No podemos negarlo. Somos parte de esa fortuna. El trujillato gana cada día su batalla. La novela de Trujillo genera otras novelas, otras justificaciones, otros contornos históricos, políticos y literarios.
Allí donde la geografía ideológica extiende su campo al género, al trazado narrativo, a la memoria de las ideas, encontramos la presencia, el deseo, la nostalgia que remite a la Era, el afán por comprenderla y asumirla aún más como espacio histórico, presencia del pasado, símbolo de poder, metáfora y metonimia.
Sin embargo, más que un trazado literario, lo importante es observar la ruta, el renacer de toda esta superestructura del cuerpo, el ámbito, la literatura que pugna por entregarse a una empresa ideológica marcada por aquellos signos, esto es, por aquella ruta significativa que quiere envolver y repetir los gestos de la figura totalitaria, absorbente de la Era y sus pronunciados rostros.
Se trata, en efecto, de un resurgir de aquellos rostros, de la memoria burocrática y hasta administrativa de aquella Era. La novela, el anecdotario, las fotografías, los retratos y etopeyas, el escrito memorial, el documento y, en fin, todo lo que hoy se nos quiere relatar como un mea culpa sobre la empresa política y cultural del tirano, del Jefe, nos conduce, más que a recrear, a provocar, producir ese deseo, el campo ya muerto de una subjetividad política que quiere, necesita y se pronuncia a través de informaciones.
Pero las biografías, las novelas, las memorias y los ensayos de los administradores de la Era, no dejan de reflejar la nostalgia por ella, la gestualidad y la voz de El Jefe, la resistente infraestructura creada con acierto, capacidad, funcionalidad, ímpetu de desarrollo y, sobre todo, prosperidad.
Para la mayoría de los escritores que nos narran la era y la figura principal del dictador, existe una emblemática y una genealogía que dan cuenta de la historia real de la República Dominicana moderna, tal y como ella nació en 1930, con su esplendor político y ante todo una tendencia, un perfil, una fuerza y un orden que no dejan de reflejar al héroe principal, al hombre que cambió el destino del país.
Como nunca antes sobresale hoy en gran parte de los escritos y las inscripciones de intelectuales dominicanos, la materia prima del trujillato con toda la tropología que lo engalana y representa en los diversos caminos de la política y en los diferentes rizomas de la interpretación dominicana; como nunca antes, escritores y temperamentales pensadores se dan a la tarea de documentar, escribir o reescribir la materia ideológica de la Era. Con el tono presentificador de una ruta totalitaria, pero fundadora, muchos entienden que la figura de Trujillo se ha convertido en un modelo, negocio ideológico, paradigma de hechos reales, momento y monumento fundamental de nuestra historia.
Los espacios reales e imaginarios de la dictadura surgen de aquello que se fabula a través de una línea de interpretación que remite, sobre todo, a su origen emblemático y totalitario.
La institución cultural y moral de la dictadura de Trujillo fue, sin dudas, una institución absorbida por las garras del generalísimo. Los intelectuales que hoy quieren reconocer, rescatar, presentificar su símbolo de poder, caracterizar su gestión en la historia del Estado dominicano que él mismo galvanizó, como dicen sus conocedores, pero que también enturbió con sus crímenes, latrocinios, humillaciones y trampas, quieren llevar a cabo cierta axiología ligada a una arqueología, donde la historia aparece narrada sobre la base del archivo.
¿Es posible escribir hoy una novela, un ensayo sociopolítico o una memoria personal sobre la Era sin participar inconscientemente de las bondades, maldades, perversidades y, sobre todo, de la megalomanía, la mitomanía y todo el festín ideológico de esa Era y de su amo? Cuando en cada escrito publicado por alguna que otra celebridad literaria, bufón o fabulador al uso en el país, leemos o advertimos la producción de deseo, o los ejes de subjetividad que pronuncia todo el cuerpo ya muerto de la institución social trujillista que, sin embargo, se extiende en la escritura de una historia re-vivida, re-conocida, falsificada, redimida, memorizada y alterada por los diversos trazados organizados por políticos, escritores, ex funcionarios, admiradores y especialistas en la Era de Trujillo.
Una sociología de los caminos históricos y culturales de la República Dominicana se debe interrogar en torno a las líneas y pulsiones que conforman el inconsciente político y cultural dominicano. La historia sociocultural y económica del país refleja sus propios obstáculos en las visiones y los tiempos de la interpretación que presenta un psicoanálisis de la personalidad autoritaria y despótica, instituida y particularizada en un contexto fermentado y crítico de reproducción social de los conocimientos.
Desde allí, el sujeto de la historia se repite como carne y metal, conjugando lo frío, lo caliente, lo crudo, lo duro y lo blando, lo cocido, el orden y el caos, lo bueno y lo malo, lo absurdo y lo bizarro, lo oscuro y lo claro, en fin, la farsa trágica del Estado moderno.
El espacio político y cultural de la Era generó sus pulsiones, semblantes de la autoridad, especies dictatoriales, la fotografía como cuerpo de un deseo y una subjetividad cuya extensión se hace visible, legible en las imágenes legales, personales y públicas de la dictadura y sus memorias. ¿Qué significa hoy, en 2007, la vuelta a estos símbolos, a estas imágenes sacralizadas por ese afán compulsivo de re-presentar el espacio intelectual con sus protagonistas, sobrevivientes, cortesanos, aduladores, pensadores y otras especies teratológicas que han logrado una cuestionable celebridad a costa de un régimen de fuerza que empezó a decaer en los años 50 y se derrumbó finalmente a principios de los 60?
