Cultura Politica

El poder se desvencija

Written by Debate Plural

José Rafael Lantigua, ex ministro de cultura República Dominicana (D. Libre 29-8-15)

 

Mark Zuckerberg, el fiero genio cibernético, abrió cuando iniciaba el presente año un club de lectura en la red social de Facebook, del cual es fundador y amo, que tituló “A year of books” (“Un año de libros”), destinado a fomentar la lectura.

Zuckerberg escogió como su primer libro a recomendar “El fin del poder” del economista venezolano Moisés Naím, quien sorprendido con esta noticia dijo a la prensa que conocía bien la penetración global de Facebook, pero que una cosa era decirlo y otra muy distinta experimentarlo. Decía tal porque a las tres horas de que el patrón de esta red social sugiriese a sus seguidores que leyesen la obra de Naím se agotaron todos los ejemplares disponibles en Amazon y en la cadena Barnes & Noble. El libro que estaba circulando desde mayo de 2013 con una tirada de 20,000 ejemplares (el Financial Times y el Washington Post lo consideraron uno de los mejores libros del año), logró ventas muy superiores a esa cantidad solo en Estados Unidos, tres días después de la apertura de “A year of books”.

Desde entonces, el club de lectura de Zuckerberg sugiere un libro cada 15 días. A la semana de su fundación tenía 400,000 seguidores y hoy se calcula que anda sobre los tres millones. La experiencia no es nueva. Oprah Winfrey mantuvo un club de lectura entre 1996 a 2012, el año en que se inició su retiro de la televisión, y cuando sugería la lectura de un libro, se vendía no menos de medio millón de ejemplares, pero solo en EUA pues su influencia era local. En el caso del fundador de Facebook es diferente. Su influencia es global y por tanto, en pocos días, no solo se vendió toda la producción disponible sino que se ordenaron nuevas tiradas y traducciones en varios idiomas. Moisés Naím quedó chocado por el tsunami creado por Zuckerberg en torno a su libro, a un nivel de que su propia cuenta en Facebook experimentó un crecimiento inusitado y se vio obligado a conceder entrevistas –como él mismo declarara- desde Malasia a México.

Alguien del sector editorial español comentaba entonces, mediados de enero de este año, que la práctica de sugerir libros de parte de personalidades de alto relieve era muy favorable para las ventas y el fomento de la lectura. Recordaba que en los años ochenta, “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, un libro originalmente publicado en 1951, se convirtió en un superventas luego de que Felipe González, que para la época era presidente de España, declarase que era su libro preferido. La editorial Sudamericana, de Buenos Aires, había publicado la primera edición en lengua española en 1955 con poco éxito, y al producirse la confesión del líder ibérico la editora Planeta se asoció a la argentina que poseía los derechos, y las reimpresiones fueron numerosas en la década de los ochentas. Traducida por Julio Cortázar, se puso de moda entonces también en República Dominicana, circulando en edición “pirata”, que fue la que leímos entonces y aún conservamos.

Pero, el poder de la comunicación se ha modificado extraordinariamente. “Está cambiando de manos”, como sostiene en su tesis central Moisés Naím. Y hoy por hoy, Mark Zuckerberg tiene mayor influencia global que cualquier personalidad política, pues Bill Clinton había elogiado el libro del escritor venezolano, afirmando que haría cambiar la manera de leer las noticias, de pensar en política y de “mirar al mundo” en los lectores que asumiesen su lectura. Aquel conocido político estadounidense, estudioso de la guerra fría, quien fuese consejero del presidente Lyndon B. Johnson y que tanto mencionaba Peña Gómez, Zbigniew Brzezinski, lo calificó de “libro inteligente, heterodoxo, ilustrativo e innovador”. Y ninguna de ambas figuras con sus comentarios provocó que “El fin del poder” se convirtiese en un best seller. Pero, Zuckerberg y Facebook sí lo transformaron en un fenómeno de lectura en todo el mundo en cuestión de horas.

