Cultura Nacionales

El Vuelo de Silvano

Written by Debate Plural

Jose del Castillo (D. Libre, 24-8-13)

Hace justo diez años Silvano Lora (17/7/31-12/7/03) mudó hacia otra dimensión su paleta de sueños y esa irrefrenable inventiva que lo revolucionaba todo. Irreverente y creativo como era, solidario y pedagógico, Silvano fue uno de mis íconos desde que nos conocimos. Yo, un mozalbete ansioso de mundos, él, un joven con andadura de 30. Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, codeado temprano con los grandes de la plástica de entonces, premiado en el 52 en el ICDA por un cartel sobre la amistad dominico americana, con exposiciones colectivas e individuales en esa entidad y en la Alianza Francesa, dinámicos polos culturales del Gascue romántico en los cuales marcaba relieve su presencia elegante. Con participación en la Bienal de Sao Paulo del 53, con expos en Puerto Rico, Madrid, Egipto, Roma, Dinamarca y París, donde sentó reales juveniles antes de retornar a la patria, tras activar en el exilio contra Trujillo, en 1962.

Conmovido por la partida del amigo, escribí un artículo que Cuchito Álvarez y Bienvenido Álvarez Vega tuvieron la gentileza de publicar en Hoy, a tres días del deceso. Ahora, con motivo del décimo aniversario del vuelo de paloma que emprendió este pacifista incansable que me enroló en Arte y Liberación y en el Consejo Mundial de la Paz, la familia -Marianne, su compañera, y Quisqueya, fruto robusto del amor-, con la colaboración de Marianne de Tolentino, Fernando Ottenwalder y Mariano Hernández, nos recrean la impronta combatiente de Silvano Lora en el Palacio de Bellas Artes. Una magnífica exposición de una obra de vida que abrió sus puertas el 25 de julio y estará esperando por los ojos ávidos de testimonio comprometido y talento creador plasmados por este dominicano universal, hasta el 8 de septiembre. Dibujos, acuarelas, óleos, collages, paneles cronológicos sobre su vida, su visión del arte, opiniones de críticos y amigos, fotografías del artista en acción, ilustran esta muestra que debe verse ya.

Para estimular la visita, que debería ser masiva, reproduzco íntegro mi artículo del 2003, fragmento del cual figura en uno de los paneles de la exposición «Silvano Lora Un Arte Combatiente».

«Eran los días de la primavera libertaria y las calles abrían su espacio a las pisadas multitudinarias. La gente, la simple gente, asomaba su rostro en cada esquina de debate, en cada plaza de manifestación, en cafeterías locuaces, en galerías y balcones embanderados, en el grito de redención de paredes y octavillas. Silvano vino con el canto, trajo el pincel y la brocha gorda, levantó fuerzas solidarias, armó jornadas culturales, aunó el entusiasmo juvenil. Arte y Liberación fue su antorcha de retorno al ‘inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol’ desde un París de exilios y vanguardias. El Conde, calle-pueblo, suma de todas las utopías, su mejor escenario de batalla. Allí, en el patio amable del Palacio Consistorial, en las mesas de café expreso del Sublime, se fraguó la idea de militancia cultural: la poesía y la plástica de la mano, remontando el vuelo de la paloma socialista, la de Picasso y Nicolás Guillén.

Llevado de la mano de Miguel Alfonseca, Grey Coiscou, Jeannette Miller y Héctor Dotel Matos, mis amigos mayores de San Carlos, y de mi catorcista hermana Flérida, ingresé como una suerte de mascota a esa logia de nuevos cruzados libertarios. Iván Tovar, Ramírez Conde, José Cestero, Ramón Oviedo, Lepe, Elsa Núñez, Efraím Castillo, Juan José Ayuso, René del Risco, Antonio Lockward, Armando Almánzar, Ramón Francisco y la sombra infaltable de Aida Cartagena Portalatín, la abuela del grupo. Supervisando a veces Jaime Colson. Entre este elenco centelleaba una figura enjuta de estatura destacada, que a mis ojos adolescentes acostumbrados a vaqueradas americanas semejaba a la de un aguerrido jefe indio, apache o sioux, que con el tiempo, el implacable cáncer reduciría a la de un sabio e impaciente chamán. Sus ojos inteligentes y tiernos, la pronunciada nariz de águila, esos labios carnosos claramente delineados, su cabeza de líder ensortijada de sueños rizados, y esos pómulos penetrantes, afilados como lanzas, daban a Silvano el semblante perfecto para la tarea.

Persuasivo y convincente, Silvano sabía escuchar en los diálogos de sordos. Más experimentado que todos, trazaba sutilmente la línea de acción. Era el animador indiscutido y tenaz de esas jornadas de libertad temprana. Arte y Liberación promovió las vanguardias culturales y políticas en memorables recitales en el cedido patio del Palacio Consistorial de la vieja ciudad que recién recuperaba su nombre robado por el ego del tirano. En las voces bien timbradas de Miguel, Jeannette, Dotel, Efraím, el Pera y Grey, cobraban nueva vida los poemas de Machado, Hernández, Alberti, León Felipe, Lorca, el inmenso Pablo, Vallejo y Nicolás Guillén. Walt Whitman y su Hojas de Hierba, un ‘Cosmos, un hijo de Manhattan’, como le designara Mir en su Contracanto.

