Cultura Internacionales

Leopardi y los valores de ilusión

Written by Debate Plural
Tony Raful (Listin, 18-7-17)

En mi discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua, como miembro de número, hace algunos años, cité a Rafael Argullol, un intelectual español que plantea el desconcierto de la Era post moderna, preguntando, cómo fue posible que el cristianismo se difundiera con el vigor y la fortaleza con que lo hizo, citando al poeta Giacomo Leopardi, quien se había cuestionado, cómo una doctrina del talante de la cristiana, mucho menos sofisticada que la clásica, había terminado por imponerse en todo el imperio romano, y cómo fervorosos pero poco avezados predicadores, encabezados por Pablo de Tarso, habían desplazado a maestros de la palabra y el discurso de la talla de los filósofos griegos. La respuesta la ofreció el propio Leopardi, “este mundo, el de los filósofos griegos, pese a su decadencia imparable, era todavía brillante, pero carecía de valores e ilusión. En otras palabras, estaba falto de fuerza en medio de la exquisitez. Era un mundo sin ilusión, sin mística, la refinada sombra de una grandeza perdida”. No estaba en condiciones de hacer frente a una invasión cultural entusiasta. Los valores de ilusión ocuparon dos mil años con fuerza de fe compartida con las utopías socialistas o ilustradas, pero como bien  dice Argullol, en estos tiempos de ahora, ninguna fuerza crea valores de ilusión acaso con la excepción de la codicia, pero la codicia, por si sola, únicamente reproduce el baile alrededor del becerro de oro al ritmo de un frenético presente continuo.

Pienso que hay necesidad de “valores de ilusión”. En la historia dominicana hubo “valores de ilusión” a raíz de la decapitación de la dictadura trujillista. El gobierno de Juan Bosch plasmó “valores de ilusión” democrática que transmutaron la fe como convicción de soporte y aliento, que  luego de la Revolución de Abril de 1965, le dio sentido y concreción patriótica a los “valores  de ilusión”,  a pesar de la frustración histórica como consecuencia de la intervención militar norteamericana. Tanto en la lucha democrática pública comprendida desde 1961 al 1963, como en la lucha de resistencia al Triunvirato que detentó arbitrariamente el poder político hasta el 24 de abril de 1965, los “valores de ilusión”, adquirieron carta de ciudadanía en las juventudes de la época y en amplios sectores sociales. Era la fuerza del espíritu en medio de la exquisitez de soñar, de atesorar utopías, de creer en el camino libre y promisorio de la sociedad, el apuntalamiento de quimeras libertarias, la vinculación del concepto de Patria dentro de propuestas de cambios que plasmaron el  renacer del sentido de la vida.

“Valores de ilusión” fueron los ideales de los héroes y mártires de las empresas revolucionarias de Luperón en 1949, Constanza, Maimón y Estero Hondo en 1959, del Movimiento Clandestino 14 de Junio, bajo una aureola casi mística encarnada en el sacrificio de las hermanas Mirabal. “Valores de ilusión” fueron los incentivos morales de un pueblo que resistió la más cruel y sistemática represión y atropellos de la “guerra fría”, trasladada a nuestro país por organismos de Seguridad supranacionales y ejecutada por cancerberos y sicarios criollos. “Valores de ilusión”, quizás los últimos en expresarse con fuerza combativa en el alma nacional,  fueron los que cincelaron la apertura de la democracia dominicana en mayo de 1978, que abrió las puertas de las cárceles de los presos políticos y  derribó las barreras de entrada al país de cientos de exiliados, poniéndole fin al ejercicio  grosero y autoritario del poder político. Creo que desde entonces los dominicanos perdimos los “valores de ilusión”.

Ahora la “marcha verde” parece desandar esos trillos. Bajo un reclamo de adecentamiento del Estado y aprovechando el “cisne negro”, la fuerza aleatoria que expuso inopinadamente  el caudal de corrupción, que nos arropa como una herencia sustentada en una vieja tradición, que arranca  desde la fundación del Estado, porque el Estado dominicano nació corrompido en el siglo 19, se manifiesta una toma de conciencia que tiende a ser colectiva, que exige el fin también de la corrupción privada.

Creo que podríamos estar viviendo una recaptura de lo que el poeta Leopardi llamó, “valores de ilusión”. Pero el esfuerzo tiene que ser conjunto, debe propiciarse una gran conjunción de sectores sociales privilegiando la voluntad política que sostuvieron en su liderazgo moral, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, la institucionalidad democrática, el conjunto de estructuras jurídico políticas del sistema y las coordenadas históricas de nuestra identidad nacional.

Sólo la presencia pacífica del pueblo en las calles, enhestando sus reclamos, garantiza la solidez democrática del Estado. La vigilia ética  en ese sumario debe ser constante iniciando también la higienización del pluripartidismo local.

Cuando Leopardi habla de “valores de ilusión”, no está platicando de fantasías ni de metas irrealizables, sino de categorías humanas dotadas en ideales, en objetivos de superación social, diseñando logros esenciales para la convivencia y la emancipación del género humano. Sin “valores de ilusión”, nada se induce, nada se desplaza como destello en los montículos de la inteligencia humana. Sin esos valores la vida se vuelve miserable, estado vegetativo que nos lapida y empobrece interiormente.

No es la ciudad de los filósofos de  Platón, ni la isla Utopía de Tomás Moro, ni la Ciudad del Sol de Tomás de Campanella. No se trata de habitar estados mentales arquetípicos, sino de “valores de ilusión”, la fuerza del espíritu como combustible, la mística esplendente del ser, contrastada con la decadencia orbital de nuestro tiempo. Son sueños y voluntades como tejidos paridores de  justicia y  libertades.

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