Delia Blanco (Hoy, 18-4-13)
Eran finales de los años 50, y en mi memoria de niña de 7 años recuerdo a mi madre Flora escuchando a Sara Montiel, una de las más grandes divas españolas. También la disfrutamos en la televisión, que por primera vez salían al mercado en blanco y negro. Desde entonces, esta gran artista de origen campesino humilde y que se alfabetizó a los 22 años compite en mis pasiones y admiración con esas faraonas de la pantalla y de la voz que llenaron el imaginario y la fantasía femenina entre los años 50 y 60 del siglo pasado.
Ella, la Montiel, porque fue atrevida, osada, provocadora y seductora sin límites, permitió que las mujeres españolas cumplieran con el pecado más prohibido…el deseo, entre perfumes u olores de Maja y Tabou.
Ella, Saritísima, la que iba más allá de la vergüenza devota e hipócrita para cantarle al chiquillo y llevárselo en las alforjas de sus encantos, susurrándole su canción Ven y ven y ven chiquillo vente conmigo. Para después pedirle con un imán en la boca que la calentara del frío con su célebre copla Tápame, tápame, que tengo frío que todas nuestras madres cantaron con arduo deseo de amor.
Sara, supo juntar las dos Españas por su sentido carnal de la libertad, varias veces visitó París, y tanto los estudiantes españoles de izquierdas como los exiliados republicanos íbamos a sus conciertos en la Salle Wagram y en el Richelieu Drouot. Nos juntábamos con los trabajadores emigrantes, que se volvían locos de aplausos y la acompañaban en sus cuplés, convirtiendo sus revistas en una romería de nostalgia por la patria.
Nunca fue una patriotera franquista porque su tronco viene de la Extremadura profunda, donde se sufrió de hambre y de analfabetismo, y eso, ella lo sabía y comprendía el corazón de las dos Españas. Por eso, estuvo presente en la transición democrática, y fue de las primeras en firmar el llamado de los artistas por la Constitución; pero pocos saben que antes de los años setenta, la Montiel apoyaba la movida democrática y se movilizaba por la libertad de los presos políticos en Carabanchel.
Por todas estas razones, las nuevas generaciones encabezadas por figuras como Almodóvar y Miguel Bosé la adoraron y la integraron de lleno en la movida madrileña, donde la Sara era una de las musas nocturnas entre los años ochenta y noventa.
Su nombre real fue María Antonia Abad Fernández, conocida artísticamente como Sara Montiel, nacida en Campo de Criptana, llegó rápidamente a convertirse en la española más universal.
Compartieron con ella este espacio del divismo Carolina Otero, Raquel Meller, Imperio Argentina y Concha Piquer, pero nadie como ella logró saltar al estrellato más absoluto sin renunciar a su condición de manchega. Fue centro de atención y contó con la gran amistad de figuras de Hollywood como Gary Cooper, Burt Lancaster, James Dean, RafVallone y Marlon Brando, quienes la admiraron y enaltecieron. Se casó con el norteamericano Anthony Mann, quien le facilitó su entrada al mercado de Estados Unidos, pero luego de lograr grandes éxitos regresa a su España, y Juanito Orduña le entregó El último cuplé. Y nació el mito, con sus verdades y sus leyendas. Se estrena la película en 1957, ocasionando una locura colectiva y la consagración de la Montiel en una estrella para siempre.
Fue la Dama del Cuplé, género que le permitió lucir su rabiosa belleza hispana, el bellísimo ángulo de su cara y el arqueo incitante de su ceja.
La Saritísima, como le llamó, y quedó para siempre, su amigo el famoso escritor español Terence Moix, y que cuando a ella le preguntaban por qué te llaman Saritísima, contestaba Porque soy la más guapa, y sí que fue la más bella de los años sesenta, de una sensualidad provocadora, unida al personaje de mujer libre en el amor. Fue un gran boom al punto que un chiste de la época pintaba a España como un manicomio donde todos cantaban enajenados Nena. Recuerdo que fui con mi madre y tías al cine de nuestro pueblo, a tres pesetas la entrada, pero no me permitieron entrar, y a la segunda función logré burlar el control de la censura, y vaya que disfruté
Sara Montiel fue ante todo un estilo de mujer que se impuso a la visión encerrada del catolicismo español frente a la modernidad. Impuso la sensualidad y el deseo como un derecho de expresión natural en la mujer, y además, enfrentó la censura con su descaro y garbo haciendo de su belleza una fuerza frente a la austeridad heredada en la ideología de la Falange Fascista, y de la Inquisición.
Entre sus canciones más escuchadas fueron todas las del film El último cuplé, como La Violetera, Fumando espero, Nena, Ojos verdes y Quizás, quizás, quizás.
El glamour y el cuplé fueron sus aliados, fue mimada créanlo o no- de León Felipe, de Paco Umbral, Terenci Moix y Manolo Vázquez Montalbán También, muy admirada por la Familia Real, para quienes realizó espectáculos de excepción. Toda la prensa rosa tenía una devoción especial por esta gran artista.
Entre otros de mis recuerdos de esta artista universal, que obtuvo además la ciudadanía mejicana gracias a la admiración de este país por ella, como de muchos otros, fue cuando la fui a ver -y fue una de las últimas veces que la pude disfrutar- en los 1984 o quizás 1985, en un maravilloso espectáculo en el teatro de La Latina en Madrid, donde, nada más y nada menos, compartió con Sara la inolvidable bolerista cubana Olga Guillot. Definitivamente, se trató de una noche imborrable en mis recuerdos.
Sara Montiel perteneció a una casta de mujeres que como Greta Garbo, Silvana Mangano, Sofía Loren, Lina Lollobrigida, Brigitte Bardot y Marilyn Monroe, fueron y usaron su belleza para cambiar el mundo.