En velada especial se puso a circular la primera edición dominicana de Hay un país en el mundo y Seis Momentos de Esperanza, realizada por el grupo estudiantil Fragua. Desde entonces, el poemario de Pedro Mir iniciaría su infinito periplo por los caminos de la patria, penetrando raíces y espoleando el canto de la gente, desplegando su velamen de versos frescos y terribles en el corazón de las nuevas generaciones. El grupo de poesía coreada de la Universidad de Puerto Rico, dirigido por Maricusa Ornes, que visitó el país a raíz de la toma de posesión de Juan Bosch, dio un giro polifónico a este verdadero himno, así como a los versos dolientes de Carmen Natalia. Manuel del Cabral, Incháustegui Cabral, Hernández Rueda, Valera Benítez, Carmen Natalia, Mieses Burgos, Cartagena Portalatín, recibirían la atención de estas jornadas junto a los noveles poetas miembros del grupo. Asimismo las artes plásticas.

Arte y Liberación repollaría en el fragor de la guerra de abril, transmutado y multiplicado en el Frente Cultural Constitucionalista. Nueva vez la fuerza convocante de Silvano, su vitalidad de organizador militante y certero. Derroche de talento pluralista al servicio de una causa popular y nacional. Las paredes de la zona intramuros se poblaron de vallas, de telas gigantescas alusivas a la lucha que se libraba. Oviedo, Asdrúbal, Lepe, Silvano, Condecito, Cestero, Toribio, Norberto, Giudicelli, Guillo, Peña Defilló, entre otros artistas, plasmaban en lienzo, papel, cartón, madera, sobre el concreto, la plástica de la revolución de los comandos.

Exposiciones, recitales, conferencias, asambleas, publicaciones, salían de la fragua del Frente. Al calor de la epopeya Abelardo Vicioso produjo su hermoso Canto a Santo Domingo Vertical, cuyos primeros versos recuerdo así: «Ciudad que ha sido armada para ganar la gloria,/Santo Domingo, digna fortaleza del alba./Hoy moran en mi alma todas las alegrías/al presenciar tus calles conmovidas y claras./El rostro erguido y bronca la voz de tu trinchera que dice:/!Yanqui, vuelve a tu casa!» Y que al cierre reconvenía al interventor: «Vuelve a tu casa yanqui/Santo Domingo tiene más ganas/de morirse que de verse a tus plantas./Y si violas sus calles combatientes y claras/la tendrás en cenizas pero nunca entregada».

Partí hacia Chile en 1966 y a mi regreso en 1971 Silvano se hallaba residiendo en Panamá, exiliado. Allí se integró plenamente a los movimientos culturales. En 1973 viajé a la Unión Soviética a la celebración del Congreso Mundial por la Paz, en compañía del rector de la UASD, Jottin Cury y su esposa Anita, de Rafael Kasse Acta y Emilio Cordero Michel, ambos profesores y funcionarios universitarios al igual que yo. Fue una grata sorpresa y un honor recibir el encargo de la delegación panameña de presentar, en la Casa del Escritor en Moscú, la única exposición de artes plásticas que se exhibió con motivo de dicho cónclave. Se trataba de una impresionante muestra de Silvano Lora dedicada a la lucha del pueblo panameño por la soberanía del Canal.

Luego se produjo el ciclo trágico. El fallido intento de retorno del pintor. Su apresamiento en Las Américas y subsiguiente deportación. El artículo de Orlando increpando a Balaguer y a su círculo de entorchados con gafas de siniestros. La muerte del periodista y amigo. Lo demás es historia conocida. Sus proyectos de Museo en Montecristi, casas de cultura provinciales, la Bienal Alternativa, la expedición del Ozama al Orinoco en Canoa junto a su amigo Núñez Jiménez, y la magnífica exposición resultante en Casas Reales, su simbólica y graciosa protesta, arco y flecha en mano a bordo de una canoa recibiendo a las réplicas de las tres carabelas descubridoras, ante una conmemoración sesgada del V Centenario. La peña que mantuvo en su taller junto a Pedro Mir, el Festival Internacional de Cine y decenas de incesantes iniciativas.

Dos meses antes de su deceso recibí una llamada en mi oficina. Era la voz inconfundible y pausada de Silvano, quien acudía a mí desde su lecho de enfermo. Le visité en su hogar al día siguiente junto a José Alcántara. Platicamos por varias horas. Le obsesionaba la idea de un proyecto inconcluso, para el cual había adquirido una casa en la zona colonial, que reuniera su obra y mostrara otras colecciones que había formado a lo largo de una fecunda existencia. Ante su insistencia, nos trasladamos a la casa. Allí me mostró cientos de trabajos en una sucesión de deslumbrante despliegue de técnicas, materiales, temáticas, estilos, etapas de un Silvano revolucionario en el arte, culto, nutrido de lo mejor de las vanguardias, visionario, universal, raigal. Me conmovieron unos trazos juveniles, simples, limpios, perfectos, realizados sobre papel. Era el dibujo intimista de este gran maestro. La madre, el amigo escritor americano en Samaná, el compañero de la escuela de artes plásticas.

Era la ternura inmensa de Silvano. Un corazón de niño bajo ese rostro de piedra, de jefe indio, de sabio chamán, de ardiente cazador de sueños y utopías. De camarada de un siglo que se nos fue con él.»

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