Cultura Nacionales

Deslumbrados por negras y mulatas

Written by Debate Plural

Jose del Castillo (D. Libre, 26-3-11)

Josep Gausachs, José Vela Zanetti, Angel Botello Barros, Manolo Pascual, al igual que otros artistas refugiados llegados a estas tierras tropicales tras la derrota del bando republicano en 1939 amenazados por la expansión nazi en Europa, quedaron deslumbrados por la naturaleza exuberante de la isla. Que otearon desde la mar y probaron en boca al morder las frutas pulposas saboreadas al descender del barco. Se dejaron seducir por el color, fuerte y vivaz, repartido entre las cosas y las casas, diseminado en el paisaje humano semoviente conformado por negros, mulatos y la minoría blanca. Ese mural estaba ahí, esperando, sólo había que plasmarlo, algo que hizo un Vela Zanetti enfebrecido con disciplina de obrero de la construcción. Sus figuras recias, fornidas, macizas, de rostros duros, curtidos por la etnia y el trabajo, quizá promisorias de un mejor destino. Acaso la utopía igualitaria ahogada en la trinchera de combate abandonada, ahora sueño postergado.

Esas morenas estupendas también estaban ahí, vigorosas, con sus labios como nísperos carnosos olorosos. Tetas generosas coronadas en pezones espléndidos, dulcemente complacientes. Amamantadores. Y unos culos robustos, de una geometría volumétrica incitante. Hechos para la vida plena y el goce de la carne. Cómo entonces negarse, un artista maduro Josep Gausachs, un joven pintor aprendiz de mundos nuevos Angel Botello Barros, atrapados en las redes complejas de la seducción, a estudiar con vocación monástica tanta belleza junta. A realizar con metódica de boticario un inventario morfológico, clasificar rasgos y elaborar la tipología de esta gente. Perfilar sus gestos, desentrañar su ánimo, revelar su alma. Penetrar en el hondón de tanta humanidad desdeñada por tanto tiempo por los blanquitos y mulaticos criollos, que se comían la fruta en la trastienda, a hurtadillas.

Eso hicieron estos visitantes re-descubridores (algunos como Gausachs dejaron fértil discipulado en Hernández Ortega, Clara Ledesma, Ada Balcácer, junto a sus propios huesos) que nos pusieron el espejo colgado en sus dibujos escudriñadores, enmarcado en sus óleos coloridos, fraguado en las paredes pobladas de pueblo. Para que mirásemos el rostro real de nuestra gente, no sólo la pomada blanqueadora de Trujillo con su pelo alisado y la mofletuda estampa acompañante de La Españolita, repetidas hasta la náusea en el triquitraque mediático de una ideología mulata vergonzante acompasada de hispanismo acartonado mal digerido. Fueron revolucionarios en el más profundo sentido del término. Provocaron la catarsis, para que liberáramos los demonios del prejuicio y nos conciliáramos con nuestras raíces étnicas diversas. Eso hicieron bajo la dictadura, aprovechando incluso las paredes oficiales y el espacio íntimo familiar del dictador, llegando hasta la buena de Mama Julia para plasmar la fiesta criolla del merengue, mulata, morena, con guardias recostados terciándose una chata de ron. Y todavía los estamos descubriendo, descubriéndonos.

También los escritores refugiados registrarían sus impresiones sobre este encuentro entre dos mundos en obras eruditas meritorias como Memorias de una emigración: Santo Domingo, 1939-1945, del catedrático valenciano e historiador de la literatura española Vicente Llorens. Un verdadero fresco sociológico del impacto multifacético que tuvo esta inmigración en la sociedad dominicana, sus instituciones y en la vida cultural, reanimada vertebralmente por su presencia. Artes y oficios, música, arquitectura, artes dramáticas, educación superior, periodismo, bibliotecas, ediciones de libros, investigaciones históricas, legislación laboral, escuela diplomática, industria. En mucho está la huella progresista y laboriosa de esta inmigración de superior calidad.

En un juego más de realidad que de ficción de fuerte acento testimonial, el novelista y ensayista catalán Vicenc Riera Llorca dejó estampada su experiencia en la narración Tots tres surten per l’Ozama. Publicada en México en catalán en 1946 y cincelada en la relación entre tres amigos, la obra editada en castellano por la Fundación Cultural Dominicana en 1989 captura la lucha de los recién llegados por abrirse camino en el plano laboral -incluyendo las inclemencias del clima tropical caluroso y húmedo, las condiciones sanitarias adversas en las colonias agrícolas que provocaban fiebre palúdica y elefantiasis. El interés de las madres mulatas por encastar a sus hijas con los jóvenes blanquitos españoles. La dinámica coloquial del centro de Ciudad Trujillo, con El Conde y sus cuadrantes como nervio comercial y social. La gastronomía del Hollywood. La curiosidad por los ritos afroamericanos, como las ceremonias de vudú con sus misterios. La magia del baile y la pasión musical de un pueblo raigalmente alegre. Y por supuesto, el ambiente rigurosamente vigilado por el caliesaje local al servicio del dictador. Los ojos y oídos de Trujillo estaban en todas partes.