Y es que la dinámica del poder se ha desvencijado. “El poder está sufriendo una transformación fundamental que no se ha reconocido ni comprendido lo suficiente”, como informa Moisés Naím. La degradación del poder no solo afecta a la dirigencia política y a los estamentos gubernativos de todo el globo, sino también a los poderes económico, empresarial, las iglesias en sus diferentes denominaciones, incluso el arte, el deporte profesional, la ciencia, la educación universitaria y, por supuesto, los medios de comunicación. No es que el poder ya no tenga valor ni que haya desaparecido, sino que su influencia es cada vez menor y está sujeta a muy variadas perspectivas. “En el siglo XXI –dice Naím- el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder”. Ya no resulta tan importante leer a Maquiavelo, a Clausewitz o Castiglione. Hay factores múltiples envuelto en esta realidad que retrata Naím con tantos aciertos.

Si el poder político se ha vuelto muy vulnerable (en nuestros días se conocen el caso brasileño de la Rousseff y el guatemalteco de Otto Pérez Molina), igual ocurre con las empresas. Una marca puede caer en picada tanto en su reputación como en sus ingresos y su valor en la bolsa, a causa de cualquier situación anómala de sus directivos o de quienes la representen publicitariamente. Los “desastres de marcas” han pasado en las últimas dos décadas del 20 por ciento al 82 por ciento.

Los llamados micropoderes desafían con éxito a los megaactores, quienes siguen teniendo vigencia y poder, pero menos que antes porque sus decisiones se exponen a cuestionamientos que afectan su permanencia. Los actores tradicionales de la política ven degradado su poder, lo que obliga a cambios urgentes en su forma de observar y actuar y en su manera de enfocar la realidad. Pablo Iglesias con su coleta y desaliño, y Albert Rivera quien inició hace nueve años su presencia en el panorama político español con una campaña publicitaria donde se exponía desnudo, han cambiado la influencia del bipartidismo en España, y Podemos y Ciudadanos son hoy dos colectivos políticos más importantes que cualquiera de los partidos que tienen décadas en el escenario democrático ibérico. Alexis Tsipras revoluciona el drama de la economía griega con jugadas audaces que ya afectan su liderazgo, pero Syriza, la coalición de la izquierda radical que ya ambula dividida, es el partido con mayor influencia en el parlamento griego, y apenas tiene once años de fundado.

Naím pone un ejemplo reflexivo. Las dos fotografías del G-8. El componente material y el psicológico, el tangible y el que produce nuestra mente, en la valoración objetiva e imaginaria del poder. “Como fuerza, el poder es difícil de clasificar y cuantificar. Sin embargo, como dinámica que configura una situación concreta, puede evaluarse, igual que sus límites y su alcance”, explica el economista venezolano. Y pone el ejemplo de la ritual foto de familia de los jefes de Estado y de Gobierno en las habituales cumbres de los ocho países más industrializados del mundo: Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón, Canadá, Italia, Reino Unido y Rusia. Cada uno representa el poder “como fuerza palpable, pero difícil de desagregar o cuantificar”. Cuando los observamos en la fotografía juntos y los brazos en alto saludando, reconocemos el prestigio de sus cargos, su poder sobre las armas, su autoridad en la administración pública de sus respectivos países, su capacidad para disponer de miles de millones de dólares o euros en sus decisiones. Si viéramos esa misma fotografía desde otro ángulo podríamos analizar la libertad y las limitaciones que acompañan los ejercicios gubernativos de cada uno de ellos. Cuando lleguen a sus patrias, deben abordar sus problemas específicos, las iniciativas de los partidos opositores para debilitar su poder, los recortes presupuestarios, los conflictos laborales, la delincuencia, los problemas cada vez más globalizados que acarrean las mareas emigrantes, los escándalos de corrupción, la caída de los mercados…Y lo que resulta peor: la fragilidad que les acompaña para tomar decisiones, los ruidos que rodean sus gestiones, los índices de aprobación popular, sus prestigios personales, sus liderazgos políticos vulnerables. “Su poder real –la capacidad de traducir las prerrogativas de su cargo en acciones prácticas- depende de todas estas circunstancias y del poder relativo de sus rivales y contrincantes”.

El poder de Mark Zuckerberg y Facebook nos convierte en lectores globales de una realidad que muestra que el fin del poder, el que se concibió y practicó por siglos, está modificando el mundo y que los micropoderes desafían a los megaactores dominantes con resultados que aún no están claramente definidos.

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