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Memorizando sobre Haití y RD (IV)

Written by Debate Plural

Segregación racial en Dominicana

Rafael Nuñez (D. Libre, 18-3-13)

Los argumentos ridículos presentados por ante el Comité para la Eliminación Racial de las Naciones Unidas (CERD) los pasados días 13 y 14 de febrero contra República Dominicana en Ginebra, constituyen una afrenta contra la dignidad, la soberanía, la generosidad y hospitalidad demostradas por nuestro pueblo con los haitianos y cualquier otro extranjero que pisa el país, ya sea en misión de trabajo o de turismo.

Cuando se leen las acusaciones mendaces, lo que cualquier persona con juicio sensato, llega a pensar que los señores que levantaron este nuevo expediente al país tienen un propósito pecuniario, o no tienen oficio que les permita justificar sus sueldos en una causa que la humanidad les agradezca.

Entre los planteamientos esgrimidos, uno tiene que ver con la acusación de que los dominicanos tenemos un «conflicto de identidad», que se expresa en la negación de nuestra «africanidad», por lo que instaron a la integración de una comisión intersectorial que profundice esa sospecha y que identifique barreras que limitan la integración cultural de personas pertenecientes a diferentes grupos étnicos que viven aquí.

Demostrando una ignorancia extrema de la realidad social dominicana, el relator Pastor Murillo desbarró en el CERD contra la comisión dominicana enviada porque, según su punto de vista, los compatriotas presentes allí defendían los intereses de un país de ignorantes, que no sabe diferenciar etnia y raza, atendiendo a que los documentos de nuestros nacionales los definen con los etnónimos de indio claro, indio oscuro y moreno. Y como los hijos de la Patria de Duarte aún vivimos en la etapa de la barbarie, de acuerdo con el parecer del señor Murillo y otros relatores que llevaron la acusación contra el país, es necesaria la formación de «una Mesa de Trabajo Permanente que aborde la formulación de un Plan Nacional de Acción contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y demás formas conexas de intolerancia». ¡Madre mía!

La República de Sudáfrica, la del apartheid que redujo a 27 años de prisión a Nelson Mandela, es un juego de niños ante la supuesta realidad de segregación racial que impera en esta media isla caribeña, cuyos esfuerzos de cooperación con el pueblo haitiano tratan de ignorar con acusaciones insolentes y atrevidas, realidad que reconoce en público la mayoría de los haitianos, no importa su nivel social.

El desconocimiento de la historia de la colonización de La Hispaniola es la única razón que puede llevar a un ser humano, confinado en el mejor de los confort de una oficina en Ginebra, a querer tildarnos de intolerancia racial y compararnos con naciones del mediterráneo que valiéndose de los abusos y maltratos de hace siglos, terminaron acabando con nuestros autóctonos. Los dominicanos no negamos nuestras raíces porque somos los primeros en admitirnos como una sociedad integrada por un arco iris de razas, pero consciente que cuando nos emancipamos del yugo haitiano, el 27 de febrero de 1844, creamos una Constitución que declaró nuestra independencia de toda potencia extranjera, Carta Magna que prohibió la esclavitud con la que ciertos vividores pretenden acosarnos.

No es el racismo que esos señores nos atribuyen el obstáculo principal para que sigamos avanzando en nuestro plan de desarrollo, sino la pobreza y las carencias de nuestro sistema educativo los que se convierten en retranca para eliminar las desigualdades, que no solo afecta a los cientos de miles de haitianos que viven aquí trabajando sin obstáculo y sin acoso, sino que limita la oportunidad de desarrollo para nuestros compatriotas, que son los seres humanos con quien el Estado tiene obligación, sin que eso le quite veracidad a la postura solidaria que hemos tenido siempre.

Quien no conoce la historia de los dos pueblos se arriesga a cometer errores garrafales como el que aparece en el documento crítico del país cuando dicen que «España y Francia se repartieron dicha isla, aniquilaron a la población indígena y la reemplazaron por población africana, de allí su composición demográfica actual». Es bueno recordar que Francia no tuvo que ver con la desaparición de la raza indígena en la isla, sino España, país que nos «descubrió», en 1492, y luego nos conquistó. Es luego de firmado el tratado de Rijswijk (1697), en la ciudad del mismo nombre, y Basilea (22 de julio de 1795) cuando se le cede a Francia la posesión de la parte Oeste, aunque desde antes ocupaba esa porción.

Pero los relatores del comité no solo desconocen por qué hay una buena parte que habla creole, que baila gagá, practica el vudú y realiza fiestas cuando entierran a sus muertos, cultura que desde la firma de esos Tratados hemos respetado, mientras en la República Dominicana se habla español, tiene firmes raíces católicas, bailamos merengue y bachata y somos el único país de la tierra que generosamente acoge en su territorio cerca de un millón de haitianos indocumentados que labora y se gana el sustento de su familia, no como esclavos, sino en las condiciones propias de un inmigrante en cualquier parte del mundo.

República Dominicano, y no otro Estado, fue el donante más solidario y oportuno en llevar ayuda al pueblo haitiano, con la ocurrencia del terremoto el 12 de enero de 2010.

Fue el gobierno nuestro quien puso el primer pie en la tierra de Toussaint Louverture; el primero en cumplir con el compromiso de regalar una Universidad; el primero en poner sus hospitales al servicio de los heridos y mutilados por aquella tragedia; el único en invertir el 15 por ciento de su presupuesto de salud en curar a los haitianos y atender a las parturientas vecinas; el primero en recibir 33 mil niños haitianos para educarlos. Si los relatores, y hasta los miembros del comité, están imbuidos en su ignorancia histórica, ése no es nuestro problema, pues sus posturas hacen que tengamos que mencionar lo que hemos hecho, sin que sean ésas nuestras intenciones.

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