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Hay que volver a los clásicos: el caso Albin Lesky

Written by Debate Plural

Diogenes Cespedes (Hoy, 18-4-13)

¿Qué significa volver a los clásicos? A menudo oigo proclamar a escritores y poetas dominicanos y extranjeros, muy pegados de sí mismos, que hay que volver a los clásicos, para significar que ya lo leyeron todo y, cansados de la obras que no les aportaron nada, decidieron, para encontrarse de nuevo con la excelencia y la calidad universal, volver a leer a los grandes autores griegos y romanos, pero específicamente a Homero, Esquilo, Sófocles y Eurípides y, en el Lacio, a Virgilio y Horacio. Y si acaso, en el plano teórico, a Aristóteles y Platón o, con condescendencia, a Séneca y Cicerón.

Si a esta arrogancia no le fuera condigna la primacía del significado (o contenido) y una ignorancia del significante (el ritmo como forma-sentido, el sujeto y lo político en un texto, dialécticamente inseparable de ese significado que con él constituye el signo lingüístico), me moviera la compasión por quienes entienden de esta guisa la expresión “hay que volver a los clásicos”.

Porque, en efecto, nada más difícil que volver a los clásicos si se vive en la creencia de que lo dijeron todo y nada hay que buscar en los coetáneos. Es cierto que los griegos escribieron acerca de casi todas las disciplinas y pensaron e inventaron la crítica y Occidente no existe sin este legado.

Muchos de los que asumen la frase de que “hay que volver a los clásicos” están en la mejor disposición, por los textos que he leído de ellos, de asumir la repetición de los clásicos acerca de los temas intrascendentes.

Por ejemplo, al asumir el sistema social en que se basa la sociedad capitalista de Occidente, la democracia representativa, no he leído en estos escritores, poetas y ensayistas la recuperación de la frase de Aristóteles en el sentido de que en ese tipo de régimen estamos obligados a elegir a los mediocres. ¡Tremenda afirmación que merecería, por sí sola, varios tratados! Y no se miren las tremendas consecuencias de la frase del Estagirita sin escrutar la otra afirmación de que el gobierno de los mejores (la aristocracia) no significaba en modo alguno el elitismo con el cual eruditos y sabios de Occidente le han querido invalidar, pues Pericles y Clístenes, para mencionar solo dos nombres de aristócratas, hicieron mejor gobierno que los mediocres o los populistas.

Y si de Platón se trata, ¿he leído algún texto donde los que pregonan que hay que volver a los clásicos hayan reivindicado la novedad más grande del sistema de pensamiento platónico cual es la invención de la palabra ritmo en el sentido de forma? ¿He leído algunos textos de esos clasicistas donde se demuestre la perversión que sufrió el concepto platónico de ritmo al ser recuperado por el cristianismo? Y, por último, ¿he leído algún texto de los que añoran esa vuelta a los clásicos donde se recupere la frase dialéctica de Aristóteles en el sentido de que el ritmo no tiene nada que ver con la métrica? ¿No está, hasta hoy, en los estudios literarios, asociado el concepto de ritmo con los versos medidos y cuyo templo y última vicisitud la encontramos en los adoradores de Rubén Darío?

Sí, hay que volver a los clásicos, pero con la conciencia de saber cuál o cuáles conceptos de aquellos autores perviven hasta hoy y pervivirán en todos los tiempos. Ahí reside la difícil elección y ella demuestra la sabiduría o la ignorancia de cada sujeto. Su tarea es ampliar el concepto antiguo con vigencia en nuestra contemporaneidad.

Ese camino y esa tarea los muestra el libro del austríaco Albin Lesky, “La tragedia griega” (Barcelona: El Acantilado, 2001 [1ª ed. 1937, 2ª ed. 1957]) en cuanto se refiere únicamente a las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides, pues su estudio, aunque se contraiga a estos tres grandes dramaturgos, abarcará, por vía de consecuencia, todo lo anterior y posterior a las obras de ellos. El tema literario le permitirá enlazarlo dialécticamente con la historia, la mitología, la religión, la política, la filosofía, la metafísica, la ciencia, la comedia, el concepto de lo individual y lo colectivo, la psicología, el psicoanálisis, la traducción, la geografía, las relaciones internacionales y cuantas prácticas adicionales les ayuden a quitar el velo de la ignorancia sobre las materias que trata para el período griego y las repercusiones que tuvieron para los autores latinos antes y después de la conquista de Grecia por los romanos a finales del siglo II antes de Cristo e incluso posteriormente desde la Edad Media hasta el siglo XX.

Lesky muestra, a través de su largo recorrido de 404 páginas, los orígenes del teatro griego y las aportaciones y transformaciones sucesivas de uno a otro dramaturgo hasta recalar en Eurípides, el más grande pero el más vilipendiado, porque fue capaz, aun manteniendo su creencia en los dioses, de eximirlos de ser los responsables de las acciones y la vida de los individuos. Tarea que ya había comenzado Herodoto en el discurso histórico y que completó admirablemente Tucídides.

Pero donde se produjo la transformación radical del conocimiento fue en el discurso filosófico cuando los sofistas asumieron la afirmación de Protágoras con respecto a la imposibilidad de conocer a los dioses y Eurípides, que perteneció a esta escuela aunque con un criterio más independiente al ser escritor, no es ajeno a esta doctrina, la cual es visible en toda la rítmica de sus obras dramáticas, un poco menos al principio y plenamente en el medio y al final de su vida.

Y lo que dijo Protágoras de los dioses del Olimpo vale para la Grecia de antes de Cristo, pero vale para los tiempos de los tiempos porque no se puede conocer lo que no existe, aunque las religiones se empeñan en inculcar el dogma de la fe según el cual hay que creer en lo que no se conoce. A lo cual Protágoras responde: “Acerca de los dioses, yo nada puedo saber, si existen o si no existen, o cómo son, porque hay muchos obstáculos que se oponen a comprobarlo: su invisibilidad y la vida tan breve del ser humano.” (Lesky, op. cit., p. 257).

Pero si esa afirmación es el paradigma de la fundación de la dialéctica o ley de la contradicción indefinida o de las antinomias, más radical es aún el discurso del político y dramaturgo Critias, autor de la tragedia “Sísifo” y posible autor de otro drama, “Tenes”, un seudoeuripídeo, cuando dice en la primera obra: “La religión es un invento de los políticos, quienes con ella, por medio del temor, quieren asegurarse la obediencia de los hombres a las leyes creadas por ellos.” (Lesky, p. 304).

Critias sí sabía de lo que hablaba, pues era político. Pero pudo transformar una acción y un discurso que, como político, posiblemente debió practicar para obtener la obediencia de sus súbditos a las leyes.

Discursos como los de Protágoras y Critias son los que transforman la historia, la política, el arte y el sujeto, pues situaron los efectos políticos e ideológicos de la metafísica, ontología a la cual siguen aferrados muchos de los que dicen sin remedio que hay que volver a los clásicos. ¿A cuáles clásicos?

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