Cultura Nacionales

Un poema de Freddy Gatón Arce

Written by Debate Plural

Además, son muchos los humildes de mi pueblo.

Yo escribí sus nombres sobre los muros, pero no los recuerdo.

Yo rescaté su corazón de la carcoma y del olvido, pero no sé dónde quedó la sangre coagulada, ni si vino familiar alguno a limpiar la mancha que había sobre el duro tapiz de la noche.

Yo los besé, y mi ósculo fue como tilde sonora impar sobre su frente.

Porque aun después del amor ellos estaban solos sobre la tierra.

Son muchos los hombres humildes, las mujeres humildes.

Yo vi surgir sus rostros como bayonetas al sol de octubre.

Yo palpé sus torsos morenos y relucientes cuando emergían de los ríos. Yo vi, por una vez, pero volví la cara atrás, los senos de las doncellas.

Yo conocí los niños desnudos, niños despiertos y virginales como la primavera, y sentí cómo se hinchaba el hambre en sus cuerpos plebeyos, lo mismo, casi lo mismo que siento elevarse la madurez al morder un fruto.

Yo escribí los nombres de los humildes sobre los muros, pero no los recuerdo.

Yo sólo sé que muchos murieron alzando los brazos para atrapar el cielo, pero cayeron sin nombre, cayeron sin piernas, cayeron sin sexo ni esperanza.

Cayeron. No tenían siquiera una flor o una lanza.

Solos rodaron con sus tumbas desconocidas, con sus huesos anónimos.

Pero dejaron sus almas mondas flotando por los aires.

Las almas que se agolpan en las sangres de las generaciones, y corren.

Corren a ratos, porque la noche está ahí. Se atisban a ratos, porque la noche está ahí. Desaparecen luego, desaparecen como esas lágrimas de abuelo secadas al descuido con el dorso de la mano.

Son muchos los humildes de mi pueblo.

Yo escribí sus nombres en las tablas de palma de los bohíos y en las vigas alabeadas de las mansiones.

Pero yo no recuerdo en qué savia encendida y dura de los artesonados se demoró la inicial de aquél, el apellido de éste, o la letra que hace inteligible la epopeya.

Tal vez las sílabas vagan por los cimientos profundos, ennegrecidos cual raíces en las que ya la tierra ha perdido su íntima frescura, en las que ya el corazón no tiene su latido jocundo.

Ahora no hay promesa en la casa de campo, porque se ha ido el viento de las enredaderas.

Ahora ya no hay huella del vuelo de los pájaros, porque se ha ido el viento. Pero yo no estoy solo en mi hogar de maderas. Aquí están los humildes, dulces y potentes como los brotes.

Aquí no hay un solo extranjero a estos testimonios estantes, a estas puertas y a estas ventanas que se echan sobre nosotros.

Aquí estamos todos, y están los nombres que escribí sobre los muros.

Aquí está su obligante vida buscándonos el corazón paso a paso, como un diente de fuego que crece bajo la lengua.

Son muchos los humildes de todas las razas y de todos los credos.

Son muchos los que abandonaron el silencio y la soledad para no estar horadados y fríos en medio de los hombres.

Porque todos saben que por su boca hablará la tierra que mordieron al nacer.

Porque todos saben que no se puede morir sin dejar una brasa como un palpo bravío en el lomo de un potro.

Y yo escribí sus nombres sobre los muros, pero no los recuerdo.

Además, son muchos los humildes de mi pueblo.

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