen fortalezas contra los desposeídos de la periferia y sólo absorben irrelevantes contingentes de mano de obra calificada . Se ha diluido la válvula de escape que en el pasado generaba el propio proceso de acumulación.

Los países que concluyen en forma acelerada sus procesos de acumulación primitiva, no pueden descargar su población excedente sobre otras localidades.

Esa restricción potencia otras tensiones del capitalismo, como la destrucción de empleos por la expansión del universo digital. Los parámetros de rentabilidad -que guían la introducción de nuevas tecnologías- imponen una dramática eliminación de puestos de trabajo. La desocupación se agiganta con la mundialización.

En esta etapa hay menos trabajo para todos que en las fases precedentes. El empleo disponible se contrae y su calidad es decreciente en las regiones subdesarrolladas. Por eso la economía informal (carente de regulaciones estatales) alberga al 50% de la actividad laboral en América Latina, al 48% en el norte de África y al 65% de Asia ( Smith, 2010: 115-127).

La acelerada automatización –y la expulsión de población agraria por la tecnificación del campo- achican drásticamente las oportunidades laborales. El capitalismo asentado en la explotación -que tanto estudió Marini- no puede siquiera implementar ese padecimiento entre toda la población oprimida.

REPLANTEOS IMPERIALES

El teórico brasileño resaltó la gravitación del imperialismo. Señaló la insoslayable función de ese sistema de dominación militar para la preservación del capitalismo. Pero elaboró sus textos en una época muy distanciada del escenario de Lenin. C omprendió que la guerra fría era cualitativamente distinta a los viejos choques entre potencias y r egistró la inédita supremacía militar de Estados Unidos. Notó la capacidad de ese imperio para forjar alianzas subalternas, subordinando a sus rivales sin demolerlos.

Marini evitó los paralelos con el imperialismo clásico. Entendió la novedad de un período signado por la disminución del proteccionismo, la recuperación de posguerra del protagonismo industrial y la reorientación de la inversión externa hacia las economías desarrolladas. Sintetizó esas transformaciones con una noción ( cooperación hegemónica), que utilizó para definir las relaciones prevalecientes entre las potencias centrales ( Marini, 1991: 31-32).

El contexto actual presenta varias continuidades con esa caracterización. Perdura el entramado forjado en torno a la Tríada (Estados Unidos, Europa y Japón), para asegurar la custodia militar del orden neoliberal. Esa alianza bélica ya provocó la devastación de numerosas regiones de África y Medio Oriente. También subsiste la primacía del Pentágono en la dirección de las principales acciones militares. Pero la hegemonía norteamericana perdió la contundencia que exhibía en los años 80-90 de debut de la globalización.

Estados Unidos cumplió un papel económico clave en el despegue de ese proceso. Aportó el enlace estatal requerido para gestar la acumulación a escala mundial. Las instituciones de Washington internacionalizaron los instrumentos financieros y apuntalaron la globalización productiva. Desenvolvieron con mayor intensidad esa acción en el desemboque de las crisis de las últimas décadas.

La regulación bancaria de la FED, la operatoria del dólar como moneda mundial, la reorganización de los presupuestos estatales bajo la auditoría del FMI y las reglas bursátiles de Wall Street afianzaron la mundialización. Esa gravitación volvió a notarse en el desenlace de la convulsión del 2008.

Pero la pérdida de supremacía norteamericana se corrobora actualmente en el déficit comercial y el endeudamiento externo del país. Estados Unidos conserva el manejo de los principales bancos y empresas transnacionales. Encabeza, además, la introducción de las nuevas tecnologías digitales. Pero ha resignado posiciones claves en la producción y el comercio. Su impulso de la mundialización neoliberal terminó favoreciendo a China, que se convirtió en un inesperado competidor global.

La llegada de Trump ilustra ese retroceso. El magnate intenta recuperar posiciones estadounidenses reordenando los tratados de libre comercio. Pero enfrenta enormes dificultades para recomponer ese liderazgo económico.

En el plano militar Estados Unidos continúa prevaleciendo y carece de reemplazantes para la custodia del orden capitalista. P ero falla en los operativos encarados para sostener su hegemonía. Esa inoperancia salta a la vista en el fracaso de todas sus guerras recientes (Afganistán, Irak, Siria).

Por estas razones han cambiado las relaciones de la primera potencia con sus socios. La total subordinación que presenció Marini ha mutado hacia entrelazamientos más complejos. Las potencias europeas (Alemania) y asiáticas (Japón) ya no aceptan con la misma sumisión las órdenes de Washington. Desenvuelven estrategias propias y explicitan sus conflictos con el gigante norteamericano ( Smith A, 2014).

Ningún socio cuestiona la supremacía del Pentágono , ni pretende gestar un poder bélico contrapuesto. Pero se diluyó el vasallaje de la segunda mitad del siglo XX. Este giro es congruente con la incapacidad norteamericana para preservar el padrinazgo, que desplegó en la posguerra sobre las restantes economías capitalistas ( Carroll, 2012) .

Habrá que ver si en el futuro el liderazgo yanqui desaparece, resurge o se disuelve paulatinamente. Esta incertidumbre es un dato que estaba ausente cuando se publicó la Dialéctica de la dependencia (1973).