Otras dos narraciones de valor testimonial son Blanquito de Mariano Viñuales, publicada en México en 1943. Y Medina del Mar Caribe de Eduardo Capó Bonnafous, editada en México en 1965, con reimpresión de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos y prólogo de la historiadora María Ugarte. Ella misma -una de las cimas de la inmigración republicana, recién fallecida tras una vida fecunda con amplia obra realizada en esta tierra que la acogió, ligada a mis dobles primos Piantini del Castillo- afirma: «Blanquito es un muchachito negrito de la frontera, un encanto de niño y muy inteligente», a quien un español, el autor, «lo lleva consigo a todas partes». Establecido en la colonia agrícola de El Llano, en la fronteriza Elías Píña, Viñuales retrata usos y costumbres comarcanos, creencias arraigadas en la gente. Sus personajes infantiles expresan el anhelo de «mejorar la raza» mediante el cruce de negros y mulatos con blancos. El complejo del pelo «bueno» en contraste con el crespo, con «las pasas». Además, para Blanquito, «los jaitianos no son gente» sino ‘gavilleros que roban y se comen gente'».

En las lomas de Medina, San Cristóbal, donde se instaló una colonia agrícola que tuvo entre sus «agricultores» a la segoviana María Ugarte -licenciada en filosofía y letras en la Complutense de Madrid- y a su esposo ruso Constant Brusiloff -profesor de idiomas en dicho centro e intérprete de los asesores militares soviéticos en el Frente Norte-, predominaba una población de negros «descalzos y rotos», principalmente jornaleros. En la obra figura el coronel Saavedra, de vestir impecable, «blanco, nieto de españoles, de cara franca y risueña». Trujillo -quien visitó la colonia preocupado por las condiciones calamitosas- aparece como «un paisano, mulato muy claro, de cara ancha y agradable, con un bigote muy recortado para disimular las canas, con un ‘jipi’ y un traje de lino rudo de hechuras impecables».

Como refiere Carmen Cañete en monografía sobre el entramado étnico de estos dos relatos, abundaron los cruces sexuales entre varones españoles y negras dominicanas, al lograr los iberos conseguir «su apaño» en el regazo de hermosas hembras, deseosas de «adelantar la raza». Igual sucedió entre la hermana de un colono español y un coronel negro, quienes cogieron cama. La percepción de superioridad en los saberes del blanco extranjero quedó evidenciada al enfermar el único español de la colonia que se entendía en menesteres paramédicos. Ante emergencia que afectaba a un negro, un guardia («que también era bembón» como el negrito de Bobby Capó y Maelo Rivera) forzó al colono García quien nunca había puesto una inyección: «!Diga que no quiere inyectá a un prieto! ¡Pero no me mienta a mí!». Así, doblemente obligado, García «le hizo tumbarse boca abajo y bajarse los calzones, para inyectarle en el trasero: más negro que una noche de tormenta.»

En Paisaje y Acento, José Forné Farreres nos regala refrescantes viñetas. Entre ellas una de Güibia en su era de merecido esplendor. «Desde la mañana hasta el atardecer, un hormiguero de bañistas marean el cielo con sus trusas de colores y ‘slips’ ceñidos a sus carnes. A lo largo de la arena requemada por el sol desfila una geometría de cuerpos, con elegancia alada, sensual. Epidermis (ébano, bronce, mármol) que respiran salud, bruñidas por el yodo y el sol…Muchachas capitaleñas, vaporosas, elegantes…paseando su garbo cosmopolita. Ojos amulatados, o verdosos, pero siempre grandes, como una almendra del trópico, y de relieve grácil esculpido en las durezas de la carne torneada. Ojos de negrura morucha y dulzor impenetrables, que al mirar anonadan, alucinan, hipnotizan. Labios entreabiertos, azuleantes o encendidos como una rosa en llamas, que producen una sensación de quemadura voluptuosa.»

A Forné Farreres, alucinado, se le apareció Yemayá en Güibia, esbelta y majestuosa, emergiendo de las aguas, provocando su cadencia rítmica el vaivén acompasado de las olas

About the author

Debate Plural

Un medio independiente, libre, plural, sin ataduras con empresas o gobiernos; buscando el desarrollo de una conciencia critica, y la verdad que subyace en el correr de la vida nacional e internacional para el empoderamiento del pueblo dominicano en relación con las luchas y reivindicaciones económicas y sociales fundamentales

Leave a Comment