El archivo de la dictadura ha propiciado cientos y cientos de obras históricas y literarias, pero también centenares de caricaturas y pseudoescrituras propaladas por aquellos que no vivieron ni su esplendor ni su decadencia. Sin embargo, ¿qué ha sucedido hoy, a casi cincuenta años de la caída de la tiranía? ¿Qué es lo que provoca, encanta o estimula de ella? ¿Qué es lo que se quiere reivindicar, despertar o resucitar a los cuarenta y siete años de la desaparición del dictador?
Observamos perplejos cómo la Era de Trujillo genera una economía literaria, su fortuna literaria, la fiesta del recuerdo y del recordar, una compra y venta de libros, documentos, fotografías epocales, tertulias, foros, rectificaciones históricas y, sobre todo, el respeto a la imagen, a la progenie del generalísimo.
¿Podríamos percibir hoy cómo hablan o han hablado los cadáveres de la dictadura? ¿Cuál sería el foro público de las voces y los cuerpos suprimidos por la Era y su máximo jefe? ¿Qué hicieron los intelectuales adheridos al régimen por salvar aquellos cuerpos y voces administrativa y procesualmente asesinados?
Se trata de una memoria en doble vía. Al momento de crear tribunales, foros para salvar a alguna figura intelectual asumida y venerada, debemos también recordar cuerpos y escenarios fatídicos y perversos.
Por ejemplo, traer de nuevo a la escena de la escritura las mujeres y amantes de Trujillo, sus aduladores y cortesanos, sus hijos, sobrinos, nietos y demás familiares, es convertir esta escena en una remembranza, en un tiempo del fantasma histórico y político dominicano, en un espacio de la nostalgia por aquellos relatos que afloran ahora como cuentos elegíacos, por y a favor de un poder perdido, devorado por los fuegos de la nueva mirada histórica y política, y por las tormentas nacionales, económicas y técnicas de una galopante globalización.
Precisamente en una era de calentamiento global, de cambios y desórdenes climáticos, de nuevas empresas y estrategias geopolíticas en el Medio Oriente, África, América Latina y el Caribe; en un momento en que la crisis de las diversas racionalidades técnicas, judiciales, políticas, administrativas e institucionales implican la revisión y el replanteo de un modo de producir y de producción marcado por el instrumentalismo tecnológico del nuevo Imperio, de las nuevas hegemonías ideológicas, ¿qué busca, cuál es la finalidad de volver a un pensamiento y a empresas intelectuales arruinadas por el fenómeno creciente de maniobras posdictatoriales y por la crítica llevada a cabo contra todo pensar totalitario y situado fuera de la historia instituida como tipo, afirmación y eje de archivo?
Una fortuna literaria y crítica como la de Trujillo, visible hoy en 2007, pero constituida o fabricada a golpe de libros, documentos y fotografías, desde hace dos o tres décadas por intelectuales que quieren vender, producir ganancias editoriales, valoraciones y subjetividades editoriales, merece particularmente un estudio.
El morbo, el pathos, la hybris y las bilis ideológicas de especialistas en Trujillo y su Era, entretienen, construyen la diversión, el espectáculo, el fumus imperatorum, la comadreja política y la perversidad que quiere ajustar memoria, interpretación y recepción de aquello que se nos quiere vender o imponer de manera estratégica.
¿Cuál será el valor de la épica en la producción de deseo y goce asumida estratégicamente por algunos actores culturales en el marco de una tópica imaginante y predominante en la sociedad dominicana? Se podría pensar que la deuda política, ideológica, moral y discursiva de nuestros ideólogos, intelectuales, divulgadores y orientadores sociales, reproduce un inconsciente cultural que conduce al psicoanálisis de la bruja.
Mientras en el país se quiere re-presentar, re-posicionar los aspectos, las facetas y los mundos diversos del trujillato como espacio ideológico y gubernamental, el Imperio organiza y distribuye estrategias, líneas de instrumentación de la exclusión, el crimen y la guerra organizada por fases de impresión y economía global; mientras algunos doctores merengue y especialistas en Trujillo y su Era, nos entretienen con polémicas sobre el ser nacional, la esencia del dominicano, la dominicanidad y nuestra identidad nacional, del otro lado los políticos actuales se reparten el verdadero y costoso patrimonio económico nacional; mientras se nos aliena con viejos registros de escritores, intelectuales y funcionarios de la Era, el Imperio ordena el mapa y las maniobras, o, como nos dice Antoni Negri, los movimientos del imperio, el alucinante y verdadero espacio de la globalización o mundializacion.
La fortuna literaria de Trujillo en la República Dominicana de nuestros días adquiere su tamaño a partir de una nostalgia afirmada en la figura mítica, en el cuerpo ideológico asegurado en aquellas micropolíticas del deseo y la interpretación que reproducen una condición intelectual subalterna, pero sobre todo arruinada por su tartamudez cultural, ideológica, política y moral.
Ese fantasma en crisis quiere hoy atravesar lo real, la inscripción cultural y el derecho o función de luz desde líneas memoriales que quieren ofrecer, vender una razón histórica y política a partir de la presentificación del pasado, de una vuelta a la figura de centro del dictador como clara y materia prima de la República Dominicana contemporánea.