DESPLOME DE LA URSS, ASCENSO DE CHINA

La implosión de la Unión Soviética y la conversión de China en una potencia central distinguen al período en curso de la época de Marini. Con el colapso de la URSS se afianzó la ofensiva neoliberal. Las clases dominantes recuperaron confianza -y en ausencia de contrapesos internacionales- retomaron los típicos atropellos del capitalismo desenfrenado .

El te ó rico brasile ñ o era un marxista cr í tico de la burocracia del Kremlin, que apostaba a la renovaci ó n socialista y no al desplome de la Uni ó n Sovi é tica. La regresi ó n de Rusia a un r é gimen capitalista – en un contexto de inmovilidad, despolitización y apatía popular- trastocó el escenario entrevisto por el luchador latinoamericano.

El segundo giro ha sido igualmente impactante. Marini no podía siquiera imaginar que el despegue de Taiwán y Corea del Sur anticipaba la mutación protagonizada por China. El PBI per cápita de ese país se multiplicó 22 veces entre 1980 y 2011 y su volumen comercial se duplica cada cuatro años.

China no sólo mantuvo altísimas tasas de crecimiento en las coyunturas de crisis internacional. El auxilio que brindó al dólar (y al euro) impidió la conversión de la recesión del 2009 en una depresión global. La envergadura del cambio histórico en curso es comparable a la revolución del vapor en Inglaterra, a la industrialización de Estados Unidos y al desarrollo inicial de la Unión Soviética. La prosperidad de ningún BRICS se equipara con esa conversión de China en una potencia central.

Basta observar su papel dominante como inversor, exportador, importador o acreedor de los principales países de África o América Latina, para mensurar la abismal brecha que separa al gigante asiático de sus viejos pares del Tercer Mundo.

La nueva potencia no comparte simples relaciones de cooperación con sus contrapartes del Sur. Ejerce una nítida supremacía que extiende a sus vecinos de Oriente. Ninguna otra economía ha transformado en forma tan radical su posicionamiento en el orden global .

China a ctúa como un imperio en formación que afronta la hostilidad estratégica del Pentágono . Está forjando su propio modelo capitalista a través de un novedoso ensamble con la globalización. No transita por las viejas etapas de despegue inicial asentado en el mercado interno. Despliega un proceso de acumulación directamente conectado con la mundialización.

Para dilucidar la especificidad de su capitalismo hay que recurrir a caracterizaciones ausentes en la época de Marini. Las clásicas fórmulas de la teoría de la dependencia no disipan ese interrogante.

POLARIDADES Y NEUTRALIZACIONES

El pensador de la dependencia destacó la preeminencia de la polarización a escala global. Consideró que ese divorcio era inherente al capitalismo, en concordancia con las fracturas internacionales observadas por los marxistas clásicos de principios del siglo XX ( Luxemburg, 1968: 58-190) . También los teóricos del sistema-mundo interpretaron esas brechas como rasgos intrínsecos del régimen social vigente.

Numerosos estudios empíricos han corroborado esa divisoria en el surgimiento del capitalismo. La revolución industrial produjo el mayor abismo de la historia entre un polo ascendente y otro degradado. Esa “gran divergencia” acompañó al despegue de Occidente. Los países desarrollados convergieron en promedios de expansión radicalmente distanciados de las economías subdesarrolladas ( Pritchett, 1997) .

La acotada lejanía inicial se transformó en una brecha monumental. Entre 1750 y 1913 el salto del PBI per cápita fue tan espectacular en Inglaterra (de 10 a 115) y Estados Unidos (de 4 a 126), como la regresión padecida por China (de 8 a 3) e India (de 7 a 2). Las distancias entre las naciones se expandieron a un ritmo muy superior a sus equivalentes dentro de los países ( Rodrik, 2013) .

Marini partió de evidencias de ese tipo, para teorizar las distancias entre las economías avanzadas y subdesarrolladas, con razonamientos inspirados en el intercambio desigual. Pero percibió también los cambios en esa tendencia que introducía el capitalismo tardío de posguerra. En ese modelo los procesos de acumulación en la periferia industrializada contrapesaban las polarizaciones previas ( Mandel, 1978: cap 2) .

El estudioso de la dependencia notó, además, cómo la presencia del llamado bloque socialista compensaba las desigualdades internacionales espontáneas de la acumulación. La existencia de la URSS y sus aliados determinaba ese efecto neutralizador.

El resultado de estas múltiples tendencias fue cierta estabilización de la desigualdad entre los países. La brecha puramente ascendente del siglo XIX adoptó un curso más variable y tendió al equilibrio entre 1950 y 1990 ( Bourguignon; Morrisson, 2002).

En ese período las polaridades al interior de los países declinaron por las mejoras que concedió la clase capitalista, ante el generalizado temor a un contagio socialista. Ese pánico determinó la presencia de modelos keynesianos, en un contexto de descolonización y auge del antiimperialismo.

Marini registró tanto las brechas nacionales y sociales que genera el capitalismo, como las fuerzas que limitan esas polaridades. Esta combinación de procesos quedó significativamente alterada en las últimas décadas del siglo XX por la dinámica posterior de la mundialización neoliberal.

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